"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

“ESCUELAS POR INVENTAR. DIFERENTES ENTRE SÍ, PERO FIELES A SÍ MISMAS”

Los cuatro cuadrantes

Entrevista a Mari Carmen Díez Navarro, psicopedagoga y maestra especialista en Educación infantil. Hasta el pasado julio, cuando se jubiló, ejercía de maestra y coordinadora pedagógica en la Escuela Infantil Aire Libre de Alicante. Es autora de varios libros sobre Educación Infantil, entre los que podemos destacar La oreja verde de la escuela, Proyectando otra escuela, El piso de abajo de la escuela y 10 ideas clave. La educación infantil.

Mari Carmen es una de esas Maestras con mayúsculas que llegan tanto a niños como a adultos, una de esas maestras que todos deberíamos tener. En su web podréis conocerla un poco más.

Durante tus 46 años de experiencia profesional la sociedad española ha sufrido un gran cambio, ¿cómo crees que ha cambiado la educación escolar durante ese tiempo?

Por un lado ha cambiado para bien, al dejar a un lado las posturas autoritarias, al dar paso a la exploración y libre expresión de los niños, al proponer que la escuela se abra a la sociedad… También se están incorporando presencias nuevas y eficaces, como son las nuevas tecnologías y el inglés, pero hay demasiada sobreestimulación, prisas y presiones, búsqueda de excelencias y rendimientos, olvido de las necesidades reales de los niños, como moverse, jugar, hablar, relacionarse, inventar…

En conjunto se está perdiendo en humanidad, en escucha y en respeto a la cultura del niño. La educación está sufriendo un retroceso. De la Escuela Nueva aquí, por poner un ejemplo concreto, hemos ido de lo vital, a lo rutinario, de la investigación a la repetición, de lo colaborativo y creativo a lo individual y estandarizado. Hay peligro de anquilosamiento. Es urgente un cambio.

El niño en sus más tempranas edades aprende mirando, tocando, oliendo, escuchando, probando, imitando, repitiendo, recreando. Moviéndose, corriendo, actuando. Observando, haciendo hipótesis, comprobándolas una y mil veces. Acercándose a la Naturaleza. Buscando sentido y significado a las cosas. Interesándose por su cuerpo, su sexo, su nombre, su origen… Y el de los otros. Expresándose desde adentro con imaginación y libertad. Buscando placer en los juegos, las historias, los inventos. Probando a hacer las cosas por sí mismo. Acercándose a los demás. Aprendiendo a entender y dar nombre a lo que siente. Acercándose al mundo de las palabras, desde los cuentos, poemas y teatros, hasta el aprendizaje de la lectura y la escritura.

En la escuela infantil, pues, habremos de elaborar propuestas didácticas que se adecúen a los niños, de tal modo que no se les presione a un aprendizaje veloz y sin sentido, sino que se les ofrezca ir aprehendiendo de la realidad las cosas que vayan despertando su curiosidad natural y a las que pueda otorgar significado, engarzándolas en otros aprendizajes. Por lo tanto tenemos que pensar en estas formas de aprendizaje que son propias al niño y desde ahí organizar el día a día en la escuela, porque, según cómo se conciban y articulen estas estrategias didácticas, saldrá uno u otro tejido, una u otra manera de vivir la tarea educativa.

A mí últimamente me preocupan las adicciones excesivas a las pantallas, el dejar a un lado el juego, la dificultad de los adultos en poner normas claras a los niños, y las prisas locas de hoy. En este tiempo uniformemente acelerado en el que estamos inmersos, padres, niños, maestros y tantos más, nos sentimos a veces con demasiadas tareas por delante, sin momentos para reflexionar, con poca calma y bastantes soledades. Y nos vemos atrapados, casi sin darnos cuenta, en este remolino del “no-tiempo”, mientras los niños se van haciendo mayores ante nuestros ojos excesivamente cortos de vista.

Nuestra compañera Eva Bailén lidera la campaña de Change.org “por la racionalización de los deberes en el Sistema Educativo Español, ¿cuál es tu opinión respecto a los deberes escolares?

Creo que los niños han de tener tiempo para jugar, para dibujar, para ver un rato la televisión o para no hacer nada, después de todo un día de horarios fijados, encuentros con otros, clases normales y clases extraescolares. Tienen tantos frentes abiertos que no les queda tiempo para estar consigo mismos, para gustar de la tranquilidad, para soñar…

Para mi serían deberes suficientes el leer o escribir alguna cosa. Recuerdo un documental de un maestro japonés, Toshiro Kanamori, (que recomiendo fervientemente), en el que los alumnos escribían diariamente una carta dirigida a la clase contando algo. Ahí narraban aventuras, expresaban sentimientos, se daban a conocer a los demás… Una de las cartas se leía en voz alta cada día.

Recuerdo que en una ocasión mis alumnos de 5 años me pidieron “deberes” para hacerlos como hacían sus hermanos, y les propuse que eligieran entre estas tareas: dibujar lo que veían por su ventana, pintar los sueños que tenían, escribir palabras de su gusto, inventar un cuento, contar cuántos tenedores, cucharas y cuchillos había en su casa.

Deberes caseritos, hermosos, útiles. Deberes que respondían a su deseo de ser mayores. Deberes que no angustian, que divierten, que no se viven como algo indispensable.

¿Cómo crees que es la formación de los maestros en nuestro país? ¿En qué aspectos se podría mejorar?

La formación actual es demasiado tecnicista. Se aprende a programar y a organizar, por ejemplo, pero no a escuchar los intereses y deseos de los niños. Se aprende a multiplicar y dividir, pero no a trabajar en grupo. Se aprende educación vial, pero no arte… En la formación de un maestro de hoy debería incluirse la educación emocional, la profundización en los temas de manejo grupal, una capacitación sobre la enseñanza de la lectura y la escritura, sobre literatura infantil, arte, poesía, música, teatro…, unas herramientas básicas de observación y análisis, una aproximación dinámica a los niños y sus familias, un baño culturizador, una profundización en el tema de la creatividad y un suficiente hábito de autoanálisis.

