"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

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LA CRISIS DE LAS HUMANIDADES EN LA ACTUALIDAD: CAUSAS Y CONSECUENCIAS

Hay una interrelación de causas históricas, filosóficas, científicas, sociológicas, psicológicas, educacionales y espirituales implicadas en la crisis epistemológica que padece la cultura occidental. La trascendencia de dicho abismo cultural no puede provenir de una filosofía materialista ni de una ciencia positivista sino de las Humanidades y, más concretamente, mediante una paradigmática evolución desde la académica filosofía tradicional hacia la filosofía transpersonal, lo cual propugna inherentemente una educación transracional como misión espiritual para una sanación trascendental del sujeto cognoscente.

La filosofía tradicional se sustenta en una epistemología de lo conmensurable mediante el dualismo sujeto-objeto que ha dominado en el pensamiento Occidental hasta la llegada de la física cuántica (“ello”), y requiere de una complementación cognitiva mediante la hermenéutica de lo inconmensurable cuyos campos de estudio son la profundidad del “yo” y la intersubjetividad de todos “nosotros”. En la modernidad, estas tres esferas (ello-yo-nosotros) fueron diferenciadas por Kant mediante sus Tres Críticas: la naturaleza (ello), la conciencia (yo) y la cultura (nosotros). Y la misión de la postmodernidad mediante las humanidades es integrar los individuos (yo) en una conciencia colectiva (nosotros) mediante una filosofía transpersonal que incorpore una ética epistémica bajo una episteme transracional.

Así, la brecha epistemológica de Occidente es una brecha entre la racionalidad y la espiritualidad, y requiere de una renovada interpretación de la historia del pensamiento, su ciencia y la propia espiritualidad pero, eminentemente, desde un revisionismo de la psicología cognitiva y educativa. Tantos cambios de paradigmas vislumbran la convergencia de la ciencia, la moral y la estética como primer objetivo humanístico a ser impartido en las universidades mediante una educación transracional que contemple a la filosofía transpersonal. La filosofía transpersonal es una disciplina que estudia la espiritualidad y su relación con la ciencia así como los estudios de la conciencia, y propone la integración entre la epistemología de lo conmensurable y la hermenéutica de lo inconmensurable mediante una intuición moral básica aprehendida desde la no dualidad por el sujeto cognoscente.

La filosofía tradicional surgida de la modernidad (razón egóica) ha desembocado en el pensamiento único neoliberal y ha secuestrado a la racionalidad colectiva expresada en las democracias occidentales mediante el yugo de una plutocracia. Del mismo modo que la filosofía escolástica supeditó la razón a la fe, el economicismo neoliberal ha sometido la razón al servicio de la fe ciega en los mercados económicos globalizados a manos de Los amos del mundo, todo un terrorismo financiero contra la humanidad. Al reincorporar la espiritualidad en la razón humana, la filosofía transpersonal es una renovada visión y una superación paradigmática de la filosofía tradicional y, por tanto, un giro participativo hacia el misticismo y el estudio de las religiones (Teología), cuestiones que convergen inevitablemente con la metafísica (Filosofía).
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capitalismo

LAS HUMANIDADES Y LAS CORPORACIONES

Un artículo de Aldo Mazzucchelli, Doctor en filosofía por la Universidad de Stanford.

Las profesiones humanísticas no tienen siquiera autonomía financiera: dependen de las dádivas entregadas por sus propios enemigos epistemológicos.



«He escrito un libro que sospecho no será de agradable lectura para los profesores y los estudiantes de doctorado, puesto que no sólo he indicado sino también fundamentado cuáles son las fuerzas de mercado y las prácticas institucionales profundamente entrelazadas que, eventualmente, nos destruirán. Pinto lo que podría llamarse un cuadro inequívocamente sombrío acerca de lo que depara el futuro para los profesores de humanidades, y no ofrezco nada en el sentido de soluciones estimulantes a los problemas que describo. Pienso que los profesores de humanidades han perdido ya la capacidad de rescatarse a sí mismos».

Lo que antecede es una cita textual extraída del prefacio de The Last Professor. The Twilight of the Humanities in the Corporate University, por Frank Donohue (La edición Kindle está disponible por doce dólares). Como se entiende enseguida al leer la cita, Donohue no cree que haya ninguna crisis, es decir, no cree que se trate de una coyuntura que plantea desafíos nuevos que pueden ser resueltos. Lo que él cree es que simplemente el proyecto histórico de enseñar las disciplinas humanísticas en una relación de estudiante-profesor ha muerto, y que no hay nada serio que hacer al respecto. Fin de la historia.

Los argumentos de Donohue son persuasivos, y resumen bien un costado de lo que se viene debatiendo en torno al posible o imposible futuro de las humanidades. Stanley Fish aventuraba que, ante el creciente desafío planteado a las humanidades por un contexto de mercado cada vez más radicalmente centrado en la utilidad y los resultados cuantificables (y beneficiosos financieramente), la única respuesta era reivindicar la autonomía y la belleza del desinterés: el saber no puede arbitrarse o juzgarse a partir del mundo de la utilidad, pues el saber tiene su virtud en sí mismo y no se lo busca para algo exterior a sí mismo.

Los administradores financieros de las universidades del mundo real -salvo unas pocas con muy anchas espaldas en términos tanto de tradición académica como de dinero, como Harvard, Stanford o Yale- no parecen haber sido mayormente persuadidos por tal argumento.

Es precisamente lo que argumenta Donohue a lo largo de las densas 180 páginas de su libro. El problema que la «universidad de las corporaciones» como la llama Donohue plantea a las humanidades tiene más de un siglo de existencia. Los ataques a las humanidades vienen de la visión que dice que cosas como la filosofía o la literatura son pérdidas de tiempo y carecen de utilidad en el mundo de los negocios. Andrew Carnegie, el magnate de la industria, dijo una vez que la educación tradicional en un college americano dejaba a los graduados «bien adaptados para la vida en otro planeta» y que el tiempo gastado en Shakespeare y Homero era tiempo perdido, mientras que Richard Teller Crane, fundador de una compañía con base en Chicago que es hoy parte de las 500 de Standard & Poor's, afirmó en 1909 que «nadie que tenga gusto por la literatura tiene derecho a ser feliz» puesto que «los únicos hombres con derecho a la felicidad en este mundo son los que resultan útiles para algo».

Observa Donoghue que ya defensores de la educación como Thorstein Veblen o Upton Sinclair arguyeron que tal aplicación de estándares comerciales era cruda e injusta. Sin embargo, los valores de las corporaciones han logrado estructurar el campo mismo de la universidad en el que todavía sobreviven los profesores y los departamentos de humanidades. Se trata de una situación en la que las profesiones humanísticas no tienen siquiera autonomía financiera: dependen, para poder desarrollar su trabajo, de las dádivas entregadas por sus propios enemigos epistemológicos.

