"La conciencia, esa gran desconocida y, paradójicamente, tan presente en nosotros como ausente en el mundo"
(Amador Martos)

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En busca de la coherencia interna

EN BUSCA DE LA COHERENCIA INTERNA

Este artículo está inspirado en una pregunta que me ha realizado una amiga llamada Lorena, y dice así: "Tengo una gran pregunta, ¿Todo lo que escribes lo aplicas?". Mi agradecimiento a Lorena por su perspicaz pregunta que ha supuesto para mí todo un reto de introspección y reflexión.

“¿Todo lo que escribes lo aplicas?” es efectivamente una gran pregunta, y requiere de una respuesta coherentemente reflexionada para colmar esa expectativa planteada. Esa pregunta no puede ser respondida con un simple sí o no. Responder “sí” implicaría un cierto aire de vanagloria, presunción y estado de perfección a los ojos de los demás, algo a mi entender harto difícil de alcanzar; mientras que responder “no” llevaría a creer que el que escribe es incoherente en sus actos con lo pensado y lo escrito, lo cual echaría por tierra todo el planteamiento teorético de sus escritos. Entre el “sí” y el “no” así expresados taxativamente, se vislumbra la posibilidad de una dialéctica ética que permita superar las limitaciones entre la teoría expresada en los escritos y su aplicación en la praxis.

Mi respuesta a la pregunta es ésta: Todo lo que escribo tiene su origen en la aplicación de los principios en los que creo. Pero todos los principios sobre lo que escribo no implica necesariamente que puedan ser llevados efectivamente a la práctica, y ello requiere indagar sobre el por qué de esa posibilidad o imposibilidad de que exista una coherencia entre lo que se escribe y piensa y lo que se aplica efectivamente. Aunque esta respuesta parezca un trabalenguas, no lo es en absoluto. Veámoslo con algunos ejemplos razonados.

Por ejemplo, creer en el principio de la búsqueda de la sabiduría me lleva a escribir sobre ella. Pero escribir acerca de la sabiduría no implica que yo sea sabio pues, para ello, debe haber una coherencia interna entre lo que siento (buscar la sabiduría), lo que pienso (pensar como un sabio) y actuar como un sabio. Cuando una persona siente una cosa, piensa otra y actúa diferente se pierde la coherencia interna, se pierde la conciencia de unidad interna, se produce una gran contradicción. Las contradicciones están en el origen de la falta de sentido en la vida, pues sentimos una cosa, pensamos otra diferente y actuamos contradictoriamente.

Otro ejemplo puede ser el principio de saber escuchar la “voz interior” -“Logos” en términos del filósofo Heráclito- (1) que nos habla pero que pocas personas saben escuchar, o nuestro “doble” como defiende el físico francés Garnier. Sin embargo, escribir sobre ese principio de la escucha interna no implica necesariamente que sea fácil llevarse a la práctica, pues requiere plena atención presente en el aquí y en el ahora, implica una plena intencionalidad en la introspección de la propia mirada interna para crear una predisposición receptiva en forma de certeras intuiciones y no meras divagaciones de la imaginación. Para llevar este proceso de escucha interna a la práctica es preciso ejercer la meditación, aquietar la mente de los ruidos mundanos que nos distraen y convertirse en un observador más allá de nuestra propia mente.

Un ejemplo más puede ser el principio del amor como eje teorético de todos mis escritos. Pero escribir sobre el amor tampoco implica que en todo momento tenga la predisposición mental de la compasión y menos aún en su aplicación práctica. Sentir el amor, pensar amorosamente y actuar compasivamente debería ser un estado unitivo de la conciencia como máxima coherencia interna para todo ser humano, sin embargo, las guerras y las injusticias del mundo externo tienen su origen en las contradicciones internas de los hombres y mujeres pues sienten la llamada compasiva pero piensan y actúan egoístamente y, consecuentemente, es causa de sufrimiento.

Así, con estos tres ejemplos anteriores, los principios de toda persona constituyen sus propias creencias sobre las que edifican su unipersonal “visión de la vida” y serían legítimamente sus máximas aspiraciones para dar un sentido a la vida. Y mucho se ha escrito, como yo lo hago, sobre todos los principios rectores del sentido de la vida (la sabiduría y el amor, entre las más importantes). Sin embargo, si a pesar de haberse escrito tantos libros de filosofía y literatura sobres los principios rectores de la humanidad e, incluso, que dispongamos de una carta de los Derechos Humanos, ¿por qué entonces no tenemos un mundo en paz y feliz para todas las personas?

Mi respuesta es que no logramos alcanzar una coherencia interna entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos, es decir, vivimos entre permanentes contradicciones. Superar esas contradicciones internas es un reto que yo me he propuesto de modo que, escribir, se ha convertido para mí en una psicoterapia a través de la cual expreso los principios en los que creo y, aunque sea difícil pensar en ello con rectitud ética y una aplicación práctica virtuosa, debería ser nuestra máxima aspiración. De alguna manera entonces, mi máxima aspiración es pensar y actuar acorde a los más nobles principios en los que creo, siento y sobre los que escribo pero, no obstante ello, como imperfecto humano que soy y consciente de mi incompletitud, sufro mucho cuando no lo consigo.

Por tanto, sin ánimo de justificarme sino de buscar una mayor perfección, en respuesta a la pregunta de mi amiga Lorena que ha suscitado esta reflexión, no siempre aplico lo que escribo, pero siempre escribo sobre los principios que deberían ser las guías orientadores de nuestras acciones en relación con las demás personas. Y ello se convierte entonces en la aspiración de alcanzar una sabiduría que te permita pensar y actuar en coherencia con lo que sientes, es decir, un “camino ascendente hacia la sabiduría” no exento de dificultades a las que nos enfrentamos existencialmente mediante nuestra propia conciencia .

Gracias amiga Lorena por permitirme, con tu perspicaz pregunta, conocerme un poco más a mí mismo.

REFERENCIA:

(1) Heráclito de Éfeso fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció hacia el 484 a. C. Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor (actual Turquía). Como los demás filósofos anteriores a Platón, no quedan más que fragmentos de sus obras, y en gran parte se conocen sus aportes gracias a testimonios posteriores. Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa: se refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas. Todo este fluir está regido por una ley que él denomina Logos. Este Logos no solo rige el devenir del mundo, sino que le habla al hombre, aunque la mayoría de las personas “no sabe escuchar ni hablar”. El orden real coincide con el orden de la razón, una “armonía invisible, mejor que la visible”, aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no desprecia el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia. Era conocido como “el Oscuro”, por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir y del pensamiento dialéctico. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: todo fluye. Los dos pilares de la filosofía de Heráclito son: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige: “Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue”. El hombre puede descubrir este logos en su propio interior, pues el logos es común e inmanente al hombre y a las cosas.
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Libertad, sufrimiento y la razón tiránica

LIBERTAD, SUFRIMIENTO Y LA RAZÓN TIRÁNICA

Este artículo está inspirado en una conversación con un amigo, Emilio Diego, a quién le decía yo que “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”; a lo cual me preguntó Emilio Diego: “¿La libertad presupone sufrimiento? Ciertamente es una pregunta pertinente de ser analizada y respondida con la debida extensión que requieren esos dos temas así relacionados: la libertad y el sufrimiento.La libertad es un tema complejo y extenso, y así lo traté en mi obra Pensar en ser libre, no obstante, se pueden apuntar algunas generalidades para el objetivo de este artículo.



