"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

LOS ESTUDIANTES-SOLDADO DE JOSÉ ANTONIO MARINA

El nivel sutil

Un artículo de Elisa Ramírez, profesora en un centro público y miembro de Yo estudié en la pública.

¿Qué habría ocurrido si cualquier articulista más o menos desconocido hubiese sugerido que nuestro sistema educativo debe tomar ejemplo del modelo de entrenamiento del ejército estadounidense? Quizá poca gente se habría enterado y muchos de quienes sí lo hubieran hecho habrían considerado, con toda la razón, que quien firmaba el artículo tenía el juicio perturbado y un concepto de la educación más que sospechoso. Pero claro, "si lo dice Marina..." Pues si lo dice José Antonio Marina la propuesta sigue siendo igual de bárbara, y asusta mucho más aún, precisamente porque lo dice José Antonio Marina y hay a quienes el argumento de autoridad les basta para sustituir o complementar las tablas de la ley.

Ya el propio autor/ perpetrador de la propuesta parece anticiparse a la primera crítica posible, y, tras repasar los modelos pedagógicos que se ha dedicado a estudiar (ahora el del entrenamiento militar), advierte: “Me fijo solo en sus técnicas, no en el uso que después se hace de ellas". Lo que equivale a obviar la finalidad con la que se diseñan y entrenan dichas técnicas; eso implica, si de educación se trata, eludir la pregunta fundamental de para qué educamos. En el artículo del ínclito Marina se presenta la respuesta, por si alguno todavía andaba despistado: para ser más rápidos que el enemigo. Ya tenemos ahí, una vez más, la educación concebida como lucha (cuánto recuerda a la “arena internacional” del primer preámbulo de la Lomce), la competitividad más brutal como motor educativo. Porque hablar de solidaridad o apostar por una finalidad humanista y humanitaria de la educación es de trasnochados, de perroflautas que creen que la educación debe servir para crear una sociedad más justa, más feliz y más igualitaria.

Muy en su línea, cita Marina el informe estadounidense, tan revelador para él: nada menos que el Army Learning Concept 2015; de él extrae entre otras la frase que comienza con: “En un entorno de aprendizaje global y altamente competitivo...” para a continuación ilustrarnos con cómo se debe educar en dicho entorno, sin que al parecer se plantee la posibilidad de que precisamente es ese entorno “altamente competitivo” el que urge cambiar. No vaya a ser que nos dé por educar a nuestras futuras generaciones para transformar el mundo. Considerar que este entorno y este mundo es el que hay que conservar y al que hay que adaptarse sí que es autocomplacencia, ya que la menciona, señor Marina. Pero claro, quienes tienen en sus manos de manera más efectiva el poder de cambiar el rumbo de una sociedad mediante leyes educativas más solidarias y equitativas (y Marina parece cosechar cada día un poquito más de influencia en nuestro país) no necesitan transformar en solidaridad la competitividad del mundo, tal vez porque casi siempre salen ganando. También los soldados estadounidenses son adiestrados en la obediencia ciega y empleados como carne de cañón para que se lucren unos cuantos.

Siguiendo con la loa del modelo militar, afirma Marina: “Esto implica un cambio pedagógico: convertir las actividades docentes en actividades de resolución de problemas, personalizar el aprendizaje, reducir las clases magistrales con 'power point', y utilizar actividades de instrucción apoyadas en medios virtuales”. Quien, a estas alturas, necesite leer un documento militar estadounidense para que se le ocurra reducir las clases magistrales o educar en la resolución de problemas (por citar solo dos de sus “ideas”) es que hace mucho que no pisa un aula; ya puede apellidarse Marina y leer cientos de informes de prestigio internacional. Por no hablar de la desfachatez de referirse a la superioridad militar estadounidense sin aludir siquiera a los millones de dólares que ese país invierte en armamento.

Termina el artículo afirmando que su deseo es “suscitar el sentimiento de emergencia educativa”; parece haber llegado a esta conclusión tras las palabras de Tony Wagner referidas a la universidad y al mundo de la empresa. Como si ese sentimiento de emergencia no se hubiese suscitado hace décadas entre amplios sectores de la población, que –es verdad– no gozaban del altavoz que al señor Marina le otorga su prestigio. Lo que sí tenían y siguen teniendo es una visión más lúcida de esa emergencia, que no empieza en la universidad ni en los despachos de una multinacional, sino en las aulas de las escuelas infantiles. Y es que, aunque cada vez son más los neurocientíficos que insisten en la importancia de respetar los distintos ritmos de aprendizaje de los niños y niñas, la Lomce y sus secuaces se empeñan en acelerarlos, para que desde pequeños les quede claro que deben ser rápidos, más rápidos que el enemigo.

Si algo podemos agradecer a José Antonio Marina es que cada día nos brinde más ocasiones de cultivar el espíritu crítico: nadie, por prestigioso que sea, está libre de airear mentiras, ideas perversas ni necedades. Su último artículo es un magnífico ejemplo de ello.