Las citas de Carnegie o Teller, ¿son atrocidades y extremismos o son meramente la forma más expuesta y directa de decir exactamente lo mismo que piensa hoy la mayor parte de administradores y dirigentes de las universidades alrededor del mundo? Para contestar la incómoda pregunta basta mirar cuál es el espacio y los recursos dados a las humanidades en la universidad contemporánea. Enseguida se comprobará -siguiendo con el caso de Estados Unidos, que por muchas razones sirve de fundamental punto de referencia- que a partir especialmente de la crisis económica de 2008 ha abundado la información referida a cierres o severos cortes afectando a los departamentos de humanidades, y que el argumento subyacente es crudamente económico: si tengo que recortar, recorto primero lo más superfluo.

Esta relación entre la ideología de las corporaciones y la educación en humanidades tiene también una historia, y Donoghue propone una lectura de ella que hila más fino al definir etapas y contenidos.

Durante la etapa inicial de expansión del capitalismo monopólico y no regulado, las corporaciones meramente vieron a las humanidades como inútiles. En cambio, «los industrialistas maduros de los años cuarenta, cincuenta y tempranos sesenta en cierto modo apoyaron las humanidades como defensa contra lo que se veía como una desalmada Unión Soviética. […] La América de las corporaciones vio nuestro mensaje como útil durante esos años, y el boom que vivieron las humanidades en la segunda posguerra se debe en parte a la buena voluntad del gobierno y las corporaciones, por vago y mal examinado que haya sido el esfuerzo hecho en apoyarnos. Luego, desde el comienzo de la era Reagan, las corporaciones han visto a la educación superior como un fastidioso problema laboral. El desmontado del profesorado norteamericano es parte de la casualización del trabajo en general, un fenómeno que comenzó en 1980 y se ha acelerado desde entonces».

Lo paradójico es que debido al aumento del número de estudiantes en la educación superior, las universidades han seguido necesitando y contratando profesores, para desmayo de quienes desearían que las universidades funcionasen estrictamente como una empresa, optimizando eficacia, eficiencia y ganancias.

Ese aumento de contrataciones, sin embargo, ha ocurrido al tiempo que va ocurriendo un proceso de creciente «casualización» del contrato laboral: cada vez son menos los profesores con contratos estables, bien remunerados, y con buen equilibrio entre tiempo para la investigación y tiempo de docencia. En cambio, aumentan geométricamente los ayudantes, asistentes, profesores en relaciones laborales inestables, peor pagos, y con mucho menor tiempo para la investigación.

El taylorismo (eficiencia, productividad y utilidad) sigue estando en el trasfondo de las críticas contemporáneas a las humanidades, cuyo contenido no ha evolucionado demasiado desde los tiempos a su modo heroicos de Crane y Carnegie. Y la pregunta de Robert Zemsky citada por Donoghue es bastante incómoda aún hoy. Es la siguiente: «Empresa y mercado han demostrado ser exitosos, ¿por qué razón no pueden operar las universidades más como empresas? ¿Por qué no pueden tener inteligencia de mercado?» Donoghue teme que las humanidades sean completamente incapaces de responder a esta pregunta.

El 'caballo de Troya' de las Humanidades

Ahora bien, dejemos a Donoghue para observar un punto clave que hasta ahora ha quedado en el trasfondo de esta secuencia. Aunque la incapacidad de la Academia para responder la pregunta de Zemsky no signifique que la discusión teórica o filosófica, es decir, la discusión dada en el campo de batalla y según las armas de las humanidades, sea ganada por las corporaciones, sí podría significar que la discusión en sí misma se termine, lo cual es una derrota para las humanidades tout court. Es decir, que en los hechos, el asunto quede en el campo de batalla y según las armas de las corporaciones, para las cuales semejante discusión teórica y epistemológica no es algo en lo que haya que entrar, sino simplemente algo que carece de sentido de antemano. Dicho de otro modo, algo sobre lo que hay que actuar.

Esto último plantea un nuevo aspecto de la discusión, que se considerará en seguida. Me refiero a la medida en la cual la legitimación de la discusión misma acerca del futuro de las humanidades está en manos de la tradición humanística, o fuera de ella. Lo cual tiene que ver con una discusión más fundante, que atañe al tipo de teorías con el que las humanidades mismas han justificado su existencia y su razón de ser en los dos últimos siglos. Esa discusión teórica ha mostrado cómo el caballo de Troya (para usar una imagen de tradición humanística) de la utilidad y la objetivación del sujeto se ha metido dentro mismo de los fundamentos del campo, esencialmente enemigo, de las humanidades.

Los resultados están a la vista. Las humanidades parecen haber preparado, debido precisamente a su nobleza y su compromiso con el examen crítico de todos los aspectos de cualquier cuestión, su propia destrucción.
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HACIA UN MUNDO DESHUMANIZADO

Un artículo de Mario Agudo.

El titular de esta columna de opinión suena a sensacionalista, pero el destierro progresivo de las Humanidades en los planes de estudio podría traernos una realidad parecida en la práctica. No se trata de ser un agorero, sino de observar los síntomas que ya se van produciendo y considerar qué puede ocurrirnos a largo plazo si continuamos con esta tendencia. Vivimos un
cambio de paradigma en todos los sentidos, el fin de una época y el comienzo de otra que no sabemos lo que nos deparará. Por tanto, conviene estar alerta.


El siglo XXI es, sin lugar a dudas, el siglo de la tecnología. Avanzamos a un ritmo mucho más vertiginoso que en épocas pretéritas, casi más rápido de lo que nuestras mentes pueden asimilar. El salto tecnológico entre las generaciones de comienzos del siglo XX y las actuales es abismal. No hace mucho mi hijo, de siete años, me preguntó extrañado la razón por la que al teléfono móvil le llamábamos así, si todos son móviles. Como esta anécdota, podemos enumerar muchas otras, tantas como nuestra vena masoquista lo permita.

El avance de la tecnología ha traído también como consecuencia un mundo más conectado, más informado, pero paradójicamente, más personalista y menos crítico. Nos Hemos convertido en una sociedad tecnificada y compleja, orientada al éxito profesional y al retorno económico, en la que la educación se ve como un medio y no como un fin. Los sistemas educativos tratan de mantener la máquina en funcionamiento y para eso se requieren perfiles cada vez más técnicos, más especializados. Nuestros planes de estudio tienen, por ello, una vocación práctica y las Humanidades quedan así en fuera de juego.

Esta concepción parte de dos planteamientos erróneos: una absurda división entre ciencias y letras, como si el conocimiento se pudiera compartimentar, y una confianza extrema en la ciencia como solución de todos los males de la sociedad. La formación integral de una persona no pasa solo por su capacitación técnica, sino también por su capacitación como tal, como ser humano. Las Humanidades, como decía hace poco tiempo Carlos García Gual, nos hacen críticos. Nos ayudan a entender nuestra posición en el mundo porque tratan sobre las grandes cuestiones, no sobre lo efímero.

Y antes hablaba de síntomas. Los hay. No tenemos más que asomarnos a las redes sociales. Como he sostenido en algunos artículos y en congresos en los que he tenido la ocasión de participar, las redes sociales no son negativas, están llenas de oportunidades si sabemos aprovecharlas. Son el boca a boca por escrito y, por tanto, son el tapete por el que desfilan nuestras virtudes y nuestras miserias. Si las redes reflejan una sociedad podrida es porque la sociedad realmente está podrida, por tanto, sobre lo que tenemos que reflexionar es sobre la dolencia, no sobre el instrumento que nos permite diagnosticarla.

