"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

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El pensamiento complejo

LA HUMANIDAD COMO PENSAMIENTO COMPLEJO

Este artículo está reproducido como nota número 2 en la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA (4ª ed.).

Para el pensador universalista francés Edgar Morin, “pensamiento complejo” es cuando se trata de construir un método nuevo sobre la base de las ideas complejas que emanan de las ciencias y su conjugación con el pensamiento humanista, político, social y filosófico. También se utiliza pensamiento complejo en un sentido más estrecho, para designar a los estudios científicos que intentan explicar las dinámicas complejas de los objetos en estudio, sin extraer de ello consecuencias cosmovisivas o metodológicas más generales. Edgar Morin ha denominado esta postura complejidad restringida, para diferenciarla de aquella más amplia y humanista que sostiene, donde lo define como un método de pensamiento nuevo, válido para comprender la naturaleza, la sociedad, reorganizar la vida humana, y para buscar soluciones a las crisis de la humanidad contemporánea. La evolución de las ideas complejas en el siglo XX puede caracterizarse en tres grandes momentos. El primero, en los sesenta, donde se trabaja en varios campos científicos sin que trasciendan los nuevos desarrollos conceptuales más a allá de áreas muy específicas. Entre los setentas y ochentas, se produce una mayor socialización de las ideas complejas entre diversos campos disciplinarios. Finalmente en los noventas, se produce un boom mediático que colocó la complejidad y lo complejo en documentales científicos, revistas de divulgación y la prensa.

En el artículo científico titulado El paradigma complejo. Un cadáver exquisito, publicado en Cinta de Moebio (septiembre del 2002), una revista de epistemología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, se propone una sistematización de las bases conceptuales del Paradigma o Pensamiento Complejo. Se revisan sus supuestos fundamentales y se ejemplifican algunos aportes en las ciencias sociales. Para los propósitos de este trabajo, cito las conclusiones de dicha investigación:

“La aproximación reseñada sugiere algunas reflexiones y nuevas preguntas para continuar el flujo indeterminado y entrelazado del conocimiento. En primer lugar, en autores como Sheldrake (resonancia mórfica), Thom (Catástrofe) y otros, se percibe un apego a formas de validación: experimentos, generalización, leyes implícitas, correspondientes al paradigma cartesiano-newtoniano, lo que resulta comprensible pues se encuentran entre los precursores de esta ruptura epistémica y en consecuencia, representan el pensamiento intermedio de la transición paradigmática”.

“Por otra parte, la excesiva generalización y vulgarización de términos y conceptos que a una velocidad inimaginada se transfieren a disciplinas, áreas, teorías y espacios científicos, conlleva al germen de su posible destrucción, al correrse el riesgo de perder o desvirtuar su fuerza explicativa”.

“Igualmente, la tentadora “poética de la complejidad” puede conducir a la generación de un lenguaje poco riguroso y sistemático que termine por no explicar la realidad ya de por sí definida como “incognoscible”. La discusión se hace obligada para todos aquellos que de una u otra forma se compenetran con procesos de investigación y aprendizaje”.

“Muchos temas posibles de investigación se encuentran al interior y en las fronteras del pensamiento complejo: actos de distinción, procesos de observación, delineamientos de perspectivas, descubrimiento de otras lógicas, puentes teóricos intra y transdisciplinarios, cartografías de conceptos y principios, herramientas y metodologías de abordaje de la complejidad aún inexploradas, que hacen de este nuevo milenio, un territorio virgen para nuevos descubrimientos”.

“Más que modificar y cambiar la manera de comprender, conocer y aprehender la realidad, el esfuerzo se orientaría a desaprender nuestra manera tradicional de interrogarnos, ya que en cada pregunta va implícita una determinada visión del mundo y en consecuencia, los mismos límites de esas infinitas respuestas que constituyen el conocimiento”.

“Desaprender nuestra manera tradicional de interrogarnos” e indagar “los límites de esas infinitas respuestas que constituyen el conocimiento”, en dicho sentido está escrita La educación cuántica, explicitando en la medida de lo posible un nuevo paradigma de conocimiento en el que se hayan involucradas todas las instancias sociales, desde las económicas y políticas, hasta las intelectuales y espirituales, lo cual insta a una regenerada interpretación de la “visión del mundo” por cada persona ( “mapa sociológico” ). Todo un reto filosófico que inquiere una reinterpretación de la historia del pensamiento, como si de un segundo renacimiento se tratara donde, la razón cartesiana, enfangada en el materialismo científico, en un proceso de autopoiesis, redirige la mirada hacia el “nosotros” kantiano, todo un racionalismo espiritual ( “mapa psicológico” ). Consecuentemente, además de un “mapa sociológico” que informe correctamente de ese mundo de ahí fuera, también se hace indispensable un “mapa psicológico” que permita el discernimiento interior en orden a tener una correcta cosmovisión. Ambos “mapas”, respectivamente, corresponden al tradicional problema filosófico de la dualidad objeto-sujeto que durante varios siglos ha sostenido la ciencia reduccionista (método científico), hasta que la física cuántica aseveró de que sujeto y objeto son una y la misma cosa, la no dualidad postulada por la filosofía perenne (misticismo contemplativo). El “territorio” de la verdadera realidad todavía por conocer es una gran incógnita, a decir de Heisenberg: “La realidad objetiva se ha evaporado y lo que nosotros observamos no es la naturaleza en sí sino la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación”. Por ello, más que nunca, se hace necesario un “mapa sociológico” así como un “mapa psicológico” que permita construir una perfecta cosmovisión de nuestra era contemporánea. Vivir en la verdad demostrada epistemológicamente (no dualidad entre sujeto-objeto), con conocimiento de causa en el ejercicio de la libertad, es la piedra de toque para evolucionar conscientemente hacia la sabiduría.

Tal es el camino ascendente de la conciencia hacia la sabiduría que se propugnará en este ensayo y, en ese viaje de la conciencia por el espacio y el tiempo, el saber y el amor se presentan como las premisas epistemológicas a recuperar por esta decadente civilización. En otras palabras, la asignatura de filosofía, denostada por los poderes fácticos para anular el pensamiento crítico, es reivindicada en este ensayo como única tabla de salvación de la humanidad, porque “conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza” (Federico II El Grande, rey de Prusia).

Es así como, desde una perspectiva histórica y psicológica, la razón humana ha caído por la pendiente del racionalismo pragmático y el materialismo científico, descuidando al otro polo de conocimiento, a saber, el genuino misticismo exento de apriorismos dogmáticos religiosos. Así, ese “yo” fragmentado y disociado de la colectividad o “nosotros”, se presenta como el fundamento epistemológico de la presente crisis económica y política que, implícitamente, conlleva un trance intelectual y espiritual a superar por esta decrépita civilización. Como se puede apreciar, es tal el pensamiento complejo en el que se halla la humanidad, que hace necesaria una renovada filosofía de la mente mediante una educación acorde a los tiempos cuánticos, La educación cuántica que es preciso transmitir a las nuevas generaciones para que se empoderen con conocimiento de causa de su libertad moral, jerárquicamente superior esta a la libertad sensible y la libertad intelectual.
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La educación cuántica

EL MITO DE LA CAVERNA

Este artículo es una reproducción del capítulo 10 de la primera parte de LA EDUCACIÓN CUÁNTICA

1 - Sombras y luces

Hacer historia es harto difícil, aunque no imposible. La educación cuántica ha surgido holísticamente en la noosfera por dos motivos. Por un lado, mediante la física cuántica se ha producido un giro copernicano en el materialismo científico del “ver para creer” al “creer para ver”, abriendo así la puerta de la maestranza para que entre triunfante desde el fondo de la historia la filosofía transpersonal y la psicología transpersonal. Y por otro lado provocado ese surgimiento holístico de La educación cuántica, por la crisis espiritual al acercarse el “misticismo cuántico” peligrosamente en el cuestionamiento de los dogmas religiosos.

En efecto, la “espiritualidad religiosa” (creencia sin razón) está acosada por los “místicos cuánticos” (creencia con razón), unos “peligrosos” librepensadores calificados como pseudocientíficos por intentar unir la ciencia y el espíritu en una escuela de pensamiento auspiciada por la filosofía transpersonal. ¡Cuidado, estamos robando la espiritualidad a la curia eclesiástica! ¡Y también el derecho a pensar que pertenece al materialismo científico! ¿Quién debe vigilar los pensamientos de quién? ¿Quién tiene razón en este encontronazo entre ideas materialistas e idealistas?

Lo cierto es que, aunque ello tarde alguna que otra generación, la crisis espiritual es inevitable, pues los dogmas religiosos se están agrietando por el acoso del emergente racionalismo espiritual, el cual cuestiona la espiritualidad basada en la simple fe, alejada de la razón y la ciencia, como si los fieles fueran incapaces de comprender las cuestiones del espíritu. Y en ese terreno, el método científico no tiene mucho que hacer, pues rechaza implícitamente el “creer para ver”, salvo que comience a vislumbrar las propuestas del “misticismo cuántico”, por cierto, una corriente de pensamiento generada por unos díscolos científicos. Nadie puede obligar a otra persona a convertir sus ideas. La razón es una cosa y la fe otra muy distinta, hasta ahora…

Primeramente. En un largo periodo histórico, la fe religiosa ha supuesto la mayor ceguera para hacer del hombre un ser libre y consciente, hasta que Descartes alumbró al “cogito”. Durante esa larga noche oscura de la humanidad, la milenaria sabiduría recogida por Platón en las antiguas escuelas de conocimiento esotérico, ha sido sepultada por los dogmas religiosos. Desde una perspectiva histórica, como diría el propia Marx, “la religión es el opio del pueblo”. Es la sinrazón diría yo. Antaño, probablemente, se pudiera necesitar de un confesor; hoy le corresponde profesionalmente ese papel a la psicología y al asesoramiento filosófico. El asesoramiento filosófico es el revulsivo pedagógico por excelencia, pues busca devolver a la filosofía su operatividad, su originaria dimensión terapéutica y su relevancia para la vida cotidiana. En este sentido está escrita La educación cuántica.

En segundo lugar. Con el racionalismo moderno, la ciencia se ha dado un empacho en su búsqueda hacia la verdad mediante el método científico. Pero un buen día, la ciencia no pudo progresar más en su expansión cósmica: por un lado, la teoría de cuerdas que postula otras dimensiones raya inexorablemente con cuestiones filosóficas y espirituales inabarcables mediante el método científico; por otro lado, la física cuántica que remite irremediablemente al observador como modificador de la realidad, ha despertado de su letargo a unos díscolos pensadores conocidos como “místicos cuánticos”, un tímido movimiento de rebeldes que osaron unir la ciencia con la espiritualidad.

2 - Las sombras del ego

Estos pensadores “transpersonales”, al aunar la ciencia con la espiritualidad, ponen inevitablemente en cuestionamiento al pensamiento occidental: el pensamiento único neoliberal es una dictadura del ego plutocrático que utiliza la información, el conocimiento, la educación, los gobiernos y los ciudadanos para exclusivos fines egoístas y de dominación. El genuino pensamiento que debería defender a la humanidad está secuestrado por instituciones pretendidamente “democráticas” -Troika, BCE, CE, FMI, Banco Mundial, gobiernos, partidos políticos, justicia, etcétera-, como evidencia la demanda de una nueva conciencia por el 15M y demás movimientos sociales. La noosfera está en marcha: el “yo” (ego) está despertando paulatinamente y, como la oruga se transforma en mariposa, de ese “yo” surge holísticamente un espíritu colectivo o “nosotros” kantiano. Es un cambio de paradigma que se da tanto en las estructuras sociales como psicológicas. Es una renovada conciencia presente en aquellas personas que aúnan la racionalidad con la genuina espiritualidad, hasta ahora ambas presas, respectivamente, de los poderes fácticos y de los dogmas religiosos.

Si a lo anterior le unimos la crisis epistemológica que está sufriendo el método científico al ser acosado por lo que ellos llaman “místicos cuánticos”, el cambio de paradigma que se presenta es más que evidente: la filosofía tradicional, ese pensamiento surgido de la racional-modernidad tras el primer renacimiento humanístico, está agotado y no puede dar respuesta a la demanda colectiva que pide a gritos un cambio de verdad en el mundo. Estos rebeldes se les suelen conocer como “anti sistema”, “anti globalización”, “15M”, “Occupy Wall Street”, “Foro Social Mundial”, “ATTAC”, “misticismo cuántico”, etcétera. Todos ellos son “activistas cuánticos” que trabajan en la unión del “nosotros” frente a los egos fragmentados y disociados de la colectividad. Toda una crisis civilizatoria del pensamiento occidental que ha segregado el espíritu colectivo de la razón, y que ahora reivindica su legítimo papel en la historia.

Marx desentrañó las leyes inherentes al funcionamiento del capitalismo que ha degenerado en la actual crisis económica, social y política. Pero fue Kant antes que Marx quien previo la crisis intelectual y espiritual que está viviendo actualmente la humanidad, unas dudas que expresó en su ensayo ¿Qué es la ilustración? . Kant, mediante sus Tres críticas, diferenció magistralmente tres mundos: la ciencia (“ello”), la profundidad intelectual del sujeto cognoscente (“yo”) y la moralidad como sujetos espirituales (“nosotros”). Posteriormente la postmodernidad ha fracasado en su intento de unir ese mundo exterior y ese mundo interior con un conocimiento fundamentalmente sustentado sobre un racionalismo pragmático. Sin embargo, los polos están cambiando: Ken Wilber ha marcado un antes y un después en el pensamiento filosófico al unir la filosofía oriental con la occidental; Wilber es el Kant de nuestra época, aunque los materialistas científicos lo ignoren por completo. Quieran o no los defensores del materialismo científico, el racionalismo espiritual se está abriendo camino. Y es de justicia histórica que el peyorativo “misticismo cuántico” sea rehabilitado como filosofía transpersonal, una tesis esencial en estas reflexiones sobre La educación cuántica. ¿Es este bucle pensativo comparable en su objetivo al Mito de la caverna de Platón? Reflexión…

3 - Razonar a contracorriente

El método científico es válido para averiguar qué hay de verdad en el objeto. Pero cuando dicho objeto de conocimiento es el propio sujeto, se da la circunstancia que es la propia conciencia que se piensa a sí misma. ¿Cómo va el método científico sonsacar “verdades” de ese campo pensativo? ¿Con un potente telescopio? ¿Con un profundo microscopio? No hay lugar a dudas: con la filosofía transpersonal, con la interacción de la razón con el espíritu, aunando los dos modos de saber, el método científico y el trascendental. Este nuevo paradigma pensativo permite progresar no solo por el sendero psicológico, sino también por el pedagógico porque, a la postre, comprender el mundo es aprehenderlo mediante conceptos o neologismos, como se ha visto en la “dinámica espiral” del anterior capítulo. Y a ese constructo pensativo se le llama filosofía transpersonal, un derecho a filosofar que no me arrebatarán ni la Iglesia, ni los plutócratas, y mucho menos los escépticos.

Aunque el movimiento escéptico arremeta una y otra vez, contra viento y marea a contracorriente de los místicos cuánticos, mi pensamiento filosófico debe ser respetado, como si del Discurso del método se tratara, pues La educación cuántica postula el sintagma pensativo dinámica espiral a modo de reinterpretación de la historia del pensamiento, con el objetivo de que la filosofía sea rescatada de su complejidad cognitiva y hacer fácil el entendimiento de la vida, el mundo y las personas. Lo mismo que pretendía Descartes frente a la Iglesia, pero ahora, además, contra el pensamiento único neoliberal.

Los ideólogos del capitalismo han enmarañado intencionadamente el Mundo de las Ideas con la finalidad de apropiarse de todas las estructuras de dominación en el planeta (productivas, alimenticias, económicas, políticas, institucionales, etcétera), para mayor dominio sobre la humanidad con el subsiguiente sufrimiento causado a las personas, los Estados y los continentes. Con ello se ha impuesto un pensamiento “único” y “neoliberal” (libertad de los mercados por encima de las personas). No sé si he sufrido más luchando casi toda una vida por seguir el rastro del dinero como me imponía el capitalismo, o en los escasos años que llevo elaborando mi propio sistema filosófico como librepensador frente al movimiento de escépticos. Tanto para hacer dinero como para defender las propias ideas, se requiere de esfuerzo y tiempo pero, para hacerse un hueco en el Mundo de las Ideas, no solo basta saber que se vive en la verdad (modo no dual de conocimiento, trascendental), sino que demostrar dicha verdad a modo de educación cuántica es una ardua labor, pues se tiene enfrente a una multitud de escépticos anclados todavía al primer modo de saber, el dual entre sujeto y objeto, cuyo método científico se ha atascado con la física cuántica.

