"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

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8 - LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA DESDE UN ANÁLISIS POLÍTICO, SOCIAL Y FILOSÓFICO-TRANSPERSONAL

Este artículo está reproducido en la primera parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

Artículo científico publicado en Journal of Transpersonal Research, 2012,Vol. 4 (1), 47-68, ISSN: 1989-6077

Resumen:

La conciencia histórica individual surgida del primer renacimiento humanístico de los siglos XV y XVI, ha devenido en este siglo XXI en un depredador neoliberalismo. Esta última versión del capitalismo, siguiendo las tesis de Marx, está socavando su propio final pues está acabando con el valor del trabajo humano y con los recursos naturales generando, consecuentemente, una profunda crisis humanitaria y ecológica. La filosofía tradicional mediante Kant, produjo la diferenciación del “yo”, el “nosotros” y la naturaleza (“ello”) a través de sus Tres Críticas. La imperiosa integración que los postmodernos llevan buscando sin éxito, puede ser posible mediante la trascendencia de la conciencia personal (ego) hacia una conciencia transpersonal (transcendencia del ego).Esta emergencia holística y epistemológica propugnada por la filosofía transpersonal y la psicología transpersonal, al aunar la racionalidad con la espiritualidad, invoca hacia un segundo renacimiento humanístico, ahora como conciencia colectiva, socialmente reflejado en el altermundismo.
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9 - LA CIENCIA DE LA CONCIENCIA: DOS MODOS DE SABER: RACIONALIDAD VERSUS ESPIRITUALIDAD

Este artículo está reproducido en el capítulo 8 de la tercera parte de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo está reproducido en la segunda parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

“La filosofía ha sido sustituida por un reduccionismo psicológico, en sentido positivista, que no es capaz de dar razones sobre el verdadero sentido de la vida, pues deja de lado la visión espiritual inherente al ser humano” (Amador Martos, filósofo transpersonal).

El artículo Dos modos de saber: la falacia del sistema educativo occidental ha motivado preguntas como éstas: ¿ Cómo se relaciona la física cuántica con los místico?, ¿Cómo evidenciar las raíces científicas que entronan con la espiritualidad? Para dar respuesta a ello, reproduzco a continuación un capítulo-resumen de esos Dos modos de saber, extraído de La educación cuántica y a su vez de El espectro de la conciencia de Ken Wilber.

1 - No dualidad

Desde el surgimiento de la física cuántica, han sido innumerables los intentos por buscar un acercamiento y un entendimiento del viaje de la transformación interior, una cuestión que Platón dejó explicada metafóricamente mediante el Mito de la Caverna. La educación cuántica postulada en este ensayo no pretende ser un manual más de autoayuda y de crecimiento personal, aunque también, sino pretende evidenciar las raíces científicas que entronan con la espiritualidad. En esa dirección, Ken Wilber, mediante su obra El espectro de la conciencia, realiza un sesudo esfuerzo y explica que la conciencia, al igual que la radiación y la luz, se proyecta en una multitud de “longitudes de ondas” al descender hacia el tiempo y el espacio. En consecuencia, diversas religiones y terapias se corresponden con distintas zonas del “espectro de la conciencia”. La obra de Wilber es una magnífica síntesis de religión, física y psicología que refuta la filosofía del materialismo, convirtiéndose en el esfuerzo más serio y documentado para conciliar en un solo cuerpo de doctrina las dos grandes tradiciones de Oriente y Occidente. A partir de la obra de Wilber, la física cuántica (método científico) y el misticismo (método trascendental), se evidencian como dos modos de saber, diferentes pero complementarios. Así, el pensamiento cuántico (no dualidad entre sujeto y objeto) se presenta como una alternativa epistemológica al tradicional materialismo científico (dualidad entre sujeto y objeto), aunque los escépticos lo descalifiquen peyorativamente como “misticismo cuántico”.

2 - Tres niveles de conciencia: ego, existencial y mental

Sin embargo, para zanjar esa dicotomía cognitiva, es preciso argumentar debidamente el giro copernicano en la mirada del “ver para creer” (materialismo científico) al “creer para ver” (fenomenología de la conciencia). Para tal objetivo, voy a argumentar dicha cuestión con los razonamientos argüidos por Wilber en la citada obra El espectro de la conciencia. De un modo sinóptico, Wilber distingue entre tres niveles en el espectro de la conciencia: el del ego, el existencial y el mental. El nivel del ego es aquella banda de la conciencia que abarca nuestro papel, la idea que tenemos de nosotros mismos, nuestra imagen, con sus aspectos conscientes e inconscientes, así como la naturaleza analítica y discriminatoria de nuestro intelecto, de nuestra “mente”. El segundo nivel principal, el nivel existencial, incluye la totalidad de nuestro organismo, tanto somático como psíquico, y por consiguiente comprende nuestro sentido básico de la existencia, de nuestro ser, unido a nuestras premisas culturales que, en muchos sentidos, moldean esta sensación básica de la existencia. El tercer nivel, el mental, es conocido comúnmente como “conciencia mística”, y comprende la sensación de ser fundamentalmente uno con el universo. Así como el nivel del ego incluye la mente, y el nivel existencial incluye la mente y el cuerpo, el nivel mental incluye la mente, el cuerpo y el resto del universo .

En resumen, el nivel del ego es lo que uno experimenta cuando se siente padre, madre, abogado, ejecutivo, norteamericano, o asume cualquier otro papel o imagen. El nivel existencial es lo que uno siente “bajo” la imagen de uno mismo; es decir, la sensación de una existencia orgánica total, la convicción profunda de que uno existe como sujeto independiente de todas sus experiencias. El nivel mental es exactamente lo que uno siente en este mismo momento antes de sentir cualquier otra cosa: la sensación de ser uno con el cosmos. El nivel del ego y el existencial unidos constituyen nuestra sensación general de ser un individuo autoexistente e independiente: este es el nivel al que se dirigen la mayoría de los enfoques occidentales. Las escuelas orientales, por otra parte, suelen mostrar un mayor interés por el nivel mental, eludiendo así por completo los niveles egocéntricos. En pocas palabras, el propósito de las psicoterapias occidentales es el de “reparar” el yo individual, mientras que en los enfoques orientales se proponen trascender el yo. Si deseamos ir más allá de los confines del yo individual, encontrar un nivel de conciencia todavía más rico y generoso, aprendamos entonces de los investigadores del nivel mental, en su mayoría “orientales”, que se ocupan del concienciamiento místico y de la conciencia cósmica. La inmensa mayoría de la gente, especialmente la sociedad occidental, no está preparada, dispuesta o capacitada para seguir una experiencia mística, ni es conveniente empujarla a dicha aventura.

El objetivo primordial de los enfoques orientales no son el de reforzar el ego, sino el de trascenderlo de un modo total y completo, para alcanzar la liberación y la iluminación. Estos enfoquen pretenden conectar con un nivel de conciencia que ofrece una libertad total y la liberación completa de la raíz de todo sufrimiento. Los enfoques orientales y occidentales son, por consiguiente, asombrosamente dispares. Tras esta breve introducción al espectro de la conciencia según Ken Wilber, veamos a continuación su argumentación acerca de los dos modos de saber.

Dada la actual superabundancia de técnicas, métodos, escuelas, filosofías y disciplinas psicológicas, el auténtico problema, tanto para el terapeuta como para el lego, consiste en descubrir una similitud ordinal, una lógica interna, un hilo de continuidad en esta vasta complejidad de sistemas psicológicos distintos y frecuentemente contradictorios. En términos generales, podemos por consiguiente afirmar que los campos principales de la psicoterapia oriental y occidental se ocupan de diferentes niveles del espectro. Por consiguiente, una psicología auténticamente integradora y compaginadora puede y debe servirse de las introspecciones complementarias procedentes de cada una de esas escuelas psicológicas.

3 - La filosofía perenne

Dada nuestra voluntad experimental de investigar todos los niveles de la conciencia, desembocamos en la filosofía perenne, ya que en realidad no se trata de una filosofía basada en la especulación, sino de una experiencia basada en uno de nuestros niveles de la conciencia: el mental. En todo caso, siguiendo dicha filosofía perenne, es inevitable considerar el yo individual, en cierto sentido, como una ilusión y su mundo como un sueño. No obstante, con esto no se menosprecian en absoluto los enfoques occidentales, ya que, aunque las disciplinas orientales puedan despertarnos de dicho sueño, los occidentales pueden evitar, entretanto, que el sueño se convierta en una pesadilla. Aprovechemos ambas. Así es como hay dos modos de saber.

4 - Dos modos de saber

Del mismo modo que un cuchillo no puede cortarse a sí mismo, el universo tampoco es capaz de verse en su totalidad como objeto, sin mutilarse por completo. Todo intento de asimilar el universo como objeto de conocimiento es, por consiguiente, profunda e inextirpablemente contradictorio; y cuando mayor parece su éxito, mayor es en realidad su fracaso. No obstante, es curioso que ese tipo de conocimiento dualista según el cual el universo se divide en sujeto y objeto (así como verdad y mentira, bueno y malo, etcétera) constituya la base fundamental de la filosofía, la teología y la ciencia de Occidente. La filosofía occidental, en general, es la filosofía griega, y la filosofía griega es la filosofía de los dualismos. La mayoría de los principales temas filosóficos debatidos todavía hoy fueron creados y modelados por los filósofos de la antigua Grecia. De ahí que Whitehead afirmara que la filosofía occidental es una esmerada nota a pie de página en la obra de Platón. Lamentablemente, la investigación de la historia del “tronco principal” del pensamiento occidental en busca de una solución convincente al problema del dualismo equivale tan solo a aproximarse todo lo posible a la muerte por aburrimiento. Solo en la historia reciente hemos comenzado a presenciar la eliminación de los dualismos que impregnan el pensamiento occidental desde hace veinticinco siglos.

Esta increíble historia empezó en Europa durante el siglo XII. Fue la época de los descubrimientos, del Renacimiento, de las exploraciones, de hombres como Gutenberg, Petrarca, Vasco de Gama, Colón, Cortés, Da Vinci, Miguel Ángel, Tiziano, Marco Polo, Copérnico. El hombre dejó de considerarse como un peón pasivo en un juego divino, para dedicarse a la exploración y a la investigación en un sinfín de direcciones distintas: nuevos ideales, nuevos conceptos geográficos, nuevas formas de experimentar su existencia personal. Sin embargo, este ímpetu explorador colectivo siguió siendo oscuro, difuso y descoordinado hasta que se introdujo el concepto dualista más influyente concebido por la mente humana: alrededor de 1600, Kepler y Galileo formularon simultánea e independientemente el principio de que las leyes de la naturaleza pueden ser descubiertas a través de las mediciones, y aplicaron dicho principio a su propio trabajo. Así como Aristóteles se había dedicado a clasificar, Kepler y Galileo se propusieron medir.

En el transcurso de un siglo, el hombre europeo se quedó plenamente intoxicado con este nuevo concepto de la medición, la cuantificación; no era solo una mejora progresiva de la humanidad, ni la felicidad garantizada, lo que prometía la nueva ciencia de la medición, sino el conocimiento de la realidad absoluta y definitiva que jamás había estado al alcance del hombre en épocas anteriores. Los científicos de aquella época habían empezado a construir una metodología a partir del dualismo cartesiano del sujeto frente al objeto, de tal persistencia que acabaría por desintegrar el propio dualismo en el que se basaba. La ciencia clásica estaba destinada a ser autoaniquilada.

A pesar de negar rotundamente todo lo no medible, no objetivo y no verificable, la ciencia estaba dispuesta a seguir su propio rumbo con rigor y honradez hasta sus últimas consecuencias, que no tardarían en manifestarse. En 1900, la ciencia estaba convencida de que había llegado casi al fin de la realidad. Había, sin embargo, dos fenómenos importantes para los que la mecánica clásica no ofrecía explicación alguna. Uno de ellos era el efecto fotoeléctrico; el otro es el que ahora, sin poder evitar una carcajada, se denomina catástrofe ultravioleta. Fue verdaderamente una catástrofe, ya que introdujo la primera fisura en la “rígida estructura” del dualismo científico.

El problema hace referencia a la radiación de energía procedente de ciertos cuerpos térmicos y los datos experimentales no correspondían a las teorías físicas existentes. A esta incógnita acudió el ingenio de Max Planck que, en un audaz y radical salto genial, propuso que la energía no era continua, como se suponía, sino que aparecía en discretos paquetes o quanta. Albert Einstein tomó la teoría de Planck y la aplicó con éxito al efecto fotoeléctrico, al tiempo que Neils Bohr la aplicaba a la física subatómica. Louis de Broglie supo aprovechar estos acontecimientos para demostrar que la materia, al igual que la energía, producía ondas, lo cual indujo a Erwin Schroedinger a formular la monumental mecánica cuántica. Y todo ello en el plazo escaso de una generación.

Todos estos formidables descubrimientos culminaron en la ineludible y sin embargo devastadora conclusión, formulada como principio de indeterminación de Heisenberg, cuyo alcance fue (y sigue siendo) enorme. Recordemos que la ciencia había progresado basándose en el dualismo de un sujeto frente a un objeto, un observador frente a un acontecimiento, considerando que la realidad era aquello susceptible de ser medido y verificado objetivamente. Esta investigación dualista se extendió por fin al mundo de la física subatómica y, como es natural, el objetivo de los científicos era el de señalar y medir las “partículas”, tales como los electrones, que componía el átomo, ya que se las suponía la realidad de las realidades, los componentes finales e irreductibles de toda la naturaleza. He ahí precisamente la clave del problema.

Los físicos en cuestión habían llegado al punto de aniquilación y el supuesto que les había conducido hasta el mismo, el de que el observador es independiente del acontecimiento, y el de que se puede manipular dualmente el universo sin alterarlo, resultó ser insostenible. De algún modo misterioso, el sujeto y el objeto estaban íntimamente unidos, y las múltiples teorías que habían supuesto lo contrario se tambaleaban. Como el físico Eddington declaró: “Algo desconocido hace algo que no comprendemos; he ahí a lo que se reduce nuestra teoría. No parece una teoría particularmente esclarecedora”. Esta incapacidad de definir totalmente las “realidades definitivas” del universo halló su expresión matemática en el principio de indeterminación de Heisenberg, y marcó el fin del enfoque clásico y puramente dualista de la realidad. En este sentido, Whitehead afirmó: “El progreso de la ciencia ha llegado ahora a un nuevo punto de partida. Los sólidos cimientos de la física se han desmoronado. Los viejos cimientos del pensamiento científico se convierten en incomprensibles. Tiempo, espacio, materia, material, éter, electricidad, mecanismo, organismo, configuración, estructura, pauta, función; todo ello debe ser reinterpretado. ¿Qué sentido tiene hablar de explicación mecánica cuando no sabemos lo que se entiende por mecánica?”.