Según Wilber, una de las principales ironías de la modernidad fue que la misma diferenciación del Gran Tres (1) -que permitió el gran paso adelante hacia el logro de una mayor libertad- propició también el colapso en el mundo chato (2) y absurdo de las meras superficies. ¡Una mayor libertad para ser superficial! Para Platón, Plotino, Emerson y Eckhart, la naturaleza es una expresión del Espíritu pero, la ontología industrial que solo reconocía a la naturaleza, invadió y colonizó todos los otros dominios, provocando el hundimiento del Kosmos (3) en un mundo empírico. El hecho es que el marco de referencia descendente destruyó el Gran Tres -la mente, la cultura y la naturaleza- y perpetuó su disociación, su falta de integración, sembrando la tierra con sus fragmentos. La salvación -si es que es posible- reside en la integración del Gran Tres: la naturaleza (ello), la moral (nosotros) y la mente (yo).

De modo que, a partir de la modernidad, la razón egoica fue imponiendo su particular visión e interpretación de la realidad, hasta el punto de negar la trascendencia espiritual que había dominado mediante los ascendentes en el transcurrir temporal desde San Agustín al Renacimiento. Ahora la razón, incluso, era motivo para las revoluciones en contra del Estado y la Iglesia, facilitando así el surgimiento de las democracias. La razón, así, propició la libertad de los individuos, una libertad que con el discurrir de los siglos se ha convertido en el actual libertinaje.

La libertad, pues, ejercida desde la razón ha posibilitado los mayores logros de la humanidad en el terreno científico y el conocimiento del mundo objetivo pero, sin embargo, esa misma libertad ha sido ejercida para los más abominables crímenes contra la humanidad en toda la historia. En nombre de la razón, cualquier ideología puede ser abanderada para ejercerla libremente: así ocurrió con las cruzadas católicas en nombre de Dios, también el nazismo invocó a la superioridad de una cierta raza para justificar un holocausto humano; la libertad de los mercados económicos en un mundo globalizado, asimismo, también ha soslayado la libertad de los pueblos y de los individuos para someterlas a los intereses plutocráticos; la pretendida libertad de las democracias, cómo no, tampoco es cierta pues la galopante corrupción de los partidos políticos al servicio de la oligarquía financiera socava la pretendida libertad colectiva de los Estados; y cómo no aludir al imperialismo norteamericano que ha intervenido por doquier en todo el mundo con la pretendida excusa de potenciar la libertad de los pueblos, cuando en realidad había una subyacente intención de someter al mundo a un dominio unipolar y militarizado. En función de los anteriores ejemplos, es innegable que en nombre de una pretendida libertad se ha infligido mucho sufrimiento a las personas y los pueblos en general a través de la historia y que, en pleno siglo XXI, todavía imperan guerras a diestro y siniestro. Por tanto, la libertad ha sido reconvertida en un libertinaje mediante una razón tiránica.

Así, la tesis a modo de pregunta citada al principio, a saber, que la libertad genera sufrimiento, no es una entelequia sino una realidad muy viva a través de la historia y en nuestra era contemporánea también. La cuestión de fondo es saber ¿cómo y por qué se produce tanto sufrimiento en nombre de la libertad? Cabe señalar que todos los sistemas éticos surgidos desde las religiones así como en el derecho, apuntan a un intento de paliar dicho sufrimiento. La ética religiosa queda circunscrita al ejercicio voluntario de sus correspondientes fieles y, por tanto, concierne a la moralidad de los individuos en el ejercicio de su libertad. Sin embargo, en derecho, ese amplio margen moral de los individuos es restringido y traducido a leyes que, en la medida de lo posible, tratan de impartir justicia allí donde los individuos causan sufrimiento en el ejercicio de su libertad. Pero es obvio que, dicha justicia humana, tampoco es “justa” pues la libertad judicial es ninguneada por los políticos de turno que interfieren en la configuración ideológica afín en las propias estructuras judiciales, amén de la potestad del gobierno de turno en poder indultar a sus propios corruptos. De ahí que haya una justicia de primer y según orden, una para ricos y otra para pobres y, consecuentemente, el sufrimiento y las injusticias también están regidas en cierto modo por la capacidad adquisitiva de cada persona. Si la justicia no es igual para todos, el sufrimiento acaecido por el correspondiente ejercicio de la libertad, tampoco es equitativo cuando se trata de imponer las correspondientes penas judiciales.

Así, consecuentemente, es cierto que el ejercicio de la libertad genera un sufrimiento y, como tesis del inicio de este artículo, se trata de un sufrimiento acaecido en el ejercicio de la libertad exterior, mediante los actos de cada cual. De un modo ontológico, la libertad “exterior” es aquella ejercida en el dualismo “sujeto-objeto”, es decir, la persona contra el mundo, una proyección hacia el sufrimiento que se inicia, según muchos teóricos, con la alienación del sujeto durante el proceso del nacimiento del yo emocional, como origen de la conciencia fragmentada. Y dicho sufrimiento, siguiendo la teoría de la evolución de la conciencia de Ken Wilber, no se puede paliar hasta alcanzar los dominios supraconscientes, momento en el cual es posible la liberación del sufrimiento inherente al espacio, el tiempo y los objetos, y emanciparse así del terror intrínseco al valle de lágrimas denominado samsara (Forma o mundo manifiesto). Así pues, como decía al principio, “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”.

La línea divisoria, por decirlo de alguna manera, entre el sufrimiento y el no sufrimiento, se halla correlativamente en la libertad ejercida desde el egoísmo humano (el típico y ya clásico ego) y la trascendencia de dicho ego mediante una libertad ejercida desde la compasión. Dicho de otro modo, cualquier argumentación desde la razón tiránica (religiosa, política, narcisista, institucional o cualquier otra forma en que la razón disfraza la libertad para el ejercicio de cualquier ideología), se convierte en una causa de sufrimiento pues solo sirve al ego del teórico que defiende una pretendida libertad en el ejercicio de su propia razón. Así, todo aquel que quiera tener la “razón”, al tenerla con o sin razón, ya está causando sufrimiento en aquellos que pretendidamente carecen de ella, pues como dijera el mismo Descartes acerca del reparto igualitario del buen sentido:

"El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que aun los más difíciles de contentar en cualquier otra cosa no suelen desear más del que tienen. Al respecto no es verosímil que todos se equivoquen, sino que más bien esto testimonia que la capacidad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se llama el buen sentido o la razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y así la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que los otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por distintas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no se trata de tener el ingenio bueno, sino que lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, tanto como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden avanzar mucho más, si siguen el camino recto, que los que corren pero se alejan de él."

Evidentemente, esa razón egoica que provoca tanto sufrimiento es más propia de los enfoques occidentales. Las escuelas orientales, por otra parte, suelen mostrar un mayor interés por el nivel mental, eludiendo así por completo los niveles egocéntricos. En pocas palabras, el propósito de las psicoterapias occidentales es el de “reparar” el yo individual, mientras que en los enfoques orientales se proponen trascender el yo. Si deseamos ir más allá de los confines del yo individual, encontrar un nivel de conciencia todavía más rico y generoso, aprendamos entonces de los investigadores del nivel mental, en su mayoría “orientales”, que se ocupan del concienciamiento místico y de la conciencia cósmica. El objetivo primordial de los enfoques orientales no son el de reforzar el ego, sino el de trascenderlo de un modo total y completo, para alcanzar la liberación y la iluminación. Estos enfoques pretenden conectar con un nivel de conciencia que ofrece una libertad total y la liberación completa de la raíz de todo sufrimiento.