Pero no todo es responsabilidad de las instituciones que nos gobiernan. El conocimiento está ahí, tenemos una gran cantidad de recursos y herramientas para encontrarlo, solo hace falta tener la suficiente voluntad como para recorrer el camino por uno mismo. Se trata, quizás, del mejor sendero que uno pueda emprender: el conocimiento de uno mismo, porque eso nos llevará al conocimiento de los demás y, por extensión, de nuestro entorno y de nuestras circunstancias. Parapetarse en el destierro de las Humanidades es cómodo, pero no debe ser la excusa para dejarnos llevar por la riada de superficialidad que arrasa con nuestro principal rasgo diferenciador como especie: la razón.
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William Criado

MENOS STEM Y MÁS PLATÓN. EN EL FUTURO DE LA TECNOLOGÍA, LOS ESTUDIANTES DE HUMANIDADES SERÁN MUY BUSCADOS

Menos STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés) y más Platón. Aunque las carreras técnicas son altamente demandadas en nuestra sociedad actual (y no hay signos de que vaya a cambiar la tendencia en los próximos años), los estudios de humanidades no solo siguen siendo importantes, sino que algunos expertos alzan la voz para que no caigan en el olvido y para que se dote a los fríos números.

SI LO DICE EL MIT, POR ALGO SERÁ

El prestigioso MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) consideraba ya hace un par de años que las humanidades eran tan importantes como las carreras técnicas. Muchos graduados del MIT (desde médicos hasta ingenieros) han dado testimonio de la utilidad del estudio de una amplia gama de disciplinas, citando cursos de historia, literatura y filosofía como crucial para el desarrollo de su empatía y habilidades de pensamiento crítico.

Afirmaciones que están apoyadas y respaldadas por diversos estudios realizados por la Association of American Colleges & Universities, que aseguran que la mayoría de los puestos de trabajo están más relacionados con la creatividad de los graduados, el trabajo en equipo y las habilidades de comunicación que con su conocimiento específico de la materia. El desarrollo de estas capacidades transversales es especialmente importante en una época de rápida globalización y cambio económico.

MUCHOS CEO SON HUMANISTAS, NO CIENTÍFICOS

De hecho, según una encuesta de 2012 realizada entre 652 CEO y jefes de producto en EE.UU., el 60% de estos directivos tenía grados en humanidades. Otro estudio de los CEO del FTSE 100 pone de relieve que el 34% de ellos había estudiado Artes, Humanidades y Ciencias Sociales, frente al 31% con estudios de Ciencia y Tecnología.

En 2011, de los 650 miembros del Parlamento del Reino Unido, el 10% tenía una cualificación científica frente al 65% que lo poseía en Arte, Humanidades o Ciencias Sociales.

Y, sin embargo, entre 2007 y 2013, la aportación de la Comisión Europea a los estudios de lo Social y Humanidades fue sólo del 1,06% de su presupuesto total de la investigación, según datos de 4Humanities.

LAS HUMANIDADES TE LLEVAN A PREGUNTARTE EL PORQUÉ

La profesora de filosofía en Stanford, Helen Longino, enumera en un artículo algunas de las razones por las que el estudio de estas ramas no técnicas sigue siendo importante.

Así, recuerda esta experta que a través de la exploración de las humanidades aprendemos a pensar de forma creativa y crítica, y que nos sirve sobre todo para hacernos preguntas (la base de todo desarrollo y avance). Debido a que estas habilidades nos permiten tener nuevas ideas sobre todo (desde la poesía y la pintura hasta los modelos de negocios y la política), las materias humanísticas han estado en el corazón de una educación de artes liberales desde que los antiguos griegos las utilizaran por primera vez para educar a sus ciudadanos.

Además, es a través de la investigación sobre la experiencia humana como se añade conocimiento sobre nuestro mundo, aprendiendo, por ejemplo, los valores de las diferentes culturas. Las humanidades nos sirven para conservar los grandes logros del pasado, nos ayudan a entender el mundo en que vivimos, y nos dan herramientas para imaginar el futuro.

El conocimiento humanístico proporciona la base ideal para explorar y comprender la experiencia humana. La filosofía puede hacernos pensar sobre las cuestiones éticas. Aprender otro idioma nos permite apreciar las similitudes en diferentes culturas. Leer la historia nos ayudar a entender mejor el pasado y nos ofrece una imagen más clara del futuro.

POR UNOS TÉCNICOS MÁS HUMANISTAS

Parece claro, pues, que los fríos números, los cálculos matemáticos, la ingeniería de proyectos y el desarrollo de toda tecnología debe ir de la mano de las vertientes más humanas y sociales y que hay que poner en valor el estudio de todas estas ramas para tener una visión global que permita un desarrollo justo.

Hay universidades en España que están ya aplicando esta combinación de estudios, aunando una parte más matemática y otra más humanista. Por ejemplo, la Rey Juan Carlos ofrece un doble grado de Criminología e Informática en el que se estudia desde derecho e historia de la criminalidad hasta principios de economía, matemáticas o programación.

El Instituto de Empresa también busca aunar los valores de la tecnología y las humanidades en diversos estudios.

El reto de estos estudios es combinar, pues, estas dos ramas (científicas y humanidades) para que se logren unos avances técnicos más humanistas para evitar algo que el propio MIT asegura que ya está pasando: uno de cada cuatro proyectos tecnológicos fallan porque no tienen el contexto cultural y humanista suficiente.
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LAS HUMANIDADES FABRICAN INÚTILES

Un artículo de Alejandro Prada Vázquez, investigador de la Universidad de Oviedo.

Lo humano ahora es distinto: hemos pasado de la especulación y el interés por el saber a la constatación de que podemos vivir sin Cervantes o Velázquez, pero no sin dinero.


Las humanidades fabrican inútiles, todo el mundo lo sabe. Por eso, avergüéncense de sus hijos, de las amistades que se hayan podido formar o estén formándose en alguna de esas disciplinas intempestivas. Avergoncémonos todos de esta persistencia que mantienen algunos en lo que ya no es civilizado: hoy, ahora, ya mismo, la única manera de no ser un salvaje es perseguir el éxito, y su medida no es otra que la cantidad de monedas y billetes que se puedan acumular con la mayor presteza posible. ¿Qué produce un filósofo o un historiador del arte, qué riqueza genera para sí o para la sociedad? Ya hemos comprobado que si algo avanza a contrapelo del negocio es que ese algo es intrascendente. Por otro lado, el pensamiento político, independientemente de su color, pone su énfasis sin dilación, su centralidad misma, en el deseo económico de las personas civilizadas y, ¿acaso puede equivocarse el pensamiento político tan rotundamente?

