"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

REFLEXIONES SOBRE EL BULLYING: LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES

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Un artículo de Paula Ponce Lázaro y Ariel Cruz Gaona, Académicos de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (México).

Uno de los problemas sociales más preocupantes es la violencia y el maltrato en los centros educativos. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la violencia es lo que afecta el proceso pedagógico en las escuelas, y las consecuencias pueden abarcar desde la deserción escolar hasta graves problemas psicológicos en los niños y adolescentes. Los especialistas en psicología precisan que la forma en que son tratadas las personas en su infancia afecta fuertemente la manera en que se relacionan con los demás cuando crecen.


Varios estudiosos del tema afirman que este problema no es exclusivo de un país, “es un fenómeno tan generalizado que se han realizado diversos foros y conferencias al respecto (Utrech, 1997; Londres, 1998), lo que resulta indicativo de la creciente preocupación que hay en muchos países (incluyendo los desarrollados) por este asunto. Ya desde 1970 había sido creada y patrocinada por algunas personalidades ligadas a la Organización de la Naciones Unidas (ONU), la Academia Internacional de la Paz. Años más tarde, en 1996, surgió el Movimiento de Educadores para la Paz (EDUPAZ). Así, muchos profesionales de la educación o vinculados a ella, investigan y aportan argumentos que permiten asegurar que existe un modo fundamental e imprescindible para alcanzar y preservar la paz: educar para la paz” (Hernández, 2005).

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados por estas organizaciones desde hace más de 15 años, las estadísticas indican que este problema sigue creciendo tanto en países desarrollados como subdesarrollados. Respecto a lo anterior, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés) reportó que en el año 2000, 57 mil menores de 15 años fueron asesinados. Las causas más comunes de la muerte fueron lesiones en la cabeza, daños en el abdomen y muerte por asfixia deliberada.

Sabemos que la violencia en las escuelas suele ser un problema multifactorial, relacionado con drogas, violencia intrafamiliar, desintegración familiar, etcétera. Por lo tanto debe reconocerse que el problema de la violencia es complejo y genera polémicas no exentas de fuertes cargas ideológicas y políticas.

Sin pretender polemizar, en este artículo se presentan algunas reflexiones sobre la educación familiar y el contexto sociocultural en el que crecen los niños, y que influye en el desarrollo de conductas violentas, lo anterior porque se ha “comprobado documentalmente que un menor que proviene de un hogar en el que hay violencia tiende a reproducir comportamientos agresivos; por otra parte, las escuelas y las comunidades en las que éstas se hallan también constituyen espacios en los que se producen relaciones violentas. Estudios recientes procuran establecer el vínculo entre el maltrato en el hogar y su expresión en el ámbito escolar. Erling Roland y sus colegas (2004) han demostrado que las víctimas de padres agresivos en cuyos hogares prevalece la desatención, y en los que existe un ambiente de escaso apoyo, son proclives a recurrir a expresiones de violencia reactiva o proactiva, que pueden derivar en la victimización de otros menores con los que están en contacto cotidiano en la escuela. Christina Salmivalli (2004) argumenta que los menores que han sufrido maltrato suelen ser violentos con sus pares”.(1)

Se han creado organizaciones, programas de gobierno y actualmente se está legislando para castigar y prevenir la violencia en las escuelas; a este respecto, se han creado “leyes sobre convivencia, seguridad y violencia escolar recientemente publicadas en las entidades de Tamaulipas, Sonora, Nayarit, Puebla, Veracruz y el Distrito Federal, en México. Estas seis leyes se suman a las que han sido promulgadas en esta materia en otros países de América Latina, tales como Bolivia, Chile, Colombia, Perú y Paraguay. En el caso de México, aunque no tiene una ley general, estas seis normas pretenden generar las condiciones indispensables para la construcción y fortalecimiento de una convivencia escolar sin violencia. Su aplicación en las escuelas aspira a transformar su gestión escolar, sus dinámicas y culturas, así como el papel que se les asigna frente a este desafío”.(2)

Sin duda es un esfuerzo loable, pero más allá de estas leyes, políticas y estrategias gubernamentales, se requiere una estrategia integral en la que participemos todos. Por otra parte, la complejidad de este fenómeno nos lleva a puntualizar algunos aspectos de lo que ocurre actualmente en el contexto sociocultural de nuestro país.

En México, las referencias acerca del tema de novedad que para muchos se ha convertido en objeto de políticas públicas, pueden verse desde dos puntos de vista: el pesimista y optimista.

Primero el pesimista, según el cual el bullying no es otra cosa que la herencia de violencia que nuestro mundo ha generado a través de los años. Sin embargo, no deja de ser motivo de análisis, discusión y reflexión, y nos referimos al término reflexión, porque hoy en día nos damos cuenta de que hasta los niños más pequeños (entre tres y cuatro años) están tomando el concepto “violencia” como parte de la vida diaria. Desafortunadamente, algunos medios influyen en esa actitud, por ejemplo: los medios escritos de comunicación que venden pánico, morbo y hasta tolerancia a los efectos de la violencia están dejando huella en nuestros pequeños, esta herencia social —que ha llegado a los hogares— permite que los actos sangrientos sean tomados como si se tratara de un hecho normal y cotidiano, con esto no queremos decir que sea sólo un problema de los medios escritos de comunicación, o que surja por la falta de ética de éstos, sino que estamos fallando todos, padres, hijos y como autoridad.

Para muchas cosas se utilizaban dos expresiones clave: “por favor” y “gracias”. Hoy es común escuchar en la calle, en las instituciones públicas o en el hogar, que las personas se vuelven más agresivas cada vez, sobre todo los niños y los jóvenes, situación que en otro tiempo no se toleraba y se castigaba.

