"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)
El pensador

Regresaba esta tarde de una tertulia entre queridos amigos, quienes habíamos debatido fraternalmente sobre cuestiones metafísicas y del sentido de la vida, cuando en ese deambular de vuelta a casa, me surgió la reflexión de cuál era el verdadero sentido del oficio de ser filósofo. Era una introspección en un intento de analizar las aportaciones de cada uno de nosotros en tan amigable charla. Tras un buen rato de tertulia, los tres que ocupábamos la mesa lleguemos a la misma conclusión: las relaciones humanas están forjadas y apuntaladas por la creencias de cada cual. Y cada persona tiene muchas, o ¿acaso pensamos que somos poseedores de tanta sabiduría? No, hasta el más humilde de los sabios, por coherencia con su propia sabiduría, nunca reconocerá públicamente cuánto sabe, fundamentalmente parafraseando a Einstein, porque “Cada día sabemos y entendemos menos”.

Es evidente que cada cual actúa según piensa y siente, dicho de otro modo, las motivaciones emocionales junto a la presumible razón de cada cual son las dos piernas de nuestro deambular por el mundo. En este sentido, es posible aseverar que cada persona tiene una “visión del mundo”, cada cual la suya en función de las propias creencias arraigadas en lo más profundo de nuestro subconsciente. De hecho, según experimentos procedentes de las neurociencias a través del neurólogo BenjaminLibet , se ha demostrado que el subconsciente nos da la orden y luego actuamos como si nosotros fuéramos conscientes: creemos actuar en libertad y con conocimiento de causa pero ello no es así pues no hay “conciencia de sí” ni “autoconsciencia”. El subconsciente nos lleva ventaja desde unas decimas de segundo hasta varios segundos. Dicho de otro modo somos seres condicionados por nuestra cultura familiar, social, política, educativa y, sobre todo, costumbres, que nos alienan para mantener una cosmovisión más o menos coherente y presumiblemente darle un sentido a la vida, una cuestión que obliga a la reflexión interna ya sea consciente o inconscientemente. Los “conscientes” son aquellas personas que saben que el saber es el baluarte para actuar con conocimiento de causa y por eso los denomino “filósofos activos”; aquellas personas que actúan irreflexivamente desde el subconsciente sin la pertinente "conciencia de sí" no actúan con conocimiento de causa sino, más bien, su aprendizaje es logrado mediante los sucesivos tropiezos a través de la experiencia y, por ello, los denomino “filósofos pasivos” tal como son definidos en mi primera obra.

La diferencia entre el filósofo activo y el filósofo pasivo radica imperativamente en la actitud que cada cual tiene hacia el acopio de conocimiento. En efecto, sólo el saber nos hará libres, saber o no saber esa es la cuestión. Por tanto, para retomar el tema que nos trae a la reflexión de este artículo, solo el conocimiento puede mitigar las deficiencias de la ignorancia que subyace en muchas de las creencias y costumbres de los pueblos, por no decir en las instituciones públicas como las económicas, políticas y demás cuestiones de Estado. En la ágora política no se desarrolla el verdadero interés por el bien común, a la vista está cómo un pueblo ha puesto nuevamente a gobernar a gánsters de cuello blanco disfrazados de gaviotas: qué agravio comparativo a la libertad y a la fauna animal! Los asuntos públicos como la justicia, la educación y la regulación de nuestras vidas mediante el economicismo neoliberal van a quedar otra vez en manos del ego plutocrático; un verdadero y nuevo azote para todas aquellas personas que bebieron del 15M como un espíritu de renovación pero que fue adulterado y cooptado por el autócrata Pablo Iglesias, sí, aquél que prometía horizontalidad en los círculos pero que ha “verticalizado” . El incipiente cambio de conciencia que vislumbraba un posible cambio social se ha quedado en aguas de borrajas, pues el sistema sigue teniendo el control sobre las decisiones de los ciudadanos a través de una política bipartidista (PP-Ciudadanos versus PSOE-Podemos) mediante una estrategia de ingeniería social y mental.

Toda esta disertación viene a cuento para transmitir mi “visión del mundo” sobre los aspectos existenciales de nuestro inmediato futuro, es decir, cuatro años más de gobierno conservador equivaldrá a más recortes en los derechos naturales del ser humano –como la legitimidad de disponer de la energía solar, por ejemplo- pero también en los civiles (ley mordaza), educativos (recortes) para desembocar finalmente en la galopante pobreza que azota ya a todas las clases -altas-medias y bajas-, pues el mundo está asentado sobre una gigantesca bomba de relojería con motivo de la burbuja de deuda.

Entonces, después de tal cavilación sobre tanta complejidad de conceptos interrelacionados social e históricamente, ¿quién va a poner orden entre tanto caos? No esperemos que las respuestas vayan a venir de fuera sino, precisamente, desde la reflexión interna, profundizando en los recovecos de nuestra mente, buscando si fuera menester la sabiduría para orientar más certeramente nuestras acciones en el mundo con libertad y con conocimiento de causa. Solo así, poniendo orden en nuestras propias creencias, ordenando nuestros conceptos, es posible llegar a la conclusión consensuada postulada al inicio de este artículo entre tres amigos: “que las relaciones humanas están forjadas y apuntaladas por la creencias de cada cual”.

Clasificar y ordenar conceptos, esa es la misión del filósofo exotérico, del tradicional academicismo. Pero la verdad no proviene de la epistemología edificada sobre el tradicional dualismo que ha permeado la sociedad occidental. La verdad solo puede provenir de la unión entre la sabiduría y la compasión, y ello es un camino interior que solo puede ser descubierto mediante la profunda introspección (y meditación) de nuestra experiencia interior. Las profundas experiencias interiores se desarrollan en la conciencia misma, en el sujeto de conocimiento que se cuestiona a sí mismo y busca respuesta sobre el sentido de su vida. Tal es el camino de la filosofía esotérica, que solo busca paz y unidad, sabiduría y compasión. Esa profundidad sapiencial requiere interpretación y es un campo hermenéutico en términos filosóficos.

La epistemología occidental asentada sobre el materialismo científico como único modo de saber ha fracasado miserablemente al haber invadido los dominios del “yo” (la profundidad psicológica de cada cual) y los dominios del “nosotros” (la sabiduría popular que permita un acuerdo intersubjetivo sobre los designios de la humanidad). La epistemología de lo conmensurable hace aguas cuando se trata de interpretar la profundidad del “yo” y del “nosotros” , pues la hermenéutica de lo inconmensurable tiene su propia ciencia, la ciencia de la conciencia, una filosofía transpersonal que intenta aunar razón y espíritu, epistemología y hermenéutica. Y ello solo se puede hacer en el laboratorio de la conciencia, iniciando ese camino interior del mismo modo que nos legó el inconmensurable Sócrates: “Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”. Y el camino por antonomasia para ello es la meditación.

Tal es la reflexión que he mantenido conmigo mismo mientras paseaba y volvía a casa. No sé si alguien coincidirá conmigo, al fin y al cabo, cada cual tiene sus propias convicciones y, por tanto, sus propias creencias.