La revolución cuántica fue tan cataclísmica debido a que no atacó una o dos conclusiones de la física clásica, sino sus propios cimientos, la base que servía de soporte para la totalidad de su estructura, es decir, el dualismo sujeto-objeto. Estas últimas realidades se desplazan cada vez que uno intenta medirlas. Quedó perfectamente claro para dichos físicos que la medición objetiva y la verificación no podían ser ya determinantes de la realidad absoluta, debido a que el objeto medido no se podía separar nunca por completo del sujeto medidor; lo medido y el medidor, lo verificado y el verificador, a este nivel, son una y la misma cosa. El sujeto no puede manipular el objeto, porque el sujeto y el objeto son en definitiva una y la misma cosa.

Al mismo tiempo que se desintegraba la “rígida estructura” del dualismo científico en la física, un joven matemático llamado Kurt Gödel elaboraba lo que fue sin duda el tratado más increíble en su género. En esencia, es una especie de analogía lógica del principio físico de indeterminación de Heisenberg. Conocido en la actualidad como “teorema de Gödel”, consiste en una rigurosa demostración matemática de que todo sistema lógico cerrado debe poseer por lo menos una premisa, que no se puede demostrar o verificar sin contradecirse a sí misma. Así pues, tanto desde un punto de vista lógico como físico, la verificación “objetiva” no es prueba de la realidad. Si todo debe ser verificado, ¿cómo se verifica al verificador, ya que sin duda forma parte del todo?

En otras palabras, cuando el universo se divide en sujeto y objeto, en un estado que ve y otro que es visto, algo queda siempre al margen. En el fondo del mundo físico, el principio de indeterminación; en el fondo del mundo mental, el teorema de Gödel: la misma brecha, el mismo universo que se alude a sí mismo, el mismo “algo falta” (nos encontramos asimismo con el mismo principio a nivel psicológico en la generación del inconsciente). Cuando la ciencia empezó con el dualismo entre el sujeto y el objeto cometió un error y en las primeras décadas del siglo XX había llegado al borde de la aniquilación. ¿Es la conciencia en realidad materia, o es la materia en realidad conciencia? La decisión final dependía por lo general de la inclinación individual. Bertrand Rusell lo resumió sucintamente: “Podemos denominar al mundo físico o mental, o ambas cosas, según se nos antoje; en realidad las palabras no cumplen ningún propósito”.

En breve, la física cuántica había conducido a otro dualismo, el de lo mental frente a lo material, al borde de la aniquilación, donde se había desvanecido. Son numerosas las conclusiones que se pueden sacar de la introspección de la revolución cuántica: a decir verdad, tan numerosas que la mayoría de los filósofos modernos utilizan el principio de indeterminación de Heisenberg y la mecánica cuántica de Schroedinger como prueba irrefutable de cualquier teoría en la que, a la sazón, crean. La conclusión de Heisenberg es clara: “Desde el primer momento participamos en el debate entre el hombre y la naturaleza, en el que la ciencia solo juega una parte, de modo que la división habitual del mundo entre sujeto y objeto, mundo interno y mundo externo, cuerpo y alma, ha dejado de ser adecuada y crea dificultades”. Erwin Schroedinger coincide plenamente con ello y se limita a afirmar: “Es imposible evitar dichas dificultades, a no ser que se abandone el dualismo”. “Abandonar el dualismo” era exactamente lo que la nueva física había hecho. Además de eliminar la barrera ilusoria entre sujeto y objeto, onda y partícula, mente y cuerpo, mental y material, con la brillante ayuda de Albert Einstein, la nueva física abandonó también el dualismo de espacio y tiempo, energía y materia, e incluso espacio y objetos. Al eliminar el dualismo fundamental entre sujeto y objeto, dichos físicos abandonaron en principio todos los dualismos.

Es precisamente en el dualismo de “crear dos mundos de uno solo” donde el universo se divide y mutila. Y la propia base de esta “creación de dos mundos de uno solo” la constituye la ilusión dualista de que el sujeto es fundamentalmente distinto e independiente del objeto. Como hemos visto, esto fue precisamente lo que los mencionados físicos acabaron por descubrir, la introspección culminante de trescientos años de investigación científica consistente y persistente. Este descubrimiento es de suma importancia, ya que permitió que los científicos en cuestión comprendieran lo inadecuado del conocimiento dualista, a condición de reconocer (aunque solo fuera vagamente) la posibilidad de otro modo de conocer la realidad, que no separe al conocedor de lo conocido, ni al sujeto del objeto. Respecto a este segundo modo, Eddington dice: “Tenemos dos géneros de conocimiento que yo denomino conocimiento simbólico y conocimiento íntimo. Las formas más comunes de razonar han sido desarrolladas exclusivamente para el conocimiento simbólico. El conocimiento profundo no es susceptible de codificación ni análisis; o mejor dicho, cuando intentamos analizarlo se pierde su intimidad y la remplaza el simbolismo”. Eddington denomina el segundo modo de conocimiento “íntimo”, porque el sujeto y el objeto están íntimamente unidos en dicha operación.

La física, y para el caso la mayoría de las disciplinas intelectuales occidentales, no trataban del “mundo propiamente dicho” debido a que operaban a través del modo dualista del conocimiento, y de lo que se ocupaban por consiguiente era de las representaciones simbólicas de dicho mundo. Por consiguiente, nuestras palabras, nuestras ideas, nuestros conceptos, nuestras teorías, e incluso nuestro lenguaje cotidiano no son más que “mapas” del mundo real. Así, nuestras ideas científicas y filosóficas sobre la realidad no son la realidad propiamente dicha.

Por consiguiente, de acuerdo con lo descubierto por los mencionados físicos, disponemos de dos modos básicos de conocer: el primero denominado mapa, conocimiento simbólico, inferencial o dualista (“método científico” a partir del cual se puede inferir el “mapa sociológico”), y el segundo conocido como íntimo, directo o conocimiento no dual (“misticismo contemplativo” como corolario al “mapa psicológico”). Como hemos visto, la ciencia en general partió exclusivamente del conocimiento simbólico y dualista “estilo mapa”, concentrándose en las “sombras”, pero como consecuencia de los últimos descubrimientos en las ciencias físicas, este modo de conocer ha resultado inadecuado, por lo menos en ciertos aspectos, para el “conocimiento auténtico” tan falazmente prometido. Dicha insuficiencia ha inducido a numeroso físicos a recurrir al segundo modo, o íntimo, de conocer, o por lo menos a plantearse la necesidad de dicho tipo de conocimiento.

Estas dos formas de conocimiento se distinguen también con toda claridad en el hinduismo, que en el Mundaka Upanishad (1.1.4) declara: “Existen dos modos de conocimiento que podemos alcanzar, que los conocedores de Brahma denominan superior e inferior”. El mundo inferior corresponde a lo que nosotros hemos denominado mapa simbólico del conocimiento. El mundo superior “no se alcanza avanzando progresivamente a través de las órdenes inferiores del conocimiento, como si se tratara de la última etapa de una serie, sino de golpe, de un modo, por así decirlo, intuitivo e inmediato”. Esto corresponde a nuestro segundo modo de conocimiento, o no dual, ya que se trata de una visión intuitiva de la no dualidad.

Quizá ningún filósofo moderno ha hecho tanto hincapié en la importancia fundamental de distinguir dichos dos modos de conocimiento como Alfred North Whitehead, que ha señalado insistentemente que las características fundamentales del conocimiento simbólico son la abstracción y la bifurcación (es decir, la dualidad), haciendo caso omiso de todo lo demás, por lo que “la abstracción no es más que la omisión de parte de la verdad”.

El conocimiento simbólico o representativo es un modo de conocimiento con el que todos estamos familiarizados: se considera al sujeto “independiente” del objeto y el “saber” consiste en establecer una cadena externa de intermediarios físicos o mentales que vinculen el pensamiento con el objeto. Sin embargo, el segundo modo de conocimiento no contiene dicha duplicidad ya que, en palabras de William James, “cuando el conocimiento es inmediato e intuitivo, el contenido mental y el objeto son idénticos”.

Ahora bien, si es cierto que al dividir el universo en sujeto y objeto, en conocedor y conocido, al crear “dos mundos de uno solo”, el universo queda desgarrado y aislado de sí mismo, nuestra única esperanza de conectar con la realidad-si es que efectivamente existe- dependerá necesariamente del abandono total del modo dualista de conocimiento, que no hace más que repetir dicho acto primigenio de mutilación en cada uno de sus pasos. En tal caso, debemos abandonar el modo simbólico-dualista de conocimiento, que desgarra la textura de la realidad en el propio intento de comprenderla. En otras palabras, lo que debemos hacer es salir de las tinieblas del conocimiento crepuscular, para entrar en el resplandor del conocimiento diurno; si nuestro propósito es conocer la realidad, es al segundo modo de conocimiento al que debemos recurrir. De momento nos basta con saber que poseemos dicho conocimiento diurno, pero nuestra satisfacción será enorme cuando logremos despertarlo plenamente.

5 - Un nuevo paradigma de conocimiento: la conciencia transpersonal

Hasta aquí la argumentación, pienso, magistralmente expuesta por Ken Wilber respecto a los dos modos de saber. Desde el surgimiento de la física cuántica, tal es el debate entre los materialistas científicos (método científico) y los mal llamados “místicos cuánticos”(método trascendental). Dicha dicotomía cognitiva, en realidad, es una réplica epistemológica entre la ciencia como medio de conocimiento objetivo y el misticismo como conocimiento revelado que plantean las diversas religiones. Por tanto, el debate que se plantea desde el surgimiento de la física cuántica es el encontronazo entre la racionalidad y la espiritualidad (Laszlo, 2007), una cuestión de hondo calado abordada pedagógicamente como La educación cuántica y que propugna ese nuevo paradigma de conocimiento donde el “misticismo cuántico” debe ser reconsiderado como filosofía transpersonal.

Sin embargo, dicha cuestión también puede ser consultada en Cuestiones cuánticas, una obra de Ken Wilber (2013) que recopila los escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. Son unos escritos místicos de los científicos más eminentes de nuestra era, los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica. Todos ellos, con un lenguaje asequible y ajeno a la terminología técnica, expresan su convicción de que la física y la mística, de alguna manera, son complementarias. Sin lugar a dudas, son cada vez más los científicos que escapan de la exclusiva mirada del materialismo científico y abrazan a la espiritualidad.

Ken Wilber, en esta magistral clase de filosofía de la ciencia, nos demuestra que hay dos modos de conocer: el método científico y el trascendental, diferentes pero complementarios. El primero languidece con el pensamiento occidental al proyectarse el sujeto en el objeto, el materialismo, el poder de la razón destruyendo la biosfera, en definitiva, todo un racionalismo pragmático; y el segundo, el racionalismo espiritual, es el artífice de un nuevo mundo que vislumbra el empoderamiento consciente de las personas, y cuya primera condición es trascender el ego para ver la vida de un modo compasivo, y que para cambiar el mundo, hay que comenzar precisamente por uno mismo, uniendo la sabiduría (Droit, 2011) y el amor (Hüther, 2015) en una nueva percepción consciente no dual, pues conocimiento y amor son como dos caras de la misma moneda donde, el saber sin amor, es puro egoísmo.

Es dicho proceso de autopoiesis desde la razón al espíritu colectivo el causante del problema epistemológico entre los materialistas científicos y los místicos cuánticos. El método científico como único medio de llegar al conocimiento, mediante la física cuántica, ha llegado a los confines del universo: el propio sujeto, pues objeto y sujeto son una y la misma cosa. Todo un giro copernicano del “ver para creer” al “creer para ver”, uno nuevo paradigma de conocimiento propuesto por los místicos cuánticos al aunar ciencia y espiritualidad, restando así supremacía respectivamente a los poderes fácticos quienes controlan la ciencia, y a las religiones quienes obnubilan la razón de sus fieles. Dicha introspección inquiere, inexorablemente, de un nuevo paradigma de conocimiento, una tarea ya emprendida por científicos como Ken Wilber (2005a), Fritjof Capra (2000), Amit Goswami (2010), Rupert Sheldrake (1994), Deepak Chopra (2007), Joe Dispenza (2012), Jean-Pierre Garnier Malet (2012), Bruce Lipton (2007), Félix Torán (2011), Pim Van Lommel (2012), Alexander Eben (2013), Michio Kaku (2007), Eduardo Zancolli (2003), Francisco Barsonell (2012), José Miguel Gaona (2012), etcétera.

Hay dos modos de saber. Que cada cual, según sus convicciones, elija el suyo. Sin embargo, mediante la sabia argumentación de Ken Wilber, esos dos modos de saber se constituyen en sustratos epistemológicos y permiten diferenciar respectivamente entre la epistemología de lo conmensurable y la hermenéutica de lo inconmensurable (Martos, 2015), entre la ciencia y la religión, entre la razón y el espíritu. Con la emergencia de la mente a partir de la modernidad, el Espíritu comienza a tomar conciencia de sí mismo, lo cual, entre otras cosas, introduce en el mundo la conciencia moral, una moral, por cierto, completamente ajena al mundo de la naturaleza. Por tanto, el Espíritu está comenzando a despertar a sí mismo, conocerse a sí mismo a través de los símbolos, los conceptos, dando así origen al mundo de la razón y, en particular, al mundo de las morales conscientes. Así, pues, la naturaleza es Espíritu objetivo, mientras que la mente es Espíritu subjetivo. En ese momento histórico -en el momento en que la mente y la naturaleza se diferenciaron-, el mundo parece escindirse en dos, la mente reflexiva y la naturaleza reflejada, pero la modernidad se hallaba temporalmente estancada en la batalla entre la mente y la naturaleza, entre el ego y el eco. En opinión de Shelling, esta síntesis no dual como identidad entre el sujeto y el objeto en un acto atemporal de autoconocimiento, es una intuición mística directa. Para Shelling, y también para su amigo y discípulo Hegel, el Espíritu se enajena de sí mismo para dar lugar a la naturaleza objetiva, despierta a sí mismo en la mente subjetiva y termina retornando así en la pura conciencia inmediata no dual en la que sujeto y objeto son uno, y la naturaleza y la mente se funden en la actualización del Espíritu. El Espíritu se conoce a sí mismo objetivamente como naturaleza, se conoce subjetivamente como mente y se conoce absolutamente como Espíritu. Esos tres momentos también son conocidos como subconsciente, consciente y supraconsciente, o dicho de otro modo, prepersonal, personal y transpersonal; o preracional, racional y transracional; o biosfera, noosfera y teosfera (Wilber, 2005b: 396-398).

