"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

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El karma según Ken Wilber

EL KARMA, SEGÚN KEN WILBER

Este artículo está reproducido como nota número 44 en la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA (4 ª ed.)

Para comprender de un modo psicológico y filosófico el concepto de “karma”, es conveniente aludir a la trascendencia de los dualismos, siendo un eje de responsabilidad a afrontar por cada persona a lo largo de su vida. En su obra El espectro de la conciencia, Ken Wilber diferencia explícitamente cuatro dualismos que, inexorablemente, debería trascender e integrar toda persona:

El dualismo cuaternario: persona contra sombra. El individuo se oculta a sí mismo (inconscientemente) aquellos rasgos de su personalidad con los que no se encuentra nada contento; traza una frontera entre lo que le gusta de sí mismo (persona) y lo que no le gusta (sombra). Hasta que el individuo no acepte su sombra estará incompleto y siempre en lucha consigo mismo (el enemigo está en el mismo). Si el individuo se acepta e integra su sombra alcanza el siguiente nivel.

El dualismo terciario: psique contra soma, o mente contra cuerpo. La frontera se traza entre el ego (persona + sombra) y su cuerpo. En este nivel el individuo es inconsciente de su cuerpo, piensa en sí mismo sin tener en cuenta su cuerpo o lo considera como un objeto. Si el individuo consigue eliminar esta frontera será más consciente de lo que él es en realidad y alcanzará el nivel del centauro (el centauro es un ser mitológico mitad humano mitad animal).

El dualismo segundario: la vida contra la muerte, el ser contra el no ser. La frontera se traza entre el centauro (ego + cuerpo) y el resto del universo, la frontera ahora es nuestra propia piel. El individuo es ahora más consciente que nunca de su finitud (en el espacio y en el tiempo). La lucha no acabará hasta que desaparezca la última frontera y se acceda al último nivel.

El dualismo primario: organismo contra medio ambiente, o yo contra otro. Se accede al Espíritu. La frontera ha desaparecido, se acabo la lucha inconsciente. El individuo ha vuelto al lugar de donde salió, o mejor, al lugar donde siempre estuvo. Es el concienciamiento de que sujeto y objeto son lo mismo, es la no-dualidad. La corriente externa e interna no son dos, sino una sola realidad que se reduce al misticismo contemplativo.

Según Wilber (cito textualmente de la página 428), con la curación del dualismo primario, aceptamos la responsabilidad de todo lo que nos ocurre, porque ahora lo que nos sucede es obra nuestra. Esto se debe a que mis actos son los actos del universo y viceversa, de modo que cuando yo y el universo hemos dejado de estar separados, lo que “ello” me hace a “mí” y lo que “yo” le hago a “ello” han pasado a ser un mismo acto. Si cae una piedra sobre mi cabeza, ha sido obra mía. Si alguien me dispara por la espalda, ha sido obra mía. De modo que en cada nivel parece que las cosas y los acontecimientos me suceden contra mi voluntad, cuando en realidad soy yo quien se lo hace a sí mismo, aunque pretendiendo con toda sinceridad que son “ajenos” a mí. Finalmente, en el nivel de la Mente, no hay nada ajeno a mí, de modo que la última palabra es que hay una sola voluntad: mía y de Dios. Este es el significado profundo del karma, que lo que te ocurre es tu propia obra, tu propio karma.
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En busca de la coherencia interna

EN BUSCA DE LA COHERENCIA INTERNA

Este artículo está inspirado en una pregunta que me ha realizado una amiga llamada Lorena, y dice así: "Tengo una gran pregunta, ¿Todo lo que escribes lo aplicas?". Mi agradecimiento a Lorena por su perspicaz pregunta que ha supuesto para mí todo un reto de introspección y reflexión.

“¿Todo lo que escribes lo aplicas?” es efectivamente una gran pregunta, y requiere de una respuesta coherentemente reflexionada para colmar esa expectativa planteada. Esa pregunta no puede ser respondida con un simple sí o no. Responder “sí” implicaría un cierto aire de vanagloria, presunción y estado de perfección a los ojos de los demás, algo a mi entender harto difícil de alcanzar; mientras que responder “no” llevaría a creer que el que escribe es incoherente en sus actos con lo pensado y lo escrito, lo cual echaría por tierra todo el planteamiento teorético de sus escritos. Entre el “sí” y el “no” así expresados taxativamente, se vislumbra la posibilidad de una dialéctica ética que permita superar las limitaciones entre la teoría expresada en los escritos y su aplicación en la praxis.