Esto nos hace pensar que la educación y las condiciones en que se vivía en años anteriores eran mejores. Lo cierto es que los índices de delincuencia juvenil eran menores, y de alguna manera podían controlarse este tipo de conductas desde el hogar. Parece que la autoridad paterna ya no se respeta, da la impresión de que a los niños violentos nada les asusta y se aferran a mantener, sin siquiera saber por qué, una conducta violenta de todos contra todos. Este modelo de conducta es el perfil que está adoptando la sociedad infantil y juvenil como forma de vida, como una moda que impacta y les proporciona poder sobre otros más débiles. El desarrollo de estos modelos de conducta se lo debemos en parte a los medios de comunicación masiva, que trasmiten programas cada vez más violentos; el riesgo de que los jóvenes y los niños estén expuestos a estos programas es que se trivializa la conducta agresiva.

En el actual contexto social, la moral se concibe como un alimento sagrado que está en peligro de extinción y sólo se vela por la satisfacción de los intereses particulares de quienes difunden, con bombo y platillo, la violencia como algo exitoso. La inexistencia de valores como la solidaridad, el respeto, la tolerancia y la lealtad es cada vez más común entre los jóvenes, y los padres sólo decimos: “No me hace caso”. Estos jóvenes han permanecido durante su crecimiento y desarrollo al pie del televisor que les muestra un mundo de facilidades y alcances personales a costa de la vida, la salud o el bienestar de los demás, el televisor les crea una sed de venganza por el daño que otro les ocasiona. Los padres no ponemos atención a esto, creemos que así crecimos y estamos vivos, y no nos hemos dado cuenta de la magnitud de los eventos actuales que pueden generar que hasta en nuestro propio hogar estemos formando a un delincuente en potencia.

En el escenario optimista tenemos que en la actualidad muchos ciudadanos expresan que “es normal”, que “no hay problema” con respecto a los diversos tipos de manifestaciones agresivas en jóvenes y niños, generando con ello la idea de no alarma, y consideran que, al igual que nosotros a esa misma edad, los muchachos tienden a ser un tanto bromistas con sus amigos y a jugar a los empujones; algunos profesores incluso creen tener grandes conocimientos psicológicos y expresan: “Es un niño tranquilo”, “es una niña que siempre está calladita, no molesta a nadie”, lo que no es garantía de que estemos frente a un menor cuya conducta es totalmente opuesta a lo que en apariencia demuestra, y podemos pensar y aceptar que nosotros los adultos cuando vivimos esa edad perpetrábamos acciones más graves que las que hoy hacen jóvenes y niños, cuyos ejercicios parecen lánguidos al compararlos con nuestras acciones del pasado. Otros prefieren creer que el problema desaparecerá cuando los niños maduren, como por arte de magia, o que el que ejerce la violencia sobre otro dejará de molestarlo cuando se canse o se aburra.

CONCLUSIONES

Cualquier forma de emprender el análisis del problema nos permite vislumbrar de un modo similar el fondo del asunto, es decir, propiciamos la aparición de una conducta autocomplaciente para no plantearnos la seriedad del problema social del acoso escolar y el acelerado aumento de la violencia entre niños, jóvenes y adultos tendemos a apreciar más un papel de “tolerancia” o de aceptación, que el del análisis y la promoción de alternativas de solución al grave problema de la violencia escolar.

La postura de “dejar hacer”, nos lleva a creer que sólo es responsabilidad del Estado, quien debe crear programas para prevenir y combatir la violencia en las escuelas y que es trabajo de los docentes vigilar y educar en valores para erradicar la violencia en sus instituciones, pero más allá de estas estrategias, políticas y programas está la tarea que deben asumir los padres en la educación de los hijos y la responsabilidad de proveer un entorno familiar sano y armonioso, libre de violencia sin caer en la excesiva permisibilidad. Debemos, como decía Aristóteles, tener la virtud de encontrar el justo medio entre los dos extremos.

Insistimos que la primera estrategia para erradicar la violencia debe implementarse desde la familia, ya que es uno de los modelos que más influyen en la formación de la conducta, desafortunadamente, en muchos casos el primer encuentro de los niños con conductas violentas ocurre en la familia, de tal forma que se va convirtiendo en una forma de relación que ven como “normal”, y, nos guste o no, las manifestaciones violentas de los padres contribuyen a desarrollar conductas similares en los hijos.

Educar para la Paz o, dicho de otra manera, para la no violencia es una responsabilidad de todos, no sólo de las organizaciones, de la escuela, de la familia o el Estado; hemos visto el fracaso de políticas públicas para evitar la violencia, pues los índices de bullying siguen creciendo. Es necesario asumir nuestra responsabilidad para solucionar el problema como miembros de una familia, pues desde ahí se tiene que dar el primer paso para erradicar el acoso escolar y, como consecuencia, construir una sociedad menos violenta.

Notas

(1) B. Ortega, M.A. Ramírez, A Castelán, "Estrategias para prevenir y atender el maltrato, la violencia y las adicciones en las escuelas públicas de la ciudad de México", Revista Iberoamericana de Educación, 38, 2005, pp 147-169.

(2) Zurita Rivera, Úrsula, "Las escuelas mexicanas y la legislación sobre la convivencia, la seguridad y la violencia escolar", Educación y Territorio, vol.2 (1), 2012, pp. 19-36

Bibliografía

Cobo, Paloma y Romeo, Tello, Bullying en México, Mëxico, Quarzo, 2008.

Matthews, Andrew, Alto al bullying, México, Alamah, 2012.

Román, Marcela y Francisco Javier Murillo, "América Latina: violencia entre estudiantes y desempeño escolar", Revista Cepal, 104, 2011, pp. 37-54.