"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)
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Buena parte de ese crecimiento se debe a niños de núcleos urbanos, cuyos padres no dudan en desplazarse cada día varios kilómetros hasta Callezuela o Pillarno. El modelo educativo de las escuelas rurales de la comarca motiva el incremento de matrículas desde 2008.

La tónica habitual es que las escuelas rurales vayan a menos, que año tras año se reduzca el número de alumnos y que, finalmente, las aulas acaben cerrando. En el Colegio Rural Agrupado de Illas-Castrillón, sin embargo, ocurre todo lo contrario. La matrícula ha ido aumentando paulatinamente en los últimos años, de forma que desde 2008, el alumnado ha crecido en un 47%. De los 90 alumnos que había entonces se ha pasado a los 133 actuales, todo un récord y una rareza en el sistema educativo asturiano.


No todos los centros que dependen del CRA corren la misma suerte. El curso pasado, por ejemplo, cerró la escuela de La Peral, que se quedó con tres alumnos cuando la Consejería de Educación exige un mínimo de cuatro para mantener un centro. Mientras, otros enclaves como Callezuela o Pillarno superan la treintena de escolares.

En su mayoría son niños que viven en esas zonas rurales, pero en los últimos años ha comenzado a darse un curioso fenómeno, el de estudiantes que se desplazan desde entornos urbanos hasta las escuelas rurales. «Los primeros eran hijos de gente de la zona que se había ido a vivir a Avilés, pero que tenía aquí a los abuelos», relata el director del CRA, Alfredo Suárez. Algunas familias comenzaron a matricular a los niños en estas escuelas para facilitar a esos abuelos el cuidado de los nietos, evitándoles desplazamientos. Luego, la satisfacción de esas familias con la educación de sus hijos hizo que se fuera corriendo la voz.

El fenómeno es creciente. En el año 2008 apenas había un 2% de alumnos en esta situación, pero el porcentaje ha ido aumentando cada año hasta llegar al 21% actual. «Ahora viene también gente que no tiene relación con estas localidades», explica Suárez. Llegan desde el núcleo urbano de Avilés, pero también de otros lugares como Cancienes, en Corvera, o Llaranes, buscando «otro tipo de educación», esa personalización que ahora mismo es difícil de encontrar fuera de estos pequeños centros.

¿Qué los hace tan diferentes? Hay dos hechos diferenciales: el número de alumnos por aula y la forma de organizar las clases. Los grupos son mucho más pequeños que en los colegios ordinarios, y rondan la decena de alumnos por aula, lo que permite que cada profesor pueda ocuparse más de cada alumno. Pero además ocurre que en las escuelas rurales se agrupa en una misma clase a alumnos de diferentes cursos.

«A la gente le choca mucho porque se remonta a los años 50», dice el director. Las cosas, sin embargo, han cambiado mucho en todo este tiempo. Una de los cambios con respecto al pasado es que ahora hay profesores especialistas para asignaturas como inglés, música, educación física, asturiano o religión, además de terapeutas para alumnos con necesidades especiales, pero lo que realmente marca la diferencia es la estructura de las clases.

Atención personalizada

«Explicas para todos, y vas al detalle con los más mayores», cuenta Suárez. Todos dan el mismo tema, pero cada uno alcanza un grado diferente de profundidad, que depende no solo de su edad, sino del propio nivel del alumno. «Así te adaptas mejor a los que van por delante o por detrás», cuentan. El sistema aporta ventajas a todos los niños, porque «los pequeños se van quedando con cosas y los mayores recuerdan detalles de otros cursos», explican.

Todo esto exige olvidarse de la comodidad de los libros de texto y «preparar las clases «con mucho mimo». No todos los profesores son capaces y algunos terminan abandonado estos centros para volver a colegios ordinarios, pero otros muchos se confiesan unos «apasionados» del un sistema que permite además a los niños relacionarse con otros de diferentes edades y no solo con iguales.

«Los críos mayores se hacen responsables de los pequeños», destaca Mónica Menéndez, madre de uno de los escolares de Pillarno. Ella se confiesa «encantada» con la escuela de su pueblo. «Al principio había gente de aquí que era reacia a mandar a sus hijos a este colegio, pero eso ya quedó obsoleto», explica. De hecho, la tendencia es la contraria. Se valora todo, desde el entorno hasta ese modelo de enseñanza «alternativo» al tradicional, en el que el grado de exigencia es diferente para cada edad pero, sin querer, eso provoca que a veces vayan «todos al mismo nivel».

Mónica destaca la facilidad para comunicarse tanto con los profesores de su hijo como con la dirección del centro, a quienes ve prácticamente a diario. Al final esa cercanía entre tutores y familias, el reducido tamaño de las aulas y, sobre todo, esa forma informal de dar clase, adaptándose a las necesidades de cada alumno, hacen que las escuelas rurales sean «lo más parecido a Finlandia», como en cierta ocasión le reconoció la propia Consejería al director del CRA.