Al perseguir la errática felicidad dineraria, como muchos, he sufrido las inclemencias de la sombría cueva platónica, una metáfora en alusión a este perverso y depredador sistema capitalista de producción que fragmenta a la razón y disocia el espíritu colectivo, enfrentando así al ego contra el mundo. Fue Ken Wilber quien iluminó mi atascado raciocinio mediante la emergente espiritualidad presente en la filosofía transpersonal. “Es de bien nacidos ser agradecidos”, y por ello mi recurrente reconocimiento a Ken Wilber pues ha significado intelectualmente el eslabón perdido en la paradigmática evolución de la historia del pensamiento, aunque él y su legión de seguidores seamos peyorativamente acusados de “místicos cuánticos”. “Ladran, luego cabalgamos”. Lo mismo que le pasó a Descartes, Copérnico y Bruno, por citar solo algunos de los muchos pensadores que se atrevieron razonar a contracorriente del pensamiento dogmático dominante. Sin embargo, es mediante dicho inquisitivo pensamiento como se hace historia, de ahí que la filosofía sea aludida con propiedad como la historia del pensamiento, presa ahora de un caduco materialismo científico. Pero, muy a pesar de los escépticos, la física cuántica remite al sujeto cognoscente como objeto de conocimiento, es decir, a la conciencia que debe conocerse a sí misma, al famoso aforismo griego “Conócete a ti mismo”, y para tal labor, mi dinámica espiral es una renovada visión de la historia del pensamiento.

Mediante un sintagma en un solo folio y gracias a la analogía del ADN, en mi sistema pensativo, la historia de la filosofía es intuida sin apenas esfuerzo intelectual. Con un simple vistazo se aprehende la evolución paradigmática de la historia de la humanidad, toda una reproducción mimética de la naturaleza en el Mundo de las Ideas que hace cierto el aforismo de que “como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”. Esta frase esotérica hace referencia a la segunda ley de la Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto. La frase puede ser considerada como una referencia a la relación entre el hombre y el universo.

Esta revolucionaria pedagogía filosófica permite, mediante un sintagma, ver cómo ha evolucionado la humanidad hasta llegar a los paradigmas de la física clásica y la física cuántica, como iniciadores de nuestra era contemporánea. Hasta dicho cambio de paradigma científico, en apariencia, todo es claro. Sin embargo, la física cuántica ha posibilitado un nuevo paradigma de conocimiento, cuya dificultad cognitiva está en la interpretación de los paradigmas intelectuales, sociales, psicológicos y espirituales actualmente en discordia si no se dispone de un “mapa” a modo de dinámica espiral como interpretación de la historia del pensamiento. Ante ello, el nuevo paradigma de conocimiento posibilitado por la física cuántica, es el racionalismo espiritual presente en la filosofía perenne, donde sujeto y objeto son una y la misma cosa, y cuya percepción se realiza mediante una renovada conciencia como acreditan no solo los “místicos cuánticos”, sino también una multitud de movimientos sociales que claman contra el imperialismo económico desplegado por los egoístas plutócratas.

Bueno es recordar a costa de correr el riesgo de pasar por un pedante intelectual que, el cambio de conciencia que salió efervescentemente del 15M en 2011, ya fue intelectualmente anticipado en mi primera obra Pensar en ser rico, a partir de la cual propugno un segundo renacimiento de la humanidad donde, el “pienso, luego existo”, debe paradigmáticamente ser sustituido por el espíritu colectivo reflejado en el imperativo categórico de Kant. Pero en honor a la verdad, hay otros pensadores antes que yo que apuntaban en esa dirección. En dicho sentido, sin lugar a dudas, la filosofía de Wilber es el constructo magno de un pensamiento que permite a muchos sinceros buscadores de verdad sintetizar unitariamente la racionalidad occidental con la espiritualidad oriental. Tal ha sido mi caso. Durante mi salida del mundo de las sombras, entiéndase el sistema capitalista, he escrito varias obras que han culminado con Capitalismo y conciencia. Y La educación cuántica es la aplicación pedagógica de dicha obra.

El materialismo científico puede seguir, con toda razón, con el método científico. Pero ese modo unidireccional de medir la realidad se ha volatizado con el surgimiento de la física cuántica y su apertura hacia la fenomenología. Entonces, hubo una reconversión pensativa mal llamada “misticismo cuántico” pero, como creo haber demostrado, hay que hablar propiamente de filosofía transpersonal. Conviene recordar que, a la postre, la “cuarta fuerza” de la psicología, lo “transpersonal”, ha estado incubándose durante varias décadas hasta su alumbramiento de un modo científico y filosófico por Ken Wilber . Tarde o temprano, el movimiento de escépticos a este nuevo paradigma de conocimiento, será deslumbrado por la verdad porque, como dijo Gandhi, “la verdad es la verdad, aunque solo la mantenga una minoría... aunque esa minoría sea uno solo”. ¿No fue así como inició Descartes el racionalismo moderno? ¿Y qué decir del criticismo kantiano? ¿Por qué no dar un voto de confianza a la filosofía transpersonal magníficamente elaborada por Ken Wilber mediante sus “cuatro cuadrantes”?.

Confieso haber bebido en las turbulentas aguas de una filosofía de difícil acceso para todo escéptico. Reconozco que voy a contracorriente, que mi pequeña bandera filosófica es como un simple flotador en la inmensidad de un mar de ideas. Pero, ¿no es acaso el sino de los que se atreven a pensar más allá del pensamiento dominante? ¿No es ello una condena para todo pensador que ose expresar unas ideas extraídas desde su “otro yo”, como propone el físico francés Garnier? A ese camino solitario y angosto lo llamo la “soledad del pensador” que, en un automatismo de defensa, es expresada mediante la escritura, más que nada para dar rienda suelta a tanta convulsión de pensamientos y no caer en la locura. Porque, aunque el mundo no esté cuerdo del todo, hay que cuidarse mucho de no caer en la paranoia también . He tenido suficiente con el acoso del capitalismo que me ha llevado a ser un declarado anti sistema, no vaya a ser que, también, me quieran linchar por defender la filosofía transpersonal como ciencia de la conciencia, mal entendida esta por los escépticos como “misticismo cuántico”.

Para que un sujeto cognoscente pueda integrarse plenamente en la sociedad debe, antes que nada, ser una persona libre para disponer en consciencia de su capacidad racional, una cuestión que el capitalismo no puede garantizar al ser el actual sistema educativo un instrumento de manipulación por secuaces políticos al servicio de los poderes fácticos. Con ello, vuelvo a insistir, el pensamiento, la ciencia y la educación no están libres de ataduras dogmáticas a un perverso sistema de dominación que socava los más elementales Derechos Humanos. Y para revertir dicha tendencia, La educación cuántica es una renovada propuesta pedagógica en materia filosófica, psicológica, social, educacional e histórica. Porque, como aseverara el paleontólogo y filósofo francés Pierre Teilhard de Chardin, “el pasado me ha revelado la estructura del futuro”. Y en esa cuestión temporal, no me cabe duda de que la humanidad vive todavía en una caverna platónica, con mucha tecnología, pero con un ego herido de muerte que solo puede ser sanado con la democratización del saber y la solidaridad social como expresión del amor universal.

Pierre Teilhard de Chardin aportó una muy personal y original visión de la evolución. Suyos son los conceptos “noosfera” (conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven) y “Punto Omega” para describir el punto más alto de la evolución de la conciencia, considerándolo como el fin último de la misma. Según Pierre Teilhard de Chardin, el planeta se encuentra en un proceso transformador, evolucionando desde la biosfera a la noosfera. Más concretamente, propugno que la noosfera ha involucionado desde el “cogito” cartesiano hasta plasmarse en un ego fragmentado y disociado de la colectividad, dando lugar a una sociedad líquida a decir del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, o en un pensamiento débil según el filósofo italiano Gianni Vattimo. Respectivamente, con la colectividad disociada y el ego fragmentado, ¿cómo reconstruir este viejo mundo moribundo cuando colapse? ¿Hacia dónde va la historia del pensamiento? ¿Cómo salir de esta oscura caverna platónica? La educación cuántica es una humilde propuesta a dichas cuestiones.

Recordemos estas preguntas: ¿qué ha ocurrido en la historia reciente de la humanidad?, ¿cómo ha sido factible que la ciencia del Ser, la filosofía, haya devenido en un psicologismo en sentido positivista, e incapaz de salir de las garras de la historia? El ascenso cognitivo, psicológico y filosófico postulado por La educación cuántica constituye una huida pensativa del actual sistema capitalista y de su historia manifiestamente manipulada desde el ego plutocrático. Es una huida en busca de luz, en busca de unas renovadas ideas para la transformación de las personas: hay un nuevo mundo por descubrir en el interior de cada uno de nosotros. Por ello mismo, es pertinente descender a la caverna platónica con una renovada pedagogía histórica, una cuestión que será abordada en el siguiente capítulo.


COMENTARIO DE TEXTO A ESTE ARTÍCULO:

Pienso que hay pensadores, como Platón, que están más vigentes que nunca para comprender nuestro presente a partir de una simple alegoría como EL MITO DE LA CAVERNA. Pienso que la filosofía ha sido mal explicada en el sistema educativo, pues se ha hecho énfasis en la comprensión racional, pero desligada de la comprensión espiritual. Y recordemos que la lección de esos grandes maestros, como Platón, nos hablaban de la sabiduría y el amor, tan ausentes en la presente crisis planetaria.

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Platón y la cultura occidental

PLATÓN: EL CAMINO ASCENDENTE ES EL CAMINO DESCENDENTE

Este artículo está reproducido como capítulo 1 en la primera parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo está reproducido en la segunda parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

“Es necesaria una pedagogía cognitiva que enseñe al individuo a conectarse con su profunda interioridad, a saber escucharse a sí mismo, a no ser una marioneta manipulada por los poderes fácticos, en definitiva, a empoderarse conscientemente de su libertad con conocimiento de causa. Y ello requiere mantener un diálogo, como propone Platón, del alma consigo misma entorno al Ser” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

Al decir de Alfred North Whitehead (Wilber, 2005: 381): “La caracterización general más segura de toda la tradición filosófica occidental es que consiste en una serie de notas a pie de página a Platón”. La filosofía occidental adquiere una renovada visión con la obra Sexo, Ecología, Espiritualidad de Ken Wilber. Aunque no es el objeto de este artículo adentrarnos en la profunda erudición de dicha obra, es pertinente no obstante apuntar que el camino ascendente de Platón trata de la conciencia mística y trascendental que huye de los Muchos (mundo sombrío e ilusorio) y encuentra al Uno. Según Wilber (2005: 389-402):

“El camino del Ascenso es el camino de lo Bueno; el camino del Descenso es el camino de la Bondad. Los Muchos volviendo al Uno y uniéndose a Él es lo Bueno, y es conocido como sabiduría; el Uno de vuelta y abrazando los Muchos es Bondad, y es conocido como compasión”.

“Eros es el amor de lo inferior que alcanza lo superior (Ascenso), y Ágape es el amor de lo superior que alcanza lo inferior (Descenso)".

“El Ágape de una dimensión superior es un tirón omega para nuestro Eros que nos invita a ascender, a través de la sabiduría, y por tanto a expandir el círculo de nuestra compasión a más seres cada vez”. “Esta noción general- de un Kósmos (1) multidimensional entretejido por estructuras ascendentes y descendentes de Amor (Eros y Ágape)- sería el tema dominante de las escuelas neoplatónicas y ejercerá una profunda influencia en todas las corrientes del pensamiento subsiguiente hasta (y más allá) de la Ilustración. A través de Nicolás de Cusa y Giordano Bruno ayudó a impulsar el paso de la Edad Media al Renacimiento”.

Prosigue Wilber (2005: 407) así:

“El mayor logro de la Ilustración fue la revolución colectiva de lo mítico a lo racional; el innecesario colapso del Kósmos en una planicie holística fue su gran y duradero delito. Precisamente este Kósmos no-dual quedó dividido en dos, tullido y caído, dentro de la pesadilla que sería la espiritualidad occidental, su filosofía y su ciencia. Las notas fragmentadas a Platón empezaron a ensuciar el paisaje con sus parcialidades y dualismos favoritos, y es ahora, sólo ahora, cuando hemos comenzado a recoger los pedazos.

La primera gran nota fragmentada a Platón, según Wilber (2005: 414-434) sería la filosofía aristotélica:

“Aristóteles, por tanto, aparte de sus extraordinarios contribuciones a la comprensión de “este mundo”, está en la raíz del ascendente occidental arquetipo. El peso de la opinión, por tanto, ya estaba un poco inclinado hacia el lado de los ascendentes. Si no se evocaba a la totalidad de Platón, era muy poco lo quedaba para mantenerse en la tierra. Y precisamente sobre esta plataforma (que ahora se tambalea entre este mundo y el otro) se iba a construir la cultura occidental”.

“Así fue como se instauró el reinado de mil años del Dios mitológicamente ascendido. A partir de entonces vino lo más interesante: empezando en el Renacimiento y a lo largo de la Ilustración, ocurrió lo que podríamos llamar “la gran inversión”. De repente, muy de repente, los ascendentes salieron de la escena y entraron los descendentes; la transición fue sangrienta, posiblemente la transformación cognitiva más sangrienta de la historia europea”.

“Y mientras los ascendentes habían estado en escena hasta el Renacimiento, todo lo que hizo falta fue un cambio decisivo de conciencia para desarrollar el camino descendente, un camino que, saliendo de su confinamiento de mil años, explotó en escena con una furia creativa que, en pocos siglos, reconstruiría todo el mundo occidental y en el proceso sustituiría, de forma más o menos permanente, a un Dios roto por el otro”.

Wilber (2005: 435-541) nos explica dicho cambio de conciencia:

“El catalizador del cambio fue la emergencia de la Razón (formal operacional) no únicamente en unos pocos individuos (lo que había ocurrido en el pasado), sino como principio organizativo básico de la sociedad misma (lo que nunca había ocurrido en el pasado); una Razón que era de hecho una ascensión o trascendencia del mito; una Razón que, harta de un milenio de un (frustrado) mirar hacia arriba, volvió sus ojos hacia las glorias del mundo manifestado, y siguió a ese Dios descendente que encuentra su pasión y deleite, y su perfecta consumación, en las maravillas de la diversidad”.

“El movimiento de la modernidad (desde la Ilustración hasta la actualidad) contuvo, y contiene, dos tendencias muy diferentes. La primera tendencia definitoria de la modernidad fue: “no más mitos” (los filósofos de la ilustración usaron exactamente esa frase para describir sus tareas). Pero “no más mitos” llegó a significar también (y esta es la segunda gran tendencia que define a la modernidad) “no más ascensos”. Comprensiblemente frustrados por uno o dos milenios de anhelar (frustradamente) lo superior y de aspirar al “pastel del cielo”, la Razón tiró por la borda al niño trascendental con el agua mítica del baño”.

“El positivismo, que ahora pedía pruebas reconocibles racionalmente, permitió que se tirara por la borda el Ascenso hacia lo superior, incluso lo pidió. La ciencia empírica podía honestamente, incluso decentemente, pero sin embargo de forma equivocada, imaginar que registrando el componente empírico había cubierto todas las posibilidades”.

“La primera tendencia (“no más mitos”) fue, por así decirlo, un paso hacia adelante, un cambio en el centro de gravedad de la sociedad desde la estructura de participación mítica a la racional-egoica; fue un paso importante en el Ascenso, guiado por Eros. Trajo la diferenciación de los Tres Grandes (ciencia-“ello”, arte-“yo” y moralidad-“nosotros” diferenciados por Kant mediante sus Tres críticas)”(2).

“La modernidad había finalmente diferenciado a los Tres Grandes, de forma que arte (“yo), ciencia (“ello”) y moralidad (“nosotros”) podían fortificar y enriquecer sus propios propósitos sin interferencias dogmáticas, sin embargo no había forma de que los Tres Grandes pudieran ser integrados (como Schelling y Hegel señalaron) sin un ascenso posterior al nivel visión-lógica. La diferenciación de los Tres Grandes degeneró así, hacia finales del siglo XVIII, en una disociación de los mismos (señalada por Habermas) que, a su vez, permitió que fueran reducidos al “gran uno del lenguaje-ello”.

“Así, bajo el programa de “¡no más ascensos!”, la razón abandonó completamente los mundos superiores y se dedicó exclusivamente a lo que podía aprehender con los sentidos. Para resumirlo en una sola frase, la modernidad trajo un sujeto más profundo a un mundo más superficial. La razón, en reacción al mito, eligió así mirar casi exclusivamente hacia abajo, y en esa mirada fulminante nació el mundo occidental moderno. El Reino de los Sentidos, guiados por la Razón: esa era la realidad fundamental. Así, después de dos milenios, habíamos llegado a esto: el camino de la liberación acababa en el pecado de orgullo.