La inmensa mayoría de la gente, especialmente la sociedad occidental, no está preparada, dispuesta o capacitada para seguir una experiencia mística, ni es conveniente empujarla a dicha aventura. Sin embargo, como queda acreditado mediante la meditación, solo una libertad enfocada al mejoramiento personal, a la evolución de la propia conciencia desde el ego personal hacia la transpersonalidad, puede posibilitar una auténtica revolución generada desde el interior de los individuos. Y en ese sentido, cada vez que nuestra razón tiránica haga acto de presencia, deberemos estar lo suficientemente alertas para que no sea ejercida de un modo déspota sino, en su lugar, dejar que fluya la libertad compasiva para evitar así infligir sufrimiento en los demás mediante nuestros actos, pero también en nosotros mismos pues todo sufrimiento generado a los demás es como si nos lo hiciéramos a nosotros mismos. No en vano, el imperativo categórico kantiano (o “nosotros kantiano”) (4) sigue siendo la asignatura pendiente de superar por la filosofía occidental, y la causa más que probable de todo el sufrimiento que Occidente ha propagado desde la modernidad.

Como decíamos pues al inicio de este artículo, la diferenciación del Gran Tres -la mente, la cultura y la naturaleza- y su perpetua disociación está en el origen de tanto sufrimiento en este mundo y, la salvación, solo puede provenir de la integración de la ciencia (ello), la moral (nosotros) y la persona (yo). Y dicha integración solo es posible mediante el ejercicio de la genuina filosofía platónica resumida sucintamente en esta cita: “La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma entorno al Ser”. Y ese diálogo interior debe enfocarse principalmente a la evolución de la conciencia de cada cual, pues como dijera el inconmensurable Sócrates: “Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo”.

Es bajo dichas premisa que, yo personalmente, trato de evitar que la razón tiránica haga acto de presencia en el ámbito familiar, social, en los diversos foros de las redes sociales y, en general, en cualquier actividad discursiva donde deba intervenir la palabra. Y es así como pienso que “no hay mayor libertad que la libertad interior, la que nos libera de todo sufrimiento exterior”, pues como dijera el insigne Aristóteles, “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”.


REFERENCIAS:

(1) La visión racional-industrial del mundo sostenida por la Ilustración cumplió con funciones muy importantes como la aparición de la democracia, la abolición de la esclavitud, el surgimiento del feminismo liberal, la emergencia de la ecología y las ciencias sistémicas, entre algunas más, pero sin duda, la más importante puesta en escena fue la diferenciación entre el arte (yo), la ciencia (ello) y la moral (nosotros), el Gran Tres diferenciado por Kant a través de sus Tres críticas.

Tras el Renacimiento surgió la Edad de la Razón o Filosofía Moderna cuyo uno de sus máximo exponente fue Kant. Con las Tres críticas -La crítica de la razón pura (Kant, 2005), La crítica de la razón práctica (Kant, 2008) y La crítica del juicio (Kant, 2006a)-, se produce una diferenciación de tres esferas: la ciencia, la moralidad y el arte. Con esta diferenciación, ya no había vuelta atrás. En el sincretismo mítico, la ciencia, la moralidad y el arte, estaban todavía globalmente fusionados. Por ejemplo: una “verdad” científica era verdadera solamente si encajaba en el dogma religioso. Con Kant, cada una de estas tres esferas se diferencia y se liberan para desarrollar su propio potencial:

-La esfera de la ciencia empírica trata con aquellos aspectos de la realidad que pueden ser investigados de forma relativamente “objetiva” y descritos en un lenguaje, es decir, verdades proposicionales y descriptivas (ello).

-La esfera práctica o razón moral, se refiere a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo (nosotros).

-La esfera del arte o juicio estético se refiere a cómo me expreso y qué es lo que expreso de mí, es decir, la profundidad del yo individual: sinceridad y expresividad (yo).

(2) Wilber (2005: 177):

Los grandes e innegables avances de las ciencias empíricas que tuvieron lugar en el periodo que va desde el Renacimiento hasta la Ilustración, nos hicieron creer que toda realidad podía ser abordada y descrita en los términos objetivos propios del lenguaje monológuico del “ello” e, inversamente, que si algo no podía ser estudiado y descrito de un modo objetivo y empírico, no era “realmente real”. Así fue como el Gran Tres terminó reducido al “Gran Uno” del materialismo científico, las exterioridades, los objetos y los sistemas científicos [denominado por Wilber como una visión chata del mundo].

(3) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.

(4) El “nosotros” kantiano se debe interpretar como la esfera práctica o razón moral, es decir, a cómo tú y yo podemos interactuar pragmáticamente e interrelacionarnos en términos que tenemos algo en común, es decir, un entendimiento mutuo. La obra La crítica de la razón práctica de Kant (2008) trata de la filosofía ética y moral que, durante el siglo XX, se convirtió en el principal punto de referencia para toda la filosofía moral. El imperativo categórico es un concepto central en la ética kantiana, y de toda la ética deontológica moderna posterior. Pretende ser un mandamiento autónomo (no dependiente de ninguna religión ni ideología) y autosuficiente, capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones. Kant empleó por primera vez el término en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Kant, 2006b). Según Kant, del imperativo categórico existen tres formulaciones: 1- “Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. 2- “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio”. 3- “Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”.


BIBLIOGRAFÍA:

Kant, Immanuel. La crítica de la razón pura. Madrid: Taurus, 2005.

Kant, Immanuel. La crítica del juicio. Barcelona: Espasa libros, 2006a.

Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos, 2006b.

Kant, Immanuel. La crítica de la razón práctica. Buenos Aires: Losada, 2008.

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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La incubación del yo físico (Fulcro 1)

1 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: LA INCUBACIÓN DEL YO FÍSICO (FULCRO 1)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA (4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (1 de 10).

Hoy en día se habla mucho de “perspectiva global”, de “conciencia global”, de pensar globalmente y de actuar localmente. Sin embargo, según Wilber, un mapa global es una cosa y un cartógrafo capaz de vivir de acuerdo a él otra completamente diferente. Una perspectiva global no es algo innato, el niño no nace con ella. Una perspectiva global es algo tan excepcional e infrecuente que hay pocos individuos que realmente la posean. La utilidad de los mapas supuestamente globales o sistémicos son mapas de la Mano Derecha, por el contrario, el asunto crucial consiste en el desarrollo de la Mano Izquierda (1), en suma, promover el desarrollo de los individuos hasta el punto en el que estén en condiciones de asentarse en una conciencia global. Es desde dentro y más allá de esta perspectiva global desde donde emergen los estadios genuinamente espirituales o transpersonales (2) en la medida en que el Espíritu comienza a reconocer sus dimensiones globales. Por tanto es necesario un proceso de desarrollo y evolución que conduce hasta el Yo global, una escalera que es preciso subir peldaño a peldaño y que consta de nueve estadios de evolución de la conciencia.

Fulcro 1: La incubación del yo físico

En el momento del nacimiento, el bebé es un organismo fundamentalmente sensioromotor, un holón (3) que incluye y trasciende a las células, las moléculas y los átomos que lo componen. En términos de Piaget, el bebé está identificado con la dimensión sensoriofísica, lo cual explica que ni siquiera pueda distinguir entre interior y exterior: el yo físico y el mundo físico se hallan fundidos, es decir, todavía no se han diferenciado. Este temprano estado de fusión suele denominarse “matriz primordial” porque es la matriz que irá diferenciándose a lo largo del proceso de desarrollo subsiguiente. La matriz primordial es simplemente la fase 1 del fulcro 1. Recordemos que, en cada uno de los fulcros del desarrollo, el yo debe atravesar un proceso trifásico (1-2-3): identificación con un determinado peldaño, diferenciación de ese peldaño hasta trascenderlo y, por último, integración e incluyéndolo en su propia estructura.

Pero alrededor de los cuatro meses de edad, el niño comienza a diferenciar entre las sensaciones físicas del cuerpo y las del entorno que le rodea. El niño muerde una sabana y no le duele, pero se muerde el pulgar y sí le duele. Entonces es cuando empieza la diferenciación del fulcro 1, una fase que suele completarse en el primer año de vida, habitualmente entre los cinco y nueve meses de edad y se constituye en un proceso de “incubación” hasta el “nacimiento real”, por así decirlo, del yo físico -o fase 2 del fulcro 1-.