Todo ello, traducido en términos evolutivos y psicológicos (Laszlo, 2004), equivale a decir que El gen egoísta (Dawkins, 2002) puede ser trascendido conscientemente Más allá del ego (Vaughan y Walsh,2000), dicho de otro modo, el egoísmo puede ser trascendido hacia la compasión y, respectivamente, la conciencia personal hacia la conciencia transpersonal (1) (Martos, 2008). Así, desde dicha perspectiva, la afirmación de Dawkins (2002: 3) de que “el amor universal y el bienestar de las especies consideradas en su conjunto son conceptos que, simplemente, carecen de sentido en cuanto a la evolución”, es un simple reduccionismo desde el materialismo científico, obnibulado por una prepotencial racional en cuanto causa explicativa al obviar que el Kosmos (2) es autotrascendente y regido por los veinte principios (3). Dicho de otro modo, La evolución del amor (Hüther, 2015) ya es contemplada desde la neurobiología y la sociobiología como un fenómeno de la evolución humana pues, más allá del valor de los genes egoístas o la superviviencia del más fuerte, interviene la capacidad de elección de pareja por motivos distintos a la simple atracción física o el instinto reproductor. Para Hüther, a pesar del surgimiento de la razón y del pensamiento crítico, el sentimiento del amor sigue siendo importante por su influencia en el futuro de la especie humana pues es la fuente de nuestra creatividad y la base de nuestra existencia y nuestros logros culturales y, más decisorio aún, nuestra única perspectiva de supervivencia en este planeta. En definitiva, la única fuerza que puede vencer a la competencia autodestructiva es el amor mediante el compromiso de equipo y la creatividad participativa.


NOTAS:

(1) Etimológicamente el término transpersonal significa “más allá” o “a través” de lo personal, y en la literatura transpersonal se suele utilizar para hacer referencia a inquietudes, motivaciones, experiencias, estadios evolutivos, modos de ser y otros fenómenos que incluyen pero trascienden la esfera de la individualidad y de la personalidad humana, el yo o ego (Ferrer, 2002). Entre sus intereses centrales se encuentran “los procesos, valores y estados transpersonales, la conciencia unitiva, las experiencias cumbre, el éxtasis, la experiencia mística, la trascendencia, las teorías y prácticas de la meditación, los caminos espirituales, la realización (...) y los conceptos, experiencias y actividades con ellas relacionados” (Walsh y Vaughan, 1982:14). Entre sus objetivos principales se encuentra la delimitación de las fronteras y las variedades de la experiencia humana consciente (Rowan, 1996). (Cita extraída del trabajo de investigación de Doctorado titulado Complejidad y Psicología Transpersonal: Caos, autoorganización y experiencia cumbre en psicoterapia, de Iker Puente Vigiola, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona, 16 de Febrero de 2007).

Sin embargo, a los efectos prácticos de este ensayo, el concepto de conciencia transpersonal se implementa también con la siguiente definición: En los estados modificados de consciencia estudiados por la psicología transpersonal se producen cambios en el flujo del pensamiento, en la percepción de la realidad y a nivel emocional. En estos estados pueden ocurrir experiencias de catarsis y, sobre todo, experiencias místicas o extáticas, que diversos autores han definido como religiosas, trascendentes, transpersonales o experiencias cumbre. En estas vivencias el mundo se percibe como una totalidad, en la que el propio individuo está inmerso. Se produce, al mismo tiempo, una sensación subjetiva de unidad, en la que el Yo individual se diluye, desapareciendo toda distinción significativa entre el Yo y el mundo exterior. Esta experiencia es vivida por la persona como algo positivo, y autores como Maslow o Grof señalan que puede tener efectos beneficiosos y terapéuticos. Sin embargo, la disolución del Yo previa a la sensación subjetiva de unidad, puede ser vivida por el sujeto como un momento de caos, de desequilibrio y desestructuración, de pérdida de los puntos de referencia habituales. Diversos autores se han referido a esta experiencia como muerte del ego. (Grof, 1988; Wilber, 1996; Fericgla, 2006). (Cita extraída del artículo titulado Psicología Transpersonal y Ciencias de la Complejidad: Un amplio horizonte interdisciplinar a explorar, de Iker Puente, Journal of Transpersonal Research, 2009, Vol. 1 (1), pp 19-28 ISSN: 1989-6077).

Por tanto, en este ensayo, el paso de la conciencia personala la conciencia transpersonal, debe interpretarse como la muerte del ego en su viaje iniciático hacia la percepción unitaria del sujeto cognoscente con el mundo (no dualidad entre sujeto y objeto), donde las emociones egoístas e individualistas dejan paso a la compasión. Se trataría, en suma, de un ascendente viaje iniciático-cognitivo similar al descrito como salida del mundo de las sombras en el Mito de la Caverna de Platón, para luego transmitir de un modo descendente la sabiduría adquirida en el Mundo de las Ideas, donde la reina es el Amor.

(2) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(3) Wilber en Sexo, Ecología, Espiritualidad,72-119:

1- La realidad como un todo no está compuesta de cosas u de procesos, sino de holones.

2- Los holones muestran cuatro capacidades fundamentales: autopreservación, autoadaptación, autotrascendencia y autodisolución. Estas cuatros características son muy importantes y las vamos a estudiar una a una.

3- Autopreservación. Los holones se definen no por la materia de que están hechos (puede no haber materia) ni por el contexto en el que viven (aunque son inseparables de él), sino por el patrón relativamente autónomo y coherente que presenta. La totalidad del holón se muestra en la capacidad de preservar su patrón.

4- Autoadaptación. Un holón funciona no solo como una totalidad autopreservadora sino también como parte de otro todo mayor, y en su capacidad de ser una parte debe adaptarse o acomodarse a otros holones (no autopoiesis sino alopoiesis; no asimilación sino acomodación).

5- Autotrascendencia (o autotransformación). La autotrascendencia es simplemente la capacidad que tiene un sistema de llegar más allá de lo dado, e introducir en cierta medida algo novedoso; una capacidad sin la cual es seguro que la evolución no hubiera podido ni siquiera comenzar. El universo tiene la capacidad intrínseca de ir más allá de lo que fue anteriormente.

6- Autodisolución. Dado que cada holón es también un supraholón, cuando es borrado –cuando se autodisuelve en sus subholones- tiende a seguir el mismo camino descendente que éstos han seguido en el camino ascendente: las células se descomponen en moléculas, que a su vez se descomponen en átomos, y éstos en partículas que desaparecen en las probabilidades nubes transfinitas de “burbujas dentro de burbujas”.

7- Los holones emergen. Emergen nuevos holones debido a la capacidad de autotrascendencia. Primero las partículas subatómicas; después los átomos, moléculas, los polímeros; después las células, y así sucesivamente.

8- Los holones emergen holárquicamente. Es decir, jerárquicamente, como una serie ascendente de totalidades/partes. Los organismos contienen células, pero no al revés; las células contienen moléculas, pero no al revés; las moléculas contienen átomos, pero no al revés.

9- Cada holón emergente trasciende pero incluye a sus predecesores. Todas las estructuras básica y funciones son preservadas y llevadas a una identidad mayor, pero todas las estructuras de exclusividad y las funciones que existían debido, al aislamiento, a la separación, a la parcialidad, a la individualidad separada, son simplemente abandonadas y reemplazadas por una individualidad más profunda que alcanza una comunión más amplia de desarrollo.

10- Lo inferior establece las posibilidades de lo superior; lo superior estable las probabilidades de lo inferior. Aunque un nivel superior va “más allá” de lo dado en el nivel inferior, no viola las leyes o patrones del nivel inferior; no está determinado por el nivel inferior, pero tampoco puede ignorarlo. Mi cuerpo sigue las leyes de la gravedad, mi mente se rige por otras leyes, las de comunicación simbólica y la sintaxis lingüística; pero si mi cuerpo se cae por un precipicio, mi mente va con él.

11- El número de niveles que comprende una jerarquía determinada si esta es “superficial” o “profunda”; y al número de holones en su nivel dado le llamaremos su “extensión”. Esto es importante porque establece que no es solo el tamaño de una población lo que estable el orden de riqueza (u orden de emergencia cualitativa), sino más bien viene dado por su profundidad. Veremos que una de las confusiones más generalizadas de las teorías ecológicas generales o del nuevo paradigma (ya sean “pop” o “serias”) es que a menudo confunden gran extensión con gran profundidad.

12- Cada nivel sucesivo de la evolución produce MAYOR profundidad y MENOR extensión. Así, el número de moléculas de agua en el universo siempre será menor que el número de átomos de hidrógeno y de oxígeno. El número de células en el universo siempre será menor que el de moléculas, y así sucesivamente. Simplemente quiere decir que el número de totalidades siempre será menor que el número de partes, indefinidamente. Cuando mayor sea la profundidad de un holón, tanto mayor será su nivel de conciencia. El espectro de la evolución es un espectro de conciencia. Y se puede empezar a ver que las dimensiones espirituales constituyen el tejido mismo de la profundidad del Kosmos.

13- Destruye un holón de cualquier tipo y habrás destruido todos sus holones superiores y ninguno de sus inferiores. Es decir: cuando menos profundidad tiene un holón, tanto más fundamental es para el Kosmos, porque es un componente de muchos otros holones.

14- Las holoarquías coevolucionan. Significa que la “unidad” de evolución no es el holón aislado (molécula individual, planta, o animal), sino un holón más dentro del entorno inseparablemente ligado a él. Es decir, la evolución es ecológica en el sentido más amplio.

15- Lo micro está en una relación de intercambio con lo macro en todos los niveles de su profundidad. Por ejemplo, el ser humano y los tres niveles de materia, vida y mente: todos estos niveles mantienen su existencia a través de una red increíblemente rica de relaciones de intercambio con holones de la misma profundidad en su entorno.

16- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor complejidad. El biólogo alemán Woltereck acuño el término anamorfosis – significa, literalmente, “no ser conforme”- para definir lo que vio como rasgo central y universal de la naturaleza: la emergencia de una complejidad cada vez mayor.

17- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor diferenciación/integración. Este principio fue dado en su forma actual, por primera vez, por Herbert Spencer (en First principles, 1862): la evolución es un “cambio desde una homogeneidad incoherente e indefinida a una heterogeneidad coherente y definida, a través de continuas diferenciaciones e integraciones”.

18- La organización/estructuración va en aumento. La evolución se mueve del sistema más simple al más complejo y desde el nivel de organización menor hacia el mayor.

19- La evolución tiende a seguir la dirección de autonomía relativa creciente. Este es un concepto muy poco comprendido. Simplemente hace referencia a la capacidad de un holón para autopreservarse en medio de las fluctuaciones ambientales (autonomía relativa es otra forma de decir individualidad). Y de acuerdo con las ciencias de la complejidad, cuando más profundo es un holón, mayor es su autonomía relativa. La autonomía relativa simplemente se refiere a cierta flexibilidad ante el cambio de las condiciones ambientales.

20- La evolución tiende a seguir la dirección de un Telos creciente. El régimen, canon, código o estructura profunda de un holón actúa como un imán, un atractor, un punto omega en miniatura, para la realización de ese holón en el espacio y el tiempo. Es decir, el punto final del sistema tiene a “atraer” la realización (o desarrollo) del holón en esa dirección, ya sea un sistema físico, biológico o mental. Ha surgido toda una disciplina dentro de la teoría general de sistemas para dedicarse al estudio de las propiedades de los atractores caóticos y de los sistemas por ellos gobernados; se le conoce popularmente como la teoría del caos.


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Zancolli, Eduardo R. El misterio de las coincidencias. Barcelona: RBA libros, 2003.
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10 - LA CONCIENCIA COMO PROBLEMA HISTÓRICO: LA FILOSOFÍA TRANSPERSONAL DE KEN WILBER COMO UNA HERMENÉUTICA COMPLEMENTARIA A LA EPISTEMOLOGÍA Y COMO FUNDAMENTO PARA UNA EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo está reproducido en la primera parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

EL PENSAMIENTO DIVERGENTE

ÍNDICE DEL ARTÍCULO EN PDF

ARTICULO EN PDF: LA CONCIENCIA COMO PROBLEMA HISTÓRICO

Cuando llevo alguna temporada sin publicar algún artículo, y al sacar uno nuevo, me dicen algunas personas que ya echaban de menos una de mis reflexiones. En realidad, no escribo para agradar a otros ni para buscar su complacencia, sino como terapia personal para saber cuál es mi lugar en este mundo… y más allá.

El saber sigue siendo la única guía válida para la evolución cultural y la salvación de la humanidad. Sin embargo, la ciencia materialista se ha apoderado de la egocéntrica cuestión de explicarnos cómo funciona el mundo desde su óptica reduccionista, incluso a nivel psicológico. Afortunadamente, desde el surgimiento de la física cuántica, están emergiendo nuevos paradigmas imperceptibles para muchos coetáneos, lo cual está imponiendo una nueva cosmovisión de la realidad por conocer, de nuestra ciencia, de nuestras creencias espirituales, así como de nuestra reconfiguración psicológica. Estudiar esa rejilla configurativa de la actual cultura humana y de su historia, es propio de las humanidades y, por extensión, de la filosofía, la misma que quitan del sistema educativo.

Sin embargo, aún a contracorriente y a riesgo de ser extinguida la figura del filósofo, debía seguir mi terapia cognitiva para saber cuál es mi lugar en este mundo. Y lo que he descubierto en tantos años de investigación es que hay que introducir la ecuación del Espíritu en el campo científico: es el paradigma por excelencia desde el materialismo científico hacia la plena espiritualidad esotérica. Pero ese camino implica un trabajo de introspección y de conocimiento interior para actuar con sabiduría y amor. Es lo que pregonan tantas filosofías, tradiciones o religiones espirituales de cualquier índole. Dicho de otro modo, el imperativo categórico kantiano es el mismo amor que han predicado Buda, Jesucristo u otro iluminado cualquiera. Sin embargo, todos estamos potencialmente iluminados, solo que no lo sabemos, de ahí el aforismo griego “Conócete a ti mismo” mediante el cual es posible salir de la sombría caverna platónica. Y ese camino ascendente hacia la sabiduría nos conduce, indefectiblemente, a ver la vida, el mundo, los seres vivos y el universo en general como una unidad consciente de la que formamos parte en una glorosia danza cósmica, aún por descubrir.