“Bajo la influencia “científica” del positivismo y el empirismo, había pretensiones de una ciencia empírica unificada que abarcara todo el conocimiento “real”, excluyendo los diversos intentos de conseguir un estatus autónomo para las ciencias humanas emergentes de la realidad cultural y subjetiva (los Tres Grandes fueron reducidos al Gran Uno) (3) : el aplanamiento, el aplastamiento, el colapso del Kósmos”.

“Con el derrocamiento postmoderno del Gran Uno-es decir con la vuelta a la investigación de las dimensiones del sendero izquierdo (4) entre las que se cuentan: las interpretaciones pluriculturales y la hermenéutica, la introspección psicoanalítica y las revelaciones internas, la existencia de formaciones discursivas intersubjetivas y paradigmas cognitivos, de cadenas de significación y profundidades de comunicación, la demanda de distinciones cualitativas y la búsqueda de valor y significado- resumiendo, con la vuelta a los Tres Grandes en vez de simplemente el Gran Uno, el interés ha podido volverse de nuevo (y se ha vuelto) hacia las profundidades de la subjetividad del yo y de la intersubjetividad del nosotros. Estas aperturas van desde las aperturas de Heidegger (el trancendens puro) hasta la incansable búsqueda de la profundidad de los hermeneutas, hasta las aperturas místicas que encontramos en Nietzsche, Bataille y Derrida y, sí, incluso hasta la intensa búsqueda que Foucault hace de experiencias límite, y hasta los poetas “místicos locos”. Las profundidades han hecho estallar una explosión de interés por lo interno, desde la psicología humanista y transpersonal hasta el misticismo oriental y el yoga. Todas las corrientes posmodernas tienen una cosa en común: el empirismo simple ha muerto.

“La integración de los Tres Grandes (persona, cultura y naturaleza), una vez que finalmente se han diferenciado, era (y aún es) la mayor tarea que tiene por delante la modernidad (y posmodernidad). Simplemente, lo que hacía falta era la integración de lo interno o mundos subjetivos (yo y nosotros) con lo externo y objetivo (naturaleza); o la integración de noosfera (Ego) y biosfera (Eco)”.

Se imponía una pregunta (Wilber, 2005: 574):

“¿Cómo podemos unir un camino de Libertad radical y desapego dirigido hacia el Ascenso, con un camino dedicado a la unión y la comunión con la diversidad de los Muchos? ¿Cómo curar este profundo dualismo que había esculpido el paisaje de la cultura occidental durante los últimos dos mil años? ¿Cómo acabar con esta fractura esquizoide en las extensas notas a Platón?

“Con el colapso de prácticamente todo tipo de idealismo, el mundo occidental se quedó asentado confortablemente en el dominio descendido de la planicie naturalista, con su centro de gravedad ontológico más bajo, como un columpio que se ha parado. Y el mundo occidental permanecerá ahí hasta tiempos muy recientes”.

Wilber (2005: 590) apunta hacia la resolución de tal problema planteado:

“El problema más urgente del mundo moderno es el de enseñar a todo el mundo la teoría de sistemas (o alguna versión de las nociones de la trama de la vida de Gaia, o alguna versión de la “nueva física”), en lugar de ver que lo que se necesita es una comprensión de los estadios internos del desarrollo de la conciencia. El peor problema de Gaia no son los residuos tóxicos, el agujero de ozono o la polución de la biosfera. Estos problemas globales sólo pueden ser reconocidos y respondidos desde una conciencia global y mundicéntrica, y así el principal problema de Gaia es que no hay un número suficiente de seres humanos que se hayan desarrollado y evolucionado desde lo egocéntrico a lo sociocéntrico y mundicéntrico, que tomen conciencia de la crisis ecológica y emprendan acciones apropiadas. El principal problema de Gaia no es la polución externa, sino el desarrollo interno, ya que sólo él puede acabar con la polución exterior”.

Wilber (2005: 617) resuelve finalmente:

“El mundo de la modernidad está un poco loco: mitos para los campesinos, naturalismo plano para la intelectualidad. Es más que irónico que sea la ciencia, la ciencia descendida la que en las últimas décadas del siglo XX redescubra la naturaleza autoorganizada y autotrascendente de la evolución misma. Es más que irónico que unir las “dos flechas” del tiempo hace de Eros el único y omnipenetrante principio de manifestación. Es más que irónico que la ciencia prepare el camino para una evolución más allá de la racionalidad, ya que ha demostrado claramente que la evolución no se detiene para nadie, que cada estadio pasa a un mañana más amplio. Y si hoy es la racionalidad, mañana será la transracionalidad; ningún argumento científico puede estar en desacuerdo con esto, y todos deben favorecerlo. Ahí estamos en la racionalidad, situados en el filo de la percepción transracional, una scientia visionis que está trayendo aquí y allá, cada vez con más claridad y a todo tipo de gente y por todas partes, poderosos destellos de un verdadero Descenso de la omnipenetrante Alma del Mundo”.

Como resumen a la anterior panorámica histórica, podemos decir que Platón realiza una de las primeras descripciones claras de los dos movimientos relacionados con el Uno inexpresable (5). El primero es un descenso del Uno en el mundo de los muchos, un movimiento que crea realmente el mundo de los Muchos y confiere Bondad a todo ello: el Espíritu es inmanente en el mundo. El otro es el movimiento de vuelta o ascenso desde los Muchos al Uno, un proceso de recordar lo Bueno: el Espíritu trasciende al mundo. Platón destacaba ambos movimientos, pero la civilización occidental ha sido una batalla entre ellos, entre los que querían vivir solo en “este mundo” de la Multiplicidad y quienes querían vivir solo en el “otro mundo” de la Unidad trascendental. Platón da a ambos movimientos la misma importancia, porque ambos están basados en el Uno no expresado, al que se llega por súbita iluminación. Pero cuando se olvida a ese Uno no expresado, entonces ambos movimientos se enfrentan en una guerra de opuestos: los ascéticos, represivos y puritanos ascendentes por un lado, que virtualmente destruyen “este mundo” (de la naturaleza, el cuerpo y los sentidos); y, por otro lado, los descendentes, que abrazan la sombra y acaban distorsionando “este mundo” al igual que lo hacen los horribles ascendentes porque quieren de “este mundo” algo que nunca les puede proporcionar: la salvación. Estas dos estrategias, los ascendentes y los descendentes, han sido las dos formas principales de notas a pie de página de Platón que han invadido la civilización occidental durante los últimos dos mil años (Wilber, 2005: 382-383).

No obstante lo anterior, según el Catedrático de Filosofía del Derecho Danilo Basta (2010), es indiscutible que en el pensamiento de Platón -y especialmente en el centro de su pensamiento, esto es, en su doctrina de las ideas- se contienen motivos en los que se advierte y anticipa la empresa kantiana de examinar críticamente la razón humana, por lo que respecta a su capacidad y sus límites. Según él, la filosofía de Platón incluye muchas cualidades que anticipan a Kant mientras el pensamiento de Kant es una vuelta a Platón: en efecto, no se puede poner en duda el hecho de que en el pensamiento de Platón existen algunas características que por su significado anticipan el esfuerzo de Kant de examinar críticamente las facultades del entendimiento humano, mientras algunos componentes de la actitud crítica de Kant aluden a la filosofía de Platón. Sin embargo, según Danilo Basta, Platón no fue un Kant en potencia ni Kant un Platón actualizado. Incluso aunque Kant era completamente consciente de que las ideas (Formas) de Platón poseen ante todo una dimensión ontológico-especulativa, de acuerdo con sus propios intereses filosóficos las orientó hermenéuticamente hacia la ética y la política, abriendo así una nueva posibilidad de comprender la esencia misma de la filosofía de Platón. Con su imagen de Platón, Kant mostró al mismo tiempo algunos de sus propios rasgos de filósofo crítico.

Danilo Basta concluye su análisis en La imagen de Platón en La crítica de la razón pura afirmando que no podemos evitar la impresión de que Kant, cuando elaboró su imagen de Platón, ofreció al mismo tiempo algunos de los rasgos fundamentales de su propio retrato en cuanto filósofo crítico. Esto fue ciertamente posible porque tanto él como Platón mantienen un profundo parentesco intelectual, del que el propio Kant era plenamente consciente. En este sentido, sentencia Danilo Basta, no se equivocaba Wichmann cuando concluía su estudio comparativo sobre Platón y Kant diciendo que ambos autores se complementan mutuamente de tal modo que para poder comprender a Platón antes hay que pasar por la escuela del pensamiento kantiano, y para poder vivenciar a Kant antes se ha de morar en el espíritu de Platón.



REFERENCIAS:

Basta, Danilo (Universidad de Belgrado). “La imagen de platón en La crítica de la razón pura”. Título original: “Das Plato-Bild in der Kritik der reinen Vernunft”, traducido al castellano por Óscar Cubo Ugarte, en ÉNDOXA: Series Filosóficas, nº 25, 2010, pp. 79-88. UNED, Madrid.

Wilber, Ken. Sexo, Ecología, Espiritualidad. Madrid: Gaia Ediciones, 2005

(1) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(2) Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas de Kant (La crítica de la razón pura, La crítica de la razón práctica y La crítica del juicio), se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(3) Ken Wilber (Breve historia de todas las cosas: 177):

“Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo]”.

(4) Ken Wilber (Breve historia de todas las cosas: 139):

La hermenéutica es el arte de la interpretación. La hermenéutica se originó como una forma de comprender la interpretación misma porque cuando usted interpreta un texto hay buenas y malas formas de proceder. En general, los filósofos continentales, especialmente en Alemania y en Francia, se han interesado por los aspectos interpretativos de la filosofía, mientras que los filósofos anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos han soslayado la interpretación y se han dedicado fundamentalmente a los estudios pragmáticos y empírico-analíticos. ¡La vieja disputa entre el camino de la Mano Izquierda y el camino de la Mano Derecha!” (la Mano Izquierda se refiere a “lo intencional” y a “lo cultural”, que tienen que ver con la profundidad interior a la que solo se puede acceder mediante la interpretación; y la Mano Derecha se refiere a “lo empírico” y “perceptual”). Así pues, recuerde, que la “hermenéutica” es la clave que nos permite adentrarnos en las dimensiones de la Mano Izquierda. La Mano Izquierda es profundidad y la interpretación es la única forma de acceder a las profundidades. Como diría Heidegger, la interpretación funciona en todo el camino de descenso para el cual el mero empirismo resulta casi completamente inútil.

(5) Platón en la Séptima Epístola:

Esto es lo que puedo afirmar de cualquier escritor presente o futuro que pretenda saber de los asuntos de los que me ocupo [el conocimiento místico del Uno]; a mi juicio, es imposible que tengan comprensión alguna del tema. No es algo que pueda ser puesto en palabras como cualquier otra de las ramas del conocimiento; solo después del prolongado compartir de una vida en común [comunidad contemplativa] dedicada a este aprendizaje la Verdad se revela al alma, como una llamada encendida al saltar una chispa. A este respecto no hay ningún escrito mío, ni lo habrá.
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KANT

LAS "TRES CRÍTICAS" DE KANT

Este artículo es una reproducción del capítulo 7-5 de la primera parte de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA

Ahora, mediante la filosofía transpersonal y la psicología transpersonal como revulsivos de La educación cuántica, es posible vislumbrar la integración de las tres esferas que fueron diferenciados por Kant a través de sus Tres críticas: la esfera de la ciencia empírica que trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (“ello”); la esfera práctica o razón moral que se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (“nosotros”); y, por último, la esfera del arte o juicio estético que se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del “yo” individual: sinceridad y expresividad.

Con Kant se produce una diferenciación del “yo”, del “nosotros” y del “ello”: ya no tenemos que seguir automáticamente las reglas y normas sociales, es decir, podemos normalizar las normas; lo que la Iglesia y el Estado dicen no es necesariamente lo bueno ni lo verdadero. A partir de estas tres diferenciaciones de Kant, se produce un problema central en la modernidad: ahora que la ciencia, la moralidad y el arte han sido diferenciados irreversiblemente, ¿cómo los integramos? Le siguió una época emergente que hizo temblar al mundo y, también, contribuyó a su construcción. Kant era consciente de ello, en especial, en su ensayo ¿Qué es la ilustración? Los pensadores postmodernos han fracasado en el intento de integración de esos tres mundos -ciencia, ego y moralidad-. Los temores de Kant, a día de hoy, siguen más vigentes que nunca. Kant previó los peligros de la diferenciación entre ciencia, ego y moralidad, y fue Marx quién describió la fragmentación del ego entre la “clase para sí” y la “clase en sí”. Estos dos conceptos, “clase en sí” y “clase para sí”, fueron postulados por Marx, y su utilidad es conocer el diferencial de conciencia entre una clase y otra. Marx lo explica así: “Las condiciones económicas han transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, unos intereses comunes. Así, esta masa constituye ya una clase enfrente del capital (en sí misma, es decir: una clase en sí ). Sin embargo, una clase es para sí cuando toma conciencia de lo que la distingue de las otras clases; o sea, cuando adquiere conciencia de clase”.

Desde entonces va ganando el ego plutocrático frente al “nosotros” kantiano, desde entonces, el capitalismo ha machacado al ego hasta la extenuación. Sin embargo, tal camino es ya insoportable, el ego está herido de muerte y necesita una pronta sanación, cuyo bálsamo puede ser el saber y el amor vislumbrados por Carbonell. Porque la actual crisis no es solo social, económica y política, sino inherentemente de carácter filosófico, con profundas implicaciones existenciales, intelectuales y espirituales. Tras el surgimiento de la modernidad, teóricamente, cada ciudadano podría establecer sus metas en la vida según su propia voluntad pretendidamente racional. Pero dicha racionalidad, en la práctica, ha sido secuestrada por una minoría de monarcas, burgueses y plutócratas con la bendición de la Iglesia Católica. Y en esas estamos aún, sin embargo, es preciso denunciar todo ello mediante La educación cuántica como nuevo paradigma de conocimiento.
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El declive de Occidente: De las “Tres críticas

LAS “TRES CRÍTICAS" DE KANT Y LOS “CUATRO CUADRANTES” DE KEN WILBER

Este artículo está reproducido como capítulo 2 en la primera parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

“La enfermedad más grave de todos los tiempos: un ego fragmentado y disociado de la colectividad, que está herido de muerte y no puede sobrevivir sino con la contemplación de una unión con el “nosotros” kantiano” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

Este artículo está reproducido en la segunda parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

En Breve historia de todas las cosas (2005), Wilber aborda en una visión coherente las verdades procedentes de la física, la biología, las ciencias sociales, las ciencias sistémicas, el arte, la estética, la psicología evolutiva y el misticismo contemplativo, y también incorpora movimientos filosóficos tan opuestos como el neoplatonismo, el modernismo, el idealismo y el postmodernismo. Y todo ello es abordado mediante la noción de los cuatro cuadrantes del desarrollo, magníficamente resumido por Tony Schwartz en el prólogo de Breve historia de todas las cosas (Wilber, 2005: 9):

“El estudio de los centenares de mapas del desarrollo que han bosquejado los diversos pensadores a lo largo de los años- mapas del desarrollo biológico, del desarrollo psicológico, del desarrollo cognitivo y del desarrollo espiritual, por nombrar solo a unos pocos- llevó a Wilber al reconocimiento de que, muy a menudo, estos mapas estaban describiendo diferentes versiones de la “verdad”. Las formas exteriores del desarrollo, por ejemplo, pueden ser valoradas de manera objetiva y empírica pero, como afirma explícitamente Wilber, este tipo de verdad no lleva muy lejos. En su opinión, todo desarrollo comprehensivo también posee una dimensión interna, una dimensión subjetiva e interpretativa que está ligada a la conciencia y la introspección. Pero además, el desarrollo interno y el desarrollo externo, según Wilber, no tienen lugar aisladamente y de manera individual sino que acontecen en el seno de un contexto social y cultural. Éstos son los cuatro cuadrantes de los que hablamos. Ninguna de estas formas de la verdad puede ser reducida a las demás”.

La visión racional-industrial del mundo sostenida por la Ilustración cumplió con funciones muy importantes como la aparición de la democracia, la abolición de la esclavitud, el surgimiento del feminismo liberal, la emergencia de la ecología y las ciencias sistémicas, entre algunas más, pero sin duda, la más importante puesta en escena fue la diferenciación entre el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros), el Gran Tres diferenciado por Kant a través de sus Tres críticas (1).