REFERENCIAS:

(1) Según Ken Wilber (2005:139):

La hermenéutica es el arte de la interpretación. La hermenéutica se originó como una forma de comprender la interpretación misma porque cuando usted interpreta un texto hay buenas y malas formas de proceder. En general, los filósofos continentales, especialmente en Alemania y en Francia, se han interesado por los aspectos interpretativos de la filosofía, mientras que los filósofos anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos han soslayado la interpretación y se han dedicado fundamentalmente a los estudios pragmáticos y empírico-analíticos. ¡La vieja disputa entre el camino de la Mano Izquierda y el camino de la Mano Derecha! (la Mano Izquierda se refiere a “lo intencional” y a “lo cultural”, que tienen que ver con la profundidad interior a la que solo se puede acceder mediante la interpretación; y la Mano Derecha se refiere a “lo empírico” y “perceptual”). Así pues, recuerde, que la “hermenéutica” es la clave que nos permite adentrarnos en las dimensiones de la Mano Izquierda. La Mano Izquierda es profundidad y la interpretación es la única forma de acceder a las profundidades. Como diría Heidegger, la interpretación funciona en todo el camino de descenso para el cual el mero empirismo resulta casi completamente inútil.

(2) Etimológicamente el término transpersonal significa “más allá” o “a través” de lo personal, y en la literatura transpersonal se suele utilizar para hacer referencia a inquietudes, motivaciones, experiencias, estadios evolutivos, modos de ser y otros fenómenos que incluyen pero trascienden la esfera de la individualidad y de la personalidad humana, el yo o ego (Ferrer, 2003). Entre sus intereses centrales se encuentran “los procesos, valores y estados transpersonales, la conciencia unitiva, las experiencias cumbre, el éxtasis, la experiencia mística, la trascendencia, las teorías y prácticas de la meditación, los caminos espirituales, la realización (...) y los conceptos, experiencias y actividades con ellas relacionados” (Vaughan y Walsh, 1982:14). Entre sus objetivos principales se encuentra la delimitación de las fronteras y las variedades de la experiencia humana consciente (Rowan, 1996). (Cita extraída de la Tesis Doctoral titulada Complejidad y Psicología Transpersonal: Caos, autoorganización y experiencias cumbre en psicoterapia, de Iker Puente Vigiola, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Barcelona, 2014).

Sin embargo, a los efectos prácticos de este artículo, el concepto de conciencia transpersonal se implementa también con la siguiente definición: En los estados modificados de consciencia estudiados por la psicología transpersonal se producen cambios en el flujo del pensamiento, en la percepción de la realidad y a nivel emocional. En estos estados pueden ocurrir experiencias de catarsis y, sobre todo, experiencias místicas o extáticas, que diversos autores han definido como religiosas, trascendentes, transpersonales o experiencias cumbre. En estas vivencias el mundo se percibe como una totalidad, en la que el propio individuo está inmerso. Se produce, al mismo tiempo, una sensación subjetiva de unidad, en la que el Yo individual se diluye, desapareciendo toda distinción significativa entre el Yo y el mundo exterior. Esta experiencia es vivida por la persona como algo positivo, y autores como Maslow o Grof señalan que puede tener efectos beneficiosos y terapéuticos. Sin embargo, la disolución del Yo previa a la sensación subjetiva de unidad, puede ser vivida por el sujeto como un momento de caos, de desequilibrio y desestructuración, de pérdida de los puntos de referencia habituales. Diversos autores se han referido a esta experiencia como muerte del ego. (Grof, 1988; Wilber, 1996; Fericgla, 2006). (Cita extraída del artículo titulado Psicología Transpersonal y Ciencias de la Complejidad: Un amplio horizonte interdisciplinar a explorar, de Iker Puente, Journal of Transpersonal Research, 2009, Vol. 1 (1), pp 19-28 ISSN: 1989-6077).

Por tanto, en este artículo, el paso de la conciencia personal a la conciencia transpersonal, debe interpretarse como la muerte del ego en su viaje iniciático hacia la percepción unitaria del sujeto cognoscente con el mundo (no dualidad entre sujeto y objeto), donde las emociones egoístas e individualistas dejan paso a la compasión. Se trataría, en suma, de un ascendente viaje iniciático-cognitivo similar al descrito como salida del mundo de las sombras en el Mito de la Caverna de Platón, para luego transmitir de un modo descendente la sabiduría adquirida en el Mundo de las Ideas, donde la reina es el Amor.

(3) La realidad está compuesta de totalidades/partes, u “holones”. Arthur Koestler acuño el término “holón” para referirse a una entidad que es, al mismo tiempo, una totalidad y una parte de otra totalidad. Y si usted observa atentamente las cosas y los procesos existentes, no tardará en advertir que no son solo totalidades sino que también forman parte de alguna otra totalidad. Se trata, pues, de totalidades/partes: de holones.

Todos los holones poseen cuatro capacidades (individualidad, comunión, autotrascendencia y autodisolución); el motor de la evolución es el impulso autotrascendente y su desarrollo es holoárquico, es decir, que procede trascendiendo e incluyendo (las células, por ejemplo, trascienden e incluyen a las moléculas que, a su vez, trascienden e incluyen a los átomos, etcétera). El impulso autotrascendente del Kosmos va creando holones de una profundidad cada vez mayor y que, cuanta mayor es la profundidad del holón, mayor es también su nivel de conciencia.

Pero cuanta mayor es la profundidad mayor es también el riesgo de que aparezcan problemas. Los perros, por ejemplo, pueden padecer cáncer, cosa que no ocurre, obviamente en el caso de los átomos. No se trata pues de que el proceso evolutivo discurra de una manera apacible y tranquila sino que, en cada uno de sus pasos, se encuentra sujeto a un proceso dialéctico.

Pero los holones no solo tienen un interior y un exterior, también existen de manera individual y colectiva, lo cual significa que cada holón presenta cuatro facetas diferentes, a las que Wilber ha denominado cuatro cuadrantes (intencional, conductual, cultural y social).


BIBLIOGRAFÍA:

Fericgla, José M. Los chamanismos a revisión. Barcelona: Kairós, 2006.

Ferrer, Jorge. Espiritualidad creativa: una visión participativa de lo transpersonal. Barcelona: Kairós, 2003.

Grof, Stanislav. Psicología Transpersonal: nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia. Barcelona: Kairós, 1988.

Rowan, John. Lo transpersonal: psicoterapia y counselling. Barcelona: La Liebre de Marzo, 1996.

Vaughan, F. y Walsh, R. Más allá del ego. Barcelona : Kairós, 2000.

Wilber, Ken. El proyecto Atman. Barcelona: Kairós, 1996.

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El nacimiento del yo emocional

2 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: EL NACIMIENTO DEL YO EMOCIONAL (FULCRO 2)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (2 de 10).

Fulcro 2: El nacimiento del yo emocional

Una vez atravesado el fulcro 1, el niño ha trazado ya las fronteras de su yo físico pero todavía no ha establecido las fronteras de su yo emocional. Puede diferenciar su yo físico del entorno físico pero todavía no puede diferenciar su yo emocional de su entorno emocional, lo cual significa que su yo emocional permanece fundido o identificado con quienes le rodea, especialmente con la madre: esta es la fase de fusión con la que se inicia el fulcro 2. El hecho de que no pueda diferenciarse del mundo emocional y vital que le rodea le lleva a considerar al mundo como una extensión de sí mismo y, precisamente, éste es el significado técnico del término “narcisismo”. Un narcisismo, en este estadio, que no es patológico sino perfectamente normal pues es todavía incapaz de pensar por sí mismo. Dicho de otro modo, su perspectiva es la única de la existencia y por ello, cuando juega al escondite, se cubre los ojos creyendo que si él no le ve a usted, usted tampoco podrá verle a él. Su identidad es biocéntrica porque se halla fundido con la biosfera interna y externa y, por tanto, sumamente egocéntrico pues carece de fronteras emocionales.

