"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

EL FUTURO DE LAS ESCUELAS EN EL MUNDO DIGITAL (I)

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Por Dario Pulfer e Ines Dussel.

Desde el surgimiento de los sistemas educativos nacionales a fines del siglo XVIII, la escuela fue pensada como la forjadora de un nuevo futuro, el de los ciudadanos letrados e integrados a la vida republicana que podrían disfrutar de una movilidad social ascendente. Pero esa relación entre futuro y escuela aparece resquebrajada en la situación actual de “crisis de gobierno” e imprevisibilidad, con una amenaza del caos cada vez más presente. ¿Sigue siendo la escuela la garante de la formación ciudadana, la empleabilidad, la movilidad social, la conformación de identidades nacionales y la apertura a nuevos horizontes?


Existen signos que apuntan a pensar que esa utopía no ha muerto. Es un espectro que recorre a muchas sociedades como esperanza y como tabla de salvación ante las inusitadas formas que toma la vida social. Braudel decía que las mentalidades tardan en cambiar. Que aún existiendo cambios en la estructura material, el mundo mental tenía persistencias notables. Eso es lo que hace que nos sorprendamos ante la continuidad del imaginario educacional ascendente, forjado en otro contexto, pero que sigue modelando acciones de diversos actores. La sorpresa aumenta si consideramos que desde hace décadas venimos escuchando que la educación está en crisis.

A este imaginario extendido ampliamente en la sociedad y relativamente consolidado se le está oponiendo un discurso de carácter apocalíptico, sustentado en el “solucionismo tecnológico”. Partiendo de los problemas y de ciertas perspectivas que ven a las escuelas como organizaciones anticuadas, rígidas y poco flexibles para adaptarse a las demandas de la modernidad líquida, se plantean propuestas, incluso revoluciones, de orden tecnológico que prescinden de la historia, los actores, las relaciones de fuerzas y las tradiciones culturales. Frente al aburrimiento, la gamificación; frente al sedentarismo, la deslocalización; frente a la estructura escolar, el aprendizaje espontáneo.

Creemos que hay que poner en cuestión estas opciones para poder esbozar otros escenarios de futuro para la escuela. Por ejemplo, cabe plantearse: en una sociedad de la hiper-aceleración, ¿cómo centrar el aprendizaje en esfuerzos sostenidos en el tiempo y en el diferimiento de lo “entretenido” y lo inmediato? En una “sociedad del espectáculo” ¿qué futuro le cabe a una institución organizada en torno a rutinas y ejercicios que requieren repeticiones, con ritmos lentos y espacios estructurados? En un contexto que postula la primacía de la innovación, la respuesta inmediata y la originalidad, ¿qué valor se le otorgará a la reflexión matizada, a la transmisión de la experiencia, a la introducción sistemática a marcos de pensamiento ya conformados, pero indispensables para crear novedades? En un mundo en el que el presente se constituye en ordenador del tiempo, en el que manda el acontecimiento, lo aleatorio y lo inestable ¿cuáles son las posibilidades de transmisión intergeneracional? En un mundo en el que crece la “individualización de la referencia” (como la llama Marc Augé) poniendo en cuestión las referencias comunes, ¿cómo valorar selectivamente criterios, elementos y formas de la cultura heredada?

Las preguntas son muchas y demandan pensar en otras pedagogías y en otros contenidos. También se plantea la duda sobre si la escuela podrá sobrevivir a este contexto de nuevas demandas y presiones. ¿Es una institución de la modernidad condenada a desaparecer o languidecer, o la veremos transformarse?

Hay distintos analistas que se proponen responder a esta pregunta. Un ejemplo es el panorama prospectivo que ofreció la OCDE, que planteó tres posibles escenarios para los sistemas educativos en el futuro: el mantenimiento del statu-quo, el fortalecimiento de la institución escolar y la desaparición de la escuela. El primero sería aquel en el que todo sigue como está, con instituciones crecientemente burocratizadas y con crisis recurrentes. El segundo es el de una transformación escolar para que la escuela recobre relevancia, ya sea a través de afirmarse en su rol social de formación de las conductas y valores, o reubicando su lugar como centro de aprendizaje, con más peso de lo instruccional, más recursos y más oferta en ese plano de la formación. El tercero es el de la desaparición de los sistemas escolares, ya sea por presión del mercado y apertura de nuevas instituciones educativas no escolares, por la extensión de la sociedad de redes, o por una suerte de implosión de los sistemas ante la dificultad de reclutar nuevos docentes (un problema cada vez más agudo en algunos países del norte).