Mi respuesta a la pregunta es ésta: Todo lo que escribo tiene su origen en la aplicación de los principios en los que creo. Pero todos los principios sobre lo que escribo no implica necesariamente que puedan ser llevados efectivamente a la práctica, y ello requiere indagar sobre el por qué de esa posibilidad o imposibilidad de que exista una coherencia entre lo que se escribe y piensa y lo que se aplica efectivamente. Aunque esta respuesta parezca un trabalenguas, no lo es en absoluto. Veámoslo con algunos ejemplos razonados.

Por ejemplo, creer en el principio de la búsqueda de la sabiduría me lleva a escribir sobre ella. Pero escribir acerca de la sabiduría no implica que yo sea sabio pues, para ello, debe haber una coherencia interna entre lo que siento (buscar la sabiduría), lo que pienso (pensar como un sabio) y actuar como un sabio. Cuando una persona siente una cosa, piensa otra y actúa diferente se pierde la coherencia interna, se pierde la conciencia de unidad interna, se produce una gran contradicción. Las contradicciones están en el origen de la falta de sentido en la vida, pues sentimos una cosa, pensamos otra diferente y actuamos contradictoriamente.

Otro ejemplo puede ser el principio de saber escuchar la “voz interior” -“Logos” en términos del filósofo Heráclito- (1) que nos habla pero que pocas personas saben escuchar, o nuestro “doble” como defiende el físico francés Garnier. Sin embargo, escribir sobre ese principio de la escucha interna no implica necesariamente que sea fácil llevarse a la práctica, pues requiere plena atención presente en el aquí y en el ahora, implica una plena intencionalidad en la introspección de la propia mirada interna para crear una predisposición receptiva en forma de certeras intuiciones y no meras divagaciones de la imaginación. Para llevar este proceso de escucha interna a la práctica es preciso ejercer la meditación, aquietar la mente de los ruidos mundanos que nos distraen y convertirse en un observador más allá de nuestra propia mente.

Un ejemplo más puede ser el principio del amor como eje teorético de todos mis escritos. Pero escribir sobre el amor tampoco implica que en todo momento tenga la predisposición mental de la compasión y menos aún en su aplicación práctica. Sentir el amor, pensar amorosamente y actuar compasivamente debería ser un estado unitivo de la conciencia como máxima coherencia interna para todo ser humano, sin embargo, las guerras y las injusticias del mundo externo tienen su origen en las contradicciones internas de los hombres y mujeres pues sienten la llamada compasiva pero piensan y actúan egoístamente y, consecuentemente, es causa de sufrimiento.

Así, con estos tres ejemplos anteriores, los principios de toda persona constituyen sus propias creencias sobre las que edifican su unipersonal “visión de la vida” y serían legítimamente sus máximas aspiraciones para dar un sentido a la vida. Y mucho se ha escrito, como yo lo hago, sobre todos los principios rectores del sentido de la vida (la sabiduría y el amor, entre las más importantes). Sin embargo, si a pesar de haberse escrito tantos libros de filosofía y literatura sobres los principios rectores de la humanidad e, incluso, que dispongamos de una carta de los Derechos Humanos, ¿por qué entonces no tenemos un mundo en paz y feliz para todas las personas?

Mi respuesta es que no logramos alcanzar una coherencia interna entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos, es decir, vivimos entre permanentes contradicciones. Superar esas contradicciones internas es un reto que yo me he propuesto de modo que, escribir, se ha convertido para mí en una psicoterapia a través de la cual expreso los principios en los que creo y, aunque sea difícil pensar en ello con rectitud ética y una aplicación práctica virtuosa, debería ser nuestra máxima aspiración. De alguna manera entonces, mi máxima aspiración es pensar y actuar acorde a los más nobles principios en los que creo, siento y sobre los que escribo pero, no obstante ello, como imperfecto humano que soy y consciente de mi incompletitud, sufro mucho cuando no lo consigo.

Por tanto, sin ánimo de justificarme sino de buscar una mayor perfección, en respuesta a la pregunta de mi amiga Lorena que ha suscitado esta reflexión, no siempre aplico lo que escribo, pero siempre escribo sobre los principios que deberían ser las guías orientadores de nuestras acciones en relación con las demás personas. Y ello se convierte entonces en la aspiración de alcanzar una sabiduría que te permita pensar y actuar en coherencia con lo que sientes, es decir, un “camino ascendente hacia la sabiduría” no exento de dificultades a las que nos enfrentamos existencialmente mediante nuestra propia conciencia .