Entonces, consecuentemente, para saber cuál es mi lugar en el mundo y también en el universo, no sólo debo aprender a pensar, es decir filosofar coherentemente según las reglas cartesianas sino, además, saber de la ciencia reduccionista que nos ha llevado al problema epistemológico por excelencia: ¿Qué lugar ocupa la conciencia en nuestra vida? La conciencia es el problema “duro” de la ciencia. Sobre todo, como dice Wilber, porque miran con los ojos de la carne, también con los ojos de la mente, pero no con los ojos de la contemplación, y cuya puerta de acceso es la meditación y sus correspondientes beneficios demostrados científicamente. Para defender dichos postulados, he remitido recientemente un artículo para su revisión por pares a la Revista Ciencias y Humanidades (Medellín, Colombia). El artículo en cuestión está disponible para usted lector, abajo en PDF, y se titula La conciencia como problema histórico. Se pueden imaginar, hace ilusión proponer ante unos señores académicos si mis “pensamientos” son “dignos” de aprobación por el sistema al cual tanto crítico. La respuesta no pudo ser más desconcertante, hasta me dejó en schock emocional, de sorpresa primero, desconcierto en segundo lugar y risa también. No digo más, lean por ustedes mismos:

"Respetado autor Amador Martos García, reciba un cordial saludo.
Según se le informó en correo pasado, su artículo fue remitido a instancias del Comité Científico de la Revista Ciencia y Humanidades. Dicho Comité está compuesto por más de 50 académicos ubicados en diferentes países de habla hispana, a los cuales se les asignan artículos dependiendo de sus áreas de estudio.Ahora bien, respecto a su artículo en cuestión, a la fecha no se ha podido ubicar un evaluador que posea el conocimiento académico/investigativo necesario para hacer un dictamen justo de dicho texto, por lo que la Revista Ciencia y Humanidades, desde su Comité Editorial en sesión del 5 de junio de 2019, teniendo en cuenta la responsabilidad editorial y científica que atañe a la Revista Ciencia y Humanidades, ha declarado que para el octavo número su artículo no podrá ser teniendo en cuenta debido a los motivos anteriormente expuestos. De antemano pedimos disculpas por cualquier problema causado,Cordialmente."

¿Cómo interpretar dicha respuesta? Ello invita a pensar que 50 académicos y una revista científica no saben prácticamente nada sobre el filósofo contemporáneo por excelencia: Ken Wilber. Tampoco saben nada de psicología transpersonal, ni de filosofía transpersonal, y menos de educación cuántica, y menos aún de educación transracional…. Son neologismos que no han entrado en el sistema académico tradicional. Y por eso no han podido interpretar mi artículo, menos comprenderlo, y ni tan siquiera un atisbo de intención en intentarlo. Lo más fácil es rechazar aquello que no se comprende, en vez de promover la tarea de investigar aquello de lo cual no sabemos. La inquisición religiosa ha sido sustituida por la inquisición racional: la del ego. Pero eso no me detendrá, aunque sea solo para aquellos que gustan de lo que escribo, escribiré para ellos. Les aseguro que no es necesario ser académico para entender el artículo adjunto en PDF. Basta con un poco de voluntad investigativa.

Como decía al principio de este artículo, escribo como terapia personal para saber cual es mi lugar en el mundo y, de momento, he averiguado que vivo bajo un pensamiento divergente. Un “raro” según algunos y un incomprendido por los señores académicos. Es el precio de pensar a contracorriente.Invito al lector a ser mi propio académico, que lea el artículo La conciencia como problema histórico y que dé su opinión. La sabiduría popular ha sido desposeída de su intuición espiritual, un reduccionismo que nos ha conducido solamente a la visión materialista. Son tiempos de dar un salto cuántico en el modo de pensar pues, como indica Ken Wilber, estamos al filo de la percepción transracional.
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11 - El ESPECTRO DE LA CONCIENCIA

Este artículo es una reproducción de la nota 3 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL.

Wilber, en su obra El espectro de la conciencia , aborda de un modo epistemológico dos modos de saber : el conocimiento simbólico (dualidad sujeto-objeto) y el misticismo contemplativo (no-dualidad entre sujeto-objeto), dos modos de saber diferentes pero complementarios. Según Wilber (2005a: 55-56):

Esos dos modos de conocer son universales, es decir, han sido reconocidos de una forma u otra en diversos momentos y lugares a lo largo de la historia de la humanidad, desde el taoísmo hasta William James, desde el Vedanta hasta Alfred North Whitehead y desde el Zen hasta la teología cristiana. (…) También con toda claridad en el hinduismo.

Sin embargo, la civilización occidental es la historia del primer modo de saber que ha evolucionado hasta la extenuación de su “rígida estructura” dualista con el surgimiento de la mecánica cuántica. Esos dos modos de saber también son contemplados por los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica (Wilber, 2013) y, correlativamente, aluden los mundos antagónicos entre la ciencia y la religión, respectivamente, entre el saber racional y el metafísico, ambos aunados por los “místicos cuánticos” en un racionalismo espiritual adoptado como filosofía transpersonal y convirtiéndose en un fundamento epistemológico para un nuevo paradigma de conocimiento integrador de la filosofía con la espiritualidad (Martos, 2015).

Dicho cambio de paradigma cognitivo es imperceptible para muchos coetáneos, sin embargo, va a incidir irremediablemente en la transformación de la conciencia colectiva, y generará consecuentemente cambios de paradigmas pensativos en el “yo” (psicología), el “nosotros” (moral y culturalmente) y el “ello” (ciencia y naturaleza). Y esos cambios psicológicos, sociológicos, culturales, morales y científicos van a ser una tarea ingente por descifrar desde el actual nivel de ignorancia colectiva (Mayos et al., 2011), pues las instituciones sociales y cognitivas (científicas y educativas) están siendo ninguneadas por Los amos del mundo (Navarro, 2012), unos mercaderes sin escrúpulos que anteponen el “yo” al “nosotros”. De ese atasco de la conciencia colectiva, de esa crisis cultural, de ese mundo chato (1), solo se puede salir colectivamente mediante un cambio de paradigma cognitivo que afecta a nuestro tradicional sistema de pensamiento occidental (capitalismo), y que requiere de una integración entre el “yo”, el “nosotros” y el “ello”. Y para dicho fin, es más necesario que nunca hacer metafísica, buscar las causas primeras en palabras de Aristóteles, y no quedarnos en la planicie de un mundo chato donde la razón se disocia del espíritu, como si tal cosa fuera posible, pues los que así piensan no han vislumbrado aún que separar la razón del espíritu es crear los dualismos que han llevado a la deriva del pensamiento occidental, buscando asir la “realidad” mediante el desprecio de la trascendencia espiritual, así como una disociación del “nosotros” y un reduccionismo positivista del “yo”. Desolador pensamiento occidental.

NOTA:

(1) Wilber (2005b: 177):

Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo].

BIBLIOGRAFÍA:

Martos, Amador. La educación cuántica. Un nuevo paradigma de conocimiento. España: Amazon, 2015 (1ª ed.), 2017 (2ª edición revisada y ampliada).

Mayos, G., Brey, A., Campàs, J., Innerarity, D., Ruiz, F. y Subirats, M. La sociedad de la ignorancia. Barcelona: Ediciones Península, 2011.

Navarro, Vinçens. Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero. Barcelona : Espasa libros, 2012.

Wilber, Ken. El espectro de la conciencia. Barcelona: Kairós, 2005a.

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005b.

Wilber, Ken. Cuestiones cuánticas. Barcelona: Kairós, 2013.
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12 - LA CONCIENCIA TRANSPERSONAL

Este artículo es una reproducción del capítulo 4-5 La conciencia transpersonal de la segunda parte de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA.

Hasta aquí la argumentación, pienso, magistralmente expuesta por Ken Wilber respecto a los dos modos de saber. Desde el surgimiento de la física cuántica, tal es el debate entre los materialistas científicos (método científico) y los mal llamados “místicos cuánticos”(método trascendental). Dicha dicotomía cognitiva, en realidad, es una réplica epistemológica entre la ciencia como medio de conocimiento objetivo y el misticismo como conocimiento revelado que plantean las diversas religiones. Por tanto, el debate que se plantea desde el surgimiento de la física cuántica es el encontronazo entre la racionalidad y la espiritualidad (Laszlo, 2007), una cuestión de hondo calado abordada pedagógicamente como La educación cuántica y que propugna ese nuevo paradigma de conocimiento donde el “misticismo cuántico” debe ser reconsiderado como filosofía transpersonal.

Sin embargo, dicha cuestión también puede ser consultada en Cuestiones cuánticas, una obra de Ken Wilber (2013) que recopila los escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. Son unos escritos místicos de los científicos más eminentes de nuestra era, los padres fundadores de la relatividad y de la física cuántica. Todos ellos, con un lenguaje asequible y ajeno a la terminología técnica, expresan su convicción de que la física y la mística, de alguna manera, son complementarias. Sin lugar a dudas, son cada vez más los científicos que escapan de la exclusiva mirada del materialismo científico y abrazan a la espiritualidad.

Ken Wilber, en esta magistral clase de filosofía de la ciencia, nos demuestra que hay dos modos de conocer: el método científico y el trascendental, diferentes pero complementarios. El primero languidece con el pensamiento occidental al proyectarse el sujeto en el objeto, el materialismo, el poder de la razón destruyendo la biosfera, en definitiva, todo un racionalismo pragmático; y el segundo, el racionalismo espiritual, es el artífice de un nuevo mundo que vislumbra el empoderamiento consciente de las personas, y cuya primera condición es trascender el ego para ver la vida de un modo compasivo, y que para cambiar el mundo, hay que comenzar precisamente por uno mismo, uniendo la sabiduría (Droit, 2011) y el amor (Hüther, 2015) en una nueva percepción consciente no dual, pues conocimiento y amor son como dos caras de la misma moneda donde, el saber sin amor, es puro egoísmo.

Es dicho proceso de autopoiesis desde la razón al espíritu colectivo el causante del problema epistemológico entre los materialistas científicos y los místicos cuánticos. El método científico como único medio de llegar al conocimiento, mediante la física cuántica, ha llegado a los confines del universo: el propio sujeto, pues objeto y sujeto son una y la misma cosa. Todo un giro copernicano del “ver para creer” al “creer para ver”, uno nuevo paradigma de conocimiento propuesto por los místicos cuánticos al aunar ciencia y espiritualidad, restando así supremacía respectivamente a los poderes fácticos quienes controlan la ciencia, y a las religiones quienes obnubilan la razón de sus fieles. Dicha introspección inquiere, inexorablemente, de un nuevo paradigma de conocimiento, una tarea ya emprendida por científicos como Ken Wilber (2005a), Fritjof Capra (2000), Amit Goswami (2010), Rupert Sheldrake (1994), Deepak Chopra (2007), Joe Dispenza (2012), Jean-Pierre Garnier Malet (2012), Bruce Lipton (2007), Félix Torán (2011), Pim Van Lommel (2012), Alexander Eben (2013), Michio Kaku (2007), Eduardo Zancolli (2003), Francisco Barsonell (2012), José Miguel Gaona (2012), etcétera.

Hay dos modos de saber. Que cada cual, según sus convicciones, elija el suyo. Sin embargo, mediante la sabia argumentación de Ken Wilber, esos dos modos de saber se constituyen en sustratos epistemológicos y permiten diferenciar respectivamente entre la epistemología de lo conmensurable y la hermenéutica de lo inconmensurable (Martos, 2015), entre la ciencia y la religión, entre la razón y el espíritu. Con la emergencia de la mente a partir de la modernidad, el Espíritu comienza a tomar conciencia de sí mismo, lo cual, entre otras cosas, introduce en el mundo la conciencia moral, una moral, por cierto, completamente ajena al mundo de la naturaleza. Por tanto, el Espíritu está comenzando a despertar a sí mismo, conocerse a sí mismo a través de los símbolos, los conceptos, dando así origen al mundo de la razón y, en particular, al mundo de las morales conscientes. Así, pues, la naturaleza es Espíritu objetivo, mientras que la mente es Espíritu subjetivo. En ese momento histórico -en el momento en que la mente y la naturaleza se diferenciaron-, el mundo parece escindirse en dos, la mente reflexiva y la naturaleza reflejada, pero la modernidad se hallaba temporalmente estancada en la batalla entre la mente y la naturaleza, entre el ego y el eco. En opinión de Shelling, esta síntesis no dual como identidad entre el sujeto y el objeto en un acto atemporal de autoconocimiento, es una intuición mística directa. Para Shelling, y también para su amigo y discípulo Hegel, el Espíritu se enajena de sí mismo para dar lugar a la naturaleza objetiva, despierta a sí mismo en la mente subjetiva y termina retornando así en la pura conciencia inmediata no dual en la que sujeto y objeto son uno, y la naturaleza y la mente se funden en la actualización del Espíritu. El Espíritu se conoce a sí mismo objetivamente como naturaleza, se conoce subjetivamente como mente y se conoce absolutamente como Espíritu. Esos tres momentos también son conocidos como subconsciente, consciente y supraconsciente, o dicho de otro modo, prepersonal, personal y transpersonal; o preracional, racional y transracional; o biosfera, noosfera y teosfera (Wilber, 2005b: 396-398).

Todo ello, traducido en términos evolutivos y psicológicos (Laszlo, 2004), equivale a decir que El gen egoísta (Dawkins, 2002) puede ser trascendido conscientemente Más allá del ego (Vaughan y Walsh,2000), dicho de otro modo, el egoísmo puede ser trascendido hacia la compasión y, respectivamente, la conciencia personal hacia la conciencia transpersonal (1) (Martos, 2008). Así, desde dicha perspectiva, la afirmación de Dawkins (2002: 3) de que “el amor universal y el bienestar de las especies consideradas en su conjunto son conceptos que, simplemente, carecen de sentido en cuanto a la evolución”, es un simple reduccionismo desde el materialismo científico, obnibulado por una prepotencia racional en cuanto causa explicativa al obviar que el Kosmos (2) es autotrascendente y regido por los veinte principios (3). Dicho de otro modo, La evolución del amor (Hüther, 2015) ya es contemplada desde la neurobiología y la sociobiología como un fenómeno de la evolución humana pues, más allá del valor de los genes egoístas o la superviviencia del más fuerte, interviene la capacidad de elección de pareja por motivos distintos a la simple atracción física o el instinto reproductor. Para Hüther, a pesar del surgimiento de la razón y del pensamiento crítico, el sentimiento del amor sigue siendo importante por su influencia en el futuro de la especie humana pues es la fuente de nuestra creatividad y la base de nuestra existencia y nuestros logros culturales y, más decisorio aún, nuestra única perspectiva de supervivencia en este planeta. En definitiva, la única fuerza que puede vencer a la competencia autodestructiva es el amor mediante el compromiso de equipo y la creatividad participativa.


NOTAS:

(1) Etimológicamente el término transpersonal significa “más allá” o “a través” de lo personal, y en la literatura transpersonal se suele utilizar para hacer referencia a inquietudes, motivaciones, experiencias, estadios evolutivos, modos de ser y otros fenómenos que incluyen pero trascienden la esfera de la individualidad y de la personalidad humana, el yo o ego (Ferrer, 2002). Entre sus intereses centrales se encuentran “los procesos, valores y estados transpersonales, la conciencia unitiva, las experiencias cumbre, el éxtasis, la experiencia mística, la trascendencia, las teorías y prácticas de la meditación, los caminos espirituales, la realización (...) y los conceptos, experiencias y actividades con ellas relacionados” (Walsh y Vaughan, 1982:14). Entre sus objetivos principales se encuentra la delimitación de las fronteras y las variedades de la experiencia humana consciente (Rowan, 1996). (Cita extraída del trabajo de investigación de Doctorado titulado Complejidad y Psicología Transpersonal: Caos, autoorganización y experiencia cumbre en psicoterapia, de Iker Puente Vigiola, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona, 16 de Febrero de 2007).