Wilber asevera que, para trascender la “modernidad” hacia la “postmodernidad”, hay que trascender e incluir al racionalismo y la industrialización, lo cual implica abrirnos a modalidades de conciencia que trasciendan la mera razón y participar en estructuras tecnológicas y económicas que vayan más allá de la industrialización. El racionalismo y la industrialización han terminado convirtiéndose en cánceres del cuerpo político, crecimientos desmedidos de consecuencias malignas, derivando ello en jerarquías de dominio. Por tanto, cualquier transformación futura deberá trascender e incluir a la modernidad incorporando sus elementos compositivos fundamentales, pero también limitando su poder. En ese punto crucial de la evolución de las “visiones del mundo”, Wilber propone su teoría de los cuatro cuadrantes, entro los cuales se halla situado el Gran Tres diferenciado por Kant mediante sus Tres críticas: el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros). Dicho de otro modo, estamos hablando de las tres grandes categorías platónicas, de la Bondad (la moral, el “nosotros”), la Verdad (la verdad proposicional, la verdad objetiva propia del “ello”) y la Belleza (la dimensión estética percibida por cada “yo”).

La tarea de la modernidad fue la diferenciación del Gran Tres y la misión de la postmodernidad es la de llegar a integrarlos. El gran reto al que se enfrenta la postmodernidad es la integración , es decir, formas de integrar la mente, la cultura y la naturaleza, formas de respetar al Espíritu en los cuatro cuadrantes, formas de reconocer los cuatro rostros del Espíritu -o simplemente Gran Tres- para honrar por igual a la Bondad, la Verdad y la Belleza.

En la segunda parte de Breve historia de todas las cosas, Wilber desarrolla en profundidad su teoría de los cuatro cuadrantes hasta llegar a los estadios superiores de la evolución de la conciencia, estadios que pueden ser aludidos como espirituales desde una perspectiva no dual (2) en que, el Espíritu, deviene consciente de sí mismo, despierta de sí mismo y comienza a tomar conciencia de su auténtica naturaleza. Suele hablarse de esos estadios superiores del desarrollo como estadios místicos o “avanzados” pero, en realidad según Wilber, se trata de estadios muy concretos, muy tangible, muy reales, estadios asequibles para usted y para mí, estadios que constituyen nuestros potenciales más profundos. Y esos estadios -que en el pasado, han sido alcanzados por algunos individuos, los más extraños, los más avanzados, los más dotados, la vanguardia de su tiempo- pueden proporcionarnos pistas sobre lo que la evolución colectiva nos depara a cada uno de nosotros al día de mañana.

Según Ken Wilber (2005:139) en Breve historia de todas las cosas:

“La hermenéutica es el arte de la interpretación. La hermenéutica se originó como una forma de comprender la interpretación misma porque cuando usted interpreta un texto hay buenas y malas formas de proceder. En general, los filósofos continentales, especialmente en Alemania y en Francia, se han interesado por los aspectos interpretativos de la filosofía, mientras que los filósofos anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos han soslayado la interpretación y se han dedicado fundamentalmente a los estudios pragmáticos y empírico-analíticos. ¡La vieja disputa entre el camino de la Mano Izquierda y el camino de la Mano Derecha!” ( la Mano Izquierda se refiere a “lo intencional” y a “lo cultural”, que tienen que ver con la profundidad interior a la que solo se puede acceder mediante la interpretación; y la Mano Derecha se refiere a “lo empírico” y “perceptual”). Así pues, recuerde, que la “hermenéutica” es la clave que nos permite adentrarnos en las dimensiones de la Mano Izquierda. La Mano Izquierda es profundidad y la interpretación es la única forma de acceder a las profundidades. Como diría Heidegger, la interpretación funciona en todo el camino de descenso para el cual el mero empirismo resulta casi completamente inútil”.

Según Ken Wilber (2005:141), “el conocimiento interpretativo es tan importante como el conocimiento empírico y, en cierto sentido, más importante todavía. Pero, evidentemente, es más complejo y requiere más sofisticación que las obviedades a que nos tiene acostumbrados la observación monológuica”. Para Wilber, “toda interpretación depende del contexto, que a su vez está inmerso en contextos mayores y así sucesivamente mientras nos vamos moviendo dentro de un círculo hermenéutico”. Es así, pues, que la interpretación desempeña un papel muy importante en las experiencias espirituales, probablemente el contexto más complejo a desentrañar por nuestra actual civilización. En palabras de Wilber (2005: 148):

“Dado que el Espíritu-en-acción se manifiesta en los cuatro cuadrantes, cualquier interpretación adecuada de la experiencia espiritual debería tenerlos en consideración a todos ellos. No es solo que nosotros estemos compuestos de niveles diferentes (materia, cuerpo, mente, alma, y Espíritu) sino que cada uno de esos niveles, a su vez, se manifiesta en cuatro facetas distintas (intencional, conductual, cultural y social).

Prosigue Wilber (2005:163):

“No es de extrañar, pues, que la teoría de sistemas no nos hable de principios éticos, valores intersubjetivos, actitudes morales, comprensión mutua, veracidad, sinceridad, profundidad, integridad, estética, interpretación, hermenéutica, belleza, arte o cualquier otro aspecto de este tipo”.

Para Wilber (2005:167), cada cuadrante posee un tipo diferente de verdad, una forma distinta de verificar su verdad, un criterio distinto de validez:

“Las cuatro verdades son los cuatro rostros a través de los cuales se manifiesta el Espíritu mientras que los criterios de validez son las formas en que conectamos con el Espíritu, las formas en que sintonizamos con el Kosmos”(3).

Una de las cuestiones que resultó iluminadora al estudiar el pensamiento de Wilber, fue la interpretación de Kant, como nunca antes me lo habían enseñado en la facultad de filosofía: la diferenciación del Gran Tres a partir de las Tres críticas de Kant, la diferenciación entre el arte, la moral y la ciencia, respectivamente el “yo”, el “nosotros” y el “ello”. Esta diferenciación, al decir de Wilber (2005: 176), reportó sus respectivos beneficios:

-“La diferenciación entre sí mismo (yo) y la cultura (nosotros) permitió que el individuo escapase del sometimiento a las jerarquías de dominio míticos propias de la Iglesia o del Estado y pudiendo participar, con su voto, en la aparición de la democracia”.

-“La diferenciación entre la mente (yo) y la naturaleza (ello) posibilitó la separación entre el poder biológico y el derecho noosférico, contribuyendo, de ese modo, al desarrollo de los grandes movimientos de liberación (incluidas las mujeres y los esclavos). La aparición, pues, del feminismo liberal y del abolicionismo y la difusión de los movimientos culturales”.

-“La diferenciación entre la cultura (nosotros) y la naturaleza (ello), permitió que la verdad dejara de estar sometida a las mitologías de la Iglesia y el Estado, lo cual contribuyó al surgimiento de la ciencia empírica, de la medicina, de la física y de la biología. El surgimiento de las ciencias ecológicas, etcétera”.

Sin embargo, todo no iban a ser buenas noticias. Wilber (2005: 177):

“Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo]”.

De modo que, si la tarea de la modernidad fue la diferenciación del Gran Tres, la misión de la postmodernidad es la de llegar a integrarlos, ese sería su gran reto, según Wilber (2005: 183):

“En mi opinión, las corrientes más genuinas de la postmodernidad-desde Hegel hasta Heidegger, Habermas, Foucault y Taylor- están intentando recuperar el equilibro respetando por igual a la ciencia, la moral y la estética y no simplemente reducir la una a la otra en un desenfreno de violencia teórica. Eso es precisamente lo que estoy buscando, formas de integrar la mente, la cultura y la naturaleza en el mundo postmoderno, formas de respetar al Espíritu en los cuatro cuadrantes, formas de reconocer los cuatro rostros del Espíritu- o simplemente el Gran Tres- y sintonizarnos con él, de ubicarnos en él y de honrar, por igual, a la Bondad, la Verdad y la Belleza”.

Ante esta encrucijada en la historia del pensamiento, Wilber propone adentrarse en el dominio espiritual, investigar la evolución de la conciencia hasta los dominios superiores, supraconscientes o transpersonales del Gran Tres. Se trata de una evolución que tiene lugar en los dominios del “yo”, del “nosotros” y del “ello”.

Wilber trata de desvelar Los logros superiores del Espíritu-en-acción, de describir la evolución de la conciencia que conduce desde los estadios inferiores hasta los estadios más elevados, los estadios espirituales o transpersonales, cuestiones toda ellas orientadas a partir de los cuatro cuadrantes, según Wilber (2005: 439 y 441):

“El hecho de que el Espíritu se manifieste realmente en los cuatro cuadrantes (o, dicho de modo resumido, en los dominios del “yo, del “nosotros” y del “ello”) supone también que la auténtica intuición espiritual es aprehendida como el deseo de expandir la profundidad del “yo” a la amplitud del “nosotros” y al estado subjetivo de cosas propias del “ello”. En definitiva, proteger y promover la mayor profundidad a la mayor amplitud posible. (…) Esto significa, entre otras muchas cosas, la necesaria emergencia de un nuevo tipo de sociedad que integre la conciencia, la cultura y la naturaleza, y abra paso al arte, la moral, la ciencia, los valores personales, la sabiduría colectiva y el conocimiento técnico”.

Sin embargo, para tal finalidad según Wilber, deberemos emanciparnos de la visión chata del mundo, es decir, de los fervorosos defensores de un dios fragmentado, dualista y estéril, de la exaltación de la mera naturaleza empírica. En palabras de Wilber (2005:441):

-“Solo podremos establecer contacto con las resplandecientes manifestaciones del Espíritu cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podremos alumbrar una auténtica ética medioambiental y una comprensión respetuosa entre todos los seres, que tenga en consideración la perfección de cada uno de ellos, cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podremos salvar el abismo cultural y llegar a ser individuos libres que expresan sus posibilidades más profundas en el seno de una cultura realmente abierta cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podremos liberarnos de las garras de la mononaturaleza y, de ese modo, integrar la naturaleza y respetarla de verdad en lugar de convertirla en un ídolo que paradójicamente contribuye a su propia destrucción cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podremos construir nuestros objetivos comunes en un intercambio libre de comunicación alejado del egocentrismo, del etnocentrismo y del imperialismo nacionalista que nos aboca a las guerras raciales, el derramamiento de sangre y el saqueo cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podremos actualizar los potenciales visión-lógicos que permiten integrar la fisiosfera, la biosfera y la noosfera en el radical despliegue de su propio goce intrínseco cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo será posible que la autopista de la información escape a la anarquía digital y se ponga al servicio de la auténtica relación y, de ese modo, se convierta en el heraldo de una era de convergencia y no de fragmentación cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

-“Solo podrá emerger una auténtica federación mundial, una verdadera familia de naciones en el seno de una emergencia holoárquica que gire en torno al Alma del Mundo y se halle decididamente comprometida con la protección del espacio mundicéntrico, la voz misma del Espíritu moderna, gloriosa en su compasivo abrazo, cuando rechacemos, en fin, la visión chata del mundo”.

-“Solo -por regresar a tópicos específicamente espirituales y transpersonales- quienes se hallen interesados en la espiritualidad, podrán comenzar a integrar las corrientes ascendentes y descendentes cuando rechacemos la visión chata del mundo”.

Se cierra así el círculo, volviendo a la batalla arquetípica que tiene lugar en el mismo corazón de la tradición occidental, la lucha entre los ascendentes y los descendentes, según Wilber (2005: 30):

“El camino ascendente es el camino puramente trascendental y ultramundano. Se trata de un camino puritano, ascético y yóguico, un camino que suele despreciar- e incluso negar- el cuerpo, los sentidos, la sexualidad, la Tierra y la carne. Este camino busca la salvación en un reino que no es de este mundo. El camino ascendente glorifica la unidad no la multiplicidad. (…). El camino descendente, por su parte afirma exactamente lo contrario, Éste es un camino esencialmente intramundano, un camino que no glorifica la unidad sino la multiplicidad. El camino descendente enaltece la Tierra, el cuerpo, los sentidos e incluso la sexualidad, un camino que llega incluso a identificar el espíritu con el mundo sensorial. Se trata de un camino puramente inmanente que rechaza la trascendencia”.

En suma, estamos asistiendo en Occidente a un completo olvido de la profundidad espiritual.

En la tercera parte de Breve historia de todas las cosas, Wilber aborda en extensión los ascendentes y los descendentes como rivales antagónicos que necesitan de una integración, y nos explica la génesis histórica de este rechazo de lo espiritual, la razón histórica concreta que explica los motivos por los cuales el Occidente moderno ha llegado a negar la validez de los estadios transpersonales. La posibilidad y necesidad de una filosofía hermenéutica está meridianamente demostrada por Wilber en Breve historia de todas las cosas, a partir de la cual hemos esbozado los parámetros históricos y hermenéuticos, a saber, la diferenciación de los Tres Grandes a partir de Kant, y el colapso del Kosmos al ser reducidos al Gran Uno: el materialismo científico.

Cabe señalar que la diferenciación del “yo” (el arte), “nosotros” (moral) y “ello” (ciencia) son el punto de inflexión epistemológica que, ni la modernidad, ni la postmodernidad han logrado integrar. Wilber lo intenta con una filosofía hermenéutica adentrándose en las profundidades de la conciencia mediante una erudición sin paragón en la historia de la filosofía. Podríamos distinguir en Wilber dos filósofos en uno.

Por un lado, como un filósofo que nos describe la historia del pensamiento de la cual deberían aprender muchos profesores de filosofía, y por otro lado, como un filósofo que nos presenta una elaborada estructura hermenéutica acerca de la evolución de la conciencia quien, irremisiblemente, remite a la consideración de la espiritualidad como único camino de integración entre el “yo”, el “nosotros” y el “ello”. Ken Wilber ha sabido contextualizar como nadie el problema epistemológico de Occidente, principalmente asentado en la ausencia de espiritualidad, proponiéndonos como solución una interpretación hermenéutica de la historia de la filosofía, lo cual posibilitará a todo buscador de sabiduría sumergirse en la profundidad de la conciencia. Por decirlo de otra manera, Wilber alumbra la historia de la filosofía a una renovada comprensión de nuestro viejo mundo en el que, su mayor carencia, es haber descuidado la genuina espiritualidad de la Mano Izquierda: “lo intencional” y “lo cultural”, que tienen que ver con la profundidad interior a la que solo se puede acceder mediante una interpretación de los cuatro cuadrantes.


REFERENCIAS

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairos, 2005.

(1) Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas de Kant (La crítica de la razón pura, La crítica de la razón práctica y La crítica del juicio), se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(2) Wilber en su obra el Espectro de la conciencia aborda de un modo epistemológico dos modos de saber: el conocimiento simbólico (dualidad sujeto-objeto) y el misticismo contemplativo (no dualidad entre sujeto-objeto), dos modos de saber diferentes pero complementarios. Según Wilber (55-56):

“Esos dos modos de conocer son universales, es decir, han sido reconocidos de una forma u otra en diversos momentos y lugares a lo largo de la historia de la humanidad, desde el taoísmo hasta William James, desde el Vedanta hasta Alfred North Whitehead y desde el Zen hasta la teología cristiana. (…) También con toda claridad en el hinduismo”.

Sin embargo, la civilización occidental es la historia del primer modo de saber que ha evolucionado hasta la extenuación de su “rígida estructura” dualista con el surgimiento de la mecánica cuántica. Esos dos modos de saber también son contemplados por los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica (Wilber en Cuestiones cuánticas) y, correlativamente, aluden los mundos antagónicos entre la ciencia y la religión, respectivamente, entre el saber racional y el metafísico, ambos aunados por los “místicos cuánticos” en un racionalismo espiritual adoptado como filosofía transpersonal, y convirtiéndose en un fundamento epistemológico para un nuevo paradigma de conocimiento integrador de la filosofía con la espiritualidad.

(3) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.
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RELIGIÓN Y MATERIALISMO CIENTÍFICO: LOS DOGMAS DEL PENSAMIENTO OCCIDENTAL

LA GRAN INVERSIÓN: DE LO INCONMENSURABLE A LO CONMENSURABLE

Este artículo está reproducido como capítulo 3 en la primera parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

“La razón ha sido histórica y psicológicamente segregada del espíritu humano, de ahí la divergencia cognitiva entre el materialismo científico y el conocimiento revelado que postulan las religiones” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

Según Wilber, las grandes tradiciones espirituales del mundo caen bajo dos campos muy amplios y diferentes, dos tipos diferentes de espiritualidad que denomina la espiritualidad ascendente y espiritualidad descendente. Desde la época que va desde San Agustín a Copérnico, Occidente se movió siguiendo un ideal puramente ascendente, un ideal esencialmente ultramundano, un ideal según el cual la salvación y la liberación final no pueden ser halladas en este mundo, en esta Tierra y en esta vida, de modo que, desde ese punto de vista, las cosas realmente importantes solo ocurren después de la muerte, en el dominio de lo ultramundano. Con el advenimiento de la modernidad y la postmodernidad, en cambio, asistimos a una profunda subversión de este punto de vista, una transformación en la que los ascendentes desaparecen de escena y dejan su lugar a los descendentes, la idea de que el único mundo que existe es el mundo sensorial, empírico y material, un mundo que niega dimensiones superiores y más profundas y, negando por tanto, estadios superiores de la evolución de la conciencia, negando la trascendencia. Bienvenidos, por tanto, al mundo chato (1) a decir de Wilber, al dios del capitalismo, del marxismo, del industrialismo, de la ecología profunda, del consumismo o del ecofeminismo, al Gran Uno asentado sobre el reduccionismo del materialismo científico o “ello” como jerarquía de dominio sobre el “yo” y el “nosotros” (2) .