Pero en algún momento entre los 15 y los 24 meses, el yo emocional comienza a diferenciarse del entorno emocional, lo que puede llamarse el “nacimiento psicológico del niño”. Es precisamente en ese momento en el que el yo pasa de la fase de fusión inicial a la fase de diferenciación del fulcro 2, cuando tiene lugar el “nacimiento emocional” del niño y comienza a despertar al hecho de que es un yo separado que existe en un mundo separado. Muchos teóricos consideran que éste es el comienzo de la alienación, de la enajenación profunda, el dualismo básico, la escisión entre sujeto y objeto, el origen de la conciencia fragmentada. El mundo manifiesto es un lugar atroz y cuando los humanos toman conciencia de este hecho sufren terriblemente, y ese doloroso proceso es denominado como despertar. En ese momento, está comenzando a adentrase en el mundo del dolor y del sufrimiento, una pesadilla infernal ante la que solo tiene dos alternativas: regresar a la fusión anterior en la que no era consciente de la alienación, o seguir creciendo hasta llegar a superar esta alienación en el despertar espiritual. Cuando despertamos como yo emocional separado, con todo el gozo y el terror que ello implica, hemos trascendido realmente el estado de fusión anterior, hemos, en cierto modo, despertado, hemos ganado en profundidad y en conciencia, lo cual tiene su propio valor intrínseco.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El nacimiento del yo conceptual

3 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: EL NACIMIENTO DEL YO CONCEPTUAL (FULCRO 3)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (3 de 10).

Fulcro 3: El nacimiento del yo conceptual

Si todo va relativamente bien, el yo deja de estar exclusivamente identificado con el nivel emocional. Es entonces cuando comienza a trascender ese nivel y a identificarse con el yo mental o conceptual, momento que jalona el comienzo del fulcro 3 y de la mente representacional, la mente compuesta por imágenes, símbolos y conceptos a la que Piaget denomina estadio preoperacional. Las imágenes comienzan a aparecer alrededor de los siete meses de edad y se parecen tanto al objeto que representan que, si cierra los ojos e imagina un perro, esa imagen se asemeja mucho al perro real. Los símbolos, por su parte, también representan a los objetos pero son operaciones cognitivas más complejas y dominan la conciencia entre los 2 hasta los 4 años de edad, aproximadamente. En ese momento comienzan a aparecer los conceptos y gobiernan la conciencia desde los 4 a los 7 años. Si bien los símbolos representan a los objetos, los conceptos representan a un conjunto de objetos. Es entonces cuando despunta un yo especialmente mental, un yo conceptual que se identifica con la mente conceptual, hallándose así en presencia del fulcro 3 en el que el yo ya no es un manojo de sensaciones, impulsos y emociones sino un conjunto de símbolos y conceptos. En ese momento comienza a aparecer el mundo lingüístico, el mundo noosférico, lo cual provoca una auténtica revolución: hemos pasado de la fisiosfera del fulcro 1 hasta la biosfera del fulcro 2 y, ahora en el fulcro 3, comenzamos a adentrarnos en la noosfera.

El mundo lingüístico es, en realidad, un nuevo mundo que nos abre a un nuevo espacio: ahora el yo puede pensar en pasado y planificar el futuro, y también puede comenzar a controlar sus funciones corporales y a imaginar cosas que no se hallan inmediatamente presentes ante sus sentidos. Pero el hecho de que pueda anticipar el futuro supone también que puede preocuparse y experimentar ansiedad, y el hecho de que pueda pensar en el pasado implica que puede sentir remordimientos y rencor.

Los tres primeros fulcros hasta ahora vistos constituyen los tres primeros niveles del proceso de evolución de la conciencia, cada uno de los cuales nos brinda una diferente visión del mundo. Si la visión del mundo es el aspecto que asume el Kosmos (1) desde un determinado peldaño de la escalera de la evolución de la conciencia, ¿qué aspecto tiene el Kosmos cuando usted dispone sólo de sensaciones e impulsos? A este paisaje lo denomina Wilber visión arcaica del mundo (fulcro 1). Cuando a esa perspectiva se le agregan posteriormente imágenes y los símbolos aparece la visión mágica del mundo ( fulcro 2); más tarde, cuando se le incorporan las reglas y los roles surge la visión mítica del mundo (fulcro 3); y con la emergencia del estadio operacional formal aparece el mundo racional, etcétera. Con la aparición de la visión racional del mundo, el sujeto comprende que no existe salvación mágica o mítica a menos que emprenda el correspondiente proceso de desarrollo y que, si quiere transformar la realidad, deberá hacerlo él mismo.


REFERENCIA:

(1) Wilber examina el curso del desarrollo evolutivo a través de tres dominios a los que denomina materia (o cosmos), vida (o biosfera) y mente (o noosfera), y todo ello en conjunto es referido como “Kosmos”. Wilber pone especial énfasis en diferenciar cosmos de Kosmos, pues la mayor parte de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que les lleva a presuponer que el cosmos físico es la dimensión real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material, siendo un enfoque brutal que arroja a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo. Wilber no quiere hacer cosmología sino Kosmología.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El nacimiento del yo rol

4 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: EL NACIMIENTO DEL YO ROL (FULCRO 4)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (4 de 10).

Fulcro 4: El nacimiento del yo rol

De ese modo llegamos al fulcro 4, a la estructura que Wilber denomina mente “regla/rol” y Piaget como estadio cognitivo operacional concreto (“conop”), un estadio que aparece alrededor de los 6 ó 7 años y que domina a la conciencia hasta algún momento entre los 11 y los 14 años: implica la capacidad de aprender reglas mentales y de asumir roles mentales y, lo que es realmente crucial, la capacidad de asumir el papel de los demás, lo cual constituye un extraordinario paso hacia adelante en el camino que conduce hacia lo global, en el camino que lleva a asumir una perspectiva mundicéntrica pues se halla en condiciones de asumir el rol de los demás. Por supuesto que todavía no ha alcanzado la perspectiva mundicéntrica, pero lo cierto es que está moviéndose en la dirección correcta porque ha comenzado a darse cuenta de que su visión no es la única del mundo. Ello supone un cambio total de la visión del mundo -un cambio de paradigma-, y conlleva un profundo cambio en la sensación de identidad, en la actitud moral y en las necesidades del yo.

El cambio de paradigma que conduce de la modalidad de conciencia preconvencional a la modalidad convencional (desde el fulcro 3 hasta el fulcro 4) es un cambio que resulta evidente en la capacidad de asumir el rol de los demás, y a lo largo de todo es proceso, podemos advertir una continua disminución del egocentrismo puesto que la evolución global del ser humano apunta hacia estados cada vez menos egocéntricos. Pero la batalla evolución versus egocentrismo es también la contienda arquetípica global del universo y, según Howard Gardner, tal desarrollo humano puede ser considerado como una continua disminución del egocentrismo. Wilber resume el proceso de disminución del narcicismo como una secuencia que va del fisiocentrismo (fulcro 1) al biocentrismo (fulcro 2) y luego al egocentrismo (fulcro 3), tres estadios sucesivos en los que el egocentrismo es cada vez menor. Y, en el momento en que aparece la capacidad de asumir el rol de los demás, la perspectiva egocéntrica experimenta otro cambio radical y pasa de ser egocéntrica a sociocéntrica. Sin embargo, la actitud sociocéntrica o convencional tiende a ser muy etnocéntrica: la consideración y el respeto se han expandido desde mí hasta mi grupo, es decir, hasta incluir a quienes participan de la misma mitología, la misma ideología, la misma raza, el mismo credo, la misma cultura…pero no más allá. Por tanto, todavía no puedo pasar de una actitud sociocéntrica y etnocéntrica a una actitud auténticamente mundicéntrica o universal y pluralista, lo cual es propio del fulcro 5.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El ego mundicéntrico o maduro

5 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: EL EGO MUNDICÉNTRICO O MADURO (FULCRO 5)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (5 de 10).