Sin embargo, a los efectos prácticos de este ensayo, el concepto de conciencia transpersonal se implementa también con la siguiente definición: En los estados modificados de consciencia estudiados por la psicología transpersonal se producen cambios en el flujo del pensamiento, en la percepción de la realidad y a nivel emocional. En estos estados pueden ocurrir experiencias de catarsis y, sobre todo, experiencias místicas o extáticas, que diversos autores han definido como religiosas, trascendentes, transpersonales o experiencias cumbre. En estas vivencias el mundo se percibe como una totalidad, en la que el propio individuo está inmerso. Se produce, al mismo tiempo, una sensación subjetiva de unidad, en la que el Yo individual se diluye, desapareciendo toda distinción significativa entre el Yo y el mundo exterior. Esta experiencia es vivida por la persona como algo positivo, y autores como Maslow o Grof señalan que puede tener efectos beneficiosos y terapéuticos. Sin embargo, la disolución del Yo previa a la sensación subjetiva de unidad, puede ser vivida por el sujeto como un momento de caos, de desequilibrio y desestructuración, de pérdida de los puntos de referencia habituales. Diversos autores se han referido a esta experiencia como muerte del ego. (Grof, 1988; Wilber, 1996; Fericgla, 2006). (Cita extraída del artículo titulado Psicología Transpersonal y Ciencias de la Complejidad: Un amplio horizonte interdisciplinar a explorar, de Iker Puente, Journal of Transpersonal Research, 2009, Vol. 1 (1), pp 19-28 ISSN: 1989-6077).

Por tanto, en este ensayo, el paso de la conciencia personala la conciencia transpersonal, debe interpretarse como la muerte del ego en su viaje iniciático hacia la percepción unitaria del sujeto cognoscente con el mundo (no dualidad entre sujeto y objeto), donde las emociones egoístas e individualistas dejan paso a la compasión. Se trataría, en suma, de un ascendente viaje iniciático-cognitivo similar al descrito como salida del mundo de las sombras en el Mito de la Caverna de Platón, para luego transmitir de un modo descendente la sabiduría adquirida en el Mundo de las Ideas, donde la reina es el Amor.

(2) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(3) Wilber en Sexo, Ecología, Espiritualidad,72-119:

1- La realidad como un todo no está compuesta de cosas u de procesos, sino de holones.

2- Los holones muestran cuatro capacidades fundamentales: autopreservación, autoadaptación, autotrascendencia y autodisolución. Estas cuatros características son muy importantes y las vamos a estudiar una a una.

3- Autopreservación. Los holones se definen no por la materia de que están hechos (puede no haber materia) ni por el contexto en el que viven (aunque son inseparables de él), sino por el patrón relativamente autónomo y coherente que presenta. La totalidad del holón se muestra en la capacidad de preservar su patrón.

4- Autoadaptación. Un holón funciona no solo como una totalidad autopreservadora sino también como parte de otro todo mayor, y en su capacidad de ser una parte debe adaptarse o acomodarse a otros holones (no autopoiesis sino alopoiesis; no asimilación sino acomodación).

5- Autotrascendencia (o autotransformación). La autotrascendencia es simplemente la capacidad que tiene un sistema de llegar más allá de lo dado, e introducir en cierta medida algo novedoso; una capacidad sin la cual es seguro que la evolución no hubiera podido ni siquiera comenzar. El universo tiene la capacidad intrínseca de ir más allá de lo que fue anteriormente.

6- Autodisolución. Dado que cada holón es también un supraholón, cuando es borrado –cuando se autodisuelve en sus subholones- tiende a seguir el mismo camino descendente que éstos han seguido en el camino ascendente: las células se descomponen en moléculas, que a su vez se descomponen en átomos, y éstos en partículas que desaparecen en las probabilidades nubes transfinitas de “burbujas dentro de burbujas”.

7- Los holones emergen. Emergen nuevos holones debido a la capacidad de autotrascendencia. Primero las partículas subatómicas; después los átomos, moléculas, los polímeros; después las células, y así sucesivamente.

8- Los holones emergen holárquicamente. Es decir, jerárquicamente, como una serie ascendente de totalidades/partes. Los organismos contienen células, pero no al revés; las células contienen moléculas, pero no al revés; las moléculas contienen átomos, pero no al revés.

9- Cada holón emergente trasciende pero incluye a sus predecesores. Todas las estructuras básica y funciones son preservadas y llevadas a una identidad mayor, pero todas las estructuras de exclusividad y las funciones que existían debido, al aislamiento, a la separación, a la parcialidad, a la individualidad separada, son simplemente abandonadas y reemplazadas por una individualidad más profunda que alcanza una comunión más amplia de desarrollo.

10- Lo inferior establece las posibilidades de lo superior; lo superior estable las probabilidades de lo inferior. Aunque un nivel superior va “más allá” de lo dado en el nivel inferior, no viola las leyes o patrones del nivel inferior; no está determinado por el nivel inferior, pero tampoco puede ignorarlo. Mi cuerpo sigue las leyes de la gravedad, mi mente se rige por otras leyes, las de comunicación simbólica y la sintaxis lingüística; pero si mi cuerpo se cae por un precipicio, mi mente va con él.

11- El número de niveles que comprende una jerarquía determinada si esta es “superficial” o “profunda”; y al número de holones en su nivel dado le llamaremos su “extensión”. Esto es importante porque establece que no es solo el tamaño de una población lo que estable el orden de riqueza (u orden de emergencia cualitativa), sino más bien viene dado por su profundidad. Veremos que una de las confusiones más generalizadas de las teorías ecológicas generales o del nuevo paradigma (ya sean “pop” o “serias”) es que a menudo confunden gran extensión con gran profundidad.

12- Cada nivel sucesivo de la evolución produce MAYOR profundidad y MENOR extensión. Así, el número de moléculas de agua en el universo siempre será menor que el número de átomos de hidrógeno y de oxígeno. El número de células en el universo siempre será menor que el de moléculas, y así sucesivamente. Simplemente quiere decir que el número de totalidades siempre será menor que el número de partes, indefinidamente. Cuando mayor sea la profundidad de un holón, tanto mayor será su nivel de conciencia. El espectro de la evolución es un espectro de conciencia. Y se puede empezar a ver que las dimensiones espirituales constituyen el tejido mismo de la profundidad del Kosmos.

13- Destruye un holón de cualquier tipo y habrás destruido todos sus holones superiores y ninguno de sus inferiores. Es decir: cuando menos profundidad tiene un holón, tanto más fundamental es para el Kosmos, porque es un componente de muchos otros holones.

14- Las holoarquías coevolucionan. Significa que la “unidad” de evolución no es el holón aislado (molécula individual, planta, o animal), sino un holón más dentro del entorno inseparablemente ligado a él. Es decir, la evolución es ecológica en el sentido más amplio.

15- Lo micro está en una relación de intercambio con lo macro en todos los niveles de su profundidad. Por ejemplo, el ser humano y los tres niveles de materia, vida y mente: todos estos niveles mantienen su existencia a través de una red increíblemente rica de relaciones de intercambio con holones de la misma profundidad en su entorno.

16- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor complejidad. El biólogo alemán Woltereck acuño el término anamorfosis – significa, literalmente, “no ser conforme”- para definir lo que vio como rasgo central y universal de la naturaleza: la emergencia de una complejidad cada vez mayor.

17- La evolución tiende a seguir la dirección de mayor diferenciación/integración. Este principio fue dado en su forma actual, por primera vez, por Herbert Spencer (en First principles, 1862): la evolución es un “cambio desde una homogeneidad incoherente e indefinida a una heterogeneidad coherente y definida, a través de continuas diferenciaciones e integraciones”.

18- La organización/estructuración va en aumento. La evolución se mueve del sistema más simple al más complejo y desde el nivel de organización menor hacia el mayor.

19- La evolución tiende a seguir la dirección de autonomía relativa creciente. Este es un concepto muy poco comprendido. Simplemente hace referencia a la capacidad de un holón para autopreservarse en medio de las fluctuaciones ambientales (autonomía relativa es otra forma de decir individualidad). Y de acuerdo con las ciencias de la complejidad, cuando más profundo es un holón, mayor es su autonomía relativa. La autonomía relativa simplemente se refiere a cierta flexibilidad ante el cambio de las condiciones ambientales.

20- La evolución tiende a seguir la dirección de un Telos creciente. El régimen, canon, código o estructura profunda de un holón actúa como un imán, un atractor, un punto omega en miniatura, para la realización de ese holón en el espacio y el tiempo. Es decir, el punto final del sistema tiene a “atraer” la realización (o desarrollo) del holón en esa dirección, ya sea un sistema físico, biológico o mental. Ha surgido toda una disciplina dentro de la teoría general de sistemas para dedicarse al estudio de las propiedades de los atractores caóticos y de los sistemas por ellos gobernados; se le conoce popularmente como la teoría del caos.


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13 - LA CONCIENCIA DE UNIDAD

Este artículo está reproducido como nota número 47 en la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 98 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA (4ª ed.).

Este artículo también está reproducido en el capítulo 7 de la segunda parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

Un ejemplo de La conciencia de unidad mediante el amor a la música.

Ken Wilber (1985: 183-208) en La conciencia sin fronteras, argumenta que la conciencia de unidad es conciencia del momento intemporal, está totalmente presente en el ahora, y como es obvio, no hay manera de alcanzar el ahora, de llegar a lo que ya es. En efecto, la iluminación resplandece en toda su claridad en este momento y en todos los demás. No hay sendero hacia la conciencia de unidad pues no se trata de una experiencia entre otras, no es una experiencia que se oponga a una experiencia ínfima, sino más bien la experiencia presente. ¿Y cómo se puede entrar en contacto con la experiencia presente?

Los verdaderos sabios proclaman que no hay sendero hacia el Absoluto, no hay camino para alcanzar la conciencia de unidad. Al parecer, nuestra dificultad es la misma que la del individuo que va saltando de ola en ola en busca de la acuosidad. No nos aquietamos durante el tiempo suficiente para entender nuestra condición presente, y al buscar en otra parte, en realidad nos apartamos de la respuesta. Nuestra búsqueda misma, nuestro propio deseo, nos impide el descubrimiento. En otras palabras, siempre estamos intentando apartarnos de la experiencia presente, cuando en realidad esta experiencia es la que siempre constituye la clave de nuestra búsqueda: en lugar de buscar la respuesta lo que hacemos es huir de ella. He aquí la gran paradoja de la conciencia de unidad: no se puede hacer nada para conseguirla, y creo que esto, por el momento, está totalmente claro.

Llegamos así a un punto esencial de las principales tradiciones místicas, a saber, que hay condiciones especiales apropiadas, pero no necesarias, para la realización de la conciencia de unidad. Y además, estas condiciones no conducen a la conciencia de unidad, sino que ellas mismas son una expresión de la conciencia de unidad. La conciencia de unidad no es un estado futuro que resulte de alguna práctica, porque la conciencia de unidad está eternamente presente. La conciencia de unidad es nuestra “iluminación original”, original no porque haya ocurrido en tiempos pasados, sino porque es el origen y fundamento de este instante. La iluminación es el origen de la firma presente y la práctica espiritual es el movimiento o actividad de este origen. La verdadera práctica espiritual surge de la iluminación, no va hacia ella.

Pero lo anterior plantea una cuestión. ¿Por qué, entonces, debemos practicar, si ya tenemos la naturaleza búdica, la iluminación original o el Cristo interior? Lo verdaderamente importante es que ejercitar las condiciones especiales de la práctica espiritual es una expresión apropiada de la conciencia de unidad. A medida que una persona va ejercitando las condiciones especiales de una práctica espiritual, empieza a darse cuenta, cada vez con mayor claridad y certidumbre, de un hecho exasperante, pero inconfundible: nadie quiere la conciencia de unidad. En términos teológicos, estamos siempre resistiéndonos a la presencia de Dios, que no es otra cosa que el presente total, en todas sus formas. Si le disgusta algún aspecto de la vida es que hay algún aspecto de la conciencia de unidad al cual está resistiéndose. Así, activamente aunque en secreto, negamos la conciencia de unidad y nos resistimos a ella. La comprensión de esta resistencia es la clave fundamental para la iluminación. En realidad, cada nivel importante del espectro de conciencia está constituido de un modo particular de resistencia. Al analizar el descenso desde el nivel de la persona al nivel del ego, lo primero con que tropezamos fue la resistencia a la sombra. Por eso Freud, investigador genial de la sombra, escribió: “Toda la teoría psicoanalítica se asienta, en efecto, en la percepción de la resistencia que ejerce el paciente cuando intentamos hacer que tome conciencia de su inconsciente”. Lo que confunde especialmente al individuo atrapado en esta resistencia, es que él, como persona, no cree, sinceramente, ofrecer resistencia. Lo hace de una manera por entero inconsciente.

Ese fue el primer tipo de resistencia que descubrimos. La persona se resiste a la sombra, con lo que impide el descubrimiento y la emergencia de un ego preciso. Y cuando descendemos al siguiente nivel importante del espectro de la conciencia, nos encontramos con que el propio ego exhibe una resistencia: la del ego a la atención sensible del centauro. Esta resistencia es en parte una incapacidad de mantener la percepción verdaderamente centrada en el presente (o atención sensible) durante el tiempo que sea. Como la percepción consciente del centauro se asienta en el presente pasajero, la resistencia del ego al centauro es una resistencia al aquí y ahora inmediato. Empezamos así a ver que cada nivel del espectro se caracteriza, entre otras muchas cosas, por una manera distinta de resistencia: en el nivel de la persona, nos resistíamos a la unidad con la sombra en todas sus formas; en el nivel del ego, nos resistíamos a la unidad con el centauro y a todas sus cualidades; y extendiéndonos hasta las bandas transpersonales, encontramos la resistencia fundamental y primordial: la resistencia a la conciencia de unidad. Así, nos encontramos de nuevo en el punto que nos importa: mediante las prácticas espirituales apropiadas, empezamos a aprender exactamente de qué manera nos resistimos a la conciencia de unidad. La práctica espiritual hace que esta resistencia fundamental aflore a la superficie de nuestra conciencia y comenzamos a ver que en realidad no queremos la conciencia de unidad, sino que estamos siempre eludiéndola. Ver nuestra resistencia a la conciencia de unidad es ser capaz, por primera vez, de enfrentarnos con ella y, finalmente, de desprendernos de ella, con lo que apartaremos el obstáculo secreto a nuestra propia liberación.