Gracias amiga Lorena por permitirme, con tu perspicaz pregunta, conocerme un poco más a mí mismo.

REFERENCIA:

(1) Heráclito de Éfeso fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció hacia el 484 a. C. Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor (actual Turquía). Como los demás filósofos anteriores a Platón, no quedan más que fragmentos de sus obras, y en gran parte se conocen sus aportes gracias a testimonios posteriores. Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa: se refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas. Todo este fluir está regido por una ley que él denomina Logos. Este Logos no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla al hombre, aunque la mayoría de las personas “no sabe escuchar ni hablar”. El orden real coincide con el orden de la razón, una “armonía invisible, mejor que la visible”, aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no desprecia el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia. Era conocido como “el Oscuro”, por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir y del pensamiento dialéctico. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: todo fluye. Los dos pilares de la filosofía de Heráclito son: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige: “Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue”. El hombre puede descubrir este logos en su propio interior, pues el logos es común e inmanente al hombre y a las cosas.
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Libertad, sufrimiento y la razón tiránica

LIBERTAD, SUFRIMIENTO Y LA RAZÓN TIRÁNICA

Este artículo está inspirado en una conversación con un amigo, Emilio Diego, a quién le decía yo que “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”; a lo cual me preguntó Emilio Diego: “¿La libertad presupone sufrimiento? Ciertamente es una pregunta pertinente de ser analizada y respondida con la debida extensión que requieren esos dos temas así relacionados: la libertad y el sufrimiento.La libertad es un tema complejo y extenso, y así lo traté en mi obra Pensar en ser libre, no obstante, se pueden apuntar algunas generalidades para el objetivo de este artículo.



Según Wilber, una de las principales ironías de la modernidad fue que la misma diferenciación del Gran Tres (1) -que permitió el gran paso adelante hacia el logro de una mayor libertad- propició también el colapso en el mundo chato (2) y absurdo de las meras superficies. ¡Una mayor libertad para ser superficial! Para Platón, Plotino, Emerson y Eckhart, la naturaleza es una expresión del Espíritu pero, la ontología industrial que solo reconocía a la naturaleza, invadió y colonizó todos los otros dominios, provocando el hundimiento del Kosmos (3) en un mundo empírico. El hecho es que el marco de referencia descendente destruyó el Gran Tres -la mente, la cultura y la naturaleza- y perpetuó su disociación, su falta de integración, sembrando la tierra con sus fragmentos. La salvación -si es que es posible- reside en la integración del Gran Tres: la naturaleza (ello), la moral (nosotros) y la mente (yo).

De modo que, a partir de la modernidad, la razón egoica fue imponiendo su particular visión e interpretación de la realidad, hasta el punto de negar la trascendencia espiritual que había dominado mediante los ascendentes en el transcurrir temporal desde San Agustín al Renacimiento. Ahora la razón, incluso, era motivo para las revoluciones en contra del Estado y la Iglesia, facilitando así el surgimiento de las democracias. La razón, así, propició la libertad de los individuos, una libertad que con el discurrir de los siglos se ha convertido en el actual libertinaje.

La libertad, pues, ejercida desde la razón ha posibilitado los mayores logros de la humanidad en el terreno científico y el conocimiento del mundo objetivo pero, sin embargo, esa misma libertad ha sido ejercida para los más abominables crímenes contra la humanidad en toda la historia. En nombre de la razón, cualquier ideología puede ser abanderada para ejercerla libremente: así ocurrió con las cruzadas católicas en nombre de Dios, también el nazismo invocó a la superioridad de una cierta raza para justificar un holocausto humano; la libertad de los mercados económicos en un mundo globalizado, asimismo, también ha soslayado la libertad de los pueblos y de los individuos para someterlas a los intereses plutocráticos; la pretendida libertad de las democracias, cómo no, tampoco es cierta pues la galopante corrupción de los partidos políticos al servicio de la oligarquía financiera socava la pretendida libertad colectiva de los Estados; y cómo no aludir al imperialismo norteamericano que ha intervenido por doquier en todo el mundo con la pretendida excusa de potenciar la libertad de los pueblos, cuando en realidad había una subyacente intención de someter al mundo a un dominio unipolar y militarizado. En función de los anteriores ejemplos, es innegable que en nombre de una pretendida libertad se ha infligido mucho sufrimiento a las personas y los pueblos en general a través de la historia y que, en pleno siglo XXI, todavía imperan guerras a diestro y siniestro. Por tanto, la libertad ha sido reconvertida en un libertinaje mediante una razón tiránica.