Sería interesante trabajar sobre nosotros mismos y nuestro deseo de enseñar. Hemos de partir de nuestro propio piso de abajo, es decir, de nuestro mundo afectivo, de nuestra historia, de nuestras características, de nuestra particular manera de relacionarnos, de nuestras experiencias y nuestras dificultades. Hemos de conocernos, saber nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, hemos de estar sensibilizados a nuestras defensas y a nuestras proyecciones, a nuestras identificaciones y a nuestras limitaciones. Y hemos de hacerlo por nosotros mismos y para poder escuchar lo que nos traen otros.

De eso no se habla en la formación inicial. Ni tampoco de la innovación, de la cultura, de la creatividad, de la formación permanente, de lo que significa un grupo y su dinámica… Un maestro tendría que ser flexible y estar dispuesto a los cambios y a la mejora de la práctica buscando alternativas creativamente. Además habría que trabajar estas cuestiones con otros profesionales para poder entender y para poder profundizar en los acontecimientos y para llegar al borde de las vidas de los niños y sus familias sin invadirlas, con respeto y cuidado.

Creo que harían falta toda una serie de cambios en la formación inicial tendentes a una profundización en el perfil del docente como persona, a una mayor presencia del futuro maestro en la realidad cotidiana de las escuelas: más prácticas, trabajos de colaboración continuada en los centros, grupos de análisis de docentes y estudiantes, una mejor capacitación para la investigación, más formación específica que atendiera los aspectos emocionales, de relación y de detección de las dificultades en los niños… También sería conveniente que se ampliaran las fuentes de aprendizaje y formación personal en el sentido cultural y no sólo académico: viajes, intercambios, lenguas, manifestaciones artísticas…, lo cual redundaría en una mayor madurez y amplitud de miras. Y sobre todo habría que incidir en la capacidad de reflexión, análisis, cooperación, creatividad y humanización para permitir que cada maestro pudiera ser autónomo, riguroso y cercano en el despliegue de su tarea con los niños.

La primera vez que me puse en contacto contigo me dijiste que volvías de Bogotá donde estaban revisando su currículo infantil y te habían invitado para hacer tus aportaciones. Si recibieras una invitación similar en España, ¿cuáles serían las principales aportaciones que harías para esta etapa en nuestro sistema educativo?

Los cuatro pilares que plantea el currículum en Bogotá serían muy extrapolables para nosotros: el juego, la exploración del medio, la literatura y el arte. Todos ellos son caminos a recorrer para aprender, imaginar y crear desde las primeras edades. Esas son cosas que invitan a que la vida y la belleza entre en las aulas.

Yo sugeriría profundizar en la formación permanente, promover los proyectos de centro, el trabajo en equipo de los claustros, y, en fin, el invento de escuelas con características especiales. Según el grupo de maestros, según los niños, según las familias, según la cultura, el lugar. Escuelas diferentes entre sí, pero fieles a si mismas. Escuelas sin fichas, sin Disney, sin lo de siempre… Escuelas por inventar.

Sería tan bonito que cada maestra y cada grupo de maestras se sintiera libre para plantearse cómo trabajar con sus alumnos, que no estuvieran sujetas a unos materiales ya definidos, que dejaran a sus niños jugar, que abrieran las puertas de la escuela a las familias, que la música, los cuentos, el teatro, la poesía y el arte llenaran nuestras aulas, que el cuerpo y el movimiento tuvieran su espacio en las escuelas infantiles, que se pudiera investigar en grupo haciendo proyectos de trabajo, que se aprendiera a leer partiendo de las ganas, sin repeticiones absurdas, y con placer…

Sería tan saludable que los niños crecieran en un ambiente amable, teniendo en cuenta los quehaceres sentimentales y los avatares de la socialización, que avanzaran en el conocimiento de si mismos y de los demás, que se sintieran a gusto y bien predispuestos a aprender, a hacer, a decir y a ser.

Hay un tema que aparece en todos tus libros al que tu llamas “el piso de abajo” (las emociones). La educación emocional es un tema de gran actualidad, ¿crees que en las escuelas se suelen tener realmente en cuenta las emociones de los niños?

No suficientemente. Y si se hace, es o bien de modo intuitivo, o bien de modo festivo (El día de la paz, El día de la solidaridad…), o bien de modo “curricular”, ya que los materiales que se adquieren, vienen con “educación emocional” incluída. Yo pienso que habría que formarse en estas lides emocionales para poder acompañar mejor el proceso de los niños y para poder ayudarlos a avanzar alfabetizándolos sentimentalmente y sin hacer recaer sobre ellos nuestras propias reacciones.

Entre el piso de arriba (intelectual) y el de abajo (afectivo) hay complementariedades, ya que ambos pisos están en el mismo edificio: “la persona”. Mi propuesta y mi metáfora, vienen a decir que en la escuela no se puede funcionar sólo con el piso de arriba, ignorando el de abajo, porque el mundo afectivo es el que nos mueve, nos hace sentir, nos da seguridad y conforma nuestra personalidad. Una escuela que excluye el mundo interior de los que la habitan es una escuela vacia, despersonalizada, superficial. Creo que lo bueno para tener una escuela más integrada, equilibrada y humana será, como dije una vez, intentar que sea una escuela: “que una con un mismo hilo lo del pensar y lo del sentir”. Porque en cada suceso, tarea o proceso educativo hay un transfondo emocional que conviene mirar para poder comprender e intervenir adecuadamente.