"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

CÓMO AHORRAR EN LIBROS DE TEXTO (EDUCANDO)

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Un artículo de Henrik Hdez.-Villaescusa Hirsch, exprofesor de Filosofía y CFGS.

Un año más, los padres hemos enfrentado el mayor gasto en libros “de texto” de un país europeo. Los partidos políticos siguen prometiendo soluciones que no implementan nunca, y que nunca, por cierto, pasan por limitar el beneficio de las editoriales. Y es que los manuales escolares constituyen la tercera parte del negocio del sector, y la renovación de títulos impulsada por la Ley Wert se lleva el mérito de haber propiciado la recuperación de sus ventas. Los usuarios, como siempre, a callar y comprar.



Ante esta alianza mercantil entre el Gobierno y las grandes editoriales (la mitad, propiedad de la Iglesia; la otra mitad, de PRISA y Hachette) algunos sectores reclaman subvenciones y reutilización. Noble propósito evitar que esta estrategia discrimine a los más desfavorecidos, pero tales parches no hacen más que perpetuar el viejo sistema. La subvención, porque traslada al contribuyente la financiación del negocio editorial, cuyos abusos y monopolios no se ponen así en cuestión. La reutilización, porque enfrentando, es cierto, el aspecto económico del abuso, deja intacto el educativo hasta agravarlo, pues ¿qué libro es ese que, pasado un año, ya no vale la pena conservar en la biblioteca, que no suscita subrayados ni notas, que no es objeto, por tanto, de un estudio serio?

Un libro que no merece una segunda lectura, no mereció la primera. Así que el problema no reside tanto en la gestión de los libros, como en los libros mismos. ¿Por qué se los llama “de texto”? ¿Es que los otros, los que llamamos “libros”, sin más, no tienen texto también? Por supuesto. Y metáforas, ideas, ilusiones, hipótesis, análisis… es decir, imagino que se distingue algunos libros como “de texto” precisamente porque tienen solo eso: texto. Para memorizar, pasar el examen y tirar. Qué desperdicio.

No poseo libro más reciclado que mi ejemplar de la Crítica del Juicio de Kant. Irreconocible está ya a base de notas, subrayados, post-its y bordes ennegrecidos. No puedo contar las veces que he leído determinados párrafos intentando comprenderlos. ¿Acaso queremos ahorrar a los chicos el trauma de no saber? ¿O, tal vez, a nosotros el de que sospechen que no sabemos?

Al principio me daba escalofríos el “¡no subrayéis el libro!” que todavía se oye en los centros educativos. Aunque, si lo pienso, peor aún era el “subrayad este párrafo”. Y no digamos el “tachad este otro”. Ahora me doy cuenta de que tal vez estos libros “de texto” merezcan ambas cosas. Es igual. De lo que sí estoy seguro es de que nuestros hijos merecen libros de los que se subrayan y se guardan en casa, de los que no se desactualizan a cada cambio curricular. Lo demás, el manual, las notas, el texto con el que pasarán el examen, que se los hagan ellos, que al fin y al cabo en eso consiste en estudiar, y en eso consiste todo eso de la enseñanza activa que estaba en todas las leyes educativas pero que ninguna ha hecho cumplir.