Así, la tesis a modo de pregunta citada al principio, a saber, que la libertad genera sufrimiento, no es una entelequia sino una realidad muy viva a través de la historia y en nuestra era contemporánea también. La cuestión de fondo es saber ¿cómo y por qué se produce tanto sufrimiento en nombre de la libertad? Cabe señalar que todos los sistemas éticos surgidos desde las religiones así como en el derecho, apuntan a un intento de paliar dicho sufrimiento. La ética religiosa queda circunscrita al ejercicio voluntario de sus correspondientes fieles y, por tanto, concierne a la moralidad de los individuos en el ejercicio de su libertad. Sin embargo, en derecho, ese amplio margen moral de los individuos es restringido y traducido a leyes que, en la medida de lo posible, tratan de impartir justicia allí donde los individuos causan sufrimiento en el ejercicio de su libertad. Pero es obvio que, dicha justicia humana, tampoco es “justa” pues la libertad judicial es ninguneada por los políticos de turno que interfieren en la configuración ideológica afín en las propias estructuras judiciales, amén de la potestad del gobierno de turno en poder indultar a sus propios corruptos. De ahí que haya una justicia de primer y según orden, una para ricos y otra para pobres y, consecuentemente, el sufrimiento y las injusticias también están regidas en cierto modo por la capacidad adquisitiva de cada persona. Si la justicia no es igual para todos, el sufrimiento acaecido por el correspondiente ejercicio de la libertad, tampoco es equitativo cuando se trata de imponer las correspondientes penas judiciales.

Así, consecuentemente, es cierto que el ejercicio de la libertad genera un sufrimiento y, como tesis del inicio de este artículo, se trata de un sufrimiento acaecido en el ejercicio de la libertad exterior, mediante los actos de cada cual. De un modo ontológico, la libertad “exterior” es aquella ejercida en el dualismo “sujeto-objeto”, es decir, la persona contra el mundo, una proyección hacia el sufrimiento que se inicia, según muchos teóricos, con la alienación del sujeto durante el proceso del nacimiento del yo emocional, como origen de la conciencia fragmentada. Y dicho sufrimiento, siguiendo la teoría de la evolución de la conciencia de Ken Wilber, no se puede paliar hasta alcanzar los dominios supraconscientes, momento en el cual es posible la liberación del sufrimiento inherente al espacio, el tiempo y los objetos, y emanciparse así del terror intrínseco al valle de lágrimas denominado samsara (Forma o mundo manifiesto). Así pues, como decía al principio, “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”.

La línea divisoria, por decirlo de alguna manera, entre el sufrimiento y el no sufrimiento, se halla correlativamente en la libertad ejercida desde el egoísmo humano (el típico y ya clásico ego) y la trascendencia de dicho ego mediante una libertad ejercida desde la compasión. Dicho de otro modo, cualquier argumentación desde la razón tiránica (religiosa, política, narcisista, institucional o cualquier otra forma en que la razón disfraza la libertad para el ejercicio de cualquier ideología), se convierte en una causa de sufrimiento pues solo sirve al ego del teórico que defiende una pretendida libertad en el ejercicio de su propia razón. Así, todo aquel que quiera tener la “razón”, al tenerla con o sin razón, ya está causando sufrimiento en aquellos que pretendidamente carecen de ella, pues como dijera el mismo Descartes acerca del reparto igualitario del buen sentido:

"El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que aun los más difíciles de contentar en cualquier otra cosa no suelen desear más del que tienen. Al respecto no es verosímil que todos se equivoquen, sino que más bien esto testimonia que la capacidad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se llama el buen sentido o la razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y así la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que los otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por distintas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no se trata de tener el ingenio bueno, sino que lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, tanto como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden avanzar mucho más, si siguen el camino recto, que los que corren pero se alejan de él."