Otra prospectiva la sugirió hace tiempo Attali en su artículo “La escuela de pasado mañana”, cuando planteó que en el futuro se combinarán escenarios: habrá escuelas que desaparecerán aferradas a su lógica tradicional, jerárquica y burocrática, y otras se transformarán en “escuelas inteligentes” fuertemente imbricadas con lo tecnológico, lo que les permitirá complementar y diversificar tareas y acciones en torno al aprendizaje.

En la mayor parte de estos análisis, se habla más de una mutación de la forma escolar que de la desaparición de la institución como tal. Se propone un cambio de la forma escolar para sostener ciertas funciones de transmisión cultural (códigos que podrían llamarse civilizatorios) y de socialización (aprender a vivir juntos), junto con incorporar la lógica de aprender a aprender (incluido el de aprender a programar). El cambio de la forma escolar plantea una idea de transición, de un paso y un cambio regulado. Una transformación pactada, un cambio real menos traumático. Pueden recordarse al respecto la noción de “desarrollo próximo” de Vygotski y la perspectiva de Braudel de los tiempos de los cambios sociales: éstos son más lentos y menos radicalizados de lo que se proclama.

En el espacio actual ya podemos vislumbrar escuelas que han emprendido ese camino de cambiar la forma escolar y son nombradas en la literatura como “innovadoras”, “enriquecidas”, “emergentes”, “extendidas”, “aumentadas”, “creativas”.

De todos modos, frente a la opción de desaparición de la escuela, cabe preguntarse: ¿hay alguna otra institución social que pueda ocupar el lugar que hoy cubre la escuela? Por el lado de la producción cultural de referencias comunes, hay que reconocer que la escuela compite con otras agencias como las redes sociales y lo que queda de la televisión, que proveen saberes, lenguajes y sensibilidades no sólo a las nuevas generaciones sino también a los adultos. Pero ese encuentro está recortada por lo que cada uno puede o sabe encontrar, y se abren brechas importantes entre los sectores sociales, los perfiles de consumo y las generaciones.

Esto habla de que fortalecer la escuela puede ser la opción no sólo más deseable, sino también la que tiene más posibilidades de abrirse paso. Que la escuela desaparezca significa que la sociedad renuncia a esta introducción más sistemática y más pausada a la herencia cultural y a diálogos más amplios con la experiencia humana, al menos hasta ahora, en que no se han inventado aún instituciones que puedan cubrir sus funciones de igual manera.

La escuela puede ofrecer un contexto donde se puede descansar en otros, en una herencia acumulada, en un saber que otros nos ofrecen, en un encuentro con otros y con lo diverso, en un espacio donde uno puede equivocarse y volver a probar sin mayores consecuencias, más íntimo que las redes pese a su carácter público, y nombrado como un espacio de aprendizaje y no de performance en el mundo adulto, mundo cada vez más competitivo e imprevisible. Todo eso es un don a dar a las nuevas generaciones, que no habría que tirar por la borda.

Que la escuela pueda ser un espacio y un tiempo de esas características, no quiere decir que efectivamente lo sea siempre y en todos los casos. Necesitamos escuelas que incorporen la novedad tecnológica, tengan cada vez más pantallas y ventanas. Que sean más dialógicas y abiertas al mundo, pero conscientes de la necesidad de defender su especificidad en la transmisión y recreación de la cultura y el conocimiento. Pero estamos convencidos que necesitamos escuelas.

Si el horizonte es la desinstitucionalización, la desescolarización y el fin del espacio público escolar, las sociedades humanas perderán uno de sus inventos más maravillosos y algo muy valioso para su propia preservación y futuro. La respuesta a la situación actual del sistema escolar no pasa entonces por reemplazar las escuelas existentes por plataformas en línea que ofrezcan contenidos recortados a medida del gusto de cada consumidor, sino por potenciar el espacio escolar con usos más complejos y más enriquecedores de las nuevas tecnologías, y con una apuesta más profunda por recrear el encuentro entre generaciones en la transmisión y renovación de la herencia cultural.