Mientras que no veamos exactamente de qué manera nos resistimos a la conciencia de unidad, todos nuestros esfuerzos por “alcanzarla” serán en vano, pues lo que tratamos de alcanzar es también aquello a lo que, inconscientemente, ofrecemos resistencia y tratamos de impedir. Nos resistimos secretamente a la conciencia de unidad, fabricamos de manera encubierta los “síntomas” de la no-iluminación, de la misma manera que producíamos en secreto todos nuestros demás síntomas en los diferentes niveles del espectro. Y el hecho de entenderlo así puede proporcionar un atisbo de la conciencia de unidad, porque aquello que ve la resistencia está, en sí mismo, libre de resistencia.

La resistencia primaria, como las demás resistencia que operan en toda la extensión del espectro, no es algo que nos sucede, ni que sucedió en el pasado, ni tampoco nada que sucede sin nuestro consentimiento. Es más bien una actividad presente, algo que estamos haciendo sin darnos cuenta, y esta actividad primaria es la que tiende a bloquear la conciencia de unidad. Brevemente enunciado, es una falta de disposición global a mirarlo todo, tal como es, en este momento. En concreto, en este presente hay algo que no queremos mirar. Tenemos, pues, una mala disposición global a mirarlo todo, en conjunto, exactamente tal como es, en este momento. Tendemos a desviar la vista, a retirar la atención de lo que es, a evitar el presente en todas sus formas. Y como tendemos a mirar hacia otra parte, tendemos a movernos hacia otra parte, a apartarnos. Con esta resistencia sutil, con ese mirar y movernos hacia otra parte, parece que bloqueamos la conciencia de unidad, que “perdemos” nuestra verdadera naturaleza. Y esta “perdida” de la conciencia de unidad nos arroja a un mundo de demarcaciones, espacio, tiempo, sufrimiento y mortalidad.

De modo que aunque lo único que desea fundamentalmente el individuo es la conciencia de unidad, lo único que siempre hace es resistirse a ella. Siempre estamos en busca de la conciencia de unidad, pero de tal manera que siempre obstaculizamos el descubrimiento: buscamos la conciencia de unidad apartándonos del presente. Imaginamos que, de alguna manera, este presente no está bien del todo, no es exactamente lo que queremos, y por eso no descansamos globalmente en él, sino que empezamos a apartarnos de él hacia lo que imaginamos que será un presente nuevo y mejor. En otras palabras, empezamos a saltar olas, a movernos en el espacio y en el tiempo para asegurarnos una ola fundamental y definitiva, la que finalmente extinga nuestra sed, la que nos dé por fin “acuosidad”. Al buscar la acuosidad en la próxima ola de experiencias, nos la perdemos siempre en la ola presente. Buscar eternamente es errar eternamente.

En el momento en que nos resistimos al único mundo de la experiencia presente, necesariamente lo dividimos en una experiencia interior, que sentimos como el que ve, experimenta y actúa, opuesto a una experiencia externa, que sentimos como lo que vemos y experimentamos, como aquello sobre lo cual actuamos. Nuestro mundo se escinde en dos, y entre lo que uno es, el que experimenta, y lo que uno no es, lo experimentado, se establece una demarcación ilusoria. La evolución del espectro ha comenzado: se ha iniciado la guerra de los opuestos. Apartarse continuamente del presente global implica que hay un futuro que aceptará este movimiento. Nos apartamos porque imaginamos la existencia de otro tiempo hacia el cual podemos movernos. Apartarse es, por tanto, un mero moverse en el tiempo. En realidad, es crear tiempo, pues al apartarnos de la experiencia intemporal y presente (o más bien, al intentar apartarnos), generamos la ilusión de que, de alguna manera, la experiencia misma pasa junto a nosotros. Mediante nuestra resistencia, el presente global y eterno se reduce al presente fugitivo. Por tanto, apartarse es crear un antes y un después, un punto de partida en el pasado, desde donde nos movemos, y un puerto de destino en el futuro, hacia el cual nos movemos. Nuestro presente se reduce al movimiento, a la huida silenciosa. Nuestros momentos pasan.

Desde cualquier ángulo que se mire, apartarnos es separarnos de la experiencia presente y proyectarnos en el tiempo, la historia, el destino y la muerte. Esta es, pues, nuestra resistencia primaria: la mala disposición a contemplar la experiencia, como un todo, tal como es, en este momento. Esta resistencia global es lo que se descubre, y luego se frustra, con las condiciones especiales de la práctica espiritual. Cuando una persona asume las condiciones, empieza a darse cuenta de que siempre está apartándose del presente global. Comienza a ver que al apartarse siempre, no hace más que resistirse e impedir la conciencia de unidad… o la voluntad de Dios, el fluir del Tao, el amor del Gurú o la iluminación original. De cualquier manera que lo llame, se resiste a su presente. Mira hacia otra parte, se va hacia otro lado y, por consiguiente, sufre.

Llegado a este punto, las cosas parecen realmente desalentadoras. El individuo no parece ser más que una trampa montada para atraparse perpetuamente a sí mismo. Se inicia la noche oscura del alma, y parece como si la luz de la conciencia le diera la espalda hasta desaparecer sin dejar rastro alguno. Todo parece perdido, y en cierto sentido, lo está. La oscuridad sigue a la oscuridad, el vacío conduce al vacío, la medianoche se eterniza. En este punto mismo donde absolutamente todo parece desacertado, todo se arregla de un modo espontáneo. Cuando el individuo ve realmente que todo movimiento que haga es un apartarse, una resistencia, el mecanismo de la resistencia se queda sin cuerda. Cuando uno ve esta resistencia en cada movimiento que hace, entonces, de manera totalmente espontánea, abandona por completo la resistencia. Y el abandono de esta resistencia es la apertura a la conciencia de unidad, la realización de la conciencia de aquello que no tiene fronteras. Como si despertara de un sueño largo e incierto, se encuentra con lo que siempre supo: él, como ser separado, no existe. Su verdadero ser, el Todo, jamás ha nacido y jamás morirá. Solo hay, en todas direcciones, Conciencia como Tal, absoluta y omnímoda, que irradia en y a través de toda condición, la fuente y esencia de todo lo que surge a cada momento, absolutamente anterior a este mundo, pero no distinta a él. Todas las cosas no son más que una onda en este estanque, todo surgimiento es un gesto de este uno.

Cuando ya no se resiste a la experiencia presente, ya no tiene motivo para separarse de ella. El mundo y el yo regresan como una única experiencia, no como dos diferentes. Dejamos de saltar de ola en ola, porque no hay más que una ola, y está en todas partes. Dejar de resistir al presente es ver que no hay nada más que el presente; sin comienzo, sin fin, sin nada por detrás ni nada por delante. Cuando tanto el pasado de la memoria como el futuro de esperanza se ven como hechos presentes, los límites de este presente se derrumban. Las demarcaciones que rodean a este momento se hunden dentro de este momento, y entonces no hay nada más que este momento, y ningún otro lugar adónde ir. Así vemos claramente por qué la búsqueda de la conciencia de sí era tan exasperante. Todo lo que intentábamos estaba mal porque todo estaba ya, y eternamente, bien. Nunca hubo, ni jamás habrá, ningún momento más que Ahora.

La verdadera práctica espiritual no es algo que hagamos durante veinte minutos, ni durante dos horas, ni durante seis horas al día. No es algo para hacer una vez al día, por la mañana, ni una vez por semana, los domingos. La práctica espiritual no es una entre tantas otras actividades humanas; es el fundamento de todas las actividades humanas, su fuente y su validación. Es un compromiso previo con la Verdad Trascendente, vivida, respirada, intuida y practicada durante veinticuatro horas del día. Intuir lo que verdaderamente somos es comprometernos íntegramente en la realización de eso que verdaderamente somos en todos los seres, de acuerdo al voto primordial: “Por innumerables que sean los seres, hago voto de liberarlos; por incomparable que se la Verdad, hago voto de realizarla”. Para quien sienta este profundo compromiso con la realización, el servicio, el sacrificio y la entrega, en todas las condiciones presentes y hasta el infinito mismo, la práctica espiritual será, naturalmente, el camino. Que esa persona reciba la gracia de encontrar en esta vida un maestro espiritual y de conocer la iluminación en el momento.



BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. La conciencia sin frontera. Barcelona: Kairós, 1985
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14 - LA CONCIENCIA MÍSTICA: SER UNO CON EL UNIVERSO

Este artículo está reproducido en la tercera parte de la obra CIENCIA, FILOSOFÍA, ESPIRITUALIDAD

Este artículo es el tercero de una serie de cuatro como colaboración de Gemma Rodríguez en la obra La educación cuántica, publicado en la página 404.

En la medida en que cada uno se empodere de forma consciente de sí mismo en orden a dirigir libremente sus pensamientos y actos en beneficio de la humanidad, estará en el camino de la experimentación conocida como “experiencia cumbre” en la pirámide de Maslow (1)

La superación de los límites del ego, fue una de las batallas ganadas por S. Freud: su influencia en el pensamiento postmoderno ha sido determinante en la apertura hacia un nuevo paradigma de comprensión de la psique. Las investigaciones científicas a lo largo del s. XX han apuntado cada vez más a la posibilidad de desentrañar los secretos de la mente humana, en un deseo cuasi divino de reproducir la inteligencia. Es innegable que la multitud de avances en neurociencia nos hace vivir actualmente inmersos en un paradigma neuro-explicativo en el que el alma está en el cerebro y en el que mantenemos una relación con nuestro cuerpo y con nuestro entorno entendida bajo el esquema de la lógica computacional. Parecería chocante y de un misticismo abrumador sostener la existencia de un yo cuántico con el que intercambiamos información y que posibilita las diferentes aperturas de sentido en nuestra existencia.

En innumerables ocasiones se queja el filósofo Amador Martos del desprestigio que sufren los llamados místicos cuánticos al sostener estas teorías. A lo largo del libro se incide especialmente en la del físico Garnier: sus teorías sobre el desdoblamiento del tiempo nos hacen cambiar nuestra visión sobre la conciencia, haciéndonos partícipes de la fusión entre ciencia y espiritualidad que emerge en nuestra era. Superado el paradigma dicotómico dual de la física clásica, entendemos que “el sujeto no puede manipular al objeto porque el sujeto y el objeto son en definitiva una y la misma cosa” . Pero, preguntémonos en este punto, ¿qué consecuencias efectivas pueden tener estas teorías en el panorama educativo? Educar desde un planteamiento que presuponga esta unicidad del todo y que tenga en cuenta los avances de una ciencia que cada vez más vuelve la mirada sobre presupuestos pertenecientes a la filosofía perenne se hace urgente ya que, si tomáramos conciencia de este racionalismo espiritual, nos encontraríamos un paso más cerca de alcanzar uno de los cometidos fundamentales de cualquier filosofía de la conciencia o reflexión mística: desentrañar qué papel juega en la especie el conocimiento que esta alcanza sobre sí misma. Y es que dar un sentido a la existencia individual y colectiva es uno de los supuestos inherentes a cualquier pedagogía que se pretenda regeneracionista y a la altura de las circunstancias. Por otra parte, nuestra dotación de sentido individual no es posible al margen de un sentido colectivo, como nos recuerda una de las tesis más básicas de la política Aristotélica.

La filosofía práctica se ha ocupado tradicionalmente de sacar a la palestra la pregunta por la felicidad y el bienestar individual y colectivo. Si tenemos esto en cuenta, es evidente que un sistema educativo que destierre la posibilidad de armonizar el conocimiento humanístico con los avances neurocientíficos está desechando de entrada la potencialidad de establecer una auténtica comprensión del sentido de la existencia, nuestra posición en el universo y, lo que es más importante, de las enormes capacidades de transformación que el pensamiento posee como parte de la realidad que él mismo conforma. Y es que el bienestar individual y colectivo pasa por una regeneración consciente de la humanidad a la luz de la unión de estos paradigmas (espiritual y científico). Una concepción trascendente de la realidad donde la dualidad mente-materia quede superada transformaría radicalmente los presupuestos sobre los que se asienta nuestra forma de educar, ya que eliminaría la distancia entre las conciencias individuales y aquello que hoy comúnmente llamamos “contenidos educativos”. Los contenidos ya no podrían entenderse más como objetivos externos al estudiante, sino como parte de su propio proceso evolutivo.

La falta de motivación es uno de los problemas más frecuentes entre el alumnado: ven como lejano y externo lo que se les trata de enseñar cada día en el aula, y no es extraño que así sea desde el momento en que el conocimiento se presenta al alumno como un constructo ya conformado en cuyo proceso de constitución no ha habido ningún tipo de interacción creativa con él. Los alumnos son meros espectadores externos de su propio proceso de conocimiento, receptores de un esquema mental calcado del exterior . ¿Cómo no habría de sentirse alguien desmotivado con algo tan alienante en su día a día como es el hecho de que otro te cuente cómo es la realidad?

REFERENCIA:

(1) A. Martos García. La educación cuántica, un nuevo paradigma de conocimiento. p.216 (1ª edición).
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15 - DIMENSIÓN ESPIRITUAL: UN DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

Este artículo es una reproducción del capítulo del mismo titulo situado en la página 263 de la Tesis Doctoral de Noemí Siverio (Venezuela), titulada:

PSICOLOGÍA DEL HOMO COMPLEXUS PARA UNA EDUCACIÓN DESDE LA COMPRENSIÓN


La espiritualidad tiene que ver con el amor incondicional, la compasión, la comprensión del otro, la solidaridad, la apertura al infinito, transparencia en las acciones, con un sentido de pertenencia a un todo, por ello el despertar espiritual es el despertar de la consciencia, ver la vida desde el espíritu da plenitud, siendo por esto que estimamos que la verdadera espiritualidad es aquella que produce en el ser humano una transformación interior.

Cabe destacar que las personas no poseen solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo interioridad, que es su universo psíquico interior. Están dotadas también de profundidad, que es su dimensión espiritual, lo que las hace a todas luces un ser humano complejo. Es por ello, que el espíritu nos permite hacer una experiencia de no dualidad bien descrita por el zen budismo: “tú eres el mundo, eres el todo”. La dimensión espiritual hace además referencia a la experiencia interior más profunda de la persona, que la conduce a dotar de sentido y propósito a las propias acciones y existencia, sean cuales sean las circunstancias externas, lo que significa aprender a centrarse en algo que va más allá de uno mismo , esto es trascender el ego que viene aparejado con un despertar de la consciencia, que a su vez permite el uso del potencial creativo, y la contemplación de la vida, aprovechándola de acuerdo con las propias aspiraciones y las del grupo a que pertenece.