Evidentemente, esa razón egoica que provoca tanto sufrimiento es más propia de los enfoques occidentales. Las escuelas orientales, por otra parte, suelen mostrar un mayor interés por el nivel mental, eludiendo así por completo los niveles egocéntricos. En pocas palabras, el propósito de las psicoterapias occidentales es el de “reparar” el yo individual, mientras que en los enfoques orientales se proponen trascender el yo. Si deseamos ir más allá de los confines del yo individual, encontrar un nivel de conciencia todavía más rico y generoso, aprendamos entonces de los investigadores del nivel mental, en su mayoría “orientales”, que se ocupan del concienciamiento místico y de la conciencia cósmica. El objetivo primordial de los enfoques orientales no son el de reforzar el ego, sino el de trascenderlo de un modo total y completo, para alcanzar la liberación y la iluminación. Estos enfoques pretenden conectar con un nivel de conciencia que ofrece una libertad total y la liberación completa de la raíz de todo sufrimiento.

La inmensa mayoría de la gente, especialmente la sociedad occidental, no está preparada, dispuesta o capacitada para seguir una experiencia mística, ni es conveniente empujarla a dicha aventura. Sin embargo, como queda acreditado mediante la meditación, solo una libertad enfocada al mejoramiento personal, a la evolución de la propia conciencia desde el ego personal hacia la transpersonalidad, puede posibilitar una auténtica revolución generada desde el interior de los individuos. Y en ese sentido, cada vez que nuestra razón tiránica haga acto de presencia, deberemos estar lo suficientemente alertas para que no sea ejercida de un modo déspota sino, en su lugar, dejar que fluya la libertad compasiva para evitar así infligir sufrimiento en los demás mediante nuestros actos, pero también en nosotros mismos pues todo sufrimiento generado a los demás es como si nos lo hiciéramos a nosotros mismos. No en vano, el imperativo categórico kantiano (o “nosotros kantiano”) (4) sigue siendo la asignatura pendiente de superar por la filosofía occidental, y la causa más que probable de todo el sufrimiento que Occidente ha propagado desde la modernidad.

Como decíamos pues al inicio de este artículo, la diferenciación del Gran Tres -la mente, la cultura y la naturaleza- y su perpetua disociación está en el origen de tanto sufrimiento en este mundo y, la salvación, solo puede provenir de la integración de la ciencia (ello), la moral (nosotros) y la persona (yo). Y dicha integración solo es posible mediante el ejercicio de la genuina filosofía platónica resumida sucintamente en esta cita: “La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma entorno al Ser”. Y ese diálogo interior debe enfocarse principalmente a la evolución de la conciencia de cada cual, pues como dijera el inconmensurable Sócrates: “Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”.

Es bajo dichas premisa que, yo personalmente, trato de evitar que la razón tiránica haga acto de presencia en el ámbito familiar, social, en los diversos foros de las redes sociales y, en general, en cualquier actividad discursiva donde deba intervenir la palabra. Y es así como pienso que “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”, pues como dijera el insigne Aristóteles, “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”.


REFERENCIAS:

(1) La visión racional-industrial del mundo sostenida por la Ilustración cumplió con funciones muy importantes como la aparición de la democracia, la abolición de la esclavitud, el surgimiento del feminismo liberal, la emergencia de la ecología y las ciencias sistémicas, entre algunas más, pero sin duda, la más importante puesta en escena fue la diferenciación entre el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros), el Gran Tres diferenciado por Kant a través de sus Tres críticas.

Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas -La crítica de la razón pura (Kant, 2005), La crítica de la razón práctica (Kant, 2008) y La crítica del juicio (Kant, 2006a)-, se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(2) Wilber (2005: 177):

Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo].

(3) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(4) El “nosotros” kantiano se debe interpretar como la esfera práctica o razón moral, es decir, a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo. La obra La crítica de la razón práctica de Kant (2008) trata de la filosofía ética y moral que, durante el siglo XX, se convirtió en el principal punto de referencia para toda la filosofía moral. El imperativo categórico es un concepto central en la ética kantiana, y de toda la ética deontológica moderna posterior. Pretende ser un mandamiento autónomo (no dependiente de ninguna religión ni ideología) y autosuficiente, capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones. Kant empleó por primera vez el término en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Kant, 2006b). Según Kant, del imperativo categórico existen tres formulaciones: 1- “Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. 2- “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio”. 3- “Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”.


BIBLIOGRAFÍA:

Kant, Immanuel. La crítica de la razón pura. Madrid: Taurus, 2005.

