"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)
educación

Este artículo está reproducido en la tercera parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

Este artículo es el segundo de una serie de cuatro como colaboración de Gemma Rodríguez en la obra La educación cuántica, publicado en la página 400.

A ello se ha dedicado preferentemente cada filósofo o científico a través de la historia: desentrañar cognitivamente al Ser en sus diferentes manifestaciones material, racional y moral (1)

Como Amador nos recuerda en numerosas ocasiones a lo largo del libro, la ciencia (entendida no solo como un corpus de conocimientos consolidados, sino como un paradigma explicativo cuyo modo de proceder es capaz de ofrecer planteamientos sólidos) ha consolidado muchos supuestos que han pasado a ser poco menos que dogmas de fe, asfixiando su propio proceder. Uno de los terrenos en los que el método científico no tardó en inmiscuirse, fue la comprensión de la psique y la conducta humana. Desde que W.Wund fundó en Leipzig el primer laboratorio de psicología experimental, hemos sometido las teorías psicológicas a las premisas básicas del pensamiento científico (principio de causalidad, leyes causa efecto, verificación o refutación de hipótesis mediante un experimento controlado, calculo y predictibilidad según variables...). Los paradigmas psicológicos dominantes incidían principalmente en la conducta de los individuos, extrayendo conclusiones generalizadas ante la recopilación estadística de informaciones. El estudio de la conducta en estos términos, fundamentó a lo largo del siglo pasado muchas teorías que favorecían y legitimaban los esquemas prototípicos del neoliberalismo: desde el mundo del marketing hasta el de la medicina, todos los saberes se han nutrido de estos estudios sobre el sujeto. Muchos de sus supuestos adoptaron igualmente esa forma rígida y autodestructiva para los propios paradigmas que es anquilosarse en lo que se consideran como logros absolutos: complacerse a mitad del camino y descansar, al fin y al cabo.

La psicología ha jugado un papel crucial en las explicaciones que conciernen a la educación y, por ello, no es extraño que en sus presupuestos más básicos se haya impregnado de esa racionalidad científica que no termina de desprenderse de los modelos sujeto-objeto, pensamiento-realidad, esencia-apariencia... La comprensión de la conciencia que sostiene la psicología cognitivo conductual dominante es egocéntrica en el sentido más primitivo de la palabra: pone al ego en el centro de la investigación, primando el peso de la parte racional de nuestros seres en la explicación de nuestra psique. La nueva pedagogía ha de llevarse a cabo desde una destrucción de la idea de sujeto y de individualidad moderno y debe hacerse eco de que, más allá de las visiones fragmentadas de la postmodernidad, existe un “sujeto global” cuya supervivencia pasa por la asunción colectiva de valores universales perennes. El papel de la filosofía en la construcción de una pedagogía renovada es, en este sentido, fundamental: los supuestos de la filosofía perenne han de alumbrar el discurso científico y despojarlo de toda referencia al egocentrismo. Pero ¿cómo podría la filosofía abordar tal tarea y en qué podría consistir esta nueva pedagogía? Nada más complejo que lo simple: la respuesta está en el amor. La filosofía es el saber del amor por excelencia y ama precisamente aquello que puede hacernos evolucionar como especie hacia un “nosotros” superado: la filosofía ama los pensamientos. En las aulas, invitar a pensar ha sido una práctica muy en desuso durante demasiado tiempo: la autonomía del alumno se elimina como objetivo deseable. Desgraciadamente, y como ya dijera Kant, solo la autonomía puede darnos una mayoría de edad aceptable.

El método científico se auto-limita, de este modo, sin la alianza con el trascendental. La filosofía transpersonal , en este sentido, aporta la posibilidad de aunar los presupuestos de la filosofía perenne y los principios del método científico. La utilidad de la filosofía a este respecto se pone de manifiesto en prácticas como el asesoramiento filosófico, metodologías de filosofía para niños, gabinetes de asesoramiento... El planteamiento transpersonal, como una ciencia de la conciencia, ofrece herramientas para hermanar lo mejor de ambos métodos y, con ello, conseguir una pedagogía renovada acorde con la necesidad de superación del egoísmo colectivo. Las políticas públicas en materia de educación tienen, en este momento en España más que nunca, el deber de fomentar y sostener prácticas educativas acordes a todo aquello que sabemos sobre nosotros como especie: una educación holística e integral se hace cada vez más necesaria para la libertad y la autonomía de las conciencias.

Los proyectos llevados a cabo por las escuelas activas son una esperanza al respecto: las metodologías por proyectos, alejadas del ritmo evaluativo de los exámenes y la repetición memorística, fomentan la intersubjetividad como un proceso saludable en la búsqueda compartida del conocimiento. Esta búsqueda compartida, en la que el aula o grupo de trabajo deviene una comunidad de diálogo, es de suma importancia ya que los modos de obtener conocimiento condicionan enormemente los resultados. Las experiencias de aprendizaje bajo niveles reducidos de estrés, implicación emocional con los otros, fijación de objetivos de investigación a corto y largo plazo, inclusión de prácticas simbólicas cotidianas mediante el juego... Muchísimas son las pedagogías que nos demuestran que:

-Aquello que se experimenta como agradable es más fácilmente asimilado.

-Aquello por lo que generamos una inquietud o tendencia espontánea incita un mayor grado de motivación en nosotros.

-Las experiencias cognitivas que hacen protagonista al alumno (y no al profesor o al examen…) son más enriquecedoras en el fortalecimiento de la autonomía.

-La investigación es uno de los procesos naturales de aprendizaje que poseemos como especie.

-La comunidad de diálogo e investigación conjunta es igualmente fundamental en el aprendizaje humano.

Como Amador comenta en su libro, la transición hacia estos modos de entender la educación se lleva a cabo actualmente en el seno de colectivos, asociaciones y proyectos que, aunque minoritarios en muchos casos, deciden apostar por modelos menos rígidos en los que la experiencia educativa parta de la propia naturaleza del ser humano: el amor al saber. Si los filósofos y científicos tienen como cometido desentrañar el Ser, no es menos cierto que nuestro cometido particular como personas es habérnoslas con nuestro ser y con el de nuestros semejantes. En este sentido, el augurio de Amador Martos en su dinámica espiral no puede ser menos que acertado: un futuro en el que la racionalidad espiritual emerja como consecuencia de que las conciencias particulares se han descubierto y reconocido como partes de un todo mayor.

REFERENCIA:

(1) A. Martos García. La educación cuántica, un nuevo paradigma de conocimiento. p.189 (1ª edición).