CÓMO DARLE LA VUELTA A UN COLEGIO ENTERO
Hace siete años, San Gabriel era un centro a punto de cerrar: lejos de Zaragoza, sin educación infantil, con instalaciones anticuadas y profesores poco motivados. Hoy tiene lista de espera.
Hace siete años, nadie daba un duro por el colegio San Gabriel, ni siquiera sus propietarios, la Congregación de la Pasión (pasionistas). El centro está situado en Zuera, a 27 kilómetros de Zaragoza, en un espacio envidiable y tamaño espectacular -nació como seminario en 1953- pero tenía muchos problemas: sin educación infantil, con aulas grises y frías, profesores desmotivados y enseñanza teórica. El resultado era de suponer: pocos niños, y cuando se acercaba el bachillerato -privado-, la desbandada. Los pasionistas sabían que las autoridades de Aragón iban a cerrar el centro y tomaron una decisión arriesgada: contactaron con una empresa dedicada de gestión educativa para que llevase las riendas. Y todo cambió: abrieron aulas de infantil con enseñanza bilingüe, eliminaron los libros de texto (incluso los electrónicos), se centraron en el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), las inteligencias múltiples y el Flipped Classroom, es decir, los deberes se hacen en el aula (la clase al revés). Hoy, con la promoción que entró con tres años estrenando primaria, el colegio tiene lista de espera y solo dos niños abandonaron el centro en cuarto de la ESO.
¿Cómo ha sido posible? La clave la tienen Mari Carmen Martínez, directora de San Gabriel, y Sofía Temprado, presidenta del Grupo MT, la empresa que gestiona el colegio. «Buscamos por toda Europa -explica Temprado- las mejores experiencias educativas y las adaptamos aquí». Lo más interesante es que todo se hizo con el mismo profesorado. Mari Carmen Martínez recuerda su llegada: «Los profesores estaban resignados. Cuando proponía algo nuevo, la respuesta era ¿¡Imposible!?».
«O LO DEJAS, O TE LANZAS»
El primer día fue el peor: «Me dije, ¿o lo dejas hoy mismo o te lanzas? Y me lancé», resume Martínez. Contó, eso sí, con el total apoyo de su jefa, Temprado, y de los pasionistas, y pudieron cambiar las pinturas de las clases -«fueron miles y miles de euros», puntualiza-, crear espacios fuera de las aulas para que los chicos se reuniesen, renovar el mobiliario (todas las sillas tienen ruedas) y cablear el colegio para los ordenadores y wifi. «Al llegar teníamos un mega», dice todavía sorprendida Mari Carmen Martínez. El primer curso se fue en preparar a los profesores, porque al siguiente ya hubo grandes novedades.
Una de las cosas que más cambió en San Gabriel ha sido el ambiente en el claustro. «Antes no nos conocíamos, aunque llevásemos años trabajando juntos», apunta Celia. El trabajo que hizo Martínez con la plantilla fue titánico: «Decidimos que si a los niños les pedíamos que trabajasen en equipo, nosotros también teníamos que hacerlo», detalla. Poco a poco se fueron adaptando y uno de los factores clave fue el perfil de inteligencias múltiples. «En clase -dice la directora- los niños tienen un perfil de inteligencias múltiples, donde con cada inteligencia [son nueve] se ponen los nombres de quienes las tienen de forma destacada, y a la hora de hacer los grupos se tiene en cuenta». Como reflejo de lo que se hacía en el aula, en la sala de profesores hay un panel igual con las fotos de profesores que destacan en cada una de las inteligencias. «Cuando necesito a un compañero para algún proyecto -comenta Estefanía- echo un vistazo al panel y veo a quién le puede interesar».
Rocío y Estefanía, dos de las maestras del San Gabriel, coinciden con la directora en que el profesorado ha hecho un recorrido muy largo. ¿Cómo era la vida antes? «Muy tradicional. Todo estaba tan jerarquizado que no podías hacer gran cosa. No tenía nada que ver con lo de ahora». ¿Más cómodo? «Sin duda antes era más fácil -contestan enseguida-. Llegabas clase, explicabas el temario y listo. No es que no trabajases, claro, pero ahora lo haces con más intensidad. Acabas agotada, pero el resultado es infinitamente mejor», apuntan las profesoras. Y mientras dicen eso pasa Gabriel, otro docente, nervioso porque a la tarde -en el Congreso Europeo de Flipped Classroom- iba a pasearse con toda la ropa del revés y esperaba que saliese bien. «¡Uy, pues si lo vieses vestido de Carlos V cuando le tocó el siglo XVI!», recordaba con humor una de las colegas.
«SOY MÁS AUTÓNOMA»
Todo ese esfuerzo del profesorado repercute directamente en los niños. No se puede encontrar a nadie que hable mal del nuevo colegio, y hay a quien, como Paula, le ha «salvado» la vida: «Tengo TDA -dice esta alumna de cuarto de ESO- y antes todo lo tenía que hacer con mi madre, pero ahora soy más autónoma. Esta forma de aprender me ha enseñado a descubrir los problemas y buscar soluciones». Adriana, su compañera en ese momento, asiente: «Aprendes lo mismo de otra forma, y se te queda mejor».
Además, descubren el valor de alumnos en los que antes no reparaban: «Nos pasó con Jose (nombre falso) -dice Paula- que todos pensábamos que era del montón y es el mejor en sintaxis». Hay peleas para ir en su grupo de lengua, y le consultan sus dudas. «Jose es excelente en inteligencia lógico-matemática», arguye Carmen Martínez.
Pero, ¿cómo aprenden los niños del San Gabriel? ¿Cómo es un día normal en el centro? Ahora acaban de terminar un proyecto de tres semanas que se titula Sin noticias del Quijano y en el que participan 3.º y 4.º de ESO. El objetivo es analizar las diferencias entre las clases sociales del siglo XVII y las actuales. Estuvieron implicados diez profesores y en todas las asignaturas usaron textos del Quijote: hasta en Matemáticas, con cálculos como el número de latigazos que se dio Sancho para liberar a Dulcinea. Los alumnos terminaron el proyecto realizando algún producto: vídeos, blog, códigos QR, cómic... El remate llegó de la mano de Educación Física: el profesor realizó una yincana de orientación por el colegio con adivinanzas sobre el Quijote, y para resolverlas había que conocer todos los temas tratados en clase.
QUÉ SE ESPERA DE LOS ALUMNOS
En las paredes del pasillo de ESO cuelgan una y mil cartulinas de Sin noticias del Quijano, y en medio un pequeño aviso: qué notas se recibirá en función del trabajo hecho. Es lo que en ABP se llama rúbrica: «Le decimos a los niños qué esperamos de ellos». Por ejemplo, para sacar un sobresaliente, se debe «reflejar fielmente las dos épocas. La información estará bien sintetizada y bien organizada»; si se han captado las diferencias y se han sintetizado bien pero de una manera desorganizada, el grupo recibe un 7-8, y así hasta llegar al cinco o menos, cuando «falta mucha información y la que hay está mal resumida y organizada». Es cuestión de esfuerzo, «de la ambición de cada grupo», igual que en la vida real, porque de eso va San Gabriel, de preparar a los niños para el mundo del siglo XXI.