EN BUSCA DE LA COHERENCIA INTERNA
Este artículo está inspirado en una pregunta que me ha realizado una amiga llamada Lorena, y dice así: "Tengo una gran pregunta, ¿Todo lo que escribes lo aplicas?". Mi agradecimiento a Lorena por su perspicaz pregunta que ha supuesto para mí todo un reto de introspección y reflexión.
“¿Todo lo que escribes lo aplicas?” es efectivamente una gran pregunta, y requiere de una respuesta coherentemente reflexionada para colmar esa expectativa planteada. Esa pregunta no puede ser respondida con un simple sí o no. Responder “sí” implicaría un cierto aire de vanagloria, presunción y estado de perfección a los ojos de los demás, algo a mi entender harto difícil de alcanzar; mientras que responder “no” llevaría a creer que el que escribe es incoherente en sus actos con lo pensado y lo escrito, lo cual echaría por tierra todo el planteamiento teorético de sus escritos. Entre el “sí” y el “no” así expresados taxativamente, se vislumbra la posibilidad de una dialéctica ética que permita superar las limitaciones entre la teoría expresada en los escritos y su aplicación en la praxis.
Mi respuesta a la pregunta es ésta: Todo lo que escribo tiene su origen en la aplicación de los principios en los que creo. Pero todos los principios sobre lo que escribo no implica necesariamente que puedan ser llevados efectivamente a la práctica, y ello requiere indagar sobre el por qué de esa posibilidad o imposibilidad de que exista una coherencia entre lo que se escribe y piensa y lo que se aplica efectivamente. Aunque esta respuesta parezca un trabalenguas, no lo es en absoluto. Veámoslo con algunos ejemplos razonados.
Por ejemplo, creer en el principio de la búsqueda de la sabiduría me lleva a escribir sobre ella. Pero escribir acerca de la sabiduría no implica que yo sea sabio pues, para ello, debe haber una coherencia interna entre lo que siento (buscar la sabiduría), lo que pienso (pensar como un sabio) y actuar como un sabio. Cuando una persona siente una cosa, piensa otra y actúa diferente se pierde la coherencia interna, se pierde la conciencia de unidad interna, se produce una gran contradicción. Las contradicciones están en el origen de la falta de sentido en la vida, pues sentimos una cosa, pensamos otra diferente y actuamos contradictoriamente.
Otro ejemplo puede ser el principio de saber escuchar la “voz interior” -“Logos” en términos del filósofo Heráclito- (1) que nos habla pero que pocas personas saben escuchar, o nuestro “doble” como defiende el físico francés Garnier. Sin embargo, escribir sobre ese principio de la escucha interna no implica necesariamente que sea fácil llevarse a la práctica, pues requiere plena atención presente en el aquí y en el ahora, implica una plena intencionalidad en la introspección de la propia mirada interna para crear una predisposición receptiva en forma de certeras intuiciones y no meras divagaciones de la imaginación. Para llevar este proceso de escucha interna a la práctica es preciso ejercer la meditación, aquietar la mente de los ruidos mundanos que nos distraen y convertirse en un observador más allá de nuestra propia mente.
Un ejemplo más puede ser el principio del amor como eje teorético de todos mis escritos. Pero escribir sobre el amor tampoco implica que en todo momento tenga la predisposición mental de la compasión y menos aún en su aplicación práctica. Sentir el amor, pensar amorosamente y actuar compasivamente debería ser un estado unitivo de la conciencia como máxima coherencia interna para todo ser humano, sin embargo, las guerras y las injusticias del mundo externo tienen su origen en las contradicciones internas de los hombres y mujeres pues sienten la llamada compasiva pero piensan y actúan egoístamente y, consecuentemente, es causa de sufrimiento.
Así, con estos tres ejemplos anteriores, los principios de toda persona constituyen sus propias creencias sobre las que edifican su unipersonal “visión de la vida” y serían legítimamente sus máximas aspiraciones para dar un sentido a la vida. Y mucho se ha escrito, como yo lo hago, sobre todos los principios rectores del sentido de la vida (la sabiduría y el amor, entre las más importantes). Sin embargo, si a pesar de haberse escrito tantos libros de filosofía y literatura sobres los principios rectores de la humanidad e, incluso, que dispongamos de una carta de los Derechos Humanos, ¿por qué entonces no tenemos un mundo en paz y feliz para todas las personas?
Mi respuesta es que no logramos alcanzar una coherencia interna entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos, es decir, vivimos entre permanentes contradicciones. Superar esas contradicciones internas es un reto que yo me he propuesto de modo que, escribir, se ha convertido para mí en una psicoterapia a través de la cual expreso los principios en los que creo y, aunque sea difícil pensar en ello con rectitud ética y una aplicación práctica virtuosa, debería ser nuestra máxima aspiración. De alguna manera entonces, mi máxima aspiración es pensar y actuar acorde a los más nobles principios en los que creo, siento y sobre los que escribo pero, no obstante ello, como imperfecto humano que soy y consciente de mi incompletitud, sufro mucho cuando no lo consigo.
Por tanto, sin ánimo de justificarme sino de buscar una mayor perfección, en respuesta a la pregunta de mi amiga Lorena que ha suscitado esta reflexión, no siempre aplico lo que escribo, pero siempre escribo sobre los principios que deberían ser las guías orientadores de nuestras acciones en relación con las demás personas. Y ello se convierte entonces en la aspiración de alcanzar una sabiduría que te permita pensar y actuar en coherencia con lo que sientes, es decir, un “camino ascendente hacia la sabiduría” no exento de dificultades a las que nos enfrentamos existencialmente mediante nuestra propia conciencia .
Gracias amiga Lorena por permitirme, con tu perspicaz pregunta, conocerme un poco más a mí mismo.
REFERENCIA:
(1) Heráclito de Éfeso fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció hacia el 484 a. C. Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor (actual Turquía). Como los demás filósofos anteriores a Platón, no quedan más que fragmentos de sus obras, y en gran parte se conocen sus aportes gracias a testimonios posteriores. Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa: se refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas. Todo este fluir está regido por una ley que él denomina Logos. Este Logos no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla al hombre, aunque la mayoría de las personas “no sabe escuchar ni hablar”. El orden real coincide con el orden de la razón, una “armonía invisible, mejor que la visible”, aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no desprecia el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia. Era conocido como “el Oscuro”, por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir y del pensamiento dialéctico. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: todo fluye. Los dos pilares de la filosofía de Heráclito son: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige: “Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue”. El hombre puede descubrir este logos en su propio interior, pues el logos es común e inmanente al hombre y a las cosas.