"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

ASÍ SON LOS PARQUES INFANTILES QUE TAMBIÉN NOS GUSTARÍA ENCONTRAR EN ESPAÑA

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Cuando nos hablan de un destino turístico nos suelen poner los dientes largos con sus monumentos, barrios o edificios históricos, obras de arquitectos estrella, bares o grandes atracciones. Sin enbargo desde que somos mamás o papás -y todo aquel que lo sea y haya viajado con niños estará de acuerdo- una de las cosas que más agradecemos en las ciudades y pueblos que visitamos son los parques infantiles que encontramos a nuestro paso.

Dado que los terrícolas hemos convertido nuestras urbes en lugares peligrosos donde reina la circulación, las prisas y el ruido, benditos sean los parques infantiles!

Haciendo bueno aquello de que viajar abre la mente hemos tenido la oportunidad de comparar inspirándonos en los espléndidos parques infantiles de ciudades europeas como Copenhaguen o Berlín por poner solo dos ejemplos al que añadimos Amsterdam, una ciudad de los más child friendly que nos encanta.

Precisamente las fotos que ilustran esta entrada están tomadas en los parques y equipamientos de juego que descubrimos en nuestro último viaje con niños a Amsterdam. Todo lo que aparece (menos el zoo) son de titularidad municipal y por tanto de acceso gratuito o con un precio popular. Curiosamente estos parques no suelen ser demasiado destacados por las guías de viaje pero a nosotros nos encantaron y a nuestros hijos ni os cuento.

Parafraseando una gran película a la vuelta estuvimos tentados a decir: hemos visto cosas que vosotros nos creeríais. Viajando por Holanda o Alemania y en general por todos países centro europeos y escandinavos hemos visto alucinar a nuestros hijos con parques que aunque parezcan de cuento son absolutamente reales.

Nos hemos dado cuenta de que contrariamente a lo que estamos acostumbrados a ver en nuestro país los parques infantiles pueden ser para los niños mucho más que simples zonas francas donde pasar el rato.

Demasiadas veces nuestros parques son espacios donde los playgrounds o módulos de juego resultan monótonos y estandarizados, rácanos, víctimas de una enfermiza obsesión por la seguridad donde el juego corre el peligro de convertirse en un sucedáneo de sí mismo ahogado en un mar de caucho. Todo ello sin contar que a menudo nuestros parques infantiles padecen de un lamentable estado de conservación cuando no de abandono total.

Hemos comprobado que pueden existir parques infantiles que no imitan burdamente a la naturaleza -el espacio de juego por excelencia- sino que la incluyen y dialogan con ella incorporando módulos y propuestas de juego creativas e imaginativas con el empleo de árboles o madera, donde están presentes también elementos de juego como el agua y la arena cuyo contacto tanto necesitan los niños para su desarrollo especialmente en edades tempranas.

Definitivamente otro tipo de parques infantiles son posibles. Parques vivos y preparados para todas las estaciones del año, orgánicos, que promueven el encuentro, el juego libre y creador. Parques amplios y bien cuidados abiertos a las familias y al resto de la ciudadanía con generosas áreas de picnic y amables bares con terraza junto a ellos, cuando no piscinas y/o zonas de agua. El mensaje implícito que nuestros hijos perciben es claro: sois parte de una sociedad que os considera ciudadanos primera.

A continuación os transcribimos traducido el excelente artículo que nos ha movido a publicar sobre este tema escrito por Ángela Bosch del blog Encenent la Imaginació orginalmente publicada en catalán en Cultureta.

Vaya por delante que esta entrada quiere ser una invitación en positivo para crear debate. Que no nos den gato por liebre. Desde las ampas, asociaciones vecinales, ciudadanía en general: seamos exigentes con los parques infantiles de nuestros pueblos y ciudades y ya puestos de nuestras escuelas.

Técnicos, urbanistas, arquitectos, empresas del sector, políticos y administraciones: pónganse las pilas, saquen a bailar ese espíritu creativo latino que se nos supone, viajen, exploren, atrévanse con parques más imaginativos y acordes con los tiempos.

Que esta entrada no se entienda como una crítica negativa, despreciativa o indiscriminada a todos los parques infantiles españoles o a las preferencias y formas que padre o madre concibe el juego y en general la crianza de sus hijos. Afortunadamente cada día son más los parques infantiles divertidos y que valen la pena también aquí. Te agradeceremos un montón que nos recomiendes alguno guapo de tu ciudad vía comentarios.