Todos contamos en la familia o entre nuestros amigos con este tipo de gente que se desliga inconscientemente (esperemos) de la civilización, que persisten en lo que únicamente son vestigios para despreocupados. Aceptemos de una vez por todas que las humanidades son un conjunto de disciplinas desfasadas, accesorias e intrascendentes, útiles para lo inútil (el doble de inútiles por tanto), encargadas de adherir a lo esencial de la cultura sutilezas innecesarias: hemos asumido para nuestro bien que la cultura sólo es tal en cuanto no implica esfuerzo y que nada tiene que ver con reflexiones abstrusas sobre asuntos que no resultan rentables. Ya basta de esa tendencia arcaica que consiste en ocuparse de bagatelas históricas, como hacen estos nuevos salvajes, de desentrañar las variaciones que una palabra haya podido sufrir desde que fue utilizada por primera vez, de hacerse preguntas sobre un cuadro que tiene tres colores y medio. Lo humano ahora es distinto: hemos pasado de la especulación y el interés por el saber a la feliz y necesaria constatación de que en pleno siglo XXI podemos vivir sin Cervantes o Velázquez, pero no sin dinero.

El mito del buen salvaje se materializa de alguna forma en ellos y nosotros, desde la cumbre de la evolución, los aceptamos con la condescendencia que nos merece cualquier recóndita tribu. Les hemos dejado actuar y sentirse respaldados (puede que más de lo necesario) porque sabemos que podemos extinguirlos, hundir su vida selvática, quemar sus chozas de razón y rasgar sus vestimentas de palabras en el instante que nos convenga. ¿Qué es hoy nuestra historia sino la tácita batalla contra el pensamiento que no genera riquezas inmediatas? Esta conflagración es un enterramiento tolerado y ya nadie se engaña o asusta al constatarlo. Nuestro tiempo, un tiempo en el que tintinean las fortunas y no cesa la producción, no está para cargar con las veleidades del conocimiento, con esta retahíla de enamorados de lo que ha muerto.

Estos niños y niñas de la imprenta que aún parecen avanzar a cuatro patas no sabrán ponerse en pie por sí mismos y discurrir al paso bípedo que marca la civilización. Por ello es fundamental reconducirlos, hacerlos virar hacia el futuro lo antes posible, y trabajar para que no surjan de nuevo en nuestros sistemas educativos. Se hace obvio entonces que no parece suficiente reducir las horas de estas asignaturas en los colegios. Ante todo, sería necesario comunicar al alumnado, desde el comienzo de su educación, las razones por las que semejante tipo de disciplinas resultan perniciosas para el devenir de nuestras sociedades y para su propio destino. La elaboración de un breve Manual contra las Humanidades, en el que se argumentase implacablemente contra ellas, se torna insoslayable mientras éstas pervivan. Así, en pocas generaciones podríamos arrancarle definitivamente la voz a lo extemporáneo. Si existe un deber político para nuestro tiempo, social también, es el de inspirar un modo de vida que permita la supervivencia de nuestros valores y caprichos, unos valores y caprichos que son el dorado fruto de dar cumplimiento a nuestras pragmáticas aspiraciones.

Un estudiante de humanidades, una investigadora perteneciente a cualquiera de estas periclitadas disciplinas, al igual que sus docentes en trance de ser merecidamente fosilizados, están más cerca del museo que del bien común.

En todo caso, lo más vergonzoso para nosotros es que tanto ellas como ellos, los jóvenes de hoy, herederos del salvajismo que hoy representan las humanidades, persisten con vano estoicismo en mantenerse inútiles, recorridos siempre por esa determinación que sólo tienen en los ojos los locos y los inconscientes, en mostrarse optimistas a pesar de que difícilmente podrán encontrar un trabajo de lo suyo, sabiendo que probablemente se hayan esforzado para nada. Así que si pueden abofetéenlos, sáquenlos ya de su sueño infantil e inútil y pónganlos a vivir para el éxito. Luego congratúlense, porque con ese acto civilizatorio ya podrán ustedes considerarse absolutamente civilizados.
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EL DEBATE SOBRE LA NECESIDAD DE LAS HUMANIDADES: ¿QUÉ HUMANIDADES? ¿NECESARIAS PARA QUIÉN?

Un artículo de José María Torralba, Profesor Titular del Departamento de Filosofía y Director del Instituto de Antropología y Ética, en la Universidad de Navarra.

La quejumbre sobre la situación de las humanidades es parte del paisaje educativo. En nuestro país cada vez son menos los estudiantes que eligen Grados de Artes y Humanidades y en las reformas del bachillerato se sustituyen las materias filosóficas por otras que fomenten el emprendimiento y la empleabilidad (lo cual aparte de ser un problema en sí mismo, se convierte en una “profecía autocumplida” ya que reduce las posibilidades laborales de los “humanistas”, entre quienes abunda el interés por la docencia). En el extranjero la situación no es mejor.


Recientemente se ha comentado en este mismo blog (ver aquí) el llamativo caso de Japón. Y en USA, políticos de uno y otro signo, insisten sin reparos en que lo que el país necesita no son graduados en arte o literatura, sino en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). Por su parte, los defensores de las humanidades no dejan de clamar contra tales despropósitos, con la desazón de saber que tienen la batalla perdida de antemano.

Hasta aquí, la historia de siempre, con sus conocidas posturas aparentemente irreconciliables. A veces, en este tipo de debates sin visos de solución, lo que permite avanzar es cambiar el marco o encuadre, es decir, la perspectiva desde la que se plantea el asunto. Con este fin, trato de responder a las dos preguntas que aparecen en el título.

En primer lugar, es preciso aclarar qué entendemos por humanidades. Hay que distinguir entre los estudios especializados “de Letras” (como los actuales Grados de la rama de Artes y Humanidades) y esa educación humanística general que sería tan beneficiosa para cualquier estudiante. En este sentido, por ejemplo, resultaría que no porque hubiera más graduados de Letras necesariamente la educación universitaria sería más humanista. Además, en el concepto de humanidades debe incluirse la comprensión científica y tecnológica de la realidad: los de Letras también necesitan las Ciencias para su formación intelectual. En segundo lugar, interesa preguntar por qué y para quién son –supuestamente– tan necesarias las humanidades. La respuesta obvia es: “Para adquirir cultura, para ser una persona culta”. Aquí, de nuevo, resulta útil distinguir la llamada “cultura general” de la cultura en el sentido en que la utiliza, por ejemplo, Ortega y Gasset: sistema de ideas desde la que el tiempo vive. La “cultura general” es importante, pero –por así decir– opcional.

En cambio, la educación humanística es tan necesaria porque, sin ella, las personas y la sociedad irían a la deriva, sin comprenderse a sí mismas y, por tanto, sin poder ejercer su libertad. Por seguir con las metáforas orteguianas, un mundo así sería “infrahumano”.