Esa es la batalla arquetípica que tiene lugar en el mismo corazón de la tradición occidental, la lucha entre los ascendentes y los descendentes, según Wilber (2005: 30):

"El camino ascendente es el camino puramente trascendental y ultramundano. Se trata de un camino puritano, ascético y yóguico, un camino que suele despreciar- e incluso negar- el cuerpo, los sentidos, la sexualidad, la Tierra y la carne. Este camino busca la salvación en un reino que no es de este mundo. El camino ascendente glorifica la unidad no la multiplicidad. (…). El camino descendente, por su parte afirma exactamente lo contrario, Éste es un camino esencialmente intramundano, un camino que no glorifica la unidad sino la multiplicidad. El camino descendente enaltece la Tierra, el cuerpo, los sentidos e incluso la sexualidad, un camino que llega incluso a identificar el espíritu con el mundo sensorial. Se trata de un camino puramente inmanente que rechaza la trascendencia".

1 - LOS ASCENDENTES Y LOS DESCENDENTES

Occidente ha olvidado por completo las dimensiones espirituales, lo que Wilber denomina mundo chato, al haber reducido el Gran Tres (yo, ello y nosotros) en el Gran Uno (materialismo científico o “ello”). En la tercera parte de su obra Breve historia de todas las cosas (2005), Wilber trata de desentrañar la génesis histórica de tal rechazo de lo espiritual, la razón histórica concreta que explica los motivos por los cuales el Occidente moderno ha llegado a negar la validez de los estadios transpersonales.

Una primera consideración a tener en cuenta es que la Gran Holoarquía (3) ha sido la filosofía oficial predominante durante toda la existencia de la mayor parte de la humanidad, tanto Oriental como Occidental. A modo de ejemplo, Wilber reproduce la Gran Holoarquía de la conciencia de las que nos hablan Plotino y Aurobindo (ver gráfico adjunto).

El hecho es que el sustrato cultural de la mayor parte de la historia de la humanidad contiene algún tipo de Gran Holoarquía, siendo la más básica: materia, cuerpo, mente, alma y Espíritu. Pero tal situación concluyó, en Occidente, con el advenimiento de la Ilustración, cuando su paradigma fundamental se empeñó en cartografiar la realidad –incluida la Gran Holoarquía- en términos empíricos y monológuicos. Aunque se trató de un intento bienintencionado, fue erróneo poner a la conciencia, la moral, los valores y los significados bajo el objetivo del microscopio porque la mirada monológuica no puede acceder a las profundidades interiores. Pronto, el “yo” y el “nosotros” se vieron reducidos a meros “ellos”, deviniendo así en un mundo chato. La buena noticia es que la modernidad diferenció al Gran Tres (arte, ciencia y moralidad), pero la mala noticia es que la expansión de la ciencia terminó colonizando y sometiendo los dominios del “yo” y del “nosotros”, impidiendo por tanto su integración y colapsando así las dimensiones interiores del ser, de la conciencia y de la profundidad, es decir, colapsando a la Gran Holoarquía de la conciencia.

Si observamos a la Holoarquía de la figura anterior, resulta evidente que existe dos grandes direcciones posibles: ascender desde la materia hasta el Espíritu o descender desde el Espíritu hasta la materia. La primera es una dirección trascendente o ultramundana, mientras que la segunda es inmanente o intramundana. Uno de los mitos al uso de la tradición occidental es Platón y, aunque la mayor parte de la gente cree que es un filósofo ascendente, en realidad, es un filósofo que reconoce los dos tipos de movimientos, el ascendente (el Bien que nosotros aspiramos a comprender) y el descendente (una manifestación del Bien). Sin embargo, a lo largo de la historia, estas dos facetas se vieron brutalmente separadas y tuvo lugar una violenta ruptura entre los partidarios de lo meramente ascendente y los defensores de lo meramente descendente, pues se consumó la escisión entre ambas. Wilber rastrea esa historia con la intención de integrarlas.

Casi todo el mundo coincide en que Plotino formuló de modo más comprensible las ideas fundamentales de Platón, el movimiento ascendente y el movimiento descendente, a los que llamó Flujo y Reflujo. El Espíritu fluye o se vierte de continuo en el mundo y es por ello que la totalidad del mundo, incluyendo a sus habitantes, son manifestaciones perfectas del Espíritu. Pero del mismo modo, el mundo retorna o refluye de continuo al Espíritu, evidenciando así que la totalidad del mundo es esencialmente espiritual, “el Dios visible y sensible” del que hablaba Platón, lo cual demuestra de modo inequívoco la orientación no dual de Plotino. Wilber relaciona dicha integración entre lo ascendente y lo descendente con la unión entre la sabiduría y la compasión.

En efecto, tanto en Oriente como en Occidente, el camino de ascenso desde los muchos hasta el Uno es el camino de la sabiduría, porque la sabiduría ve que detrás de todas las formas y la diversidad de los fenómenos descansa el Uno, el Bien. El camino de descenso, por su parte, es el camino de la compasión, porque el Uno se manifiesta realmente como los muchos y, en consecuencia, todas las formas deben ser tratadas con el mismo respeto y compasión. Y la unión entre esas dos corrientes, entre la sabiduría y la compasión, constituye el fin y el sustrato de toda auténtica espiritualidad. Dicho de otro modo, la sabiduría es a Dios como la compasión a la Divinidad. Ésta es precisamente la visión no dual (4) , la unión entre el Flujo y el Reflujo, entre Dios y la Divinidad, entre la Vacuidad y la Forma, entre la sabiduría y la compasión, entre lo ascendente y lo descendente.

Sin embargo, a lo largo de la historia de Occidente, dicha unidad entre lo ascendente y lo descendente terminaría resquebrajándose y enfrentando, de manera frecuentemente violenta, a los ultramundanos ascendentes y los intramundanos descendentes, un conflicto que ha terminado convirtiéndose en el problema central característico de la mente occidental. Durante el milenio que va de Agustín a Copérnico aparece, en Occidente, un ideal casi exclusivamente ascendente recomendado por la Iglesia para alcanzar las virtudes y la salvación, un camino que aconsejaba no acumular ningún tipo de tesoros de esta tierra porque, según ella, en esta tierra no hay nada que merezca ser atesorado. Pero todo comenzó a cambiar radicalmente con el Renacimiento y la emergencia de la modernidad, un cambio que alcanzaría su punto culminante con la Ilustración y la Edad de la Razón y que bien podría resumirse diciendo que los ascendentes fueron reemplazados por los descendentes. Con la emergencia de la modernidad, lo ascendente se convertiría en el nuevo pecado. La moderna negación occidental de las dimensiones transpersonales produjo desprecio, rechazo y marginación de lo auténticamente espiritual y el consiguiente declive de cualquier tipo de sabiduría trascendente, un declive que ha termino convirtiéndose en el signo de nuestros tiempos.

Para el mundo moderno, entonces, la salvación se hallaría en la política, la ciencia, el marxismo, la industrialización, el consumismo, la sexualidad, el materialismo científico, etcétera. La salvación solo puede ser encontrada en esta tierra, en el mundo de los fenómenos, en suma, en un marco de referencia puramente descendente donde no existe ninguna verdad superior, ninguna corriente ascendente, nada que sea realmente trascendente, dicho de otra manera, es una religión de mucha compasión pero poca sabiduría, de mucha Divinidad pero poco Dios, en suma, en una visión chata del mundo sustentada por el materialismo científico.

2 - EL COLAPSO DEL KOSMOS (5)

Cuando el vehículo de la evolución entró en el mundo moderno, se produjo la diferenciación del Gran Tres –conciencia (yo), cultura (nosotros) y naturaleza (ello) -, y derivó hacia la disociación del Gran Tres y el posterior colapso del Kosmos en un mundo chato dominado por el Gran Uno (materialismo científico o “ello”). La fragmentación del mundo en tres dominios separados, el yo, la moral y la ciencia, que no buscaban la integración sino el dominio sobre los demás, derivó en un desastre en que todavía se encuentra atrapado el mundo moderno y postmoderno.

Ahora bien, todo no iba a ser negatividad, pues el esplendor de la modernidad trajo consigo en apenas un siglo –desde 1788 hasta 1888- que la esclavitud fuera proscrita y erradicada de todas las sociedades racional-industriales del planeta. Con el surgimiento histórico de la diferenciación del Gran Tres –el yo, la cultura y la naturaleza-, apareció el feminismo liberal y los movimientos democráticos porque, la Edad de la Razón, fue también la Edad de la Revolución en contra de las grandes jerarquías de dominio. Una paradoja de la historia es que Sócrates eligió la razón sobre el mito y por ello fue condenado a beber la cicuta. Mil quinientos años más tarde el mundo dio un vuelco y la polis obligó a los dioses a beber la cicuta, y de la muerte de esos dioses surgieron las modernas democracias.

La diferenciación del Gran Tres eliminó asimismo las trabas impuestas por los dogmatismos míticos que obstaculizaban el progreso de la ciencia empírica, emergiendo por primera vez a gran escala la racionalidad ligada a la observación empírica que se basaba en un procedimiento hipotético-deductivo. Pero la mala noticia de la modernidad fue que la ciencia empírica se convertiría en un cientifismo cuyo fracaso es obviar la integración del Gran Tres. Liberadas de la indisociación mágica y mítica, la conciencia, la moral y la ciencia comenzaron a proclamar sus verdades, su poder y su forma peculiar de abordar el Kosmos. A finales del siglo XVIII, el vertiginoso avance de la ciencia comenzó a desproporcionar las cosas y los progresos conseguidos en el dominio del “ello” llegaron a eclipsar y negar los valores de las verdades propias de los dominios del “yo” y del “nosotros”. Fue entonces cuando el Gran Tres se colapsó en el Gran Uno y la ciencia empírica terminó arrogándose la facultad de pronunciarse sobre la realidad última. En el siglo XVIII, las dimensiones de la Mano Izquierda comenzaron a verse reducidas a sus correlatos de la Mano Derecha (6) . A partir de entonces, lo único “realmente real” fueron “ellos”, haciendo desaparecer de la escena al Espíritu o y la mente, pues solo existe la naturaleza empírica. Consecuentemente, tampoco existe la supraconciencia y la autoconciencia y, de ese modo, la Gran Holoarquía terminó desplomándose como un castillo de naipes.

Los extraordinarios logros alcanzados por la ciencia empírica –por Galileo, Kepler, Newton, Harvey, Kelvin, Clausius y Carnot, entre otros- solo podrían equipararse a las extraordinarias transformaciones provocadas por la industrialización. Ambos, la ciencia empírica y la industrialización, eran dominios del “ello” que se alimentaban mutuamente en una especie de círculo vicioso. Dicho en otras palabras, el “ello” contaba ahora con dos poderosas fuerzas: la ciencia empírica y el poder de la industrialización. La industrialización favoreció el desarrollo de una mentalidad productiva, técnica e instrumental que enfatizó desmesuradamente el dominio del “ello” como lo “único real”. Fue entonces cuando el “ello” comenzó a crecer como un cáncer – una jerarquía patológica- que terminó invadiendo y sometiendo a los dominios del “yo” y del “nosotros”. De ese modo, las decisiones éticas de la cultura acabaron rápidamente en manos de la ciencia y de la técnica, convirtiendo los problemas propios de los dominios del “yo” y el “nosotros” en problemas técnicos del dominio del “ello”. En suma, la idea era que, como el cerebro forma parte de la naturaleza –la única realidad-, la conciencia podría ser descubierta mediante el estudio empírico del cerebro.

Wilber hace hincapié de que el cerebro forma parte de la naturaleza, pero la mente no forma parte del cerebro, pues la conciencia es una dimensión interna cuyo correlato externo es el cerebro objetivo. La mente es un “yo” y el cerebro es un “ello”. Solo es posible acceder a la mente a través de la introspección, la comunicación y la interpretación. Aunque la conciencia, los valores y los significados sean inherentes a las profundidades del Kosmos, no pueden ser encontrados en el cosmos, es decir, son inherentes a las profundidades de la Mano Izquierda, no a las superficies de la Mano Derecha. Así fue como el Espíritu se suicidó y terminó convirtiéndose en un fantasma. Ese fue el motivo por el que teóricos como Foucault han atacado con tanta dureza las “ciencias del hombre” que aparecieron en el siglo XVIII, pues los seres humanos eran estudiados en sus dimensiones objetivas y empíricas y, en consecuencia, fueron reducidos a meros “ellos”.

Los principales teóricos y críticos del auge del modernismo –Hegel, Weber, Taylor y Foucault- coincidían en caracterizar a la modernidad como un sujeto separado observando un mundo de “ellos”, cuyo único reconocimiento consistía en el cartografiado empírico y objetivo de un mundo holístico. De ese modo, los dominios de lo subjetivo y de lo intersubjetivo se vieron reducidos a la investigación empírica, convirtiendo a los seres humanos en objetos de información, nunca sujetos de comunicación. La reducción del Gran Tres al Gran Uno dio así paso al humanismo deshumanizado y, de ese modo, el paradigma fundamental de la Ilustración terminó dando origen al moderno marco de referencia descendente. Del ideal casi exclusivamente ascendente que había dominado a la conciencia occidental en manos de la religión desde hacía un milenio pasamos al ideal casi exclusivamente descendente que ha dominado a la modernidad y la postmodernidad hasta hoy en día mediante el materialismo científico. Ya no hay ni Espíritu ni mente, sino solo naturaleza. El mundo fracturado, dualista ascendente dio lugar así al igualmente fracturado y dualista mundo descendente.

Una de las principales ironías de la modernidad fue que la misma diferenciación del Gran Tres –que permitió el gran paso adelante hacia el logro de una mayor libertad- propició también el colapso en el mundo chato y absurdo de las meras superficies. ¡Una mayor libertad para ser superficial! Para Platón, Plotino, Emerson y Eckhart, la naturaleza es una expresión del Espíritu pero, la ontología industrial que solo reconocía a la naturaleza, invadió y colonizó todos los otros dominios, provocando el hundimiento del Kosmos en un mundo empírico. El hecho es que el marco de referencia descendente destruyó el Gran Tres –la mente, la cultura y la naturaleza- y perpetuó su disociación, su falta de integración, sembrando la tierra con sus fragmentos. La salvación – si es que es posible- reside en la integración del Gran Tres: la naturaleza (ello), la moral (nosotros) y la mente (yo).

REFERENCIAS

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairos, 2005.

(1) Wilber (2005: 177):

“Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo]”.

(2) La visión racional-industrial del mundo sostenida por la Ilustración cumplió con funciones muy importantes como la aparición de la democracia, la abolición de la esclavitud, el surgimiento del feminismo liberal, la emergencia de la ecología y las ciencias sistémicas, entre algunas más, pero sin duda, la más importante puesta en escena fue la diferenciación entre el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros), el Gran Tres diferenciado por Kant a través de sus Tres críticas .

Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas de Kant (La crítica de la razón pura, La crítica de la razón práctica y La crítica del juicio), se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(3) Wilber revisa las características de la evolución en los diversos reinos que son comunes en toda forma de evolución, desde la materia hasta la vida y la mente. Dicho camino evolutivo conduce a la emergencia del ser humano, ya sea mediante la visión científica moderna de la evolución pero también bajo el prisma de la filosofía perenne. La filosofía perenne constituye el núcleo de las grandes tradiciones de sabiduría del mundo entero y sostiene que la realidad es una gran Holoarquía de ser y de conciencia que va de la materia (fisiosfera) hasta la vida (biosfera), la mente (noosfera) y el Espíritu (misticismo).