Parques como algodón de azúcar

El algodón de azúcar es goloso.
Es dulce. Y delicioso.
Pero es terrible para los dientes.

Esto es lo que pasa con los parques.
Son espacios que nos llaman.
Pero están matando el pensamiento creativo de nuestros niños.

El mensaje que los parques infantiles de nuestros pueblos y ciudades hacen llegar a nuestros niños es un mensaje contradictorio.

Es como decirles:

Aquí puedes ser libre.
Pero sólo un poco.
No libre del todo.
Es un espejismo de libertad.
Libre sólo hasta donde yo quiera.
Porque sólo puedes hacer lo que yo quiera.
Lo que yo diga.
Lo que yo te deje.
Porque por el tobogán sólo se puede bajar.
Porque no quiero que saltes del columpio embalado.
Porque no quiero que ruedes tan rápido, que te mareas.
Porque caes.
¿Lo ves? Has caído.
Menos mal que el suelo es blando, si no, te habrías hecho daño.
Y caer y hacerte daño es una catástrofe.
Pelarte las rodillas.
Arañarte las manos.
Por suerte este es un lugar seguro.
Para qué sea un lugar seguro sólo hace falta que renuncies a una parcela de la libertad.
No es un precio demasiado alto.

Estructuras con una función claramente marcada y definida: por aquí se sube, por aquí se pasa y por aquí se baja. Y no te pares en medio, es igual que pase una mariposa, no la mires, que los otros niños también quieren pasar, y o se esperan o te apresuran.

Sin árboles ni sombras.
Pero con tierras de goma.
Estructuras de plástico y metal.
En el mejor de los casos, madera tratada, pintada y barnizada, que parezca plástico.
Porque a los niños los gustan los colores.

Hemos convertido los parques en simples zonas de juego motriz.
Hemos convertido los parques en sienes de la seguridad: todo homologado.
Hemos pedido a nuestros hijos que renuncien a la libertad.
A escoger y decidir qué hacer.
Por donde pasar. Como pasar.
Por donde subir. Por donde bajar.
A qué jugar.
Se lo damos todo hecho, cocinado y masticado.
Y que se lo traguen.
Aunque no quieran.
Porque a pesar de la pobre calidad de los parques y las estructuras, ellos siguen queriendo ir. Siguen pidiéndolo y necesitándolo. Y nosotros también.

Porque nos tocaría a nosotros defender la calidad de los parques infantiles. Y no lo hacemos.

Quizás el problema está en el tobogán o en el columpio.

Porque cuando el parque del lado de casa es igual que el parque de tres calles más allá e igual que el de 300 Kms más allá, la capacidad de maravillarse desaparece.

Así, un instrumento que tendría que ser cómplice de la libertad del niño se transforma en una jaula de oro.

Quizás los parques tendrían que estar poblados de estructuras menos definidas, más abiertas, a la altura de la curiosidad y las expectativas de los niños. Estructuras con partes fijas, partes móviles, partes que inviten a quedarse y observar las hormigas. Con puntos de encuentro, que fomenten el encuentro y, con ella, el diálogo.

Espacios donde crear un juego motivador, único y rico; no donde recrear un juego preconcebido.
Espacios donde observar.
Donde tomar decisiones.
Espacios donde moverse en libertad.
Espacios que favorezcan el pensamiento creativo, y donde una opción, una decisión, no invalide otra.
Donde las opciones convivan con sus alternativas.

Con árboles, hojas y sombras.
Con el tierra de verdad, y hierbas, y mariquitas, piedras, troncos y palos.

Sólo el día que todas estas posibilidades y opciones queden cubiertas, podremos aceptar la presencia del columpio y el tobogán como elementos de juego, porque ya no significarán la única opción, y de este modo no acontecerán nunca más símbolos de la represión brutal e injusta, del menosprecio de las capacidades de los niños.

Tenemos parques de algodón de azúcar, que lucen mucho, que son muy golosos, pero que son tan clavados los unos a los otros que nos empachan sólo de mirarlos.

Yo no quiero un parque de algodón de azúcar.
Quiero…
Un parque vivo.
Un parque abierto.
Una ciudad amable.

Textos: Angela Bosch

Fotografía: Max López (Familias en Ruta)