"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)
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Este artículo es una reproducción del capítulo 1 “EL VIEJO MUNDO” de la segunda parte de LA EDUCACIÓN CUÁNTICA

Efectivamente, la filosofía académica actual se encuentra en preocupante estancamiento. Pero no de ahora. Cuando estudiaba filosofía en la facultad de Barcelona, allá por los años ochenta, lo hice con un sabor agridulce. Dulce e ilusionante porque accedía a la universidad tras pasar el examen de acceso para mayores de veinticinco años. Dulce y emocionante porque, para un hijo de un emigrante minero, era bien difícil ascender hacia el Mundo de las Ideas. Dulce y esperanzador, porque salía de la caverna platónica para dirigirme hacia la luz. Pero también agrio mi paso por la universidad porque quedé decepcionado en la manera en que se enseñaba la filosofía.

Bajo mi humilde entender, bucear en la filosofía durante tantos años de estudio para tener en la cabeza cuarenta mil propuestas de otros tantos pensadores, pues que quiere que le diga al lector, para sacar el trigo entre tanta paja, había que ser un avispado investigador. Decididamente, no salí de la universidad con las ideas claras, seguramente, porque no encajaban con mis estudios esotéricos realizados antes de mi entrada en la universidad. Vi claramente que las universidades eran instrumentos racionales y pragmáticos carentes de una visión integradora con la espiritualidad, la cual sí me proveía mis estudios esotéricos al margen de lo que decía la oficialidad en la universidad. Simplemente, en mi esquema mental, la racionalidad y la espiritualidad no estaban integradas, sino disociadas. Milagrosa o causalmente, fue Wilber mediante su obra Sexo, Ecología, Espiritualidad quien, en una sola lectura, supo enseñarme la historia exotérica de la filosofía, pero también la esotérica, siempre los dos contrarios de Heráclito(1) .


Nota (1):

Heráclito de Éfeso fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció hacia el 484 a. C. Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor (actual Turquía). Como los demás filósofos anteriores a Platón, no quedan más que fragmentos de sus obras, y en gran parte se conocen sus aportes gracias a testimonios posteriores. Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa: se refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas. Todo este fluir está regido por una ley que él denomina Logos. Este Logos no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla al hombre, aunque la mayoría de las personas “no sabe escuchar ni hablar”. El orden real coincide con el orden de la razón, una “armonía invisible, mejor que la visible”, aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no desprecia el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia. Era conocido como “el Oscuro”, por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir y del pensamiento dialéctico. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: todo fluye. Los dos pilares de la filosofía de Heráclito son: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el Logos, la razón universal, lo rige: “Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue”. El hombre puede descubrir este Logos en su propio interior, pues el Logos es común e inmanente al hombre y a las cosas.