EL CRITERIO DE DEMARCACIÓN ENTRE CIENCIA Y RELIGIÓN
Este artículo es una reproducción de las notsa 112 Y 113 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA (4ª ed.).
Extracto de la página 309:
Desde el cambio de paradigma de la física clásica a la cuántica, han corrido ríos de tinta contra los “místicos cuánticos” por parte de los científicos ortodoxos, fieles al pensamiento académico tradicional. Se abrió así una brecha epistemológica que aún perdura a día de hoy y que deja al Criterio de demarcación científico más dividido que nunca entre los materialistas científicos y los místicos cuánticos. El Criterio de demarcación o problema de la demarcación se refiere, dentro de la Filosofía de la ciencia, a cómo definir los límites que configuran el concepto “ciencia”. Las fronteras se suelen intentar establecer entre lo que es conocimiento científico y no científico, entre ciencia y pseudociencia, y entre ciencia y religión(1) . Una forma de este problema, conocido como “el problema generalizado de la demarcación” abarca estos tres casos. El problema generalizado intenta encontrar criterios para poder decidir, entre dos teorías dadas, cuál de ellas es más científica. Tras más de un siglo de diálogo entre filósofos de la ciencia y científicos en diversos campos, y a pesar de un amplio consenso acerca de las bases del método científico, los límites que demarcan lo que es ciencia, y lo que no lo es, continúan siendo profundamente debatidos. Dicha dicotomía cognitiva es un tema apasionante y puede ser consultada más en profundidad en El paradigma holográfico, una obra editada por Ken Wilber (1987) donde eminentes pensadores de diversas tendencias afrontan el gran tema de la relación entre Cerebro y Mente, Materia y Espíritu (2) .
NOTAS:
(1) El conflicto entre ciencia y religión, a decir de Sir Arthur Eddington, no desaparecerá hasta que ambas partes se confinen a sí misma cada una dentro de su propio campo (como los Dos modos de saber, diferentes pero complementarios, propuestos por Ken Wilber); todo cuanto pueda facilitarnos una mejor comprensión de sus fronteras contribuiría a consolidar el estado de paz entre los eventuales contendientes. Según reporta Ken Wilber a modo de nota, lo central para Eddington, es que la física -tanto la clásica como la cuántica- no puede en medio alguno ofrecer un apoyo positivo, ni siquiera fomentar, la concepción místico-religiosa del mundo. Lo que ocurre sencillamente es que, mientras que la física clásica era teóricamente hostil frente a la religión, la física moderna es simplemente indiferente con respecto a ella, deja tantos huecos teóricos en el universo, que cada cual puede (o no) llenarlos de elementos religiosos, pero si lo hace, debe ser fundado en motivos filosóficos (como pretende este ensayo) o religiosos. La física no puede ayudar en esto lo más mínimo, pero al menos no opone ya obstáculo alguno a esos esfuerzos. La física no ofrece apoyo a la mística, pero ha dejado de rechazarla, y este hecho-es lo que Eddington sentía- ha abierto una puerta filosófica al Espíritu.
Dicha opinión de Eddington, suscrita enteramente por Wilber - esto es, la desaparición de todo obstáculo importante, por parte de la teoría física, frente a las realidades espirituales-, sería en sí realmente una espléndida novedad, de no ser por esas promesas de la luna que vienen haciendo los escritores de la nueva era, con las pretendidas “pruebas” a favor de la mística aportadas por la física moderna. Mucha gente se siente desilusionada o decepcionada por la debilidad o la molestia aparentes de la afirmación de Eddington, cuando la realidad es que esta opinión -sustentada por prácticamente todos los físicos teóricos que aparecen en este volumen- es probablemente la conclusión más resonante y revolucionaria que haya pronunciado “oficialmente” hasta ahora la ciencia teórica acerca de la religión. Constituye un giro monumental, de los que hacen época, en la posición de la ciencia respecto a la religión; es sumamente improbable una vuelta atrás en este punto, ya que se trata de una conclusión de naturaleza lógica, y no empírica (a priori, no a posteriori); supone, por tanto, según toda probabilidad, el cierre final del aspecto más incordiante del debate secular entre las ciencias físicas y la religión (o ciencias del espíritu, geist-sciences). ¿Qué más podríamos pedir? (Cuestiones cuánticas, capítulo dedicado a Sir Arthur Eddington, una obra editada por Ken Wilber (2013) donde se recogen los escritos místicos de los físicos más famoso del mundo).