Fulcro 5: El ego mundicéntrico o maduro

Llegamos así al fulcro 5 entre los 11 y los 15 años que, en la cultura occidental, corresponde al estadio de las operaciones formales (“formop”). Del mismo modo que la estructura operacional concreta podía operar sobre el mundo concreto, la estructura formop permite operar sobre el pensamiento. Ya no se trata solo de pensar sobre el mundo sino de pensar sobre el pensamiento, algo, por cierto, que no es tan árido y abstracto como puede parecer a simple vista. En realidad es exactamente todo lo contrario, porque eso significa que la persona está en condiciones de comenzar a imaginar posibles mundos diferentes, lo cual le abre al mundo del auténtico soñador. A partir de entonces aparece la posibilidad de un mundo ideal y la conciencia de la persona puede soñar en cosas que no se hallan presentes, imaginar posibles mundos futuros y hacer lo necesario para transformar el mundo en función de esos sueños ya que es “la edad de la razón y de la revolución”.

Asimismo, el hecho de pensar sobre el pensamiento posibilita la auténtica introspección, pues por vez primera el mundo interno se abre ante el ojo de la mente y el espacio psicológico se convierte en un nuevo y excitante territorio. Las imágenes internas danzan en el interior de la cabeza y éstas no proceden de la naturaleza externa, del mundo mítico o del mundo convencional sino de una extraña y milagrosa voz interior. En este punto, la actitud moral pasa de ser convencional a ser postconvencional: a partir de ese momento, usted puede criticar a la sociedad convencional, pues el hecho de “pensar sobre el pensamiento” le permite “juzgar las normas” y, en cierto modo, puede trascenderlas. Éste es el proceso trifásico característico del paso del fulcro 4 al fulcro 5: al comienzo, uno se halla fundido con las reglas y los roles convencionales, identificado con ellas (y en consecuencia, se encuentra a su merced y es un auténtico conformista); pero luego comienza a diferenciarse de ellas y a transcenderlas, logrando así una cierta libertad que le permite pasar al siguiente estadio superior (fulcro 5), en donde todavía deberá integrar estos roles sociales. En suma, el paso de lo sociocéntrico a lo mundicéntrico supone otra disminución del narcicismo, otro descentramiento, otra trascendencia, pues usted quiere saber qué es lo correcto y qué es lo adecuado, pero no solo para su pueblo sino para todo el mundo. Entonces es cuando asume una actitud postconvencional, global o mundicéntrica y, lo que es más importante, se aproxima a una actitud auténticamente espiritual o transpersonal.

Por vez primera en todo el proceso de desarrollo y evolución de la conciencia disponemos de una perspectiva mundicéntrica o global, ¡un viaje muy largo por una carretera muy pedregosa en el camino que conduce a lo global! Y, lo que es más importante, esta plataforma mundicéntrica constituye el trampolín para acceder a cualquier desarrollo posterior superior. Se trata de un cambio irreversible, de una transformación que no tiene posible vuelta a tras puesto que, una vez que contempla el mundo desde una perspectiva global, ya no puede dejar de hacerlo. Por primera vez en el curso de la evolución, el Espíritu contempla a través de sus ojos y ve un mundo global, un mundo descentrado del yo y de lo mío, un mundo que exige atención, respeto, compasión y convicción, un Espíritu que solo se expresa a través de la voz de quienes tienen el coraje de permanecer en el espacio mundicéntrico y no caer en compromisos inferiores más superficiales, lo cual está directamente relacionado con la actitud moral. La moralidad convencional es sociocéntrica mientras que la moral postconvencional es mundicéntrica y está basada en el principio del pluralismo universal o multiculturalismo.

Pero tenemos que ser muy cuidadosos, pues debe recordarse que la actitud propia del fulcro 5 es muy infrecuente, muy elitista y muy difícil de lograr. Cuando usted ha evolucionado desde la perspectiva egocéntrica hasta la etnocéntrica y la mundicéntrica, no le resultará difícil comprender que todos los individuos son merecedores de la misma consideración y de las mismas oportunidades, sin importar raza, sexo o credo. La actitud universalmente pluralista es realmente multicultural y postconvencional. El problema es que la mayor parte de los individuos con los que se relaciona todavía son esencialmente egocéntricos o etnocéntricos y, en consecuencia, no comparten su universalismo. De este modo, usted se ve obligado a mostrar una tolerancia universal con individuos que no son igual de tolerantes que usted. Es así como los multiculturalistas suelen terminar atrapados en varias flagrantes contradicciones: la afirmación de que no son elitistas. Según afirma un determinado estudio, solo el 4% de la población de Estados Unidos ha alcanzado la actitud pluralista postconvencional y mundicéntrica, una actitud, pues, muy infrecuente y muy elitista. Pero los multiculturalistas que afirman no ser elitistas deben mentir sobre su propia identidad, lo cual termina conduciéndoles por caminos muy ambiguos y hasta padecer una crisis de identidad global. Su postura oficial es que cualquier tipo de elitismo es malo pero su yo real es, de hecho, un yo elitista y, en consecuencia, se ven abocados a disfrazarlo y a distorsionarlo, a mentir, en suma. Ésta es la patología típica del fulcro 5, una patología de la mente adolescente que todavía sigue atrapada en una variante de la disociación del fulcro 5, del desastre de la modernidad, una postura que afirma haber superado ya a la modernidad pero que, no obstante, sigue completamente atrapada en ella y se ve obligada a mentirse a sí misma.

Lo anterior nos lleva a una espantosa situación, a la policía del pensamiento, lo que fue denominado por Orwell en 1984 como newspeak, que parece estar en todas partes y ha terminado secuestrando a todos los universalistas. Con el newspeack, Orwell se refiere a una forma retórica en la que, bajo un disfraz de objetividad, se está sirviendo, de hecho, a objetivos políticos o ideológicos, alentando así la fragmentación egocéntrica y etnocéntrica y la política de la injusticia, la política del narcicismo.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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La integración corpomental del centauro

6 - EN EL CAMINO HACIA LO GLOBAL: LA INTEGRACIÓN CORPOMENTAL DEL CENTAURO (FULCRO 6)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005a: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (6 de 10).

Fulcro 6: La integración corpomental del centauro.

La estructura básica de este estadio es visión-lógica, o lógico-global, una estructura de conciencia muy global e integradora. En el momento en que el centro de gravedad del yo se identifica con la estructura visión-lógica, en el momento en que la persona vive desde ese nivel, su personalidad se integra y su yo puede comenzar realmente a asumir una perspectiva global y no simplemente hablar de ella. De modo que la capacidad integradora de la estructura visión-lógica sirve de soporte a un yo integral, un estadio denominado por Wilber como centauro (1), un estadio en el que tiene lugar una integración entre el cuerpo y la mente, entre la biosfera y la noosfera, que configuran un yo relativamente autónomo, un yo que ha superado el aislamiento, el atomismo y el egocentrismo, un yo integrado en redes de responsabilidad y servicio. Es decir, el yo observador está comenzado a transcender la mente y el cuerpo y, en consecuencia, puede ser consciente de ambos como objetos de conciencia, como experiencias. No es que la mente contempla el mundo, sino que el yo observador contempla, al mismo tiempo, la mente y el mundo, y por ese mismo motivo comienza a integrar la mente y el cuerpo. Por ello se le denomina centauro. En este punto de la evolución usted se encuentra, por así decirlo, a solas consigo mismo, dejando atrás la fe ciega en los roles y las reglas convencionales de la sociedad, superando la actitud etnocéntrica y sociocéntrica y se adentra en un espacio mundicéntrico en el que el sujeto explora los dominios más profundos y genuinamente espirituales.