Una de las principales dificultades para enmarcar adecuadamente el debate sobre las humanidades procede precisamente de nuestra tradición universitaria: la francesa o napoleónica. En la mayor parte de los países “latinos” se entiende que la universidad tiene como finalidad principal la cualificación profesional (superior). Los estudiantes eligen su Grado, en gran medida, pensando en la expectativas laborales. Y lo habitual es que los planes de estudio ofrezcan una formación lo más especializada y abarcante posible. La “liberalización” del antiguo listado de titulaciones oficiales del Ministerio –al margen de sus aspectos positivos– ha confirmado y acentuado esta deriva: por regla general, lo que se ofrece es una formación cada vez más especializada de áreas de conocimiento, a su vez más reducidas. El estudiante, desde su primer semestre, entra en un carril desde el que casi puede ver ya el puesto de trabajo en el que terminará a la salida del túnel de los años universitarios. Y si no lo ve, se pone nervioso porque sabe que nuestro mercado laboral tiene escasa flexibilidad y apenas deja margen para la creatividad. Por natural que nos parezca, lo cierto es que la situación es muy distinta en las tradiciones alemana, inglesa o estadounidense, con sus major y minor o Haupt- y Nebenfächer.

Este “encarrilamiento” de los estudios universitarios provoca que las humanidades se entiendan como preparación especializada y profesionalizante; y que, además, se sitúen, por definición, en un carril distinto al de las ciencias o las ingenierías.

Entendidas de esta manera, las humanidades no están en la mejor posición para ofrecer la cultura que precisa nuestra sociedad.

Las humanidades que la universidad necesita son las que en los Estados Unidos se incluyen en el core curriculum, es decir, la formación esencial o general, obligatoria en los diversos planes de estudio. Un buen core curriculum se caracteriza, primero, porque incluye materias de Letras y de Ciencias, ya que pretende orientar al estudiante en el mundo y la sociedad; segundo, no tiene un planteamiento meramente teórico o “científico” sino también existencial: se propone ayudar a madurar vital e intelectualmente; y, por último, es un plan de estudios estructurado, cuyos contenidos son habitualmente los “clásicos” del pensamiento, el arte y la literatura, es decir, que no se limita –como sucede con frecuencia– a ofrecer un popurrí de asignaturas “interesantes” para mejorar la cultura general.

A pesar de lo que pueda parecer, en absoluto se trata de un invento yankee. La idea es tan antigua como la propia institución universitaria. Es, por ejemplo, lo que había propuesto Ortega con su idea de una “Facultad de Cultura”, al lado del resto de facultades de Ciencias y de Letras. Y es lo que, desde hace unos años, vienen promoviendo cada vez más universidades europeas. De ello se discutió hace unos meses en el primer congreso europeo sobre el tema, precisamente en Holanda, un país que está abanderando este planteamiento educativo[1]. Aunque sea anecdótico, no deja de resultar significativo que entre los asistentes estuvieran representados buena parte de los países europeos; en cambio, no hubo nadie de Francia ni de Italia. Por suerte, sí hubo asistentes -aunque pocos- de España y Portugal.

Quizá sea una señal de que algo está cambiando en el debate de las humanidades.

[1] Véase Marijk van der Wende, “Trends towards Global Excellence in Undergraduate Education. Taking the Liberal Arts Experience into de 21st Century”, CSHE 18.12 (December 2012).
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¿Y SI LAS HUMANIDADES SIRVIERAN PARA INNOVAR?

Nacen los primeros grados universitarios que fusionan ciencias y humanidades para dar respuesta al perfil que buscan las empresas.

El gobernador republicano de Kentucky Matt Bervin sugirió el pasado enero que los estudiantes de la carrera de literatura francesa no deberían recibir becas del estado. Bervin argumentó que los alumnos de las llamadas liberal arts (en España los grados de letras) ya no encajan en el mercado laboral, no contribuyen al crecimiento de la economía y, por ello, los ciudadanos no tienen por qué pagar esa formación con sus impuestos.



La cruzada contra las humanidades en Europa no ha llegado a ese punto, pero hace tiempo que se les asigna un papel secundario. Diferentes organismos advierten desde hace años de la necesidad de formar a más estudiantes en las especialidades STEM (graduados en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas). La semana pasada la comisaria belga de empleo, Marianne Thyssen, denunciaba que en un continente con más de 20 millones de parados no es admisible que el 40% de las empresas no encuentren trabajadores con habilidades para innovar.

Sin embargo, instituciones decanas en la formación de perfiles técnicos, como el Massachusetts Institute of Technology (MIT), señalan que muchos de los proyectos de ingeniería fallan porque no tienen en cuenta lo suficiente el contexto cultural. Por eso, sus alumnos están obligados a dedicar el 25% de sus horas de clase a asignaturas como literatura, idiomas, economía, música o historia. En una entrevista al diario Boston Globe en 2014, Deborah K. Fitzgerald, decana de la escuela de humanidades del MIT, explicaba que todos los restos que debe resolver la ingeniería, desde el cambio climático a las enfermedades o la pobreza, están ligados a realidades humanas.

Por primera vez en España, dos universidades han fusionado las ciencias y las humanidades en una carrera de cuatro años. La idea es formar a profesionales que puedan responder a los retos tecnológicos sin descuidar los conocimientos humanísticos. La última universidad en hacerlo ha sido la privada IE University que a partir de septiembre ofrecerá el Grado en Gestión de Sistemas de Información , o como ellos lo definen, un programa en tecnología e innovación para crear el futuro digital. “Detectamos una brecha entre lo que necesitan las compañías y lo que proporciona el mundo académico”, explica Lee Newman, decano de la Escuela de Ciencias Humanas y Tecnología de IE University. “El entendimiento del ser humano y sus hábitos es clave para diseñar nuevos productos y servicios. El reto es aplicar la tecnología con sentido humanístico”.

Su propuesta es un grado 100% en inglés en el que se emplea una pedagogía encaminada a entrenar la creatividad y la capacidad de innovar con métodos como el Design Thinking, aprendizaje basado en experiencias reales y no en lecciones magistrales. Los alumnos aprenden programación, estadística, ciberseguridad, big data, contabilidad o marketing, siempre con el prisma del estudio y comprensión de las necesidades humanas. “No les enseñamos contabilidad de forma estándar con cálculo y el método del caso. Lo hacen aprendiendo a programar con Excel”, señala Teresa Ramos, directora del grado. En la asignatura de matemáticas, graban vídeos de tres minutos explicando las conclusiones de sus trabajos. “¿Cómo vas a presentar tus resultados? Los estudiantes tienen que aprender a comunicar desde el primer día de forma clara y directa”, dice Ramos.

Antes de la creación del grado, IE University estudió el perfil profesional de los fundadores de las 100 startups de mayor éxito en los últimos 20 años. En el 79% de los casos, había al menos uno de los miembros con conocimientos STEM, pero “sus innovaciones no eran el resultado de profundas investigaciones científicas, sino de la aplicación de las ciencias del comportamiento", señala lee Newman. "Queremos formar a los futuros líderes, a los que tendrán nuevas ideas y sabrán explicar a los técnicos como desarrollarlas”. El decano de IE University pone como ejemplo compañías como Amazon o Uber. Su intención no es competir con los ingenieros o matemáticos, sino formar a profesionales capaces de innovar entendiendo la parte técnica y de negocio.