Al respecto, si hablamos de espiritualidad, es necesario saber que se trata de transformar el corazón y la mente, que nos lleve a un profundo cambio interior y con ello un trascender el ego, a nuestra consciencia, así nos daremos cuenta que solo a partir de esta concepción estaremos en condiciones de comprendernos y comprender al resto de la humanidad. Metafóricamente, estas ideas reflejan lo que vendría a ser un puente en tres dimensiones por lo que tenemos así, que para una psicología del homo complexus se requiere de una ciencia conductual que reconozca la dimensión espiritual del ser, entre tanto una educación desde y para la comprensión amerita una educación transracional, afianzada en la espiritualidad, complementada por una inteligencia espiritual sustentada en la psicología compleja. Con ello, pensamos que desde el plano de lo místico y de la espiritualidad, podremos llegar a posarnos en una psicología del homo complexus para de esta forma lograr una educación desde la comprensión, esto sería un verdadero despertar de la consciencia, “al trascender el ego mediante un racionalismo espiritual, expandiendo la dimensión personal hasta la transpersonal” (Martos 2014, p. 26).

Ese despertar de la conciencia del que venimos hablando es un sendero que ya Platón nos dio a conocer a través del Mito de la Caverna, rememoremos que el mismo es una analogía sobre la realidad de nuestro conocimiento. Es así como Platón crea ese mito para mostrar en sentido figurativo como la vida nos encadena mirando hacia la pared de una cueva, desde que nacemos y, como las sombras que vemos reflejadas en la misma componen nuestra realidad. En este sentido, el autor nos relata la situación de hombres encadenados a una cueva desde su nacimiento, donde lo único que ven son las sombras reflejadas en el interior de ésta, y solo escuchan algunos ruidos exteriores, con lo que van creando la realidad a partir de lo que van sintiendo. Sin embargo, uno de los prisioneros finalmente se libera de las de cadenas y sale al mundo exterior aprendiendo y conociendo sobre la “realidad”. Cuando el hombre libre vuelve a la caverna para liberar a sus amigos prisioneros, nadie lo escucha, lo acusan de mentiroso y lo condenan a muerte: ¿Cómo liberar al ser humano de las ataduras de la realidad de la caverna?, la masa está cómoda en su ignorancia y violenta hacia quienes insinúan esa ignorancia negando la posibilidad de autogobernarse. Inferimos de lo narrado que el camino ascendente de la consciencia, hacia la sabiduría, hacia su despertar parte de este ensayo de Platón como un corolario que posibilite ver a distancia la salida del mundo de las sombras.

Esto ofrece un reto a los activistas cuánticos quienes como el esclavo liberado que ha visto la luz, tienen que retornar al mundo de las sombras, para contagiar de las buenas nuevas a los demás ignorantes esclavizados a un caduco sistema de creencias, teniendo que luchar contra una poderosa masa crítica artificiosamente manipulada e inducida hacia la sociedad de la ignorancia (Martos, 2017).

¿Cómo llevar a cabo tal tarea de alumbramiento cognitivo y espiritual? Con una actitud pedagógica como la pretendida por la educación transracional, cuántica, una visión espiritual holística del ser humano, considerando que el espíritu no es una parte de las personas al lado de otras, es el ser entero que por su consciencia se descubre perteneciendo a un todo y como porción integrante de él (Martos, 2014).

Es destacable, que por el espíritu tenemos la capacidad de ir más allá de las meras apariencias, de lo que vemos, pensamos, escuchamos y amamos. Podemos aprehender el otro lado de las cosas, su profundidad, en este sentido, solo la vida del espíritu da plenitud al ser humano (Boff, 2017), esto es un bello sinónimo de espiritualidad. Resulta obvio que en nuestra cultura olvidamos cultivar esa vida del espíritu, que es nuestra condición radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas.

Recordemos también que la espiritualidad tiene que ver con una experiencia y no con ideas o códigos, tiene que ver con la vida, no con dogmas y doctrinas y además con el despertar de nuestras consciencias. Asimismo, la espiritualidad es propia de cada ser humano, ya que desde ella desarrollamos la capacidad de dialogar, escuchar, de acoger, de comunicarnos, comprendernos, comprender al otro, e incluir. Por lo tanto, pensamos que la verdadera espiritualidad consiste en saber entender el mundo del otro sin imponerle el nuestro lo que se traduce en empatizar con él.

Concluyendo podemos destacar que hay una diferencia entre espiritualidad y religión, al respecto cuando se le preguntó a Boff (teólogo brasilero) cuál era la diferencia entre religión y espiritualidad respondió: “Las religiones producen guerras, la espiritualidad produce paz”
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16 - CRONOLOGÍA DE LA CONCIENCIA HUMANA: LA FALSA PLANDEMIA HACE SURGIR EL PENSAMIENTO CRÍTICO INDIVIDUAL Y COLECTIVO

Este artículo está dedicado a dos mujeres pioneras que han introducido la filosofía transpersonal en la educación: Marely Figueroa y Noemi Siverio. Gracias, muchas gracias.

1 - La minoría de edad en el ser humano

Muchas personas se sienten ahora presionadas a reaccionar frente a esta falsa pandemia, lo cual obliga al más común de los mortales a reflexionar para intentar saber lo que está pasando en el mundo. Pero, como argumento en mi primer libro Pensar en ser rico, la actividad reflexiva puede ser activa o pasiva en función de la actitud del pensador respecto a la consideración del conocimiento como tabla de salvación ante un problema de difícil solución, y créanme que esta falsa pandemia ha obligado a pensar a más de uno.

Sin embargo, tener un pensamiento crítico es una ardua tarea que no toda persona desea iniciar. Es más fácil delegar el empoderamiento personal en manos de otras personas que nos solucionen los problemas, parafraseando a Kant, a causa de una cobardía y pereza que ha permitido a otros a erigirse en tutores nuestros. Dicho de otro modo, el ser humano está todavía en minoría de edad a causa de la pereza y cobardía de decidir si el empoderamiento de su propio pensamiento es conveniente o no para sus intereses individuales. Cuando una persona cede su empoderamiento (es decir, dejar de ser consciente de su propia conciencia), en realidad, está cediendo su poder personal y, por tanto, cede a los citados “tutores” las decisiones sobre actos y pensamientos que pertenecen propiamente al sentido de nuestra propia vida.

2 - La fragmentación de la conciencia y la disociación colectiva

En cierto modo, existe una fragmentación de nuestra conciencia personal y una disociación colectiva pues, como afirma Kant, la minoría de edad del ser humano consiste en la incapacidad para servirse del entendimiento sin verse guiado por algún otro, por ejemplo, el médico para la salud, el clérigo para la salvación de nuestras almas y el político para organizar nuestras vidas. Todo ese des-empoderamiento personal se realiza seguramente de un modo inconsciente, pues estamos adoctrinados a seguir ciertas reglas y roles sociales si queremos estar bien ajustados a un sistema de convivencia democrática que nos garantiza nuestra libertad y nuestro bienestar (nótese la ironía al ver cómo está el mundo actualmente….) ¿Para qué pensar?, es más fácil dejar las importantes cuestiones vitales en manos de otros:

-en beneficio de unos poderes fácticos organizados mediante una jerarquía plutocrática y satánica;

-de la industrias farmacéuticas, que nos envenenan;

-de la religión como espoleta espiritual dominada por el enemigo invisible de la humanidad;

-y la casta política que manipula a la economía y la ideología a través del poder ejercido sobre la educación.

A todo lo anterior, se le suele llamar, al menos yo así lo denomino, una ingeniería social y mental.

Ahora sabemos que los enemigos de la humanidad han esparcido una falsa pandemia biológica (al menos les ha salido mal), aunque han alcanzado parte de su objetivo final: inocular el miedo como virus de una pandemia psicológica. Esta pandemia psicológica colectiva atenta contra nuestra libertad de pensamiento, pues esos poderes fácticos insisten en que nos creamos sus mentiras económicas, políticas y epistemológicas. Afortunadamente, el gran despertar es imparable, como han demostrado las asociaciones de “médicos por la verdad”.

3 - España: Cómo Pablo Iglesias manipuló a la conciencia colectiva

En España, hubo un amago de despertar colectivo con el surgimiento del movimiento 15M del año 2011, el cual fue absorbido por el ahora acusado de terrorismo internacional Pablo Iglesias a la cabeza de la formación política Podemos. Todas las personas que participaron en aquella efervescente conciencia colectiva a través de los famosos “Círculos”, fueron literalmente engañadas con el sistema-plancha de votación que sólo podía dar como ganador a Pablo Iglesias y sus acólitos elegidos. Con esa jugarreta, Pabló Iglesias dejó tirados en el tablero a más de mil ciudadanos que se postularon para candidatos a hacer alta política, a decidir por nosotros mismos acerca de nuestras vidas. Pero eso no fue posible, quisimos trascender nuestra minoría de edad como quería Kant, pero Pablo Iglesias sentenció que los de abajo no estábamos preparados para pensar por nosotros mismos, él y sus secuaces se encargarían de pensar políticamente por nosotros. Así nos va, pronto lo veremos en este próximo mes de septiembre: viene una muy gorda.

4 - El empoderamiento y el despertar espiritual

No obstante, trascendí la anterior disociación colectiva del 15M, hasta preguntarme por qué hay tanto sufrimiento en el mundo. Descubrí que el conocimiento sin amor es puro egoísmo y la causa de tanto dolor en el mundo. Es en ese preciso momento donde se produce un “racionalismo espiritual” que, según la Tesis Doctoral de Noemi Siverio, se trataría de una dimensión espiritual: un despertar de la conciencia.

El despertar espiritual y la evolución del amor no es una cuestión que otros puedan hacer por nosotros sino que se convierte en nuestro personal camino ascendente hacia la sabiduría, ya no podemos delegar en “otros” esa tarea de empoderamiento intelectual y espiritual, pues atañe a nuestra propia libertad, que ahora queremos recuperar: por eso se originó el 15M, también los mal llamados “teóricos de la conspiración”, y ahora Q. Queremos trascender nuestra minoría de edad y que no nos llamen "negacionistas" por tener un "pensamiento crítico".

5 - El pensamiento crítico en la educación

¿Cómo vamos a educar a nuestros niños con tal manipulación de la historia? ¿Vamos a transmitirles los mismos valores que nos han esclavizado? ¿Es preciso que haya una ciencia de la conciencia que contemple el empoderamiento? ¿Es posible enseñar todo ello? Sí, mediante la filosofía transpersonal y una educación transracional tal como propone la Tesis de Marely Figueroa.

Para aprehender bien todo lo anterior es necesario un proyecto filosófico y pedagógico: cambiarse a sí mismo para cambiar al mundo. Una tarea que recae en científicos, filósofos, profesores y educadores.

Ahí dejo la propuesta, es una simple reflexión para saber con cuántos coincido en el camino.
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17 - ¿POR QUÉ ENFERMAMOS? ¿ES UNA CUESTIÓN DE CONCIENCIA?

Este artículo reproduce parte del capítulo 7 de mi libro PENSAR EN SER RICO, y se constituye en una de mis primeras reflexiones (año 2008) acerca de la psicopatología humana.

1 - PENSAMIENTO CONSCIENTE HACIA LA FELICIDAD PERSONAL

Lo que cada uno de nosotros determinemos lo que constituye nuestra felicidad espiritual, va a condicionar los objetivos de nuestra felicidad sensible. Y, ¿cómo se produce esta coincidencia? ¿Por qué nuestra dialéctica sensible busca acomodarse a nuestra dialéctica espiritual? Veamos cómo se produce esta identificación.

Es nuestro propio entendimiento (el particular saber de cada cual a través de su propia dialéctica intelectual), el que determina cómo debemos de obrar para ese fin. Cada persona busca satisfacer su felicidad espiritual y, consecuentemente, persigue, adapta o se conforma intelectualmente respecto de la felicidad sensible conseguida. Todavía no conocemos el fundamento del porqué cada cual elije lo que elije y, esto, sería objeto de un estudio más profundo en otra obra, pues estaría sujeto a condicionantes genéticos, sociológicos y psicológicos, en tanto que modelo cognitivo acerca de la personalidad. Pero, de momento, sí podemos establecer unas categorías que engloben un marco de actuación para todas las personas: cada uno de nosotros estamos determinados por nuestras propias potencialidades - cuerpo, mente y espíritu - y sus respectivas riqueza sensible (capítulo 4), riqueza intelectual (capítulo 5) y riqueza espiritual (capítulo 6). Dicho de otro modo, a cada estadio de felicidad espiritual le corresponde un estadio de felicidad sensible, que el entendimiento hace posible gracias a una felicidad intelectual que justifica dicha identificación (93). Expliquemos esto con algún ejemplo:

Pongamos por caso que mi grado de felicidad espiritual (amor en pareja) es tener una casa bien bonita y acomodada para vivir nuestra relación. En la medida que consiga ese bien material, habré conseguido la felicidad sensible que le corresponde al grado de la felicidad espiritual deseado. Y esto, como lo entiendo que es así, también coincide entonces con mi felicidad intelectual (pues conozco que lo he logrado). Pero, ese proceso de identificación entre lo deseable (felicidad espiritual) y lo conseguido (felicidad material), sólo es posible porque mi entendimiento (felicidad intelectual) así lo acepta en la propia identificación, independientemente de las circunstancias sociales del ejemplo. El entendimiento logra CONCIENCIA DE FELICIDAD PERSONAL cuando hay coincidencia de felicidad espiritual, felicidad sensible y felicidad intelectual en el mismo acto (94). Dicho de otro modo: seré feliz si, aquello que deseo espiritualmente se acomoda con la realidad material de ese deseo. Y como así lo entiendo en esa coincidencia, mi felicidad personal consiste en la unión de las tres felicidades en una sola. Sería el grado máximo de felicidad en un solo acto, expresado y sentido en una conciencia de la felicidad personal, la cual identifica a tres objetos: la felicidad espiritual (deseo amoroso), la felicidad sensible (logro material) y la felicidad intelectual (conocimiento de haber logrado el deseo).

Este proceso es válido para todas las personas. Da igual que sustituyamos la casa bien bonita y acomodada por un pisito pequeño y coquetón. Si la pareja, en este segundo caso, es lo que desea, se orienta la acción hacia la misma conciencia de la felicidad personal.

