¿DEBEN LOS FILÓSOFOS ESTAR NECESARIAMENTE EN OTRO NIVEL DE INTELECTUALIDAD?
Este artículo está escrito en respuesta al amigo Antonio Salguero, quién ha planteado la cuestión del título en respuesta a mi artículo CLASIFICANDO CONCEPTOS
La cuestión planteada en el título denota una equidistancia entre la ignorancia y la sabiduría, y entre esos dos baremos absolutos (negativo y positivo, respectivamente), están situadas todas las personas, ya sean poseedoras de creencias y costumbres sin atisbo de racionalidad por la parte baja, como por la parte alta las personas que buscan afanosamente hallar respuestas a cualquier pregunta de tipo existencial, intelectual pero también metafísico. Como certeramente aseveró Descartes: “No hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. ¿Entonces quien debería poner orden en el caos intelectual que domina en el mundo? Quizá debamos volver a Platón cuando dijo aquello de que: “los gobernantes debieran ser filósofos o los filósofos gobernantes”. Ahora bien, ¿si nos quitan la filosofía de los colegios, qué ideología sigue imponiéndose? Efectivamente el eufemístico “pensamiento único” neoliberal que asfixia a la humanidad en ausencia de derechos naturales y libertad en detrimento de una minoría plutocrática. Como nos demuestra la historia, muchos grandes sabios y filósofos que han pensado más allá de la ideología dominante de su época han sido ignorados, relegando su sabiduría al reconocimiento post-mortem. El problema no lo tiene la exigua minoría de personas que buscan la sabiduría, sino las que no la buscan. Las personas que quieran captar la sabiduría mediante la razón están tan solo expresando conceptos simbólicos para expresar aquello que profundamente creen o saben. La conciencia bifurca en este punto entre el conocimiento “objetivo” (dualidad entre sujeto y objeto, la epistemología que ha dominado al pensamiento Occidental) , y el conocimiento interior o “subjetivo” como camino interpretativo de la realidad por conocer. Es como si hubiera, y hay, dos realidades por conocer: el mundo exterior y el mundo interior. Desde una perspectiva de la historia del pensamiento, el primer mundo es la historia del pensamiento occidental, y del segundo mundo son más representativas las filosofía orientales.
Por tanto, esos dos mundos presentan “dos tipos de verdades”: el camino epistemológico (materialismo científico) y el camino hermenéutico (interpretación de la profundidad interior) . Este punto ha sido excelsamente desarrollado en la filosofía de Ken Wilber a través de sus “cuatro cuadrantes”. En este punto, también cabe recordar que ese mundo exterior es maya (ilusión) como acreditan las neurociencias dando la razón así al denostado movimiento más conocido como “misticismo cuántico”. La mecánica cuántica ha abierto una brecha epistemológica en el materialismo científico sustentado en el dualismo, y ha dado vía libre al crecimiento de la espiritualidad en los términos del imperativo categórico kantiano. Esa tendencia pensativa denota un giro copernicano en la conciencia, no solo la colectiva, sino eminentemente en la subjetiva, pues solo puedo haber verdad en la profunda interpretación que cada cual tiene de su lugar en el universo y la vida. Y a la postre, esta verdad subjetiva (perteneciente al cuadrante del “yo” según Wilber), debe imperativamente conectar con la intersubjetividad colectiva o noosfera (cuadrante del “nosotros” según Wilber). Y aquí se halla situada la actual gran crisis de la humanidad: no es una crisis económica, social y política, que también, sino una crisis de conciencia de la humanidad. ¿Quién debe estudiar la historia para interpretar correctamente el presente y orientar certeramente el futuro? A esta tarea pensativa se han dedicado tradicionalmente los filósofos, y hoy más que nunca tienen mucho que decir, como por ejemplo, a través de este II Congreso internacional de la Red de Filosofía Española que pone a debate “Las fronteras de la humanidad”.
Mientras que no haya un consenso en el nivel intelectual de intersubjetividad colectiva, no habrá una cosmovisión unitaria del sentido de la vida. Como denuncia Wilber, el problema de la humanidad no es la capa de ozono, ni la diferencia entre ricos y pobres, ni el deterioro de la biosfera, sino que el mayor problema es el abismo de conciencia, un abismo de cultura, una brecha epistemológica entre la epistemología de lo conmensurable y la hermenéutica de lo inconmensurable, entre la razón y el espíritu, entre el “yo” y el “nosotros”. Para que se produzca la integración entre la conciencia, la cultura y la naturaleza cada cual debe emprender el camino ascendente hacia la sabiduría: trascender el ego hasta conectar con el espíritu colectivo. Un reto nada fácil pues nadie puede decidir un cambio interior excepto uno mismo tal como aseveró Nietzsche: "Nadie puede construirse el puente sobre el cual hayas de pasar el río de la vida; nadie, a no ser tú". La verdad, en cierto modo, no puede ser impuesta sino debe ser descubierta, en el mismo sentido que lo expresara el inconmensurable Sócrates: “Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”.
La humanidad tiene ante sí el reto de un consenso colectivo para salir de la sociedad de la ignorancia mediante una correcta cosmovisión que permita un futuro espiritual. Mientras que la conciencia colectiva está sometida en dicho cometido al vaivén de la dialéctica histórica, cada uno de nosotros puede, y debería, no descuidar el crecimiento interior pues, como hemos argumentado anteriormente, es una condición sin qua non.
Pero todo lo argumentado hasta aquí son solo conceptos de un simple filósofo. Cada cual debe averiguar si lo argumentado es cierto o no, pues cada cual tiene sus propias convicciones y creencias.