(4) Wilber, en su obra el Espectro de la conciencia, realiza una síntesis de religión, física y psicología, refutando la filosofía del materialismo y aborda de un modo epistemológico dos modos de saber: el conocimiento simbólico (dualidad sujeto-objeto) y el misticismo contemplativo (no dualidad entre sujeto-objeto), dos modos de saber diferentes pero complementarios. Según Wilber (55-56):

“Esos dos modos de conocer son universales, es decir, han sido reconocidos de una forma u otra en diversos momentos y lugares a lo largo de la historia de la humanidad, desde el taoísmo hasta William James, desde el Vedanta hasta Alfred North Whitehead y desde el Zen hasta la teología cristiana. (…) También con toda claridad en el hinduismo”.

Sin embargo, la civilización occidental es la historia del primer modo de saber que ha evolucionado hasta la extenuación de su “rígida estructura” dualista con el surgimiento de la mecánica cuántica. Esos dos modos de saber también son contemplados por los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica (Wilber en Cuestiones cuánticas) y, correlativamente, aluden los mundos antagónicos entre la ciencia y la religión, respectivamente, entre el saber racional y el metafísico, ambos aunados por los “místicos cuánticos” en un racionalismo espiritual adoptado como filosofía transpersonal, y convirtiéndose en un fundamento epistemológico para un nuevo paradigma de conocimiento integrador de la filosofía con la espiritualidad.

(5) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(6) Según Ken Wilber (2005:139):

“La hermenéutica es el arte de la interpretación. La hermenéutica se originó como una forma de comprender la interpretación misma porque cuando usted interpreta un texto hay buenas y malas formas de proceder. En general, los filósofos continentales, especialmente en Alemania y en Francia, se han interesado por los aspectos interpretativos de la filosofía, mientras que los filósofos anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos han soslayado la interpretación y se han dedicado fundamentalmente a los estudios pragmáticos y empírico-analíticos. ¡La vieja disputa entre el camino de la Mano Izquierda y el camino de la Mano Derecha!” ( la Mano Izquierda se refiere a “lo intencional” y a “lo cultural”, que tienen que ver con la profundidad interior a la que solo se puede acceder mediante la interpretación; y la Mano Derecha se refiere a “lo empírico” y “perceptual”). Así pues, recuerde, que la “hermenéutica” es la clave que nos permite adentrarnos en las dimensiones de la Mano Izquierda. La Mano Izquierda es profundidad y la interpretación es la única forma de acceder a las profundidades. Como diría Heidegger, la interpretación funciona en todo el camino de descenso para el cual el mero empirismo resulta casi completamente inútil”.
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LA AUTÉNTICA ESPIRITUALIDAD, SEGÚN KEN WILBER.

EL ABISMO CULTURAL Y LA CUESTIÓN ÉTICA

Este artículo está reproducido como capítulo 4 en la primera parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

“¿Por qué la gente le tiene fobia a la filosofía? ¿No será porque no ha sido debidamente interpretada por el pensamiento occidental? Afortunadamente, Ken Wilber propone la solución a ello al reinterpretar la filosofía occidental a la luz de la filosofía perenne” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

Wilber concluye Breve historia de todas las cosas (2005) centrando su atención en tres tópicos: la interpretación de las intuiciones espirituales, la ética medioambiental y las posibles líneas de desarrollo de la futura evolución del mundo.

1 - LAS INTUICIONES ESPIRITUALES Y EL ABISMO CULTURAL

En opinión de Wilber, muchas personas tienen verdaderas intuiciones de los estadios transpersonales iniciales pero, a su juicio, son interpretadas o descifrada de una forma inapropiada por estar atrapadas en el moderno marco de referencia descendente y en su correspondiente disociación entre el yo, la cultura (nosotros) y la naturaleza (ello) (1). Por ejemplo, una intuición del Alma Global del Mundo interpretada en función de su Yo superior, tenderá a ignorar los componentes conductuales, sociales y culturales tan indispensables para la auténtica transformación. También puede ocurrir que se caiga en el otro extremo, que se sienta que es uno con el mundo y luego concluya que ese mundo con el que se ha fundido es la simple naturaleza empírica, ignorando entonces el mundo subjetivo e intersubjetivo. De modo que puede ocurrir que la intuición sea genuina pero que la interpretación termine tergiversando completamente las cosas cuando se realiza exclusivamente en función de su cuadrante favorito en lugar de rendir tributo por igual a los cuatro cuadrantes.

Según Wilber, cuando más en contacto se halle con el Yo superior, más comprometido estará usted con el mundo y con los demás, como un componente de su auténtico Yo, el Yo en el que todos somos Uno. Tener en cuenta los cuatro cuadrantes ayuda a manifestar esta realización y a respetar a todos y cada uno de los holones (2) como una manifestación de lo Divino. Ciertamente, en la Suprema Identidad, uno está asentado en la Libertad, pero esa Libertad se manifiesta como actividad compasiva, como atención y como respeto. Las interpretaciones más certeras favorecen la posterior emergencia de intuiciones más profundas relativas a los dominios del “yo”, del “nosotros” y del “ello”, no solo en cuanto a la forma de actualizar el Yo superior sino también con respecto a la manera de integrarlo en la cultura (nosotros), encarnarlo en la naturaleza (ello) e impregnarlo en las instituciones sociales, en definitiva, una interpretación que tenga en cuenta los cuatro cuadrantes en los que se manifiesta el Espíritu.

El gran descubrimiento de la postmodernidad es que no existe nada dado de antemano, un descubrimiento que abre a los seres humanos a un Espíritu que deviene cada vez más agudamente consciente de sí mismo en la medida en que va recorriendo el camino que le conduce a despertar en la supraconciencia, sin embargo, los pensadores religiosos antimodernos se hallan completamente atrapados en la visión agraria del mundo y no comprenden siquiera las modalidades moderna y postmoderna del Espíritu. No parecen haber comprendido que la esencia de la modernidad consiste en la diferenciación del Gran Tres (1), despreciando así la evolución como proceso que está operando para socavar su autoridad. Es irónico que las mismas autoridades religiosas se hayan convertido en uno de los principales obstáculos para la aceptación moderna y postmoderna del Espíritu.

Desde la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente, ha tenido lugar el lento proceso de transformación de una sociedad racional-industrial a una sociedad informática visión-lógica, pero de ningún modo se trata –como afirman los portavoces de la Nueva Era-, de una transformación espiritual. La especie humana ha experimentado a lo largo de su desarrollo tres grandes y profundas transformaciones a escala mundial: la agraria, la industrial y la informática. Ahora nos hallamos al comienzo de la llamada “tercera ola”. Lentamente, está surgiendo un nuevo centro de gravedad sociocultural, la sociedad visión-lógico informática, una sociedad que posee una visión del mundo existencial o aperspectivista (inferior izquierdo), asentada en una base tecnoeconómica de transferencia de información digital (inferior derecho) y un yo centáurico (superior izquierdo) que debe integrar su materia, su cuerpo y su mente –integrar la fisiosfera, la biosfera y la noosfera- para ajustar funcionalmente su conducta (superior derecho) al nuevo espacio del mundo. Pero esa transformación corresponde a un orden muy elevado que impone una nueva y terrible carga, sobre el mundo: la necesidad de trascender e incluir lo superior con lo inferior. Y la pesadilla es que, aunque dispongamos de un nuevo y superior espacio del mundo, todo ser humano debe comenzar su proceso de desarrollo partiendo de la primera casilla. Todos, sin excepción, debemos comenzar en el fulcro 1 y crecer y evolucionar a través de todos los estadios inferiores hasta llegar a alcanzar el nuevo estadio superior. De modo que, por más que, una persona nazca en una cultura visión-lógica global, su singladura deberá comenzar en el nivel fisiocéntrico e ir superando, a partir de ahí, los estadios biocéntrico, egocéntrico y sociocéntrico. Y cuanto más niveles de desarrollo tenga una determinada cultura, mayor es su probabilidad de que las cosas vayan mal pues, cuanta mayor es la profundidad de una sociedad, mayores son también las cargas impuestas sobre la educación y transformación de sus ciudadanos. La transformación del mundo implica, pues, un abismo cultural por superar.

Se dice a veces que uno de los mayores problemas de las sociedades occidentales es el abismo existente entre ricos y pobres aunque, en opinión de Wilber, el abismo más alarmante es el abismo interior, un abismo cultural, un abismo de conciencia, un abismo, en suma, de profundidad. Y en cada nueva transformación cultural, este abismo cultural, este abismo de conciencia es cada vez mayor. El abismo que existe entre la profundidad promedio que ofrece esa cultura y el número de quienes realmente pueden alcanzarla, genera una tensión interna que puede propiciar la patología cultural. ¿Existe alguna solución?

El problema real tampoco es el abismo cultural, nuestro problema real es que ni siquiera podemos pensar en el abismo cultural. Y no podemos hacerlo porque vivimos en un mundo chato, un mundo que no reconoce la existencia de grados de conciencia, de profundidades, de valores y de méritos. En este mundo, todo tiene la misma profundidad, es decir, cero. Y puesto que nuestra chata visión del mundo ni siquiera reconoce la profundidad, tampoco puede reconocer el abismo profundo, el abismo cultural, el abismo de conciencia. En consecuencia, la explotación de los países desarrollados y “civilizados” proseguirá hasta el momento en que reconozcamos este problema y busquemos las formas de comenzar a resolverlo. Mientras sigamos sosteniendo esa visión chata del mundo (3), el abismo cultural no podrá ser resuelto, porque la visión chata del mundo niega de plano la existencia de la dimensión vertical, de la transformación interior, de la trascendencia. Y si nuestra visión del mundo sigue sin permitirnos reconocer el problema, no está lejos el momento en que el abismo cultural termine provocando el colapso de nuestra cultura.

2 - LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL

Por otro lado, la crisis medioambiental trata del mismo problema que el abismo cultural. El punto de vista global, postconvencional y mundicéntrico es el único que puede permitir el reconocimiento de las dimensiones reales de la crisis ecológica y, lo que es más importante todavía, proporcionar la visión y la fortaleza moral necesarias para tratar de modificarlas. Pero, para que esta acción sea significativa, es preciso que un número considerable de individuos alcancen el nivel de desarrollo postconvencional y mundicéntrico. En otras palabras, solo será posible solucionar la crisis ecológica salvando el abismo cultural, porque ambas son facetas del mismo problema.

Las discusiones sobre ética medioambiental suelen centrarse en lo que se conoce con el nombre de axiología, la teoría de los valores. Y, en este sentido, hay cuatro grandes escuelas de axiología medioambiental.

La primera considera que todos los holones vivos –un gusano y un mono, por ejemplo- tienen el mismo valor.

La segunda traza una línea divisoria entre las formas vivas que no poseen suficientes sentimientos, como los insectos, y los que sí, como, por ejemplo, los mamíferos.

La tercera considera que las entidades más complejas son las que más derechos poseen. En este sentido, los seres humanos son las más avanzadas y, en consecuencia, también poseen más derechos.

La cuarta escuela considera que el ser humano es el único que posee derechos, pero esos derechos incluyen el respeto y la gestión de la tierra y de todos los seres vivos.

La visión de Wilber sobre la ética medioambiental incorpora lo fundamental de las cuatro escuelas citadas, y se basa en diferentes tipos de valor:

-El valor Sustrato

Todos los holones poseen el mismo valor Sustrato, es decir, desde los átomos hasta los simios, son manifestaciones perfectas del Espíritu y, en ese sentido, ninguno de ellos es superior, inferior, mejor o peor que los demás. Así pues, en cuanto manifestación del Absoluto, todos los holones poseen el mismo valor Sustrato.

-El valor intrínseco

Pero además de ser una expresión del absoluto, todo holón es también una totalidad/parte relativa y, en este sentido, posee su propia totalidad relativa y su propia parcialidad relativa. En cuanto totalidad, todo holón tiene un valor intrínseco, el valor de su propia totalidad, de su propia profundidad. Y, en consecuencia, cuanta mayor sea la totalidad, cuanto mayor sea su profundidad, tanto mayor será también su valor intrínseco. De modo que aunque un simio y un átomo sean, en sí mismos, manifestaciones perfectas del Espíritu (aunque tengan el mismo valor Sustrato), el simio tendrá una profundidad mayor, una totalidad mayor y, en consecuencia un mayor valor intrínseco. Desde este punto de vista, cuanta mayor sea la profundidad de un holón, mayor será también su grado de conciencia.

-El valor extrínseco.

Pero un holón no solo es totalidad sino que también es una parte y, como tal, forma parte de una totalidad necesaria para la existencia de otros holones y tiene valor para otros. Así, como parte, cada holón tiene valor extrínseco, valor instrumental, valor para los demás holones. Un átomo, en este sentido, tiene mayor valor extrínseco que un simio puesto que la destrucción de los simios no afectaría significativamente al universo, pero la destrucción de los átomos acabaría con todo excepto las partículas subatómicas.

Wilber relaciona todo lo anterior con los derechos y las responsabilidades.

Como totalidad, todo holón tiene derechos que expresan su autonomía relativa (su individualidad), derechos que describen las condiciones necesarias para mantener su integridad (si una planta, por ejemplo, no recibe suficiente agua terminará disgregándose), y conservar así su profundidad. Pero además, todo holón también forma parte de alguna(s) otra(s) totalidad(es) y, en ese sentido, también es responsable de la conservación de esa totalidad. Podríamos decir que la responsabilidad es simplemente una descripción de las condiciones que requiere todo holón para formar parte de una totalidad. Y, si esas responsabilidades no son tenidas en cuenta, el holón dejará de formar parte de esa totalidad. Las responsabilidades expresan las condiciones de existencia del valor extrínseco de un holón, las condiciones necesarias para conservar su parcialidad, preservar su comunión y mantener su amplitud. Si realmente un holón quiere conservar sus relaciones, su ajuste cultural y su ajuste funcional, estará necesariamente obligado a asumir sus responsabilidades.

Así son las cosas en una holoarquía (4) anidada de complejidad y profundidad creciente. Los seres humanos son relativamente más profundos que las amebas, pongamos por caso, y en ese mismo sentido tenemos más derechos –las condiciones necesarias para conservar nuestra integridad-, pero también tenemos más responsabilidades, no solo al nivel de la sociedad humana de la que formamos parte, sino también al nivel de las comunidades que engloban a los subholones que nos componen. Nosotros existimos en redes de relaciones holónicas en la fisiosfera, en la biosfera y en la noosfera, y nuestros derechos relativamente superiores también conllevan responsabilidades relativamente mayores en todas esas dimensiones. El fracaso en asumir esas responsabilidades implica el fracaso en establecer las condiciones necesarias de existencia de los holones y subholones que nos componen, lo cual conllevaría nuestra propia destrucción. Parece, no obstante, que insistamos en reivindicar nuestros derechos sin querer asumir nuestras responsabilidades. ¡Queremos ser una totalidad sin formar parte de nada! ¡Queremos ir a la nuestra! Lo cual es una cultura del narcicismo, la cultura de la regresión y de la retribalización. Queremos disfrutar de todos los derechos egoicos sin la necesaria contrapartida de las responsabilidades. Nuestra frenética avidez de derechos no es más que un signo de la fragmentación en “totalidades” cada vez más egocéntricas que se niegan a asumir cualquier otra cosa que no sea sus propias necesidades. Una de las grandes dificultades del moderno paradigma chato del mundo –tanto en su versión ego como en su versión eco-, es que las nociones de derechos y de responsabilidades han terminado confundiéndose.

Desde ese punto de vista, el ego independiente puede hacer lo que quiera y expoliar al medio ambiente como mejor le apetezca porque todo es un instrumento a su servicio. Para la versión eco-romántica, en cambio, la única realidad esencial es la Gran Red interrelacionada, y a ella –y no al ego reflexivo- se le asigna autonomía. Y puesto que la Gran Red es la única realidad, solo ella tiene valor de totalidad, valor intrínseco, y todos los demás holones (incluidos los seres humanos) son meros instrumentos de su autopoyéticos designios, lo cual dicho sea de paso, constituye una forma de ecofascismo.

Para Wilber, es necesaria una ética medioambiental que respete los tres tipos de valores característicos de todos y cada uno de los holones: valor Sustrato, valor intrínseco y valor extrínseco, y comprender que es mucho mejor golpear a una roca que a un mono, comerse una zanahoria que una ternera y alimentarse de granos que de mamíferos. En otras palabras, la primera regla pragmática de nuestra ética medioambiental sería la de que, para satisfacer nuestras necesidades vitales, deberíamos consumir o destruir la menor profundidad posible, es decir, deberíamos tratar de hacer el menor daño posible a la conciencia, deberíamos intentar destruir el menor valor intrínseco posible. O, formulado en términos positivos, deberíamos proteger y conservar tanta profundidad como fuera posible. Pero este imperativo cubre la profundidad pero no la amplitud, la individualidad pero no la comunión, las totalidades pero no las partes. En este sentido, nosotros queremos proteger y promover la mayor profundidad para la mayor amplitud posible. No solo conservar la mayor profundidad –lo cual sería fascista y antropocéntrico-, ni solo la mayor amplitud –lo cual sería totalitario y ecofascista-, sino conservar la mayor profundidad para la mayor amplitud posible. Según Wilber, esa es la estructura actual de la intuición espiritual que denomina intuición moral básica.