La universidad pública Rey Juan Carlos fue la primera en poner en marcha un grado de esas características hace dos años. "Fuimos los primeros en España que fusionamos ciencias y humanidades. La tarea no fue fácil", cuenta Esperanza Marcos, directora del Grado en Ciencias, Gestión e Ingeniería de Servicios . El diseño del programa académico, que realizaron conjuntamente con IBM, les llevó dos años, y las negociaciones con la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) otros dos. Esa fue la parte más complicada. "Costó mucho que entendieran la esencia del grado, a veces la burocracia frena la innovación", relata Marcos.

En los dos primeros años están cursando la carrera 95 alumnos y la nota de corte para aceder es un 7,4. "Sabemos que el nombre no es el más atractivo, pero es un programa que prepara a los jóvenes para liderar el mundo tecnológico", explica. Durante el diseño del grado uno de los docentes viajó durante tres meses a la sede de IBM en San José (California). Allí les recomendaron incluir de forma trasversal en todo el programa las habilidades personales, la inteligencia emocional, el liderazgo o el trabajo en equipo. IBM sigue colaborando en el grado con charlas y los estudiantes visitan sus centros en España para conocer su manera de trabajar. Otras dos empresas, Eulen y Meliá, también participan.

Además de programación o matemáticas, los alumnos aprenden historia, geografía, derecho o economía. "La clave es entender las cuestiones psicológicas y aplicar en función de eso los conocimientos técnicos", añade Marcos.
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SUMARIO DEL LIBRO

LAS HUMANIDADES BUSCAN SU CAMINO

Un artículo de Francisco Gutiérrez.

El auge de las tecnologías está pasando factura a los estudios de Filosofía y Letras, una facultad con algunas de sus aulas casi vacías. A clases de latín y griego apenas acuden una decena de personas y la mitad de los matriculados en Filosofía tiraron la toalla a mitad de curso.


Seis alumnos esperan en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras la llegada de la profesora Virginia Alfaro para traducir a Ovidio. Son estudiantes de tercero de Filología Clásica. El viernes por la mañana eran seis, y el día que más, han sido 15 o 16 en el aula, aunque este curso se matricularon 24 alumnos de un total de 65 plazas ofertadas. Es la titulación con menos matriculados en toda la Universidad de Málaga. En un aula cercana, una decena de estudiantes se preparan para su última clase de la asignatura ‘Pop, rock, jazz y otras músicas populares urbanas’, con la profesora María José de la Torre, que durante años ha dirigido el coro de la UMA y que ahora es directora artística.

En la misma facultad, Historia no cubre las 250 plazas ofertadas (se matricularon 179) y en Filosofía se completó el cupo (65), pero a estas alturas de curso la mitad de los alumnos se han retirado, como certifica el dato de egresados (los que terminan sus estudios): 20 en Filosofía y 11 en Clásica en 2014. Son unos estudios «muy vocacionales», coincidían alumnos de los dos grados.

El auge de las nuevas tecnologías está pasando factura a los estudios de Humanidades, aunque la facultad malagueña, con sus ocho titulaciones, es la que ofrece más plazas de nuevo ingreso (955 para el próximo curso).

La salida casi exclusiva para estos estudiantes ha sido la enseñanza. Y durante estos últimos años las plazas en las oposiciones han estado bajo mínimos. Este junio sí saldrán algunas para Filosofía, cien, aunque ninguna para Filología Clásica (latín o griego). Para Geografía e Historia hay 200 y para Lengua Castellana y Literatura 195. Con estas salidas profesionales tan limitadas, no es extraño que la sobrecualificación entre los que consiguen un trabajo sea la tónica general. «Estudio Filosofía porque me gusta, pero sé que terminaré en un McDonald», afirma tajante Miguel Torresano. Los planes de estudio tampoco colaboran a despejar un poco el futuro de las Humanidades, con asignaturas como latín y griego relegadas a las optativas o con los intentos de reducir las horas de Filosofía.

A punto de desaparecer

Los estudios de Filología Clásica estuvieron a punto de desaparecer en la UMA. Así lo recuerda Juan Francisco Martos, coordinador del grado. «Llegamos a tener 10-12 alumnos, y se nos puso entre la espada y la pared, o conseguíamos subir el número de estudiantes, o se clausuraba la titulación, bajo un razonamiento puramente materialista», recuerda. El cambio a los nuevos títulos del plan Bolonia supuso una cierta reactivación, y también el trabajo de difusión que realizaron entre los institutos (el próximo 5 de mayo se celebra una nueva edición del festival de teatro grecolatino, dirigido a alumnos de Secundaria y Bachillerato). Además de la lengua, se han introducido en el plan de estudios materias como historia, arquitectura o literatura de Grecia y Roma.

El catedrático y director del departamento de Filosofía, Alfredo Burrieza, considera que los planes de enseñanza «no ayudan» a que aumente el interés de los jóvenes por estos estudios: «La tendencia de todos los gobiernos ha sido la de minimizar la presencia de la filosofía en los planes de estudios», lamenta. Sin embargo, considera que la filosofía «permite un marco de pensamiento crítico, la gente puede argumentar de manera precisa y persuasiva, y esto se sabe valorar en otros países de Europa y América». Así, pone el ejemplo de Google, que prevé contratar a unos cuatro mil humanista en los próximos años. Es lo que Burrieza denomina un ‘humanismo digital’, en el que los filósofos pueden actuar de «puente entre la tecnología y las personas». Y esto resulta de gran trascendencia para empresas que investigan en campos como la inteligencia artificial o la robótica, donde los humanistas pueden formar parte de equipos de trabajo mixtos.

Sobre este aspecto, Rafael Guardiola, secretario de la Asociación Andaluza de Filosofía y coordinador de la plataforma en defensa de la Filosofía, considera que sería necesario «mostrar el papel social» de esta disciplina y «deshacer el tópico de que es una materia exclusivamente teórica y alejada de la realidad, tiene una relación muy directa con la vida práctica, la capacidad de enjuiciar o de tener una mente crítica».

Formación interdisciplinar

El futuro profesional dependerá en gran medida de las directrices de los gobiernos. Pero entre tanto, los departamentos tratan de abrir el abanico y que los estudiantes no se centren sólo en la enseñanza. «Un filósofo puede aportar mucho al mundo empresarial», asegura Alfredo Burrieza. Por ello aconseja a los estudiantes una formación interdisciplinar, con algún máster que complemente sus estudios. Rafael Guardiola coincide en esta apreciación, y dice que como la salida se limita a la enseñanza, se puede buscar, como se hace en otros países, la incorporación de filósofos a los organigramas de las empresas. Afirma que las materias filosóficas han sido «las grandes perjudicadas» en los cambios legislativos, y que «la LOMCE es la culminación de este desastre».

