"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

EL DOCENTE QUE ABANDONA LAS AULAS

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Un artículo de Jordi Martí, docente.

Es en estos días cuando empiezas a conocer nombres de docentes que, por determinadas cuestiones, van a abandonar las aulas -donde, en algunos casos estaban haciendo cosas fantásticas- para incorporarse, el curso que viene, a los centros de profesorado como asesores o determinados cargos intermedios de las Consejerías pertinentes. Ello lleva a plantear múltiples cuestiones acerca de los beneficios que supone lo anterior para las aulas que abandonan y, cómo no, replantearse si el modelo profesional docente necesita ser revisado con urgencia para que no se dé la casuística anterior. Sí, me preocupa que, por desgracia, la única forma de promoción docente sea la de abandonar el aula. Y me preocupa también la existencia de varios “personajes”, mezclados entre esos que, como he dicho antes, han hecho cosas muy interesantes a lo largo de los años que llevan dando clase, cuyo objetivo básico desde que entraron a dar clase fue huir de las aulas tan rápido como pudieran.


Sí, hay docentes que abandonan el aula al cabo de unos años para aprender. Incluso, hay otros que se van para ofrecer un servicio público (me refiero a determinados cargos políticos y sindicales) o para escribir novelas, guiones de cine y dirigir obras de teatro. No hay nada malo en lo anterior. Ni mucho menos. Lo malo es cuando se pervierte esa salida que debería ser puntual para convertirse en el modus vivendi de algunos. Especialmente en el caso de aquellos que siguen cobrando del erario público por su función. Los que abandonan las aulas para realizar otras tareas profesionales en el sector privado que no afectan a los docentes que siguen en ellas, merecen todo mi respeto. No es lo mismo. No es lo mismo abandonar el aula por lo anterior que hacerlo para seguir ofreciendo un servicio temporal gestionado por los mismos recursos o evangelizar a sus ex compañeros desde fuera de las mismas. Y ya cuando la evangelización se torna en ínfulas de superioridad profesional, apaga y vámonos.

Tengo claro que no hay dos docentes iguales al igual que, también tengo claro que no hay dos motivos iguales para abandonar el aula. Algunos seguro -y estoy convencido de ello porque lo sé- abandonan el aula para intentar ayudar a sus compañeros, otros lo hacen para satisfacer su ego y, demasiados para mi gusto para alejarse de esa aula que no les acaba de gustar. Siendo lo anterior totalmente lícito resulta preocupante. Preocupa que pueda haber algunos que usen esa salida que debería ser puntual para convertirla en permanente. Preocupa que, en más ocasiones de las que debería ser lógico, haya algunos que, con independencia de su capacidad profesional sean los elegidos para ocupar esas tareas de asesoramiento a sus compañeros. Bueno, seamos sinceros, preocupa y cabrea bastante lo anterior.

No debemos ni podemos meter a los docentes que abandonan el aula en el mismo saco. No, no todos la abandonan por los mismos motivos. Eso sí, cuando unos la abandonan permanentemente o hacen todo lo posible para no volver a ellas quizás deberíamos plantearnos qué tipo de docente es el anterior. Bueno, ¿en este caso quién lo llamaría docente? En este caso, demasiado habitual por lo que se ve, todos tenemos muy claro como llamarle… simple y llanamente “desertor de la tiza” (o en su versión más moderna “desertor de la PDI”).

Finalmente una pequeña aclaración en clave personal. He tenido a lo largo de muchos años la posibilidad de abandonar las aulas para incorporarme a otros proyectos gestionados por la administración de turno (u otras en las que no pertenezco ni he pertenecido) y siempre he pedido lo mismo… que tuviera la posibilidad de combinar la docencia directa con esas tareas/proyectos. Lamentablemente, por lo visto, uno debe optar por irse del todo del aula o seguir a jornada completa en la misma y, es por ello que, hasta ahora, he optado por seguir en el aula. Lo digo para aclarar una cuestión que, a veces, puede llevar a malentendidos por considerar que este tipo de escritos es un ataque a “los que abandonan el aula”. Pero, como he dicho antes y voy a seguir diciendo… abandonar el aula es una decisión personal o profesional que no debería ser criticada pero sí cuestionada por lo que implica y, cómo no, diferenciar entre aquellos que lo usan pensando que así van a poder ayudar a sus compañeros o mejorar su profesión y aquellos que lo usan, simple y llanamente, para escaquearse de la exigencia que supone el estar día tras día delante de los alumnos.

Por cierto, me gustaría dedicar este artículo a todos aquellos fantásticos asesores que trabajan o han trabajado en los centros de profesorado de forma temporal. Sí, hay más de los que nos pensamos