"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

DE LA SUMISIÓN EDUCATIVA TAMBIÉN SE SALE

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Un artículo de Jordi Martí, docente.

Conocidos ya los resultados en Gran Bretaña y, viendo que nuestros amigos ingleses han optado democráticamente por abandonar la Unión Europea, se ve que no hay nada tan inmutable para no poder ser debatido y hablado libremente. Sí, en Gran Bretaña cada uno de los ciudadanos ha podido expresar en las urnas qué quería hacer con su futuro. Y sí, esa libertad para acertar o equivocarse es lo que debería trasladarse al ámbito educativo.


Un ámbito educativo donde la democracia brilla por su ausencia (las cosas se hacen así o así porque algunos lo dicen y se aprueban leyes que, sin incorporarse a ningún programa electoral, se dan por buenas y válidas para ser aplicadas en unas aulas con afección a las futuras generaciones). Sumisión educativa a los dictados de mercados varios y personajes que, por desgracia, nunca han pisado el aula. Alumnos y docentes ninguneados en un sistema basado en la sumisión de todos sus miembros. Esto es la educación en nuestro país. Un lugar donde se ha establecido un comportamiento fascista por parte de unos, gestionado por su Gestapo particular y, cómo no, con el colaboracionismo de parte de docentes que, por motivos desconocidos que no querría intuir como intuyo, se dedican a jugar a desmontar, pieza a pieza, el futuro de sus alumnos. De los suyos y de los otros docentes que, en su mayoría están en contra de determinadas actuaciones y decisiones de la administración educativa pero que se ven obligados a quejarse, por motivos poco justificables en muchos casos, en la crítica en pequeño comité.

Es posible salir de la sumisión educativa. Es posible romper el yugo que algunos intereses han usado -y siguen haciéndolo- para campar a sus anchas en nuestras aulas y jugar con el futuro de los jóvenes de nuestro país. Se hace imprescindible dar una vuelta a la tortilla y empezar a desterrar el miedo tan arraigado en nuestra profesión. Ese miedo por no salir en la foto, ese miedo irracional que unos pocos ejercen sobre la gran mayoría de docentes. Los docentes tenemos más poder del que nos creemos y, por ello, me entristece ver como recibimos, sin ningún tipo de reacción, determinados palos un día sí y al otro también. Y ya no hablo sólo de los docentes. También hay mucha sumisión por parte de los alumnos y de sus familias. Algunas, incluso, debiendo verse obligadas a pagar dinero porque la administración no les ofrece un servicio que debiera ser gratuito. Entrando en aguas más cenagosas, ¿por qué no se decide democráticamente qué medidas van a aplicarse en los centros educativos o van a ser tomadas por parte de los políticos si afectan a algo tan sensible como la educación? Que ya está bien de tener miedo. De autoflagelarnos cada vez que algún iluminado suelta alguna brillante idea acerca de cómo mejorar la educación. Ideas brillantes que, curiosamente, se aplican sin ningún sonrojo por parte de esos docentes colaboracionistas que se escudan en sus necesidades. Sí, los intereses personales priman y el procomún se convierte en una utopía tan lejana que, a veces, da miedo que no pueda llegarse a él.

La verdad es que me gustaría ver más docentes, alumnos y padres quejándose en voz alta de ciertas acciones perpetradas por quienes controlan la educación. No es sólo la comodidad de jugar a poder seguir saliendo en la foto para algunos, es la pura y simple constatación de que, al final, la culpa de todo lo que sucede no podemos darlas a terceros. La culpa es, simplemente, de aquellos que no hacemos lo que debemos hacer, no cuestionamos abiertamente algunas cosas que parece que no puedan cuestionarse y, cómo no, ratificamos con ese silencio los desmanes que algunos están cometiendo para satisfacer intereses que tienen muy poco que ver con los de nuestros alumnos.