Kant, Immanuel. La crítica del juicio. Barcelona: Espasa libros, 2006a.

Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos, 2006b.

Kant, Immanuel. La crítica de la razón práctica. Buenos Aires: Losada, 2008.

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El espíritu de la nueva era

EL ESPÍRITU DE LA NUEVA ERA

Ante un mundo salpicado de terrorismo bajo ataques de bandera falsa para instaurar dictaduras supranacionales hacia un Nuevo Orden Mundial.

Ante un mundo dominado por políticos corruptos serviles a las oligarquías financieras.

Ante un mundo cuyas estructuras institucionales (OTAN, ONU, FMI, OMS, UNIÓN EUROPEA, etc.) se hallan secuestradas por los poderes fácticos.

Ante un mundo donde las religiones han convertidos sus dogmas en un dominio terrenal y sus fanatismos en pretextos para enfrentar civilizaciones y culturas.

Ante un mundo donde las personas han perdido toda capacidad de revolución por satisfacer su propio egoísmo allende del bien común de la colectividad.

Ante un mundo donde la educación, la sanidad y la justicia son instrumentalizadas ideológicamente para perpetuar una sociedad ignorante.

Ante un mundo donde la gente ya es incapaz de pensar por sí mismo porque nos quitan la filosofía de los colegios.

Ante un mundo donde los científicos son siervos de las multinacionales e incapaces de anteponer el conocimiento al servicio del pueblo.

Ante un mundo donde las guerras son un negocio rentable a costa de vidas humanas.

Ante un mundo donde la pobreza siempre le toca a los demás, hasta que llama a nuestras puertas…

Ante un mundo que ha perdido el rumbo de la cultura humana.

En fin, ante un mundo en plena decadencia civilizatoria, solo queda apelar a un renovado espíritu para una nueva era. Nada nuevo en el horizonte: Kant entrevió esa posibilidad con su “imperativo categórico”, pero se ha impuesto la “sociedad líquida” en la postmodernidad. Dicho en palabras llanas para el populacho: es la falta de compasión quien está llevando esta civilización al ostracismo de la historia.

Iluminados como John F. Kennedy, John Lennon y Martin Luther King, entre otros muchos como Jesús Cristo, fueron asesinados, siempre molestos para los poderosos.

Pero este mundo ya no aguanta tanta ignominia. El espíritu de una nueva era está despertando poco a poco en los corazones y en las mentes de los pueblos y las personas. Todos ellos ya han dejado de creer en políticos, poderes económicos como si del Santo Grial se tratara. Ya nadie aguanta tanto dolor a la Madre Tierra y a nuestros semejantes en nombre del Dios dinero y sus profetas los medios de comunicación como herramienta de ingeniería social y mental.

La explotación de la biosfera está destruyendo a la noosfera, un contrasentido holístico que hipoteca el futuro de las nuevas generaciones. El dolor es tan profundo y tan extendido como un cáncer con una metástasis galopante. Pero la herida más dolorosa es la de un ego disociado de la colectividad.

Tanto dolor, tanta manipulación, tanta ignorancia inducida y tantas guerras en nombre del ego plutocrático están incubando una revolución espiritual de proporciones insospechadas. Se está gestando el espíritu de una nueva era, imperceptible todavía para muchos que viven bajo el yugo del ego, pero perceptible para todos aquellos que ya viven en una dimensión espiritual próxima a revolucionar a esta civilización.

Todo cambio de paradigma requiere su tiempo para desbancar el pensamiento dominante. Es indudable que una revolución espiritual está en ciernes en esta civilización, la misma que intentan ahogar los imperialistas occidentales en nombre del Dios dinero. El paradigma materialista del capitalismo está desmoronando todo un sistema de creencias asentadas en la manipulación a los pueblos y que nos dura desde la Segunda Guerra Mundial.

Un nuevo despertar se está fraguando y se cimentará sobre el dolor, el sufrimiento y el nihilismo que afectan ya a tres generaciones: padres, hijos y nietos. El camino es ya irreversible, el espíritu de la nueva era se está fraguando en las conciencias de las personas de buena voluntad que han decidido trascender su egoísmo hacia la compasión. Una perenne lección que ya Platón nos anticipó con su alegoría del Mito de la Caverna, y que ahora cada cual debe hacer suya para contribuir a la salida espiritual de la humanidad. Como ya dijera Sócrates: “Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”.
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