La visión-lógica es aperspectivista en el sentido de que dispone de una multiplicidad de puntos de vista y no privilegia automáticamente ninguno de ellos sobre los demás. Pero cuando uno empieza a tener en cuenta todas las posibles perspectivas, todo comienza a moverse vertiginosamente. La conciencia aperspectivista que proporciona la visión-lógica puede llegar a ser muy desconcertante porque todos los puntos de vista empiezan a parecer relativos e interdependientes, no hay nada absolutamente fundacional, ningún lugar en el que apoyar la cabeza y decir ¡he llegado! Si tenemos en cuenta la relatividad de las distintas perspectivas, correremos el peligro de caer en una locura aperspectivista que termine paralizando la voluntad y el juicio. La afirmación de que “todo es relativo y de que no hay nada mejor ni peor que otra cosa” soslaya el hecho de que esta misma actitud es mejor que las actitudes alternativas, cayendo entonces en la llamada contradicción performativa. Y los multiculturalistas que ocasionalmente alcanzan el nivel visión-lógico suelen caer en la locura aperspectivista.

La dimensión aperspectivista a la que nos permite acceder la estructura visión-lógica no supone que el Espíritu se haya quedado ciego a lo largo del proceso, sino que está contemplando el mundo a través de infinitos y milagrosos puntos de vista, un nuevo descentramiento, una trascendencia más, una nueva espiral en el proceso evolutivo que trasciende al egocentrismo. La tarea fundamental del fulcro 6 es la emergencia del yo auténtico, del yo existencial y, como decía Heidegger, el yo finito debe morir y la magia, los dioses míticos y la ciencia racional no pueden salvarlo. El descubrimiento del auténtico ser-en-el-mundo, búsqueda de la auténtica individualidad-en-la-comunión-, exige la asunción de la propia mortalidad y finitud.

Dado que los existencialistas no reconocen ninguna esfera de conciencia superior, quedan atrapados en la visión existencial del mundo que restringe sus percepciones exclusivamente a lo que queda dentro de su horizonte. Cualquier afirmación de la existencia de una dimensión superior será recibida con una fría mirada y la vergonzosa acusación de “inautenticidad” caerá sobre su cabeza. Así, pues, la fase de fusión del fulcro 6 se halla atrapada en el centauro y en la visión existencial del mundo. Desde este punto de vista, la angustia constituye el único referente de la autenticidad. ¿Qué sentido tiene lo personal si uno está abocado a la muerte? ¿Para qué vivir en esas circunstancias? Esta preocupación por el sentido y por la falta de sentido tal vez sea el rasgo central característico de las patologías propias del fulcro 6 y la terapia correspondiente es la terapia existencial.

El centauro constituye un yo integrado y autónomo y, en consecuencia, debería ser un estado feliz, pleno y gozoso y el sujeto debería estar continuamente sonriendo. Pero no es eso lo que ocurre sino que constituye un yo profundamente desdichado. Es integrado y autónomo… pero también miserable: ha probado todo lo que el dominio de lo personal puede ofrecerle y no le resulta satisfactorio. Por ese motivo esta alma ha dejado de sonreír. El mundo ha perdido su sentido en el mismo momento en que el yo alcanzaba sus mayores triunfos. Ha llegado el momento del banquete y el sujeto ha descubierto en él el sonriente y silencioso semblante de la calavera. ¿A quién podré cantar canciones de alegría y exaltación? ¿Quién escuchará mis llamadas de auxilio en el silencio aterrador de la oscura noche? Para el alma existencial, todos los deseos han perdido su sentido porque, a fuerza de mirar cara a cara la existencia, ha terminado enfermando. El alma existencial es un alma para la que lo personal se ha convertido en algo completamente insubstancial, un alma, en otras palabras, que se halla en la antesala misma de la dimensión transpersonal.


REFERENCIA:

(1) Para comprender de un modo psicológico y filosófico el concepto de “centauro”, es conveniente aludir a la trascendencia de los dualismos, una cuestión que se convierte en un eje de responsabilidad a afrontar por cada persona a lo largo de su vida. En su obra El espectro de la conciencia, Ken Wilber (2005b) diferencia explícitamente cuatro dualismos que, inexorablemente, debería trascender e integrar toda persona:

El dualismo cuaternario: persona contra sombra. El individuo se oculta a sí mismo (inconscientemente) aquellos rasgos de su personalidad con los que no se encuentra nada contento; traza una frontera entre lo que le gusta de sí mismo (persona) y lo que no le gusta (sombra). Hasta que el individuo no acepte su sombra estará incompleto y siempre en lucha consigo mismo (el enemigo está en el mismo). Si el individuo se acepta e integra su sombra alcanza el siguiente nivel.

El dualismo terciario: psique contra soma, o mente contra cuerpo. La frontera se traza entre el ego (persona + sombra) y su cuerpo. En este nivel el individuo es inconsciente de su cuerpo, piensa en sí mismo sin tener en cuenta su cuerpo o lo considera como un objeto. Si el individuo consigue eliminar esta frontera será más consciente de lo que él es en realidad y alcanzará el nivel del centauro (el centauro es un ser mitológico mitad humano mitad animal).

El dualismo segundario: la vida contra la muerte, el ser contra el no ser. La frontera se traza entre el centauro (ego + cuerpo) y el resto del universo, la frontera ahora es nuestra propia piel. El individuo es ahora más consciente que nunca de su finitud (en el espacio y en el tiempo). La lucha no acabará hasta que desaparezca la última frontera y se acceda al último nivel.

El dualismo primario: organismo contra medio ambiente, o yo contra otro. Se accede al Espíritu. La frontera ha desaparecido, se acabó la lucha inconsciente. El individuo ha vuelto al lugar de donde salió, o mejor, al lugar donde siempre estuvo. Es el concienciamiento de que sujeto y objeto son lo mismo, es la no dualidad. La corriente externa e interna no son dos, sino una sola realidad que se reduce al misticismo contemplativo.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005a.

Wilber, Ken. El espectro de la conciencia. Barcelona: Kairós, 2005b.
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El nivel psíquico

7 - LOS DOMINIOS SUPRACONSCIENTES: EL NIVEL PSÍQUICO (FULCRO 7)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (7 de 10).

Habíamos dejado el proceso de desarrollo en el nivel del centauro, un nivel en el que el yo observador tomaba conciencia de la mente y del cuerpo y, en ese mismo sentido, comenzaba a trascenderlo. Pero, ¿qué es el yo observador? La respuesta que suelen dar los grandes sabios y místicos del mundo a esta pregunta es que el yo observador conduce directamente a Dios, el Espíritu o la Divinidad, que, en las profundidades últimas, nuestra conciencia intersecta con el infinito. Ese yo observador suele ser llamado Yo (con mayúscula), Testigo, Presencia pura, conciencia pura, un rayo directo de lo Divino que, en opinión de los grandes sabios y místicos de todo el mundo, es el Cristo, el Buda o la misma Vacuidad.

En el estadio del centauro, la conciencia simplemente está comenzando a desidentificarse de la mente, motivo por el cual puede contemplarla, verla y experimentarla. La mente ya no es un mero sujeto sino que está comenzando a convertirse en objeto, un objeto del Yo observador, un objeto del Testigo. Por ese motivo las tradiciones místicas, contemplativas y yóguicas aparecen en el momento en que la mente nos abandona, en el momento en el que el Yo observador comienza a transcender la mente, a ser transmental, supramental o supermental o, como podríamos decir, transracional, transgoico o transpersonal.