En otras palabras, cuando yo intuyo claramente al Espíritu, no solo intuyo su resplandor en mí mismo, sino que también lo intuyo en el dominio de los seres que comparten el Espíritu conmigo (en forma de su propia profundidad). Y es entonces cuando deseo proteger y promover ese Espíritu, no solo en mí sino en todos los seres en los que se manifiesta. Pero además, si intuyo claramente al Espíritu, también me siento alentado a implementar ese despliegue espiritual en tantos seres como pueda, es decir, no solo en los dominios del “yo” o del “nosotros”, sino que también me siento movilizado a implementar esta realización como un estado objetivo de cosas (en los dominios del “ello”, en el mundo). El hecho que el Espíritu se manifieste realmente en los cuatro cuadrantes. (o, dicho de modo resumido, en los dominios del “yo”, del “nosotros” y del “ello”) supone también que la auténtica intuición espiritual es aprehendida con el deseo de expandir la profundidad del “yo” a la amplitud del “nosotros” y al estado objetivo de cosas del propio “ello”. En definitiva, proteger y promover la mayor profundidad a la mayor amplitud posible. Esa es, en opinión de Wilber, la intuición moral básica de todos los holones, sean o no humanos.

3 - LA FUTURA EVOLUCIÓN DEL MUNDO

Según Wilber, la solución al abismo cultural, la integración vertical y la ética medioambiental, gira en torno al rechazo de la visión chata del mundo. Una nueva transformación postmoderna solo puede proseguir de un modo equilibrado si logramos integrar el Gran Tres. (“yo”, “nosotros” y “ello”), pues debe satisfacer los veinte principios (5), trascender e incluir, diferenciar e integrar, para poder seguir evolucionando. Ello significa la necesaria emergencia de un nuevo tipo de sociedad que integre la conciencia, la cultura y la naturaleza, y abra paso al arte, la moral, la ciencia, los valores personales, la sabiduría colectiva y el conocimiento técnico.

Desde hace unos dos mil años, los ascendentes y los descendentes (6) se hallan enzarzados en la misma batalla, una batalla en la que cada bando reclama ser la Totalidad y acusa al otro de ser el Mal, fracturando así el mundo en una pesadilla de odio y rechazo. Después de tantos años de lucha, los ascendentes y los descendentes siguen atrapados en la misma locura. La solución a esta contienda consiste en integrar y equilibrar las corrientes ascendentes y descendentes en el ser humano, de forma que la sabiduría y la compasión puedan aunar sus fuerzas en la búsqueda de un Espíritu que trascienda e incluya este mundo, que englobe este mundo y todos sus seres con su amor, una compasión, un cuidado y un respeto infinito, la más tierna de las misericordias y la más resplandeciente de las miradas.

Los ascendentes y los descendentes, al fragmentar el Kosmos (7), están alimentando la brutalidad de la contienda y no hacen más que tratar de contagiar al otro bando sus enfermedades. Pero no es en la lucha sino en la unión entre los ascendentes y los descendentes donde podremos encontrar armonía, porque solo podremos salvarnos, por así decirlo, cuando ambas facciones se reconcilien. Y tal salvación solo puede provenir de la unión entre la sabiduría y la compasión.

Tanto en Oriente como en Occidente, el camino de ascenso desde los muchos hasta el Uno es el camino de la sabiduría, porque la sabiduría ve que detrás de todas las formas y la diversidad de los fenómenos descansa el Uno, el Bien. El camino de descenso, por su parte, es el camino de la compasión , porque el Uno se manifiesta realmente como los muchos y, en consecuencia, todas las formas deben ser tratadas con el mismo respeto y compasión. Y la unión entre esas dos corrientes, entre la sabiduría y la compasión, constituye el fin y el sustrato de toda auténtica espiritualidad. Dicho de otro modo, la sabiduría es a Dios como la compasión a la Divinidad. Ésta es precisamente la visión no dual (8), la unión entre el Flujo y el Reflujo (Plotino), entre Dios y la Divinidad, entre la Vacuidad y la Forma, entre la sabiduría y la compasión, entre lo ascendente y lo descendente.

Sin embargo, a lo largo de la historia de Occidente, dicha unidad entre lo ascendente y lo descendente terminaría resquebrajándose y enfrentando, de manera frecuentemente violenta, a los ultramundanos ascendentes y los intramundanos descendentes, un conflicto que ha terminado convirtiéndose en el problema central característico de la mente occidental. Durante el milenio que va de Agustín a Copérnico aparece, en Occidente, un ideal casi exclusivamente ascendente recomendado por la Iglesia para alcanzar las virtudes y la salvación, un camino que aconsejaba no acumular ningún tipo de tesoros de esta tierra porque, según ella, en esta tierra no hay nada que merezca ser atesorado. Pero todo comenzó a cambiar radicalmente con el Renacimiento y la emergencia de la modernidad, un cambio que alcanzaría su punto culminante con la Ilustración y la Edad de la Razón y que bien podría resumirse diciendo que los ascendentes fueron reemplazados por los descendentes. Con la emergencia de la modernidad, lo ascendente se convertiría en el nuevo pecado. La moderna negación occidental de las dimensiones transpersonales produjo desprecio, rechazo y marginación de lo auténticamente espiritual y el consiguiente declive de cualquier tipo de sabiduría trascendente, un declive que ha termino convirtiéndose en el signo de nuestros tiempos.

REFERENCIAS

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairos, 2005.

(1) La visión racional-industrial del mundo sostenida por la Ilustración cumplió con funciones muy importantes como la aparición de la democracia, la abolición de la esclavitud, el surgimiento del feminismo liberal, la emergencia de la ecología y las ciencias sistémicas, entre algunas más, pero sin duda, la más importante puesta en escena fue la diferenciación entre el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros), el Gran Tres diferenciado por Kant a través de sus Tres críticas .

Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas de Kant (La crítica de la razón pura, La crítica de la razón práctica y La crítica del juicio), se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(2) La realidad está compuesta de totalidades/partes, u “holones”. Arthur Koestler acuño el término “holón” para referirse a una entidad que es, al mismo tiempo, una totalidad y una parte de otra totalidad. Y si usted observa atentamente las cosas y los procesos existentes no tardará en advertir que no son solo totalidades sino que también forman parte de alguna otra totalidad. Se trata, pues, de totalidades/partes: de holones.

Todos los holones poseen cuatro capacidades (individualidad, comunión, autotrascendencia y autodisolución); el motor de la evolución es el impulso autotrascendente y su desarrollo es holoárquico, es decir, que procede trascendiendo e incluyendo (las células, por ejemplo, trascienden e incluyen a las moléculas que, a su vez, trascienden e incluyen a los átomos, etcétera). El impulso autotrascendente del Kosmos va creando holones de una profundidad cada vez mayor y que, cuanta mayor es la profundidad del holón, mayor es también su nivel de conciencia.

Pero cuanta mayor es la profundidad mayor es también el riesgo de que aparezcan problemas. Los perros, por ejemplo, pueden padecer cáncer, cosa que no ocurre, obviamente en el caso de los átomos. No se trata pues de que el proceso evolutivo discurra de una manera apacible y tranquila sino que, en cada uno de sus pasos, se encuentra sujeto a un proceso dialéctico.

Pero los holones no solo tienen un interior y un exterior , también existen de manera individual y colectiva , lo cual significa que cada holón presenta cuatro facetas diferentes, a las que Wilber ha denominado cuatro cuadrantes (intencional, conductual, cultural y social).

(3) Wilber (2005: 177):

“Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo]”.

(4) Wilber revisa las características de la evolución en los diversos reinos que son comunes en toda forma de evolución, desde la materia hasta la vida y la mente. Dicho camino evolutivo conduce a la emergencia del ser humano, ya sea mediante la visión científica moderna de la evolución pero también bajo el prisma de la filosofía perenne. La filosofía perenne constituye el núcleo de las grandes tradiciones de sabiduría del mundo entero y sostiene que la realidad es una gran Holoarquía de ser y de conciencia que va de la materia (fisiosfera) hasta la vida (biosfera), la mente (noosfera) y el Espíritu (misticismo).

(5) (Wilber, Sexo, Ecología, Espiritualidad :72-119):1- La realidad como un todo no está compuesta de cosas u de procesos, sino de holones. 2- Los holones muestran cuatro capacidades fundamentales: autopreservación, autoadaptación, autotrascendencia y autodisolución. Estas cuatros características son muy importantes y las vamos a estudiar una a una. 3- Autopreservación. Los holones se definen no por la materia de que están hechos (puede no haber materia) ni por el contexto en el que viven (aunque son inseparables de él), sino por el patrón relativamente autónomo y coherente que presenta. La totalidad del holón se muestra en la capacidad de preservar su patrón. 4- Autoadaptación. Un holón funciona no solo como una totalidad autopreservadora sino también como parte de otro todo mayor, y en su capacidad de ser una parte debe adaptarse o acomodarse a otros holones (no autopoiesis sino alopoiesis; no asimilación sino acomodación). 5- Autotrascendencia (o autotransformación). La autotrascendencia es simplemente la capacidad que tiene un sistema de llegar más allá de lo dado, e introducir en cierta medida algo novedoso; una capacidad sin la cual es seguro que la evolución no hubiera podido ni siquiera comenzar. El universo tiene la capacidad intrínseca de ir más allá de lo que fue anteriormente. 6- Autodisolución. Dado que cada holón es también un supraholón, cuando es borrado –cuando se autodisuelve en sus subholones- tiende a seguir el mismo camino descendente que éstos han seguido en el camino ascendente: las células se descomponen en moléculas, que a su vez se descomponen en átomos, y éstos en partículas que desaparecen en las probabilidades nubes transfinitas de “burbujas dentro de burbujas”. 7- Los holones emergen. Emergen nuevos holones debido a la capacidad de autotrascendencia. Primero las partículas subatómicas; después los átomos, moléculas, los polímeros; después las células, y así sucesivamente. 8- Los holones emergen holárquicamente. Es decir, jerárquicamente, como una serie ascendente de totalidades/partes. Los organismos contienen células, pero no al revés; las células contienen moléculas, pero no al revés; las moléculas contienen átomos, pero no al revés. 9- Cada holón emergente trasciende pero incluye a sus predecesores. Todas las estructuras básica y funciones son preservadas y llevadas a una identidad mayor, pero todas las estructuras de exclusividad y las funciones que existían debido, al aislamiento, a la separación, a la parcialidad, a la individualidad separada, son simplemente abandonadas y reemplazadas por una individualidad más profunda que alcanza una comunión más amplia de desarrollo. 10- Lo inferior establece las posibilidades de lo superior; lo superior estable las probabilidades de lo inferior. Aunque un nivel superior va “más allá” de lo dado en el nivel inferior, no viola las leyes o patrones del nivel inferior; no está determinado por el nivel inferior, pero tampoco puede ignorarlo. Mi cuerpo sigue las leyes de la gravedad, mi mente se rige por otras leyes, las de comunicación simbólica y la sintaxis lingüística; pero si mi cuerpo se cae por un precipicio, mi mente va con él. 11- El número de niveles que comprende una jerarquía determinada si esta es “superficial” o “profunda”; y al número de holones en su nivel dado le llamaremos su “extensión”. Esto es importante porque establece que no es solo el tamaño de una población lo que estable el orden de riqueza (u orden de emergencia cualitativa), sino más bien viene dado por su profundidad. Veremos que una de las confusiones más generalizadas de las teorías ecológicas generales o del nuevo paradigma (ya sean “pop” o “serias”) es que a menudo confunden gran extensión con gran profundidad. 12- Cada nivel sucesivo de la evolución produce MAYOR profundidad y MENOR extensión. Así, el número de moléculas de agua en el universo siempre será menor que el número de átomos de hidrógeno y de oxígeno. El número de células en el universo siempre será menor que el de moléculas, y así sucesivamente. Simplemente quiere decir que el número de totalidades siempre será menor que el número de partes, indefinidamente. Cuando mayor sea la profundidad de un holón, tanto mayor será su nivel de conciencia. El espectro de la evolución es un espectro de conciencia. Y se puede empezar a ver que las dimensiones espirituales constituyen el tejido mismo de la profundidad del Kosmos. 13- Destruye un holón de cualquier tipo y habrás destruido todos sus holones superiores y ninguno de sus inferiores. Es decir: cuando menos profundidad tiene un holón, tanto más fundamental es para el Kosmos, porque es un componente de muchos otros holones. 14- Las holoarquías coevolucionan. Significa que la “unidad” de evolución no es el holón aislado (molécula individual, planta, o animal), sino un holón más dentro del entorno inseparablemente ligado a él. Es decir, la evolución es ecológica en el sentido más amplio. 15- Lo micro está en una relación de intercambio con lo macro en todos los niveles de su profundidad. Por ejemplo, el ser humano y los tres niveles de materia, vida y mente: todos estos niveles mantienen su existencia a través de una red increíblemente rica de relaciones de intercambio con holones de la misma profundidad en su entorno. 16- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor complejidad. El biólogo alemán Woltereck acuño el término anamorfosis – significa, literalmente, “no ser conforme”- para definir lo que vio como rasgo central y universal de la naturaleza: la emergencia de una complejidad cada vez mayor. 17- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor diferenciación/integración. Este principio fue dado en su forma actual, por primera vez, por Herbert Spencer (en First principles, 1862): la evolución es un “cambio desde una homogeneidad incoherente e indefinida a una heterogeneidad coherente y definida, a través de continuas diferenciaciones e integraciones”. 18- La organización/estructuración va en aumento. La evolución se mueve del sistema más simple al más complejo y desde el nivel de organización menor hacia el mayor. 19- La evolución tiende a seguir la dirección de autonomía relativa creciente. Este es un concepto muy poco comprendido. Simplemente hace referencia a la capacidad de un holón para autopreservarse en medio de las fluctuaciones ambientales (autonomía relativa es otra forma de decir individualidad). Y de acuerdo con las ciencias de la complejidad, cuando más profundo es un holón, mayor es su autonomía relativa. La autonomía relativa simplemente se refiere a cierta flexibilidad ante el cambio de las condiciones ambientales. 20- La evolución tiende a seguir la dirección de un Telos creciente. El régimen, canon, código o estructura profunda de un holón actúa como un imán, un atractor, un punto omega en miniatura, para la realización de ese holón en el espacio y el tiempo. Es decir, el punto final del sistema tiene a “atraer” la realización (o desarrollo) del holón en esa dirección, ya sea un sistema físico, biológico o mental. Ha surgido toda una disciplina dentro de la teoría general de sistemas para dedicarse al estudio de las propiedades de los atractores caóticos y de los sistemas por ellos gobernados; se le conoce popularmente como la teoría del caos.

(6) La lucha entre los ascendentes y los descendentes es la batalla arquetípica que tiene lugar en el mismo corazón de la tradición occidental (Wilber, 2005: 30):

“El camino ascendente es el camino puramente trascendental y ultramundano. Se trata de un camino puritano, ascético y yóguico, un camino que suele despreciar- e incluso negar- el cuerpo, los sentidos, la sexualidad, la Tierra y la carne. Este camino busca la salvación en un reino que no es de este mundo. El camino ascendente glorifica la unidad no la multiplicidad. (…). El camino descendente, por su parte afirma exactamente lo contrario, Éste es un camino esencialmente intramundano, un camino que no glorifica la unidad sino la multiplicidad. El camino descendente enaltece la Tierra, el cuerpo, los sentidos e incluso la sexualidad, un camino que llega incluso a identificar el espíritu con el mundo sensorial. Se trata de un camino puramente inmanente que rechaza la trascendencia”.

Durante el milenio que va de Agustín a Copérnico aparece, en Occidente, un ideal casi exclusivamente ascendente recomendado por la Iglesia para alcanzar las virtudes y la salvación, un camino que aconsejaba no acumular ningún tipo de tesoros de esta tierra porque, según ella, en esta tierra no hay nada que merezca ser atesorado. Pero todo comenzó a cambiar radicalmente con el Renacimiento y la emergencia de la modernidad, un cambio que alcanzaría su punto culminante con la Ilustración y la Edad de la Razón y que bien podría resumirse diciendo que los ascendentes fueron reemplazados por los descendentes. Con la emergencia de la modernidad, lo ascendente se convertiría en el nuevo pecado. La moderna negación occidental de las dimensiones transpersonales produjo desprecio, rechazo y marginación de lo auténticamente espiritual y el consiguiente declive de cualquier tipo de sabiduría trascendente, un declive que ha termino convirtiéndose en el signo de nuestros tiempos.