Situación heterogénea

Pero la situación de las distintas titulaciones en la Facultad de Filosofía y Letras es muy heterogénea. Según explica Sebastián Sánchez, hay grados como Traducción e Interpretación (nota de corte de 11 sobre 14) que es muy demandada y tiene buenas salidas profesionales, o Filología Inglesa. Pero otras como Historia o Filosofía están enfocadas a la docencia. En el caso de Geografía, se ha modificado mucho la titulación y se ha incorporado gestión del territorio, con lo que se abre el abanico de salidas profesionales. Con estos ocho grados y siete máster, Sebastián Sánchez asegura que de su facultad «el alumno sale muy bien preparado». Y piensan en incrementar esta oferta, con un grado en Arqueología, que va a ser muy novedoso ya que incorporará estudios de Informática, Geología, Biología o Anatomía Forense, para hacerlo muy interdisciplinar.

Pero independientemente de las salidas profesionales, Juan Francisco Martos anima a los estudiantes porque dice que «van a disfrutar mucho» y que manejar el lenguaje y tener un pensamiento lógico «ayuda a afrontar cualquier tipo de trabajo». Y en una sociedad tan cambiante, dice Rafael Guardiola, «la reflexión y el racionamiento pueden ayudarnos a adaptarnos mejor a cualquier circunstancia».
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POLÉMICA MEDIDA DEL MINISTERIO DE EDUCACIÓN JAPONÉS BUSCA ELIMINAR CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES PARA RESPONDER A NECESIDADES PUNTUALES DE LA SOCIEDAD

En la genial película de Jean Luc Godard, Alphaville, una sociedad tecnócrata ha abolido todas las artes, persigue a los poetas e incluso ha llegado a editar el lenguaje, aboliendo palabras que expresan emociones como el amor. Se trata de una especie de Matrix low-fi, gobernada por los algoritmos, por la exactitud de la ciencia y por la visión hiper-utilitaria y deshumanizada que Godard ya apreciaba en el modelo económico industrial. No puedo dejar de ver un viso de esta distopia en las medidas tomadas por el Ministerio de Educación en Japón, que recientemente ha ordenado a diversas universidades la clausura de las humanidades y las ciencias sociales, con el fin de "servir áreas que mejor responden a la necesidades de la sociedad". Aparentemente el gobierno japonés cree que la sociedad solamente necesita crear máquinas y ganar dinero.

Según informa el sitio Times Higher Education, de las 60 universidades nacionales que ofrecen cursos en estas disciplinas, 26 habían confirmado que cerrarían estas facultades o que disminuirían la presencia de las humanidades y las ciencias sociales. Algunas universidades como la de Tokio y la Kioto se han negado a cumplir con esta petición gubernamental. Actualmente la medida se encuentra enfrascada en una ola de protestas que han detenido la implementación de esta intención ejecutiva.

El gobierno japonés ha defendido su propuesta, la cual ha sido calificada de un regreso al militarismo, diciendo que es parte de un plan de austeridad general, teniendo en cuenta que muchas instituciones están operando a la mitad de su capacidad. Sin embargo, la medida claramente parece estar alineada con el llamado del primer ministro Shinzo Abe a proveer "una vocación educativa más práctica que anticipe las necesidades de la sociedad". Evidentemente, se cree que las humanidades y las ciencias sociales son prescindibles y no así las carreras científico técnicas.

Aunque no en el mismo tenor casi dictatorial, esta situación también existe en las universidades en países occidentales. El profesor Terry Eagleton hace unos meses denunciaba los efectos de la mentalidad neoliberal que había colmado las universidades británicas, haciendo que éstas operen como grandes corporaciones. Eagleton explicaba que "el modelo económico dominante está ligado a una política tecnócrata, y por lo tanto las "humanidades son las que más están siendo orilladas". Se distribuyen fondos y becas en las universidades para la ciencia, la medicina y la ingeniería, pero "se ha dejado de entregar recursos significativos a las artes. No es disparatado cuestionarse si departamentos enteros de humanidades desaparecerán en los años siguientes. Si los departamentos de inglés sobreviven, tal vez sea sólo para enseñarles a los estudiantes de administración de empresas cómo usar el punto y coma", dice irónicamente Eagleton (dando una pista de algo que también podríamos perder: el humor crítico del humanista).

En esta tendencia puede verse como el dogmatismo del paradigma científico y de la vida humana sometida a los imperativos de la economía se vuelven una especie de policía del pensamiento, una intolerancia al aspecto cualitativo de la realidad, el cual se quiere someter al yugo exacto de la cantidad y el usufructo. Se defiende a la ciencia como una forma de conocimiento superior, que trasciende la opinión y la emotividad del arte, creando un frío reino llamado a conquistar la naturaleza ( y en el curso de encontrar sus secretos saquearla). Si esta ideología germina y se cataliza en otros lugares podríamos estar asistiendo a los albores de una de las pesadillas de Philip K. Dick, un mundo tecno-totalitario, de una visión única que excluye toda diversidad de opinión, encaramado en un fanatismo secular: seguros avanzando hacia el crecimiento infinito de la economía y al anquilosamiento del alma, una vida precisa y predecible mas sin significado.
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PARTICIPANTE Nº 15: DEL ETERNO PROGRESO A LA INCERTIDUMBRE

‘LAS HUMANIDADES DEBEN FOMENTAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO’: MARTHA NUSSBAUM

Entrevista a Martha Nussbaum
La filósofa estadounidense habló con El Espectador sobre el papel que pueden jugar las ciencias humanas en un eventual posconflicto.


La filósofa norteamericana recibió el 10 de diciembre el doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Antioquia y pronunció un duro discurso sobre las sociedades que están formando los estados con políticas educativas enfocadas en rentabilidad.

“Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia”, denuncia la profesora Martha Nussbam en su libro ‘Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades’ (Katz editores) quizás el trabajo más conocido y citado por diversos intelectuales en Colombia durante los recientes debates que se han entretejido sobre la importancia que los organismos científicos le deben dar a la investigación en ciencias humanas en el país.

Nussbaum visitó Colombia invitada por la Universidad de Antioquia y el Parque Explora. Fue conferencista en tres oportunidades y obtuvo lleno total. Su relación con los más prestigiosos centros universitarios empezó con su formación en las Universidades de Nueva York y Harvard. Ha sido profesora de Oxford y Browm entre muchas otras. Tiene más de 20 grados honorarios y sus publicaciones son continuamente citadas en revistas indexadas y de divulgación científica. Sus trabajos entre ellos ‘Las mujeres y el desarrollo humano’, ‘El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal’, así como ‘El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley’ son referentes claves para comprender el mundo de hoy. En diálogo con El Espectador enfatizó en la necesidad de una educación para la democracia y el cuidado del medio ambiente.

¿Qué papel pueden jugar las humanidades en la construcción de la paz en Colombia y el mundo?

Veo cuatro roles para las humanidades en Colombia hoy en día. El primero está encaminado a fomentar una cultura de pensamiento crítico y debate respetuoso, muy importante en una democracia que se esfuerza por superar profundas divisiones. Si las personas siguen viendo el debate político como un encuentro deportivo donde el objetivo es derrotar, al contrario, la paz está en serios problemas.

Entonces, ¿qué valores deberían entrar a mediar dicha práctica?

Una cultura pública socrática, que también se ocupa de prevenir la pasividad y la falta de interés, conductas por lo general propicias para que visiones dañinas alcancen el poder.