(2) Wilber (1987: 7-11) en la introducción de la obra El paradigma holográfico:
El diálogo histórico, general, entre ciencia y religión se remonta al menos a Platón, Aristóteles y Plotino (aunque el término “ciencia” no significaba exactamente lo mismo que ahora). Sin embargo, las discusiones se solían centrar antes en torno a las diferencias entre ciencia y religión, sus conflictos, sus pretensiones encontradas y aparentemente irreconciliables de verdad. Pero he aquí que, de repente, en la década de los setenta, surgieron algunos investigadores y científicos muy respetados, sobrios y cualificados -físicos, biólogos, fisiólogos, neurocirujanos- y que no hablaban con la religión, sino que hablaban de religión, y, lo que aún era más extraordinario, lo hacían en un intento por explicar los datos firmes de la propia ciencia. Los hechos mismos de la ciencia, decían, los verdaderos datos (desde la física a la fisiología) solo parecían tener sentido si se asume cierto tipo de fundamento implícito, unificador, o trascendental por debajo de los datos explícitos. (…) Estos investigadores y teóricos de las “ciencias exactas” decían que sin la suposición de este fundamento trascendental, a-espacial y a-temporal, los propios datos, los propios resultados de sus experimentos de laboratorio, no admitían ninguna explicación sólida. Más aún, y aquí estaba lo sorprendente, este fundamento trascendental, cuya existencia misma parecían exigir los datos científicos-experimentales, parecía ser idéntico, al menos en su descripción, al fundamento a-temporal y a-espacial del ser (o “divinidad”), tan universalmente descrito por los místicos y sabios, ya sean hindúes, budistas, cristianos o taoístas.
La investigación pionera del neurocirujano de Stanford Karl Pribram con su libro Languages of the Brain se ha reconocido ya como un clásico moderno. Los estudios de Pribram sobre la memoria y el funcionamiento del cerebro le condujeron a la conclusión de que, en muchos aspectos, el cerebro opera como un holograma. En otras palabras (…), la parte está en el todo y el todo está en la parte, una especie de unidad-en-la-diversidad y diversidad-en-la-unidad. El punto crucial es sencillamente que la parte tiene acceso al todo. (…) Y según Pribram, este campo podría ser muy bien el dominio de la unidad-en-la-diversidad trascendental descrito (y experimentado) por los grandes místicos y sabios del mundo.
Fue aproximadamente por entonces cuando Pribram conoció las obras del físico inglés David Bohm. El trabajo de Bohm en la física subatómica y en el “potencial cuántico” lo llevó a la conclusión de que las entidades físicas que parecían separadas y discretas en el espacio y en el tiempo estaban realmente vinculadas o unificadas de una manera implícita o subyacente. En términos de Bohm, bajo la esfera explicada de cosas y acontecimientos separados se halla una esfera implicada de totalidad indivisa, y este todo implicado está simultáneamente disponible para cada parte explicada. Dicho en otras palabras, el universo físico parecía ser un holograma gigantesco, estando cada parte en el todo y el todo en cada parte.