2 - DIALECTICA DE LA FELICIDAD PERSONAL

Ahora bien, como vivimos en un mundo de sentidos donde nos bombardean con nuevas necesidades, esa propia conciencia de la felicidad personal, recién conseguida, será sustituida por otra conciencia de la felicidad personal: es un proceso evolutivo que desemboca en la DIALECTICA DE LA FELICIDAD PERSONAL (95). Dicho de otro modo, vamos persiguiendo estadios continuos de felicidad personal a lo largo de nuestra vida. Eso es así, independientemente que lo consigamos o no. La dialéctica de la felicidad personal es la motivación última en nuestra vida: vamos persiguiendo la felicidad. Pero en esa loca carrera hacia la felicidad, se corre el riesgo de perder el necesario equilibrio entre lo material, lo intelectual y lo espiritual produciéndose, entonces, desviaciones hacia los extremos. En efecto, lo que nuestro entendimiento otorga como valor de felicidad personal, y es muy diferente en cada uno de nosotros, es lo que provoca conceptos diferentes de la citada felicidad personal para cada uno de nosotros. Se produce un silogismo de la felicidad (consciente o inconsciente): se dirige la propia felicidad personal hacia una de esas tres felicidades que la compone, ocupando entonces el lugar principal de toda nuestra dialéctica vital. Es decir, damos un valor predominante en nuestra vida a alguna de esas tres felicidades (material, intelectual o espiritual) usurpando, entonces, el lugar de la propia felicidad personal. Se produce una distorsión de la realidad: se produce la “enfermedad” psicológica y social. La mayoría viven en el materialismo como el propio objeto de la felicidad personal. Otros viven en la intelectualidad, alejados de toda conexión con la realidad. Y por último, los hay que se instalan en la espiritualidad extrema, rayando el fundamentalismo religioso y los extremismos más peligrosos. El predominio de alguna de las tres felicidades – material, intelectual o espiritual- usurpando el necesario equilibrio entre las tres, produce una distorsión de la realidad percibida: caemos en la “enfermedad” psicológica. Pero cuídense mucho de tachar de enfermo a un hedonista materialista, a un terrorista, a un fundamentalista religioso o a un intelectual retrógrado o dictatorial: creen actuar convenientemente. Hay que tener en cuenta que cada cual realiza su elección desde un estado de “libertad”. Cada cual es dueño de sus propias equivocaciones y distorsiones respecto de la comprensión de su propia realidad (96).

Un libro que seguramente ilustrará esta tesis es “El hombre libre y sus sombras” del psiquiatra Francisco Alonso-Fernández, donde hace una revisión de todos los aspectos de la libertad humana. Ofrece respuesta a muchas de las cuestiones mentales y sociales más preocupantes de la sociedad actual y revisa la libertad del ser humano. Dice el autor: “La pretensión de este ensayo es aportar al lector una ayuda informativa y vivida que le permita desarrollarse como una persona libre; y además, estar presto a defenderse a sí mismo y preservar a los suyos contra el empuje cada vez más poderoso de los movimientos sociales exterminadores de la libertad”. Alonso-Fernández hace un análisis antropológico de la libertad, entendiendo al individuo, como “cada quién es responsable ante sí mismo de convertirse o no en un individuo libre”.

Esos casos de “enfermedad” (97) se dan en las sociedades y las personas con una dialéctica excesivamente espiritual o materialista y, entre estas dos dialécticas, está la dialéctica intelectual intentando poner paz y orden a través de la historia. Es por ello que este ensayo pretende revindicar el lugar natural que le corresponde a la dialéctica intelectual hacia el Conocimiento con mayúscula. Sólo así estaremos mejor preparados para no desequilibrarnos hacia una lado excesivamente materialista y consumista que nos conduzca a la pérdida del propio sentido de nuestra vida (98).

El desequilibrio hacia el otro extremo, el excesivamente espiritualista, como ya he aludido anteriormente, es igualmente negativo pues se instala en la atalaya de la religiosidad o el misticismo sin conexión con el entendimiento propio de la época que le corresponde. Por esto mismo cuesta tanto que los cuerpos eclesiásticos cambien sus fundamentalismos para adaptarlos a la luz de los avances científicos y sociales. El enroscamiento en una posición excesivamente espiritual de la curia eclesiástica, la aleja del entendimiento común, social y científico de la sociedad contemporánea.

El discurso intelectual de la humanidad siempre ha discurrido entre las dos posiciones conceptualmente antagónicas, aunque intelectualmente unidas: el mundo y Dios, es decir, la materia y lo divino, es decir, el cuerpo y el espíritu, es decir, lo que soy físicamente y lo que aspiro espiritualmente, es decir, lo que siento y lo que amo, es decir, lo que pienso que soy y lo que pienso que quiero ser, es decir, en definitiva, el pensamiento de mi unicidad personal en forma de tríada del microcosmos (cuerpo, mente y espíritu) respecto de la misma tríada del macrocosmos ( Universo, Conocimiento y Amor) (99).

La consecuencia de dicho esquema conceptual paralelo es que, de manera unipersonal, se puede intentar (recalco lo de “intentar”) lograr hallar el equilibrio explicativo en la citada propia tríada (a eso se han dedicado todos los grandes pensadores de la historia) respecto de la tríada del universo. El problema, dentro de un contexto histórico, es que los grandes pensadores de todos los tiempos han pretendido resolver la tríada del universo al mismo tiempo que la tríada del hombre. Pero, lo único que han conseguido la suma de todos los filósofos y científicos de la historia es descomponer la tríada universal para hacerla comprensible a la luz de la ciencia actual (cualidad material). Queda todavía el trecho de hacerla comprensible en el plano intelectual y, seguidamente, en el plano plenamente espiritual: no existe todavía un consenso universal acerca de lo que constituye el objeto de nuestra humanidad, así como la finalidad de nuestra espiritualidad. Estamos en un punto concreto de la propia evolución de la humanidad. Es decir, la historia de la intelectualidad humana (historia del pensamiento) ha descompuesto la tríada del macrocosmos (Universo, Conocimiento y Amor), respectivamente, en ciencia, pensamiento y religión.

Siguiendo el orden de dicha descomposición, la ciencia ha llegado a reconocer la relatividad espacio-temporal (donde nada se destruye, sino todo se transforma) (100). La ciencia está llegando al límite de lo naturalmente explorable. La culminación conceptual de ello tiene su máximo exponente en el principio de indeterminación de Heisenberg, expresión matemática que marcó el fin del enfoque clásico y puramente dualista de la realidad. Esta desintegración de la rígida estructura del dualismo científico en la física, encuentra su analogía en el “teorema de Gödel” que deja, así, las puertas abiertas al mundo mental (101). Y, en este sentido, en palabra del premio Príncipe de Asturias de Investigación 2006, Juan Ignacio Cirac, todos sus trabajos se centran en investigar “los límites de la naturaleza”, “la frontera de lo imposible” (entrevista en el Diari de Tarragona el 21 de octubre del 2007). Habiendo tocado fondo la historia del pensamiento en la propia ciencia, debe redirigirse, ahora, el mismo pensamiento a la propia humanidad (102): ésta debe intelectualizarse a sí misma para desprenderse de las ataduras materiales que esclavizan al hombre contemporáneo. La historia del pensamiento humano ha desembocado en la atomización de la ciencia y, ahora, debe recomponerse ese puzle para ponerlo al servicio de la propia humanidad desorientada intelectual y espiritualmente: esta es la motivación inherente del presente ensayo.

La ciencia, al llegar a los límites investigables de la naturaleza, ha redirigido su mirada a los objetos propios de la espiritualidad humana. Hemos visto esto en “El viaje al amor” de Punset. Pero ya no es suficiente, la ciencia también quiere interpretar a Dios a través de un gen. Tal es el estudio que ha realizado Dean Hamer, genetista que afirma haber descubierto el “link” genético de la creencia en Dios. Muchos discuten que pueda encontrarse algo así codificado en el interior de un único fragmento de ADN. Esta hipótesis del gen de Dios, habría que llamarlo más correctamente el gen de la auto-trascendencia, pues eso es lo que afirma haber encontrado este genetista. En esencia, lo que viene a decir, y que todavía no se ha publicado en una revista científica, es que una de las dos versiones –alelos- que existen en el genoma humano del gen VMAT2, es el responsable de que ciertas personas posean una mente más espiritual, más mística.

No pretendo negar que la actitud científica prosiga con su camino de investigación. Ahora bien, reducir el amor y Dios a una interpretación exclusivamente científica, desgajándola de su dimensión intelectual y espiritual, sería lo equivalente a echar por tierra la propia condición intelectual y espiritual del hombre. Si desnudamos a la Humanidad de su Intelectualidad y de su Espiritualidad, ¿qué nos queda entonces? ¿Será la ciencia capaz de dar un sentido práctico a la vida futura de la humanidad? Habrá localizado al amor y a Dios y, los podrá señalar con el dedo bajo un microscopio, pero, ¿podrá, acto seguido, reconstruir la moral práctica sin contenidos intelectuales acerca de los motivos de la propia existencia? ¿Podrá explicar cuál es el sentido de la vida sin horizonte espiritual? Yo creo más bien que, la ciencia, no debe extralimitarse del campo que le es propio, a saber, el de la propia naturaleza y, acto seguido, poner dichos conocimientos al servicio del discurso intelectual de la humanidad. Es en esta dialéctica intelectual donde los hombres deben hallar un consenso de conocimientos para dirigir los destinos del mundo. Es decir, reorientar la espiritualidad de la humanidad. Y, se me antoja que, al igual que la filosofía ha tardado más o menos dos mil años para alcanzar la conciencia científica, presumo que dicha conciencia científica tardará muchos años en ser subsumida en una intelectualidad humana como centro de toda moralidad en base a conocimientos muy ciertos. Y aún cuando esto se consiga, habrá que luchar frente al fundamentalismo religioso, restándole todo el “poder divino” para colocar la propia espiritualidad en la humanidad.

Por tanto, concluyendo, pienso que pasarán muchas décadas para que la generación actual, así como algunas futuras, dejen atrás el estadio primero del materialismo, para dejar paso al estadio segundo: el humanismo. Y faltará bastante tiempo más, siglos quizás, para que la humanidad alcance el estadio tercero de espiritualidad. Esto requeriría un pleno consenso científico, intelectual y espiritual de todas las religiones y sociedades, dónde el hombre ya no sería “un lobo para el hombre”.

No obstante esta utopía futura planteada, es un deber intelectual plantear la posibilidad futura de ello, pues en eso consiste la filosofía, en pensar. Si no fuera por hombres con pensamientos profundos, la sociedad no habría llegado al estado actual de desarrollo. El pensamiento profundo sigue siendo el motor de la evolución, y este resurgir de grandes pensadores se hace patente en cada crisis del pensamiento humano. Pero la gran diferencia de nuestra época respecto del pasado es que, la atomización de las ciencias, así como la de las libertades humanas, no sólo ha provocado personas y sociedades “enfermas” sino que, la enfermedad se ha extendido al planeta entero. Y ahora toca remover todas y cada una de las conciencias para reconducir el sentido moral de la humanidad, siendo la única vía válida la del conocimiento. Así como en el pasado un solo pensador podía marcar la diferencia, ahora toca unificar todos los campos del saber, en una especie de “instituto del conocimiento” entre los doctos y sabios del mundo, para replantear los cimientos de una “nueva humanidad” que debe llegar irremediablemente, si no queremos ver este mundo a la deriva (103).

Por tanto, y después de tan larga conclusión, si ha entendido todo lo que he expuesto hasta aquí, solamente hay tres tipos de riqueza que pueden producir la felicidad personal: la riqueza sensible (dinero), la riqueza intelectual (conocimiento) y la riqueza espiritual (amor) cuando, respectivamente, coinciden en un mismo acto la felicidad espiritual (lo deseado), la felicidad sensible (lo logrado) y la felicidad intelectual (identificación racional entre lo deseado y lo logrado). Así, la capacidad de comprender y de entender (que es muy diferente en cada uno de nosotros: diferente en grado, pero no en esencia), es lo que hace que los objetos de lo que sea para cada cual la felicidad personal, tenga un arco bien diferente: la mayoría buscan su felicidad personal en la dialéctica sensible (material), otros en el discurso de la felicidad intelectual y algunos en la atalaya de la felicidad espiritual. Pero muy pocos logran una DIALECTICA DE LA FELICIDAD PERSONAL que integre a las tres felicidades (material, intelectual y espiritual), de un modo equilibrado en la realización personal de su proyecto de vida.

Aquí pierden, muchos, el horizonte de unificación de las tres felicidades para dar un sentido superior a su vida. Quedan atrapados en una sola dialéctica como impulsora principal de su discurso vital. Cuando intensificamos todos nuestro esfuerzo en uno de los tres posibles caminos solamente, confundiéndose con la dialéctica de la felicidad personal, es cuando se producen todos los desórdenes mentales y sociales que serán estudiados por los psicólogos, psiquiatras y sociólogos. Estos especialistas de lo humano son los que tienen que averiguar el porqué de las depresiones, la falta de felicidad y la no aceptación de identidad del sujeto con el medio con el que vive. Las personas y sociedades “enfermas” han perdido de vista que el sentido de la vida tiene que abarcar de un modo felizmente equilibrado lo sensible, lo intelectual y lo espiritual, y no el predominio de alguno de estos caminos sobre los otros. Solamente en la unificación equilibrada de esos tres caminos de felicidad se puede lograr la pretendida felicidad personal, al haber logrado nuestra conciencia la unicidad vivencial, racional y espiritual, libre de desviaciones patológicas.

Conviene recordar que las tres riquezas (dinero, conocimiento y amor), siguiendo por las respectivas tres dialécticas (sensible, intelectual y espiritual) con sus correspondientes felicidades, se evidencian en la conciencia reflexiva en busca de la felicidad personal a lo largo de la vida (104). Este mismo proceso es aplicable al desarrollo de la conciencia colectiva de las diferentes sociedades pasadas o existentes actualmente. Es la falta de equilibrio entre las tres felicidades lo que produce la “enfermedad” psicológica y social. Y es el desequilibrio extremo el que produce tantas guerras ideológicas, religiosas, así como las diferencias entre ricos y pobres. Si una persona, mediante su entendimiento, no logra comprender este proceso, no habrá entendido cual es la potencialidad a partir de la cual se origina todo: somos cuerpo, mente y espíritu.

AQUÍ en este enlace: LA EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA, SEGÚN AMADOR MARTOS en un vídeo Power Point de una hora de duración.

NOTAS:

93 – Los pensamientos son la sombra de nuestros sentimientos.(Nietzsche, filósofo alemán)

94 – La felicidad reside en el ocio del espíritu. (Aristóteles, filósofo griego)

95 – Acostumbrarse a la felicidad es una gran infelicidad. (Publio Siro, poeta romano)

96 – Es verdaderamente libre aquel que desea solamente lo que es capaz de realizar y que hace lo que le agrada. (Rousseau, filósofo francés)

97 – Las enfermedades son los intereses que se pagan por los placeres. (John Ray, naturalista británico)

98 – Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo. (Goethe, novelista y poeta alemán)

99 – La verdad filosófica no es la concordancia del pensamiento con el objeto, sino la adecuada expresión del ser del propio filósofo. (Georg Simmel, filósofo y sociólogo alemán)

100 – Nada perece en el universo; cuanto acontece en él no pasa de meras transformaciones.(Pitágoras, matemático griego)

101 – Libro: “El espectro de la conciencia” (Ken Wilber, editorial Kairós)

102 – La naturaleza nunca hace nada sin motivo. (Aristóteles, filósofo griego)

103 – El género humano tiene, para saber conducirse, el arte y el razonamiento. (Aristóteles, filósofo griego)

104 – La vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. (Ortega y Gasset, filósofo español)
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