Una paradoja de la historia es que Sócrates eligió la razón sobre el mito y por ello fue condenado a beber la cicuta. Mil quinientos años más tarde el mundo dio un vuelco y la polis obligó a los dioses a beber la cicuta, y de la muerte de esos dioses surgieron las modernas democracias.

(7) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(8) Wilber en su obra el Espectro de la conciencia aborda de un modo epistemológico dos modos de saber: el conocimiento simbólico (dualidad sujeto-objeto) y el misticismo contemplativo (no dualidad entre sujeto-objeto), dos modos de saber diferentes pero complementarios. Según Wilber (55-56):

“Esos dos modos de conocer son universales, es decir, han sido reconocidos de una forma u otra en diversos momentos y lugares a lo largo de la historia de la humanidad, desde el taoísmo hasta William James, desde el Vedanta hasta Alfred North Whitehead y desde el Zen hasta la teología cristiana. (…) También con toda claridad en el hinduismo”.

Sin embargo, la civilización occidental es la historia del primer modo de saber que ha evolucionado hasta la extenuación de su “rígida estructura” dualista con el surgimiento de la mecánica cuántica. Esos dos modos de saber también son contemplados por los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica (Wilber en Cuestiones cuánticas) y, correlativamente, aluden los mundos antagónicos entre la ciencia y la religión, respectivamente, entre el saber racional y el metafísico, ambos aunados por los “místicos cuánticos” en un racionalismo espiritual adoptado como filosofía transpersonal, y convirtiéndose en un fundamento epistemológico para un nuevo paradigma de conocimiento integrador de la filosofía con la espiritualidad.



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El abismo cultural de occidente

EL ABISMO CULTURAL DE OCCIDENTE ES UN ABISMO DE CONCIENCIA

Este artículo está reproducido en el capítulo 5 de la segunda parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

“La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

Cuando sabes que la verdadera vida está en el interior de uno mismo, y teniendo en cuenta la profundidad filosófica en la que está instalado cada cual desde su razón, surgen entonces preguntas –sobre todo de tipo metafísico- que me transportan a otro campo de investigación, a ese lugar en donde el tiempo se vuelve relativo (7) , donde el pasado, el presente y el futuro coexisten(8) . El supuesto básico de la Teoría de la relatividad de Einstein es que la localización de los sucesos físicos, tanto en el tiempo como en el espacio, son relativos al estado de movimiento del observador. Si fuera posible viajar a la velocidad de la luz, seríamos viajeros en el tiempo.

Pero esa cuestión intenta resolver el desplazamiento físico a través del tiempo, es decir, en el universo material. Sin embargo, como postula el físico y astrónomo Sir James Jean, la naturaleza es mental. Si además como dice Pauli: “La mente parece moverse a partir de un centro interior hacia fuera, por un movimiento como de extraversión hacia el mundo físico, donde se supone que todo sucede de modo automático, de manera que se diría que el espíritu abarca serenamente al mundo físico con sus Ideas”. Así pues, la ciencia natural de la época moderna implica una elaboración cristiana del lúcido misticismo platónico, para el cual el fundamento unitario del espíritu y la materia reside en las imágenes primordiales, donde tiene también lugar la comprensión, en sus diversos grados y clases, incluso hasta el conocimiento de la palabra de Dios. Pero Pauli añade una advertencia: “Este misticismo es tan lúcido que es capaz de ver más allá de numerosas oscuridades, cosa que los modernos no podemos ni nos atrevemos a hacer” (1).

El misticismo contemplativo es un modo de saber contemplado por los padres de la física moderna, y nos hablan de Dios, del espíritu, de Platón, de la naturaleza mental, en definitiva, de un camino hermenéutico a investigar como camino complementario al dogmático materialismo científico que ha dominado a Occidente. Ahora son los propios científicos quienes ponen el espíritu en la ecuación del conocimiento, dando por sentado que existen dos modos de saber tal como ha demostrado epistemológicamente Ken Wilber en su obra El espectro de la conciencia (2).

El primer modo de saber (epistemología de lo conmensurable), se deriva del dominio del “ello” sobre el “yo” y el “nosotros”, es decir un dominio cognitivo del materialismo científico quien debería habernos explicado esa “realidad” de ahí fuera. Sin embargo, al decir de las neurociencias, es ilusión (3). El mundo de ahí fuera es pura ilusión, una cuestión que ya Einstein profetizó: “La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es una ilusión persistente”. Para Einstein, los conceptos de espacio y tiempo son construcciones nuestras, lo cual le indujo a elaborar su monumental Teoría de la relatividad (4).

Pero además de que la “realidad” de ahí fuera es una ilusión, el modo de conocerla, el materialismo científico que reniega del espíritu, ha visto resquebrajada su “rígida estructura” dualista que ha dominado a la mente occidental. No en vano las filosofías orientales, quienes están más orientadas al mundo interior, han sido integradas en la psicología occidental, dando nacimiento a la psicología humanista mediante la Pirámide de Maslow para vislumbrar la posibilidad de experiencias cumbres o trascendentales. Posteriormente nació la psicología transpersonal(5) como la “cuarta fuerza”, presentándose como un nuevo paradigma de conocimiento que, inherentemente, requiere de una renovada visión de la historia, la ciencia y la espiritualidad pero, eminentemente, desde un revisionismo de la psicología cognitiva y educativa.

Es evidente que las viejas estructuras sociales, educativas, psicológicas, espirituales, científicas, pero sobre todo, filosóficas, deben ser reemplazadas por nuevos paradigmas de pensamientos en todos esos respectivos campos del saber. Ahora bien, como he creído demostrar anteriormente, el camino de las exterioridades, del mundo sensible, no es el más certero pues obvia al espíritu encarnado como un racionalismo espiritual o “nosotros” (imperativo categórico kantiano), una cuestión que solo puede ser aprehendida desde una visión hermenéutica de lo inconmensurable. Por tanto, solo nos queda poner el foco de sabiduría en el mundo interior, en el mismo sentido como ya lo reivindicaba el inconmensurable Sócrates: ““Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”.

La filosofía occidental nacida en Grecia hace aproximadamente 2.500 años, ha dado una vuelta de tuerca mediante la dialéctica histórica. Desde la época que va desde San Agustín a Copérnico, Occidente se movió siguiendo un ideal puramente ascendente, un ideal esencialmente ultramundano, un ideal según el cual la salvación y la liberación final no pueden ser halladas en este mundo, en esta Tierra y en esta vida, de modo que, desde ese punto de vista, las cosas realmente importantes solo ocurren después de la muerte, en el dominio de lo ultramundano. Con el advenimiento de la modernidad y la postmodernidad, en cambio, asistimos a una profunda subversión de este punto de vista, una transformación en la que los ascendentes desaparecen de escena y dejan su lugar a los descendentes, la idea de que el único mundo que existe es el mundo sensorial, empírico y material, un mundo que niega dimensiones superiores y más profundas y, negando por tanto, estadios superiores de la evolución de la conciencia, negando la trascendencia. Bienvenidos, por tanto, al mundo chato a decir de Wilber (6), al dios del capitalismo, del marxismo, del industrialismo, de la ecología profunda, del consumismo o del ecofeminismo, al Gran Uno asentado sobre el reduccionismo del materialismo científico o “ello” como jerarquía de dominio sobre el “yo” y el “nosotros”.

Sin lugar a dudas, el abismo cultural de Occidente es un abismo de conciencia.

Referencias:

(1) Wilber, Ken (1987b), Cuestiones cuánticas,Kairós, Barcelona.

(2) Wilber, Ken (2005), El espectro de la conciencia, Kairós, Barcelona.

(3) Morgado, Ignacio (2015), La fábrica de las ilusiones, Ariel, Barcelona.

(4) Einstein, Albert (2008), Sobre la teoría de la relatividad especial y general, Alianza Editorial, Madrid.

(5) Según el psicólogo transpersonal Iker Puente (2011, 18):

La idea de una filosofía perenne aparece a lo largo de toda la filosofía occidental, y ha ido tomando diversas formas a lo largo de su historia. El término philosophia perennis fue empleado por primera vez por Agustino Steuco en 1540 en su libro De perenni phi¬losophia, un tratado de filosofía cristiana en el que defendía la existencia de un núcleo común en la filosofía de toda la humanidad que se mantiene idéntico a través del curso de la historia. (…) Esta unidad en el conocimiento humano deriva, según los partidarios de la filosofía perenne, de la existencia de una realidad última que puede ser aprehendida por el intelecto en determinadas condi¬ciones especiales.

Dicha dimensión espiritual y trascendente de la naturaleza humana y de la existencia, en el ámbito de la psicología, tiene su correlato con el surgimiento de la psicología transpersonal como “cuarta fuerza” tras el conductismo, el psicoanálisis y la psicología humanista. Según Iker Puente (2011, 24):

La psicología transpersonal nació a finales de los años sesenta en los EE.UU. a raíz del interés de un grupo de psicólogos, psiquiatras y psicotera¬peutas (entre los que se encontraba Anthony Sutich y Abraham Maslow, fun¬dadores de la psicología humanista, y el psiquiatra Stanislav Grof) en expandir el marco de la psicología humanista más allá de su centro de atención sobre el yo individual, interesándose por el estudio de la dimensión espiritual y trascendente de la naturaleza humana y de la existencia. Sus fundadores pretendían realizar una integración de las tradiciones místicas occidentales y orientales con la psicología humanista. La orientación transpersonal surge, pues, del encuentro entre la psicología occidental (en particular de las escuelas psicoanalí¬ticas junguiana, humanista y existencial) y las tradiciones contemplativas de Orien¬te (en especial el budismo zen, el taoísmo y el hinduismo).

(6) Wilber, Ken (2005c), Breve historia de todas las cosas, Kairós, Barcelona.

(7) Científicos austríacos han demostrado una limitación fundamental para nuestra capacidad de medir el tiempo, combinando la mecánica cuántica y la teoría de Einstein de la relatividad general. Al medir el tiempo, normalmente suponemos que los relojes no afectan el espacio y el tiempo, y que el tiempo puede medirse con precisión infinita en puntos cercanos del espacio. Pero físicos teóricos de la Universidad de Viena y de la Academia Austriaca de Ciencias argumentan que cuanto más preciso sea un reloj determinado, más “borra” el flujo de tiempo medido por los relojes vecinos. Como consecuencia, el tiempo mostrado por los relojes ya no está bien definido. Los hallazgos se publican en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS).

En la vida cotidiana estamos acostumbrados a la idea de que las propiedades de un objeto pueden ser conocidas con una precisión arbitraria. Sin embargo, en la mecánica cuántica, una de las principales teorías de la física moderna, el principio de incertidumbre de Heisenberg establece un límite fundamental a la precisión con la que se pueden conocer pares de propiedades físicas, como la energía y el tiempo de un reloj. Cuanto más preciso es el reloj, mayor es la incertidumbre en su energía. Un reloj arbitrariamente preciso tendría por lo tanto una incertidumbre ilimitada en su energía. Esto se hace importante cuando se incluye la teoría de Einstein de la relatividad general, la otra teoría clave en la física. La relatividad general predice que el flujo del tiempo es alterado por la presencia de masas o fuentes de energía. Este efecto, conocido como “dilatación del tiempo gravitatorio”, hace que el tiempo se desacelere cerca de un objeto de gran energía, en comparación con la situación en la que el objeto tiene una energía menor.

Combinando estos principios de la mecánica cuántica y la relatividad general, el equipo de investigación encabezado por Aslav Brukner de la Universidad de Viena y el Instituto de Óptica Cuántica e Información Cuántica demostró un nuevo efecto en la interacción de las dos teorías fundamentales. Según la mecánica cuántica, si tenemos un reloj muy preciso, su incertidumbre energética es muy grande. Debido a la relatividad general, cuanto mayor es su incertidumbre energética, mayor es la incertidumbre en el flujo de tiempo en el vecindario del reloj.

Juntando las piezas, los investigadores mostraron que los relojes colocados uno junto al otro necesariamente se perturban mutuamente, resultando en un “borroso” flujo de tiempo. Esta limitación en nuestra capacidad de medir el tiempo es universal, en el sentido de que es independiente del mecanismo subyacente de los relojes o del material del que están hechos. “Nuestros hallazgos sugieren que necesitamos reexaminar nuestras ideas sobre la naturaleza del tiempo cuando, tanto la mecánica cuántica como la relatividad general, son tomadas en cuenta”, dice Esteban Castro, autor principal de la publicación.

(8) Un profesor estadounidense ha presentado una nueva teoría del tiempo, que sugiere que la idea de que el mismo fluye como un río no es correcta. Más bien, afirma, el espacio-tiempo es un “universo de bloque” donde el pasado, el presente y el futuro coexisten. La nueva teoría del tiempo, desarrollada por Bradford Skow, un profesor de filosofía del Instituto de Tecnología de Massachusetts, EE.UU., sugiere que el tiempo no avanza, sino más bien, todo el tiempo es siempre presente.

Según esta teoría del “universo de bloque”, si tuviéramos que “contemplar” el universo desde arriba, veríamos tiempo extendido en todas las direcciones. Skow alega que no cree en que los eventos se queden en el pasado y desaparezcan para siempre: existen en diferentes partes del espacio-tiempo. El científico sostiene que el presente no es como un punto destacado en la línea de tiempo. Más bien, las experiencias que tuviste ayer, la semana pasada, o incluso años atrás son todas reales. Sin embargo, precisa que el viaje en el tiempo entre los diferentes momentos no es posible, ya que ahora estamos en una parte diferente del espacio-tiempo.
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Educar con amor

LA CRISIS DE LAS HUMANIDADES EN LA ACTUALIDAD: CAUSAS Y CONSECUENCIAS

Hay una interrelación de causas históricas, filosóficas, científicas, sociológicas, psicológicas, educacionales y espirituales implicadas en la crisis epistemológica que padece la cultura occidental. La trascendencia de dicho abismo cultural no puede provenir de una filosofía materialista ni de una ciencia positivista sino de las Humanidades y, más concretamente, mediante una paradigmática evolución desde la académica filosofía tradicional hacia la filosofía transpersonal, lo cual propugna inherentemente una educación transracional como misión espiritual para una sanación trascendental del sujeto cognoscente.

La filosofía tradicional se sustenta en una epistemología de lo conmensurable mediante el dualismo sujeto-objeto que ha dominado en el pensamiento Occidental hasta la llegada de la física cuántica (“ello”), y requiere de una complementación cognitiva mediante la hermenéutica de lo inconmensurable cuyos campos de estudio son la profundidad del “yo” y la intersubjetividad de todos “nosotros”. En la modernidad, estas tres esferas (ello-yo-nosotros) fueron diferenciadas por Kant mediante sus Tres Críticas: la naturaleza (ello), la conciencia (yo) y la cultura (nosotros). Y la misión de la postmodernidad mediante las humanidades es integrar los individuos (yo) en una conciencia colectiva (nosotros) mediante una filosofía transpersonal que incorpore una ética epistémica bajo una episteme transracional.

Así, la brecha epistemológica de Occidente es una brecha entre la racionalidad y la espiritualidad, y requiere de una renovada interpretación de la historia del pensamiento, su ciencia y la propia espiritualidad pero, eminentemente, desde un revisionismo de la psicología cognitiva y educativa. Tantos cambios de paradigmas vislumbran la convergencia de la ciencia, la moral y la estética como primer objetivo humanístico a ser impartido en las universidades mediante una educación transracional que contemple a la filosofía transpersonal. La filosofía transpersonal es una disciplina que estudia la espiritualidad y su relación con la ciencia así como los estudios de la conciencia, y propone la integración entre la epistemología de lo conmensurable y la hermenéutica de lo inconmensurable mediante una intuición moral básica aprehendida desde la no dualidad por el sujeto cognoscente.

La filosofía tradicional surgida de la modernidad (razón egóica) ha desembocado en el pensamiento único neoliberal y ha secuestrado a la racionalidad colectiva expresada en las democracias occidentales mediante el yugo de una plutocracia. Del mismo modo que la filosofía escolástica supeditó la razón a la fe, el economicismo neoliberal ha sometido la razón al servicio de la fe ciega en los mercados económicos globalizados a manos de Los amos del mundo, todo un terrorismo financiero contra la humanidad. Al reincorporar la espiritualidad en la razón humana, la filosofía transpersonal es una renovada visión y una superación paradigmática de la filosofía tradicional y, por tanto, un giro participativo hacia el misticismo y el estudio de las religiones (Teología), cuestiones que convergen inevitablemente con la metafísica (Filosofía).
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