Aquí es donde nació el “paradigma holográfico”: el cerebro es un holograma que percibe y participa en un universo holográfico. En la esfera explícita o manifiesta del espacio y del tiempo, las cosas y los acontecimientos son verdaderamente separados y discretos. Pero bajo la superficie, digamos, en la esfera implícita o de frecuencia, todas las cosas y acontecimientos son a-espaciales, atemporales, intrínsecamente unos e indivisos. Y, según Bohm y Pribram, la verdadera experiencia religiosa, la experiencia de la unidad mística y la “identidad suprema”, podría ser muy bien una experiencia genuina y legítima de este fundamento implícito y universal.
En cierto modo, este paradigma parecía marcar la culminación de una tendencia histórica discernible: desde la “revolución cuántica” de hace cincuenta años, varios físicos han descubierto intrigantes paralelismo entre sus resultados y los de ciertas religiones místico-trascendentales. Heisenberg, Bohr, Schrödinger, Eddigton, Jeans, y hasta el propio Einstein, tuvieron una visión místico-espiritual del mundo. Con la gran afluencia de las religiones orientales a Occidente (iniciadas principalmente con los Essays in Zen Buddhism de D.T. Suzuki), estas analogías resultaban cada vez más claras y enérgicas. A nivel popular, Alan Watts empezó a utilizar la física moderna y la teoría de sistemas para explicar el budismo y el taoísmo. El libro The Medium, the Mystic, and the , de Lawrence LeShan, era una aproximación más académica. Pero tal vez no hubo libro que ocupase más el interés de eruditos y laicos por igual que el de Fritjof Capra (2000), El Tao de la Física, que tuvo un éxito enorme.
Otras voces se sumaron a las suyas: Stanley Krippner en parapsicología, Keneth Pelletier en neurofisiología, Sam Keen en la “conexión cósmica”, John Welwood en psicología, Willis Harman en la nueva ciencia, John Battista en teoría de la información y psiquiatría, y muchos más. Mención especial merecen, sin embargo, las aportaciones de Marilyn Ferguson y Renée Weber. Marilyn Ferguson (1998), cuyo libro más reciente La conspiración de acuario, supone una aportación importante a todo este tema, contribuyó materialmente (a través del Brain/mind Bulletin) a iniciar el propio diálogo general. Y Renée Weber, además de contribuir con numerosos artículos e ideas, efectuó hábiles entrevistas a Bohm y Capra que ayudaron mucho a clarificar las cuestiones fundamentales.
Uno puede estar de acuerdo o no con el nuevo paradigma, y tanto los argumentos a favor como en contra están bien representados en este libro. Y “el” propio paradigma es susceptible de toda clase de interpretaciones. Algunos investigadores han creído necesario introducir dimensiones jerárquicas y evolutivas en el paradigma. Otros no han visto una identidad estricta entre ciencia y misticismo, sino únicamente algunas analogías importantes. Otros, en fin, han cuestionado si un nuevo mapa mental o paradigma, con independencia de su aparente unidad, puede llevar realmente a la trascendencia de la mente misma (que es el verdadero objetivo del misticismo genuino). Todos estos temas se debatieron en ReVision, y todos ellos quedan recogidos en las páginas siguientes.
Mi punto de vista es este: se esté o no de acuerdo con el (los) nuevo(s) paradigma(s), hay una conclusión clara: como mucho, la nueva ciencia requiere espíritu; como poco, deja un amplio espacio para el espíritu. En cualquier caso, la ciencia moderna ya no niega el espíritu. Y eso es lo que hace época. Como ha observado Hans Küng, la respuesta normal a la pregunta de “¿Cree usted en el espíritu?” solía ser “Claro que no, soy científico”. Pero muy pronto podría ser esta: “Claro que creo en el espíritu. Soy científico”.
Este libro, como la misma ReVision, constituye uno de los primeros pasos que prepara el terreno para esa segunda, y más iluminadora respuesta.
BIBLIOGRAFÍA:
Capra, Fritjof. El tao de la física. Malaga: Sirio, 2000.
Ferguson, Marilyn. La conspiración de acuario. Barcelona: Kairós, 1998.
Wilber, Ken. El paradigma holográfico. Barcelona: Kairós, 2011.