En segundo lugar, para retomar la pregunta inicial, las humanidades proporcionan visiones normativas de la justicia social, que debe un debate prominente en el futuro. En tercer lugar, las humanidades implican el estudio de la historia, que es esencial para que una nación evite los errores del pasado y pueda avanzar hacia un futuro de compromiso global.

¿Qué relación tienen las humanidades y la simpatía?

Redefinen y amplían la capacidad humana natural de la simpatía, de ponerse en los zapatos del otro, un ingrediente esencial en la superación de las diferencias.

¿Por qué Colombia debe invertir en la investigación en ciencias humanas?

Una razón muy importante está dada por la importancia de las humanidades para la ciudadanía democrática, en las cuatro formas que acabo de discutir. Pero las humanidades también son esenciales para una cultura empresarial sana. Se necesita la imaginación para la innovación y el pensamiento crítico mantiene a raya los errores en los centros de trabajo. Por eso China y Singapur, que no son amigos de la ciudadanía democrática, han decidido recientemente invertir mucho en investigación y docencia en las humanidades y las artes. Por último, las humanidades ayudan a todos a reflexionar sobre el sentido de la vida y la muerte, y pensar el significado de una vida bien vivida. Por esta razón, los adultos mayores están acudiendo en gran número a los cursos de humanidades, porque han sido conscientes que el dominio técnico no es suficiente para lidiar con el sentido de la vida.

Algunas personas creen que las ciencias sociales y humanas no son realmente ciencias, debido a que su investigación no arroja resultados exactos a través de experimentos en laboratorios. ¿Usted qué piensa?

Existen muchas formas de precisión en la vida humana. Las descripciones sutiles de las emociones en novelas como las de Marcel Proust y Henry James son mucho más precisas y matizadas que los hechos que los científicos son capaces de ver en una resonancia magnética del cerebro. En cada área debemos buscar el tipo de precisión adecuada para esa zona. Y mientras que los experimentos de laboratorio nos pueden dar información muy valiosa, no pueden decirnos hacia a donde ir.

Entonces no debemos separar estos dos mundos, ver distante lo biológico de lo social…

Creo que es importante aprender acerca de la sicología humana a través de experimentos, ya que nos dan información sobre nuestros recursos y los obstáculos que pueden acecharnos, pero no nos están dando información sobre los propósitos a seguir. Si tenemos un gran propósito, entonces vamos a poner todo nuestro empeño para superar esos obstáculos. Esto es obvio cuando pensamos en cuestiones físicas: el hecho de que los seres humanos tienden a tener un montón de problemas de espalda no nos hace concluir que todos tenemos que vivir con estas afectaciones. En lugar de ello, nos esforzamos más para encontrar la manera de abordar este problema.

En pleno mundo cambiante, ¿cuál es la relevancia de los pensadores clásicos como los griegos y del siglo XIX y XX para entender la realidad?

En primer lugar, yo no usaría la palabra "clásicos" para referirme únicamente a importantes pensadores occidentales. Existen tradiciones filosóficas clásicas en la India y China y las tradiciones orales de gran valor y antigüedad en África. Creo que es importante estar al tanto de las tradiciones filosóficas de todo el mundo, pasadas y presentes. Pero al mismo tiempo no creer que las tradiciones de Europa Occidental son las únicas. Uno no puede estudiar todas las tradiciones antiguas en profundidad ya que el desafío lenguaje es muy arduo.

¿Cuáles son las tradiciones a las que más les ha dedicado estudio?

Elegí estudiar a los griegos y los romanos. Lo hago al encontrar su pensamiento de gran importancia para la actualidad sobre todo en cuestiones éticas y políticas. La vida humana ha cambiado en algunos aspectos, pero los puntos de vista de Aristóteles sobre la amistad, de Platón sobre el amor, de Cicerón sobre las obligaciones globales, resuenan hoy con nosotros.

¿Qué concepto tiene sobre los trabajos de los pensadores del siglo XIX y XX?

Muchos produjeron obras valiosas, pero para el caso latinoamericano, sus tradiciones intelectuales deben ser, al menos, uno de los focos de su estudio para las nuevas generaciones. Por supuesto, al igual que todo el mundo puede aprender algo del pensamiento de John Stuart Mill y John Rawls que particularmente son dos de mis preferidos, es clave estudiar algunas obras escritas por mujeres, y trabajos que se ocupan de cuestiones como la discapacidad y la orientación sexual, que no fueron discutidos por los filósofos que les antecedieron.

La protección del medio ambiente es la principal tarea política en la actualidad. ¿Cómo pueden contribuir los humanistas a esta tarea?

Discutir el cambio climático, que significa aprender sobre ciencia, también comprende reflexionar sobre la justicia: tanto para las naciones en desarrollo y para sus pueblos, pero también justicia para los no humanos. Una buena discusión ambiental debe ser interdisciplinaria. En nuestra Asociación para el Desarrollo Humano y las Capacidades recientemente tuvimos una excelente discusión sobre los derechos de los animales que incluyeron a filósofos y abogados. Otro ejemplo de este cruce interdisciplinario es el libro ‘Climate Change: Justice’ publicado por mis colegas Eric Posner y David Weisbach ambos economistas que han bebido de la filosofía y sentían la necesidad de recurrir a esta ciencia para abordar las cuestiones normativas, y lo hicieron muy bien. Enseño regularmente una clase sobre la desigualdad global con Weisbach que incluye algunos temas ambientales, para aprender unos de otros. Las Universidades deben promover la enseñanza y la investigación interdisciplinaria en esa importante área.

Su idea de que las humanidades contribuyen a la democracia es bien conocida. Pero en muchos países, estas fueron instrumentalizadas para difundir las ideas dominantes como sucedió en el caso de la desaparecida Unión Soviética y la Alemania Nazi. ¿Cómo entender esto?

Nunca he dicho que cualquier vieja forma de enseñar los viejos textos humanistas contribuye a la democracia. He hecho prescripciones muy específicas. En primer lugar, la enseñanza debe fomentar el pensamiento crítico socrático y la pedagogía debe conducir a una cultura del disenso respetuoso en el que se respete la voz de cada persona. Obviamente los nazis no hicieron nada de esto. Buscaron remplazar el modelo kantiano de la ilustración con una cultura de autoritarismo. En segundo lugar, las humanidades deben enfrentar los hechos de la historia y la cultura mundial honesta y críticamente. Los nazis eran grandes mentirosos, y toda su cultura política se basó en mentiras acerca de los judíos que serían risibles si no hubieran sido tan letales.

También ha hablado del papel de la imaginación…

La formación de la imaginación debe centrarse en la mejora de la comprensión empática de los estudiantes de las minorías y los grupos subordinados en la sociedad, cualquiera que sea, en un momento determinado. Los nazis hicieron todo lo contrario. Crearon literatura que representa a los judíos como alimañas, como animales, y así sucesivamente. Además, se opusieron intensamente se opusieron a que existiera cualquier forma de empatía con los judíos. Por eso estaban tan opuestos a la libertad artística: querían un régimen de propaganda en el que controlaran su mensaje.
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