¿Qué sucede cuando va más allá o detrás de la mente, hasta una dimensión que no se halla confinada al ego ni al yo individual? “Existe una esencia sutil que impregna toda realidad”, comienza diciendo una de las respuestas más conocidas a esta pregunta, “es la realidad de todo lo que es, el fundamento de todo lo que es. Esa esencia lo es todo. Esa esencia es lo real. Y tú, tú eres eso.” El Yo observador, dicho en otras palabras, termina desplegando su propio origen, que es el mismo Espíritu. Y los distintos estadios de crecimiento y desarrollo transpersonal son fundamentalmente los estadios que sigue el Yo observador en el camino que conduce hasta su última morada, el Espíritu puro, la Vacuidad pura, sustrato, camino y gozo de todo el proceso de desarrollo.

En esos estadios superiores nos encontramos con un puñados de hombre y mujeres que se esforzaron -y siguen esforzándose- por ir más allá de la normalidad promedio impuesta por el sistema y ascender hasta alcanzar las dimensiones superiores de la conciencia, y, en esa búsqueda, se unen a un pequeño grupo de personas afines y desarrollan prácticas, instrucciones o paradigmas que despliegan estos mundos superiores, experimentos interiores, en suma, que permitirán que otros reproduzcan sus descubrimientos y verifiquen (o refuten) sus hallazgos. Así es como hoy en día disponemos de mapas y caminos procedentes de todas las grandes tradiciones contemplativas, orientales y occidentales, tanto del Norte como del Sur, y podemos contrastarlos y compararlos. Basándose en el estadio actual de la investigación, podemos afirmar que existen, al menos, cuatro estadios principales del desarrollo y de la evolución transpersonal, cuatro niveles a los que Wilber denomina: psíquico, sutil, causal y no dual, cada uno de los cuales nos proporciona una visión diferente del mundo, a los que llama, respectivamente, misticismo natural, misticismo teísta, misticismo informe y misticismo no dual. Sus visiones del mundo son muy concretas y difieren claramente entre sí (cada una de ellas posee una estructura, cognición, sensación de identidad, actitud moral, necesidades, etcétera, diferentes).

El desarrollo real del yo en los estadios transpersonales no es estrictamente lineal, sino que está salpicado por todo tipo de saltos hacia adelante, de retrocesos y de movimientos espiralados. No obstante, el centro de gravedad del yo tiende a organizarse en torno a una determinada estructura básica superior predominante, tiende a identificar su centro de gravedad con una determinada estructura alrededor de la cual giran la mayoría de sus percepciones, de sus respuestas morales, de sus motivaciones, de sus impulsos, etcétera.

Fulcro 7: El nivel psíquico

En opinión de Wilber, el nivel psíquico constituye un estadio de transición entre la realidad cotidiana ordinaria -sensoriomotora, racional y existencial- y los dominios propiamente transpersonales. Su estructura profunda ha dejado ya de estar exclusivamente atada al ego y al centauro individual. Puede disolver provisionalmente la sensación de identidad separada (el ego o el centauro) y experimentar entonces lo que Wilber denomina el misticismo natural, la identificación con el mundo ordinario o sensoriomotor.

En esta fase, usted se ha convertido en un “místico de la naturaleza” y su Yo superior puede ser llamado Yo eco-noético, aunque algunos lo llamen Alma del Mundo. Desde la conciencia global y mundicéntrica que pertenece al ámbito de todos los seres humanos, se da un nuevo paso hacia adelante que conduce a la experiencia real de su identidad esencial, no solo con todos los seres humanos sino con todos los seres vivos. No es que usted forme parte de la naturaleza sino que la naturaleza forma parte de usted, y es por ello que, a partir de ese momento, usted comienza a tratar a la naturaleza del mismo modo que trata a sus pulmones o sus riñones. Es entonces cuando una ética ambiental espontánea brota de su corazón.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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El nivel sutil

8 - LOS DOMINIOS SUPRACONSCIENTES: EL NIVEL SUTIL (FULCRO 8)

Este artículo está reproducido en la nota número 44 de la obra FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Este artículo también está reproducido en la nota 137 de la obra LA EDUCACIÓN CUÁNTICA ( 4ª ed.).

Sinopsis de La evolución de la conciencia según Ken Wilber (2005a: 214-318) en Breve historia de todas las cosas (8 de 10).

Fulcro 8: El nivel sutil

El nivel sutil se refiere simplemente a aquellos procesos que son más sutiles que la conciencia vigílica ordinaria, las iluminaciones y los sonidos interiores, las formas y las pautas arquetípicas, las corrientes y las cogniciones extraordinariamente beatíficas, los estadios expandidos de amor y la compasión. A este tipo de misticismo se le denomina misticismo teísta porque implica nuestra propia Forma Arquetípica, la unión con Dios y constituye el comienzo de la fase de fusión del fulcro 8. Ya no se trata, por tanto, del misticismo natural sino un cuerpo de transformación que trasciende e incluye el dominio natural pero que no se halla limitado a él. De este modo, el misticismo natural termina dando lugar al misticismo teísta. Estas estructuras profundas de esos niveles superiores se hallan presentes de manera potencial en todos los seres humanos, pero, en la medida en que van comenzando a desplegarse, sus estructuras superficiales reales van siendo moldeadas por los cuatro cuadrantes, es decir, por las pautas intencionales, conductuales, culturales y sociales.

Pongamos, a modo de ejemplo, a una persona que ha experimentado una intensa iluminación interior, una iluminación propia del nivel sutil (tal vez una experiencia de aproximación a la muerte). Si esa persona es cristiana podría interpretarla como Cristo, mientras que si es budista lo interpretará como el cuerpo de beatitud del Buda, pero si es junguiana lo haría como una experiencia arquetípica del Yo, etcétera. Las profundidades deben ser interpretadas y esas interpretaciones no son posibles fuera del contexto que proporciona muchas de las herramientas necesarias para llevar a cabo la interpretación: es inevitable que el sustrato individual, el sustrato cultural y las instituciones sociales proporcionen el sustrato necesario para interpretar estas experiencias profundas. Estamos hablando de acontecimientos ontológicamente reales, de eventos que existen y tienen referentes reales, aunque esos referentes, obviamente, no existen en el espacio sensoriomotor, ni en el espacio racional, ni tampoco en el espacio existencial. Esas experiencias existen en el espacio sutil del mundo, ahí es donde realmente podrá encontrar evidencias palpables de su existencia.

Las revelaciones experienciales reales aparecen directamente en la dimensión sutil de la realidad y luego son interpretadas en función del sustrato de esos individuos. Dicho de otro modo, el espacio sutil es el trasfondo del que emana esta realidad ontológica profunda. No se trata de meras corazonadas teóricas o de simples postulados metafísicos, sino de una experiencia meditativa imposible de comprender hasta que se realice la experiencia. No se trata de imágenes que se mueven en el espacio mítico ni de conceptos filosóficos que existan en el espacio racional, sino de experiencias meditativas que aparecen en el espacio sutil. De modo que la experiencia meditativa puede proporcionarle los datos arquetípicos que luego deberá interpretar. Y la interpretación más comúnmente aceptada es que usted está contemplando las formas básicas y los fundamentos del mundo manifiesto, contemplando directamente el Rostro de lo Divino. Como decía Emerson, que los intrusos se quiten los zapatos porque nos adentramos ahora en los dominios del Dios interior.


BIBLIOGRAFÍA:

Wilber, Ken. Breve historia de todas las cosas. Barcelona: Kairós, 2005.
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